viernes, 30 de diciembre de 2022

Recapitulando 2022


Otro año más terminado, otro año en este blog y ya van… diez. Como siempre, esta entrada es un índice de los artículos publicados en el año que concluye, ordenados por etiquetas. Se trata de un repaso a los temas, que puede utilizarse para volver a leer alguna entrada o consultar aquellas que se perdieron al navegar en los mares inmensos de Internet.

2022 tiene un par de Reseñas: mi primera entrada es El sueño de Connor, estupenda novela de un amigo que recomiendo. Va de ciencia ficción y de un futuro cercano, tanto que podemos tocarlo con la mano. Y no, no son fantasías, sino predicciones acerca del rumbo que está tomando la humanidad. La otra reseña es la habitual —ya van ocho— del libro colaborativo de la asociaron La Sombra del Ciprés, esta vez dedicado a la novela policíaca, AV Confidencial, donde hace un cameo un tal Elicio Iborra.

Querámonos un poco es mi Defensa del castellano, etiqueta en la que últimamente me prodigo poco. Esta vez me tiro de los pelos por la putrefacción a la que le someten al no respetar su gramática e infestarlo de anglicismos innecesarios.

El 25 de febrero publiqué Guerreros. La guerra de Ucrania comenzó el día anterior, me hervía la sangre de indignación y saqué de un cajón de nuevo mi poema antibelicista Antes de que se agote mi voz. Para ello utilicé la etiqueta Reflexiones y, como la indignación no me abandonaba, el 5 de marzo publiqué otro No a la guerra. Mi siguiente reflexión va sobre la fe y las creencias: Soy un descreído, algo que me define muy bien. La inconsistencia de pensamiento desenmascara a esos idiotas que defienden a un dios omnipotente, asesinando a quienes osen insultarlo. Poco seso tienen, pues demuestran que su dios no es tan poderoso como para hacer algo por sí mismo —si fuera cierto que le ofenden las minucias de los torpes mortales, claro—. El tema subyacente durante todo el año año sigue siendo la guerra: La última guerra no habla de ninguna que ha de ser la última, sino constata que siempre hay una última guerra, antes de la siguiente.

Y la guerra ha impregnado también a mis Relatos, tres han caído, dos de guerra y uno de amor. Ras-ras va de un sonajero, historia basada en un hecho real que tiene que ver con la memoria histórica. El hacha de guerra es un alegato contra la barbarie, es decir, el resolver las diferencias con la atrocidad en lugar de con el diálogo. Termino con Esa dulce sonrisa tuya, mi cuento del libro Ávila amorosa. Espero que os guste tanto como a mí.

Mi incursión en la Política, en la que cada vez me prodigo menos, es: Banderas, bandoleros y bandidos. Tres palabras de la misma familia semántica e idéntico significado, el partidista, o sea la estupidez. Trato de exponer algo que ya tengo muy claro, que el nacionalismo es una enfermedad mental que distorsiona la percepción de la realidad en el individuo que la padece.

Una etiqueta que me gusta mucho, y que es un poco un cajón de sastre, es Historias. Este año tengo varias. Pedro El Justo ha pasado a la historia como Pedro El Cruel, pues la historia la escriben los vencedores. Es hora de revisar esas tergiversaciones para deshacer injusticias, como la imagen que algunos se han inventado sobre la II República Española, imagen que trata de tapar la tropelía del lío asesino en que metieron al país. De historia habla también Los Comuneros, en la que aprovecho para dar unas pinceladas sobre este tema, a raíz de la publicación de un cómic de mi autoría junto a la ilustradora Gris Medina: Los Comuneros en Gotarrendura, del que me siento muy satisfecho por la parte que me toca y muy orgulloso por la que no. Luego he hablado sobre Mi vocación de escritor, desvelando algunos datos confidenciales. Porfa, no lo leáis. La siguiente entrada es un relato breve. ¿Por qué no está en relatos? Pues porque es algo que me ha afectado de forma muy importante. Solo aquellos que tienen o han tenido una mascota podrán comprender mis lágrimas al perder a Sombra. Titulé la entrada Hasta siempre. En mi última historia os presento mi Belén, campanas de Belén y hablo de la incongruencia, que es la característica más común del ser humano.

En la etiqueta Literatura me he atrevido a parafrasear a un maestro: Reinterpretando a Cortázar. No he hecho más que traer a nuestros días sus Instrucciones para dar cuerda a un reloj. También he dado mi punto de vista sobre un personaje que tienen secuestrado algunos y que piensan que solo es de ellos y nadie más le puede admirar: Teresa de Cepeda.

Mi ración de Poesía está en Partir con los bolsillos vacíos, sobre la brevedad de la existencia, y Soñar la vida, una recreación libre y breve de La vida es sueño de Calderón.

Mis Viajes de este año han sido pocos, pero aquí he traído una ciudad que no conocía y que me ha sorprendido: Un paseo por Murcia, donde me reencontré con mi prima Lely.

Y, por fin, en mi Vida literaria he puesto mi habitual reseña sobre los ya tradicionales premios de la asociación de escritores de Ávila, este año celebrada el 19 de noviembre: VI Gala de Premios La Sombra del Ciprés.

Para acabar tengo una duda. La foto del adorno de luces que acompaña este artículo ¿qué pensáis que es? ¿Un tipo bebiendo de una botella, tocando una trompeta o fumándose un porro de gran tamaño?

jueves, 15 de diciembre de 2022

Belén, campanas de Belén


Soy una persona incongruente, lo confieso. Pero también creo que eso es lo normal, lo extraordinario es ser coherente en todas las facetas de la vida. Aquí hablaré de mi incongruencia, exponiéndome a la crítica. No me importa, lo importante de verdad es la verdad: «la verdad os hará libres», ¿os suena?

Nunca me gustó la Navidad. Siempre lo he dicho en mis círculos cercanos y lo sigo manteniendo. Es una época en la que la felicidad es obligatoria y debemos reunirnos, cantar y sonreír en familia. Esto es algo que está muy bien, claro, lo que no me parece correcto es hacerlo en determinadas fechas, por obligación. Esta obligación le quita la honestidad y lo convierte en mentira. Además, soy agnóstico y para mí tampoco tiene ningún significado transcendente. Sin embargo…

Sin embargo, y aquí mi incoherencia, me encantan los belenes. Los visito siempre que puedo e incluso hace años ponía uno en mi casa, con una gran ilusión creativa. He retomado esa costumbre este año y las fotos que acompañan este artículo son de él. Como llevaba tiempo sin montarlo he prescindido de adelantos que ya había logrado, como un río con agua corriente de verdad, tierra, fuegos de luces y pedruscos.

Que estas fiestas están manipuladas por el capitalismo consumista, no me cabe la menor duda. He visto cómo en el mes de octubre —¡octubre!—, sí octubre, ponían las luces de Navidad en las calles de mi ciudad, aunque su encendido se realizó unos días después. He visto también en octubre —ya no lo repetiré— los supermercados con los muestrarios de productos navideños. La invitación al consumo es patética y sin disimulo. Estas fiestas le interesan a los mercados para hacer caja y bombardean en los medios de comunicación con anuncios de regalos, películas de «espíritu navideño», lucecitas de colores y un montón de mentiras. Como la de Papá Noel, invento muy reciente en la Historia, bautizado por los yankis como Santa, cuya iconografía se la inventó un creativo de la bebida esa de «la chispa de la vida», tomando la tradición de Santa Claus, es decir, San Nicolás y convirtiendo al personaje en un estrafalario viejo que vuela por los aires con un trineo mágico.

Voy a seguir con las mentiras, por más que sea verdad que la Navidad es una tradición y la gente no tenga interés en saber si lo que hay detrás es verdadero. En el fondo se temen que no lo es. Y no lo es.

Jesús de Nazaret, del que no dudo que es un personaje histórico, no nació en diciembre. Si hubiera nacido en esa fecha, los pastores no pasarían la noche al raso en Palestina, sino que tendrían los ganados recogidos en los establos. Así que es imposible que el ángel anunciase en medio del campo nevado el nacimiento del niño dios, mientras los pastorcillos se calentaban a la hoguera.

Esta fecha tiene una explicación que procede de los tiempos en que el cristianismo estaba perseguido en el Imperio Romano —esa época en que su símbolo era un pez, en lugar de un instrumento de tortura—. Muy hábiles aquellos cristianos, que debían esconderse para no ser asesinados, hicieron coincidir sus celebraciones con fiestas paganas, para no llamar la atención. Así enmascararon el nacimiento de Jesús, de cuya fecha no tenían ni idea, con las fiestas saturnales, y el día en concreto del nacimiento con la celebración del Sol Invicto, en el solsticio de invierno. Evento decisivo a partir del cual la duración del día crece, abriendo la esperanza de un nuevo ciclo de la naturaleza, que culminaría con el verano y la recogida de la cosecha. Un bonito simbolismo, hay que reconocerlo.

Tampoco es cierto lo de los Reyes Magos, que es otro «invento» de siglos posteriores. Solo lo menciona en su evangelio Mateo, capítulo 2, versículos 1 a 12: «Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle». No hay más. Mateo no indica si eran tres o siete y mucho menos afirma que eran reyes. Pero, claro, ¿qué menos podían ser? Luego, se inventó para la tradición que uno era rubio, otro moreno y el tercero negro, abarcando con su simbolismo a la humanidad entera —se olvidaron de los chinos y los indios, que vivían en otro mundo—. Simbólico no deja de ser también lo de los regalos: oro, incienso y mirra —¿mirra?—. Simbólico y mentira.

Se sabe fehacientemente que tampoco nació Jesús de Nazaret en el año uno de nuestra era, sino alrededor del año 7 antes de Jesucristo —o sea, antes de él mismo—. Si nació, como dicen los evangelios, en el reinado de Hedores el Grande, este murió en el año 4 a.C. La fecha del año 1 —los romanos no tenían el concepto del cero, así que el año anterior es el menos 1— se la inventó un monje en el siglo VI, Dionisio el Exiguo (460/5 - 525/50), matemático de origen bizantino, que calculó la celebración de la Pascua y «averiguó» el año del nacimiento de Nuestro Señor (Anno Domini). Como entonces no existía la Wikipedia y sus medios eran muy limitados, se lo inventó todo, lo cual más tarde daría lugar al calendario gregoriano, que es el que aún utilizamos, el de «a.C» y «d.C» —no confundir con «AC/DC»—.

Queridos amigos, queridas amigas, perdonad lo que os he contado, pero «la verdad os hará libres», ya sabéis. Y seguid celebrando la Navidad, a pesar de lo que conocéis. No importa, yo seguiré con mi belén, intentando mejorarlo cada año. La incongruencia nos humaniza.

¡Felices saturnales!











martes, 22 de noviembre de 2022

VII Gala de Premios La Sombra del Ciprés


El pasado 19 de noviembre se ha celebrado la VII gala de premios La Sombra del Ciprés, en el Auditorio Municipal de San Francisco, Ávila.

El evento estuvo introducido por nuestro compañero Juan José Severo Huertas, que interpretó el papel de un entregador de premios al que nunca llegaba a tocarle el turno e intentaba interaccionar con el resto de premiadores, los cuales le ignoraban. Esto le dio un carácter distendido y ameno.

La gala estuvo amenizada por dos integrantes del grupo Vente al traste, Franky y Sara, que pusieron su bien hacer y se llevaron los aplausos del público, muy numeroso como en ocasiones anteriores. Entre el público se encontraban representantes de las instituciones, de la política y la cultura abulense.

El acto comenzó con el tradicional discurso del presidente, en este caso de Ánzoni Martín, vicepresidente que ocupa el puesto de forma provisional.

Los premios fueron los siguientes, por orden de entrega:

1.      Premio «El Camino» a la Universidad de la Mística (CITeS), recogido por su actual director, Jerzy Nawojowski (Jurek) y por Francisco Javier Sancho Fermín, actual administrador y ecónomo del Centro, que fue más de 20 años director del mismo. El premio lo entregó el escritor y miembro de la asociación Julio Collado.

2.      Premio “El Hereje” a Manuel Gordillo Molina, por su labor en la distribución de literatura desde 1996 en el quiosco de prensa de la estación del tren de Ávila. Lo entregó el representante de la CEOE, Ismael Salgueiro.

3.      Premio «El Cuco» a la ilustradora Casandra Pascual San Segundo (Kasandra), que fue entregado por la directora de la Biblioteca de la Junta de Castilla y León en Ávila, Blanca Asenjo Barahona.

4.      Premio «Madera de Héroe» al escritor de novela negra, y policía nacional, Marcos Paricio Paricio, otorgado por el Casino Abulense, en manos de su representante Elena García Tejerizo.

5.      Premio «Mi Vida Sobre Ruedas» al que fue durante 30 años responsable del bibliobús de la Diputación de Ávila, Faustino Grande Sánchez, que lo recibió de manos del Inspector de Educación Jesús García Yuste.

6.      Mención Especial al intelectual abulense, cinéfilo y promotor cultural Juan Carlos del Pozo Moreno, al que tuve el placer de hacer entrega del galardón.

7.      Premio «La Sombra del Ciprés» a la novelista Cristina López Barrio, entregado por el presidente Ánzoni Martín.

A continuación, como también es tradicional, celebramos una cena de confraternización con los premiados, esta vez en el Restaurante Palacio de Sofraga.



















La parte técnica contó con la colaboración en sonido e imagen de Alquimia Estudios S.L., las voces en off de nuestras compañeras: Noemí Valiente Sánchez, Begoña Jiménez Canales, Lorena Rodríguez Herrero, Ángeles Jiménez Soria, Patricia Vallejo, Maribel Cid Miranda, Begoña Ruiz y Clara Martín Muñoz. Y el grupo de trabajo estuvo compuesto por: Paula Velasco, Guillermo Buenadicha, Pablo Garcinuño, Cristóbal Medina, Gustavo Garzón y Juan José Severo.

miércoles, 2 de noviembre de 2022

Hasta siempre

—Hola, ¿qué te parece esto?

—Pues no sé, la verdad es que no me lo imaginaba así.

—Y ¿cómo pensabas que era?

—Como un campo de nubes y de luz. Todo muy suave y con música de fondo. Pero es aún más hermoso.

—Me alegro de que te guste. Cuanto más lo conozcas más te gustará. ¿A mí no me reconoces?

—Lo cierto es que no. Esa es otra, como somos seres de luz, nuestro aspecto es muy diferente. ¿Llegamos a coincidir ahí abajo?

—Así es. Pero antes de decirte quién soy, debo pedirte disculpas. Lo cierto es que te di un poco la lata. Te destrocé algunos sillones, te tiré cacharros al suelo que se rompieron y te clavé mis uñas. Pero, créeme, todo fue sin maldad, era mi carácter. Aun así me cuidaste y pasamos juntos muchos ratos buenos.

—No entiendo…

—Soy yo… Me quisiste mucho y he tenido que esperar demasiado tiempo para volver a verte.

—Ahora sí. Pensé que los animales no veníais al Cielo con nosotros.

—Y ¿qué clase de Cielo sería este si no estuviéramos?

Dedicado a Sombra (2006-2022) por todo el amor que nos diste



lunes, 31 de octubre de 2022

La última guerra

La guerra es el fracaso de la humanidad. Y llevamos fracasando siglos, milenios. Tal vez estemos en el momento en el que la guerra ponga fin a la civilización y a la raza humana. Tal vez. Sin duda, el planeta, que no solo lo poblamos los seres (ir)racionales, se beneficiará con nuestra extinción.

En mi primera adolescencia, cuando comencé a tener ideas propias, me di cuenta de que la vida apacible en paz no era la pauta general de la historia. Supe de la reciente guerra civil, de las dos guerras mundiales y de la del Vietnam en la que entonces estábamos inmersos. Deseé en lo más profundo de mi ser que mi vida transcurriera sin pasar de cerca por ninguna de esas catástrofes.

En mi segunda adolescencia, o juventud, mis reflexiones me llevaron a no comprender que hubiera quién deseara iniciar una guerra. Nunca hay motivos ni razones suficientes. Mi pensamiento llegó a una militancia pacifista exacerbada, considerando a la profesión militar como criminal. Pero entonces me llegó mi llamamiento a quintas y tuve que incorporarme al ejército en abril de 1981, poco después del golpe de estado de febrero de ese año.

Se me pasó por la cabeza ser insumiso, entonces no existía aún la objeción de conciencia. Pero bien sabía que eso me llevaría directo a un calabozo, a pasar la mili preso, además de que me cerraría las puertas para encontrar trabajo en la administración del Estado, del cual he vivido con posterioridad. Fui cobarde entonces y admiro a quienes sí dieron ese paso.

Pensé que si el golpe de Estado del 81 hubiera iniciado una guerra como la del 36 me habrían puesto un fusil en la mano, lo cual me llevaría a ser un peón más en otra absurda guerra. Cuando el azar me cambió el CETME por una corneta, obtuve la pírrica victoria de no llevar un arma de la mano en todos los meses de mili. Excepto en los del campamento, en los que me enseñaron a disparar, me hicieron tirar una granada detrás de un montón de tierra y me explicaron cómo utilizar la bayoneta en un cuerpo a cuerpo. Había que empujar en horizontal y desgarrar la tripa del desgraciado que tuviera delante. Bonita profesión.

Cuando me licenciaron fue uno de los días más felices de mi vida. Por fin había acabado aquella pérdida de tiempo, que era lo más repetido entre todos los que pasábamos por las manos de unos suboficiales vagos y borrachos. Pisé la cartilla, «la blanca» la llamábamos, y dejé la huella de mi bota marcada en la portada. Luego me asusté, pues debía pasar periódicamente por el Gobierno Militar, para que me la sellaran, hasta la licencia definitiva cuando cumpliera los 37 años. Deseé que el tiempo pasara rápido y alcanzar esa edad, para, si comenzaba alguna guerra, no tener que implicarme en ella. Gilipollas, hoy en día las guerras no solo las sufren los soldados.

Con mis sesenta años cumplidos, todas las guerras que ha habido me han pillado lejos: Malvinas, Bosnia, Siria, Afganistán o Irak. Ahora parece que estamos en una que puede llegar a la puerta de casa con un desastre nuclear. Y ¿quién obtiene beneficio de ella? ¿Qué pretendía el demente de Putin invadiendo Ucrania? ¿Solo su gloria personal o la felicidad de los ucranianos liberados del yugo de Zelenski? ¿Qué pretende Zelenski defendiendo la independencia de su país a cambio del sufrimiento y la muerte de sus compatriotas?

Es difícil tomar la decisión de no enfrentarse a un invasor. Pero la historia nos ha enseñado que se puede afrontar un conflicto por el método Gandhi con más garantías de éxito que con el método palestino. Y que conste que pongo estos ejemplos dejando por sentado que Zelenski tiene razón, al igual que la tienen los palestinos y la tuvo Mahatma Gandhi.

Desarrollando una guerra, nadie gana, todos pierden: los que son derrotados y los que vencen. Zelenski perderá, aunque gane la última batalla. Pues no podrá devolver la vida a miles de sus conciudadanos ni podrá hacer que olviden el horror que soportaron los supervivientes. Su país quedará destruido desde sus cimientos y las heridas abiertas nunca se cerrarán.

Pero ¡qué tonterías digo!, ¿no? Tal vez se solucione todo con un fallo en los dispositivos nucleares y desaparezca de la faz de la tierra esta inhumana humanidad.

sábado, 15 de octubre de 2022

Teresa de Cepeda


En el día en que publico esta entrada de mi blog, se celebra la fiesta grande de mi ciudad. Bueno, para ser precisos, esta fiesta ha sido desbancada popularmente por las Jornadas Medievales, que convocan a un mayor número de personas.

El 15 de octubre festejan los católicos a santa Teresa de Jesús, o simplemente «la Santa» como es llamada en Ávila. Fuera de nuestra tierra es más conocida como santa Teresa de Ávila, pero ella se llamó Teresa de Cepeda y Ahumada, aunque también firmó parte de su vida como Teresa de Ahumada y posteriormente, reivindicando las raíces paternas, como Teresa de Cepeda. No olvidemos que su abuelo paterno era un judío converso.

El catolicismo la subió a los altares. Le ha hecho efigies y le tienen un gran fervor, sacándola en procesiones y emocionándose a su paso. La han convertido en santa milagrera, a cuya imagen se aplaude, le ponen flores y la pasean entre soldados, clero, munícipes y marchas militares.

Yo quisiera reivindicar para los no creyentes una figura que alcanzó gran talla humana e intelectual, a quién se podría considerar como una mujer inquieta, cuando no «revolucionaria». Ella llegaría a aceptar para sí misma un apelativo despectivo con el que la insultaban: monja andariega.

La niña y moza Teresa fue un personaje de su época, le gustaban las fiestas, las relaciones sociales y la lectura. Los libros de caballerías —de cuyas lecturas más tarde se arrepentiría— le llenaron muchas horas de ocio. Su padre la metió a la fuerza al monasterio de la Encarnación, para evitarle lo que hoy consideraríamos «malas compañías» y lo hizo en contra de su voluntad. Pero, una vez allí, dedicada a la prospección interior, llegó a una fe profunda.

Una grave enfermedad la devolvió a su casa y pasó por curanderos y cualquier remedio que le pudiera devolver la salud. Llegó a estar a las mismas puertas de la muerte, pues muerta llegaron a pensar que estuvo en una ocasión y casi la entierran.

Más tarde, siendo ya monja por voluntad propia, se vio a sí misma muy imperfecta y buscó en la oración una forma de acercarse a Dios. Utilizó la ascética y buscó en la oración un camino de perfección y acercamiento a lo espiritual. En su «Vida» ella habla de todos sus defectos y cómo poco a poco, con la oración utilizada como forma de aprendizaje llegó, según nos cuenta, al éxtasis místico.

Hoy en día hay teorías que exponen que estos éxtasis se los ocasionaban sus enfermedades, pero el caso es que para ella fueron reales y le llevaron a tratar de explicarlos a través de la poesía, componiendo unos versos bellísimos, al igual que hizo su amigo y joven confesor Juan de Yepes —para el catolicismo san Juan de la Cruz—. El caso es que nos dejó unas joyas poéticas, pero también se aventajó en la prosa, con un estilo muy pegado a la forma de hablar coloquial, produciendo unos hermosos textos: Vida, Camino de perfección, Las Moradas y Fundaciones.

Su personalidad abierta y desenfadada y su emprendimiento como fundadora de conventos, con una regla monástica mucho más cercana a la pobreza y al cristianismo más sincero, la convirtieron en una mujer admirable, que hubo de luchar en su propia ciudad contra las oligarquías urbanas, desde sus mismos inicios, con la fundación del monasterio de San José, hasta los últimos momentos. También hubo de enfrentarse a la Inquisición, que en un par de ocasiones la tuvo entre sus objetivos por su «soberbia» de hablar directamente con Dios, sin necesitar intermediarios como confesores, hombres ilustrados o miembros de la jerarquía eclesiástica.

Desde aquí reivindico ese «feminismo» anticipado en la Historia, que le llevó a ser una mujer libre en un siglo en el que las mujeres tenían un papel doméstico al que ella no se acomodó. También reivindico su labor intelectual y su oficio de escritora, para el que utilizaba la hermosa lengua castellana con objeto de transmitir sus ideas y experiencias.

Los vestidos hermosos que le ponen a su talla, las joyas y los oros, los pedestales y peanas a los que la suben, y las procesiones para exhibirla no encajan en absoluto con lo que fue su personalidad. Teresa de Cepeda buscó superar sus imperfecciones con la oración introspectiva, experimentó la pobreza —que tiene como símbolo el descalzar a su orden religiosa—, se empleó en el estudio y en la conversación inteligente. Quienes la conocen un poco, saben que ella se quitaría esos oropeles, vestiría una saya pobre de lana y se mezclaría con la gente común.

Perdonadme, paisanos, hace ya tiempo que no voy a las procesiones de su imagen ni asisto a los eventos religiosos, pero siento muy cercana a Teresa de Cepeda y cuanto más la conozco más la admiro.

viernes, 30 de septiembre de 2022

Mi vocación de escritor

Lo que sigue debe ser tratado como secreto de confesión, ya sea el lector creyente o no, porque revelaré cosas que no he dicho nunca en público. Este artículo es largo, así que espero que ese sea un motivo para que tú, amable lector, abandones aquí y no te adentres en mi intimidad.

Bueno, pues ya que no te vas, seguimos. Es habitual que los escritores, y las escritoras, declaren que lo suyo es una pasión de siempre, que nació en la infancia. No es mi caso. Durante gran parte de mi vida ignoré por completo que lo que me gustaba de verdad era escribir. Por esta razón he tenido que hacer arqueología de mi vida para trazar mi vocación, oculta a mi propio entendimiento. Estos son los hitos:

En la preadolescencia —unos once años— se me ocurrió escribir un diario donde contaría lo que me aconteciese. Con dos o tres entradas me di cuenta de que era absurdo, pues en el día a día todo es rutina y, además, no tenía perspectiva para trazar ningún relato. Entonces opté por hacer una historia de mi vida, de mi corta vida, como preámbulo a lo que luego sería ese diario. Pero mi vida no era rosa, sino verde, amarga; yo no era feliz, estaba acomplejado y era muy tímido. Como esos escritos estaban dirigidos a mí, y a nadie más, me hablé con sinceridad. Fue todo un desahogo que me dio la posibilidad de tener consciencia de mi situación. Aquellos escritos, en un pequeño cuaderno de alambres, se los dejé leer a un par de amigos, con mucho sonrojo, pero con la pretensión de que me pudieran comprender y tal vez compadecer. Por supuesto que eso no ocurrió, aunque yo me sentí liberado y pude guardar ese cuaderno en el fondo de un cajón.

Otro recuerdo de aquella época gira en torno al teatro, del que llegué a ser actor aficionado, aunque aquí omitiré ese episodio. Un poco antes de eso, a los muchachos del barrio se nos ocurrió hacer una representación en el garaje de uno y yo me sentí capacitado para escribir la obra de teatro. Lo hice, la ensayamos y la representamos, cobrando entrada a familiares y amigos. Luego esa obra la reescribí cuando ya era actor y se representó en un escenario de verdad. Pero no me enteré de que eso me convertía en escritor.

La relectura años después de mis primeros «diarios» me llevó al deseo de escribir de nuevo. Entendí cosas que entonces no comprendía y me di cuenta de que algunas ideas allí reflejadas las había cambiado por completo, así que me embarqué en algo más ambicioso, una historia de mi vida, tomando como partida aquellos escritos personales. Esto me llevó a relatar los acontecimientos que me marcaron hasta llegar a mi vida adulta en los veintitantos años. Llené muchos folios, numerados y a bolígrafo. Los guardé, pensando que podrían servirme cuando llegase la vejez y quisiera reconstruir mi existencia.

Por entonces, seguía sin saber que era un escritor, mi verdadera vocación era el dibujo, pero la falta de cualidades me impidió todo éxito, a pesar de haberlo intentando. Este es otro capítulo que ahora voy a pasar también por alto.

Durante el bachillerato (BUP) tuve la suerte de tener un profesor de lengua y literatura de esos que motivan. He hablado de él en otras ocasiones y lo omitiré en esta para no alargar más mi relato. Me hizo amar a los clásicos de la literatura castellana y entender el oficio de escritor, el valor de las palabras y su belleza.

Estudié Geografía e Historia en la UNED, comenzando con 26 años, cuando ya tenía un trabajo estable y una familia. En la UNED no había clases, solo tutorías de una hora a la semana y no en todas las asignaturas. Los tutores solo tenían la función de orientar, aunque algunos se excedían y nos daban unas magistrales clases magistrales. Una asignatura muy exigente era de literatura castellana y la amé.

El curso se dividía en dos semestres y cada asignatura tenía un examen de carácter finalista en el que se preguntaba sobre 36 temas, pues eran 72 cada curso. Teníamos unos manuales en los que se desarrollaban los temas, que ocupaban entre 30 y 60 folios cada uno, además de los libros de lectura recomendada. El examen, normalmente, consistía en una serie de preguntas breves y el desarrollo de un tema amplio. El que cayera. Para ello daban dos horas. En 10 o 15 minutos yo tenía contestadas las preguntas y el resto del tiempo se lo dedicaba al desarrollo del tema. Intentaba que me sobrasen unos 10 minutos al final para corregir las posibles faltas de ortografía y errores. Me di cuenta, en esas relecturas rápidas, de que era capaz de escribir de forma estructurada, clara y precisa, y mi recompensa eran buenas notas.

Bueno, no siempre. Ante la imposibilidad de llevar estudiados los 36 temas, debido a mi jornada laboral y las obligaciones familiares, en ocasiones me tocaba algo que no había estudiado y ni siquiera leído. Pero nunca dejé las hojas en blanco, aprovechaba esas dos horas para escribir y, ante mi sorpresa, podía estarme escribiendo ese tiempo, sin saber absolutamente nada del tema y también sin decir tonterías. Al final la nota no era buena, pero aprobaba.

Lo ilustraré con algún ejemplo. Recuerdo que me cayó en Historia Antigua «El Imperio Medio de Egipto». No había leído, y menos estudiado, nada sobre Egipto en ese semestre. Eché mano a la idea que tenía de la época y el lugar, situé cronológicamente el periodo, arriesgando el error, y escribí al menos cinco o seis folios. ¡Bingo! Aprobé.

Hay otro tema del que tengo más vivo recuerdo, era de Historia Medieval: «El reino normando de Sicilia». Pero ¿hubo normandos en Sicilia?, ¿cuándo?, ¿por qué? Organicé mis ideas. Sabía que en Francia estaba Normandía, un reino establecido por los hombres del norte, normandos o vikingos. También sabía que el norte de la península Ibérica había sido asolado por estos invasores, por lo que deduje que continuaron devastando las costas portuguesas y llegarían al estrecho de Gibraltar. Una vez introducidos en el Mediterráneo, conquistaron la gran isla y establecieron en ella un reino normando, posterior al de Francia. Sí, sí, no había duda, ese reino normando existía, estaba en el encabezado de la pregunta. Sin ser demasiado preciso en datos ni nombres, establecí un relato coherente que volvió a asombrarme en la relectura: ¡estaba muy bien! Aprobé, claro.

Luego, en un largo periodo de mi vida, fui opositor a profesor de enseñanza secundaria. Son unas pruebas estresantes por las que tenía que pasar cada dos años. La parte escrita era muy similar a los exámenes de la UNED y la experiencia fue también reveladora: aprobaba los exámenes escritos y cuando tenía que leérselos al tribunal me daba cuenta de que estaban bien redactados. La pena es que no ocurriese lo mismo con los orales, en los que siempre suspendía.

Aun así, seguía sin darme cuenta de que se me daba bien escribir. Fue casi con cincuenta años cuando lo descubrí, al rendirme, al abandonar las oposiciones, cansado del estrés y el esfuerzo, y siendo consciente de que era más cómodo mi trabajo burocrático que el de profesor, del que llegué a tener experiencia práctica al ejercer como interino. El tiempo libre que me quedó al dejar de prepararme las oposiciones se me ocurrió emplearlo en escribir una novela. Y lo disfruté como un niño en un parque de atracciones. El organizar su estructura y el ver cómo iba creciendo me hacía feliz. Encontré una editorial de impresión bajo demanda y la publiqué, se titulaba «El Inmaterial». Yo mismo tenía que subirla a Internet, hacía la maqueta y le componía la portada… es decir, todas las labores de edición. Luego imprimí algunos ejemplares y se los vendí a amigos y familiares. El hecho de tenerla en la plataforma me ofrecía la posibilidad de corregir continuamente. La releía y, cada vez que veía algo mejorable, lo cambiaba y volvía a subir la nueva maqueta. Diez años después, en 2018, realicé una versión más pulida y con portada profesional, que aún puede comprarse.

La segunda novela es otra historia y las que vinieron después también. Ya tenía el gusanillo, pero, cuando alguien me trataba como escritor, yo me consideraba un farsante y me sonrojaba. Tan solo era un impostor que había logrado ser feliz escribiendo. Hasta que me di cuenta de que me leía gente desconocida y que había quién preguntaba por mis libros en las librerías y en las bibliotecas; también me llegaban opiniones y reseñas. Es entonces cuando creí que en verdad era escritor. O un humilde escribidor, que no quiero parecer pretencioso.

jueves, 15 de septiembre de 2022

Reinterpretando a Cortázar

Piensa en esto: …cuando te regalan un reloj te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo… te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa… No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Instrucciones para dar cuerda a un reloj

Julio Cortázar

Hace poco, mi amigo Julio Collado ha compartido en sus redes sociales la voz de Cortázar recitando esta joya narrativa, que yo me he atrevido a reinterpretar.


Preámbulo a las instrucciones para mantener encendido un móvil

Cuando te regalan un teléfono móvil te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente esa plaquita con pantalla brillante que atiende a tu huella digital y brilla como si se abriera el mundo mágico de los sueños, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que irá contigo a cualquier parte, vayas donde vayas, tanto si vas a escuchar una sesuda conferencia como si te dispones a aligerar el vientre entre las cuatro paredes de un baño. Te regalan la necesidad de tener siempre la batería cargada, la obligación de llevar encima un cable o una batería portátil por si de forma inesperada se apaga. Te regalan la obsesión de encenderlo y mirarlo cada pocos minutos, no vaya a ser que alguien interaccione contigo en las redes sociales y no estés al día, a la hora, al minuto, al segundo de lo que pasa. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca y la seguridad de que es una marca mejor que las otras; te regalan la tendencia de comparar tu teléfono con los demás teléfonos. No te regalan un móvil, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del teléfono móvil.

Instrucciones para mantener encendido un móvil

Una vez que tengas instalado su sistema operativo, bájate todas las aplicaciones, las que puedas y las otras. Entenderás la utilidad de saber en todo momento qué tiempo hace, si llueve o sale el sol, sin necesidad de asomarte a la ventana. Podrás fotografiar una planta y saber cuál es su nombre, aunque este se te olvide cuando abras la siguiente aplicación. Tendrás tiempo infinito para curiosear en la vida de tus amigos, de tus enemigos y de aquellas personas que nunca conociste ni llegarás a conocer. Sabrás si el vecino tiene ya novia y si es guapa. Conocerás dónde ha ido de vacaciones tu prima. El mundo entero estará a tus pies, pues tendrás todo lo que nunca llegaste a imaginar al alcance de tus manos, de tus dedos. De tu vista, ya presa para siempre de la pequeña pantalla.

Eso sí, olvídate de la gramática, cómete al escribir letras, sobre todo las innecesarias vocales; no pongas los signos de apertura de las interrogaciones, pulsa seguidas cuatrocientos signos de admiración, intercala más emoticonos que caracteres y, sobre todo, olvida lo que sabes del idioma castellano, que es un idioma de perdedores. Preocúpate de escribir bien las palabras inglesas: smarphone, live, like, messenger, what, mix, power… Y todas aquellas que pueda defecar una red social cualquiera.

¿Qué mas quieres, qué más quieres? Guárdalo en el bolsillo, pero al alcance de la mano para cualquier urgencia. Urgencia del móvil, no tuya, pues a partir de ahora serás su esclavo, dedicarás tu vida a él, dedicarás tu sueño a él. Dedicarás a él tu libertad. Has dejado de ser libre, autónomo; perdiste cualquier atisbo de inteligencia. El miedo se apoderará de tus entrañas, pues no sabrás qué hacer si un día —los dioses del Olimpo no lo permitan— su brillante pantalla se apaga y deja tu mundo a oscuras. Allá en ese instante te llegará la muerte y no habrás entendido nada de la vida.

miércoles, 31 de agosto de 2022

Soñar la vida

¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

Calderón de la Barca

 

Sueño que estoy vivo,
que el sol acaricia mi piel,
que puedo caminar,
aunque a veces tropiece
con la piedra de ayer.
Que hay gente a mi alrededor,
soñando su propia vida.
Que mis sentidos
me ponen en contacto
con la ilusión de realidad.
 
Incluso puedo pensar
y trazar proyectos.
Tengo memoria de un pasado,
¿soñado también?
El presente es esto
y el futuro llegará
si me siento a esperar.
 
Pero sé que un día
acabará este viaje. Pues
el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar.

lunes, 15 de agosto de 2022

La inconsistencia de pensamiento

Un descerebrado ha apuñalado al escritor indobritánico Salman Rushdie, causándole grandes daños, aunque parece que se está recuperando. Todo tiene origen en la fatua del Ayatolá Jomeini que le condenó hace treinta años a ser asesinado por su libro Los Versos Satánicos, considerado blasfemo.

Siempre me ha llamado la atención la inconsistencia en la fe de los creyentes. Si de verdad creen en un ser superior, creador de todas las cosas, del mundo y de la vida, del alma y del Universo, ¿cómo pueden pensar que ese ser supremo necesita que un mindundi le defienda? ¿No sería mejor tener una actitud más creyente y confiar en el castigo del «infame» por parte del ser superior? ¿O es que el descerebrado duda de que el creador de todo tenga poder suficiente como para castigar un insulto?

También puede considerarse un acto de ira contra el desprecio a una creencia. Pero poca fe tiene quién se ofende porque alguien se burle de sus creencias. Si tiene mucha seguridad en su fe, ¿qué le puede importar que otra persona se burle de ello? Me da exactamente igual que se rían de mí porque creo que la tierra es una esfera. Invito a los terraplanistas a que vayan al borde del mundo y hagan una foto. Tengo tanta seguridad en la ciencia, que los conspiranoicos con sus alucinaciones solo pueden causarme risa.

Desde luego que hay que respetar las creencias de los demás, pero hasta cierto límite. Nunca debemos dejar que nos obliguen a creer, que nos impongan sus ideas, porque sí, eso sí que es motivo de rebeldía. Y faltar al respeto a lo más sagrado es signo de inteligencia. Si dios existiera, seguro que se reiría con nosotros, pues un ser inteligente y omnipotente nada puede temernos.

La libertad de expresión no solo consiste en que tú puedas pensar lo que quieras y decirlo en voz alta, también está mi derecho a expresar que te equivocas. Y el ofendidito debe resignarse y confiar en su fe para superarlo, igual que los demás nos resignamos, por ejemplo, a que nuestros vecinos crean que una talla de madera, labrada con arte, es un dios verdadero. Pero no por la belleza de la obra, sino porque la creen animada y mágica. Bueno, que la paseen por la calle y le digan «guapa», estoy resignado, pero de igual forma yo puedo expresar que lo que hacen es idolatría.

El principio de la convivencia consiste en respetar las creencias de los demás, aunque estas nos incomoden. Pero tanto las de quien cree, como las de quien no cree.

Quien defiende con violencia a un dios omnipotente, desde luego que es un descerebrado o tiene muy poquita fe y nada confianza en Él. La evidencia nos dice que son fanáticos intransigentes, que no respetan las opiniones de los demás, pero que quieren con la violencia y la sangre hacer que se respeten sus ridiculeces e inconsistencias intelectuales. La duda es el principio de la sabiduría y la ignorancia se apoya en la seguridad absoluta.