Un descerebrado ha apuñalado al escritor indobritánico Salman Rushdie, causándole grandes daños, aunque parece que se está recuperando. Todo tiene origen en la fatua del Ayatolá Jomeini que le condenó hace treinta años a ser asesinado por su libro Los Versos Satánicos, considerado blasfemo.
Siempre me ha llamado la atención la inconsistencia en la fe
de los creyentes. Si de verdad creen en un ser superior, creador de todas las
cosas, del mundo y de la vida, del alma y del Universo, ¿cómo pueden pensar que
ese ser supremo necesita que un mindundi le defienda? ¿No sería mejor tener una
actitud más creyente y confiar en el castigo del «infame» por parte del ser
superior? ¿O es que el descerebrado duda de que el creador de todo tenga poder
suficiente como para castigar un insulto?
También puede considerarse un acto de ira contra el
desprecio a una creencia. Pero poca fe tiene quién se ofende porque alguien se
burle de sus creencias. Si tiene mucha seguridad en su fe, ¿qué le puede
importar que otra persona se burle de ello? Me da exactamente igual que se rían de mí
porque creo que la tierra es una esfera. Invito a los
terraplanistas a que vayan al borde del mundo y hagan una foto. Tengo tanta
seguridad en la ciencia, que los conspiranoicos con sus alucinaciones solo
pueden causarme risa.
Desde luego que hay que respetar las creencias de los demás,
pero hasta cierto límite. Nunca debemos dejar que nos obliguen a creer, que nos
impongan sus ideas, porque sí, eso sí que es motivo de rebeldía. Y faltar al
respeto a lo más sagrado es signo de inteligencia. Si dios existiera, seguro
que se reiría con nosotros, pues un ser inteligente y omnipotente nada puede
temernos.
La libertad de expresión no solo consiste en que tú puedas
pensar lo que quieras y decirlo en voz alta, también está mi derecho a expresar
que te equivocas. Y el ofendidito debe resignarse y confiar en su fe para
superarlo, igual que los demás nos resignamos, por ejemplo, a que nuestros
vecinos crean que una talla de madera, labrada con arte, es un dios verdadero. Pero
no por la belleza de la obra, sino porque la creen animada y mágica. Bueno, que
la paseen por la calle y le digan «guapa», estoy resignado, pero de igual forma
yo puedo expresar que lo que hacen es idolatría.
El principio de la convivencia consiste en respetar las creencias de los demás, aunque estas nos incomoden. Pero tanto las de quien cree, como las de quien no cree.
Quien defiende con violencia a un dios omnipotente, desde luego que es un descerebrado o tiene muy poquita fe y nada confianza en Él. La evidencia nos dice que son fanáticos intransigentes, que no respetan las opiniones de los demás, pero que quieren con la violencia y la sangre hacer que se respeten sus ridiculeces e inconsistencias intelectuales. La duda es el principio de la sabiduría y la ignorancia se apoya en la seguridad absoluta.
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