viernes, 28 de agosto de 2020

La Santa Infamia

5 de junio de 1490, Astorga. Un judío converso llamado Benito García de las Mesuras come en una taberna y unos borrachos la toman con él, para divertirse. Después de incordiarle un rato le quitan el fardel y descubren que tiene un pan ázimo que confunden con una oblea. Le denuncian a la Inquisición que le detiene y le tortura. El reo acaba diciendo cualquier cosa con tal de que le dejen de atormentar e implica en un supuesto delito a conocidos suyos de su lugar de procedencia, La Guardia y Tembleque, en Toledo. Se entera de todo Tomás de Torquemada, Inquisidor General del Reino, y hace llevar a todos, en total 12 entre conversos, cristianos y judíos, a su monasterio de la Santa Cruz en Segovia y posteriormente al de Santo Tomás en Ávila. Allí son torturados hasta hacerles confesar lo que querían oír los inquisidores: que habían robado una forma consagrada y que habían torturado y matado a un niño para hacer un conjuro con su sangre y la oblea. Nunca se supo quién era ese niño, ni de dónde procedía, ya que los distintos torturados ofrecieron versiones dispares. Cuando por fin dieron una ubicación para su enterramiento, al no hallarse ni un solo hueso, dedujeron con mucha desvergüenza que al tercer día había resucitado y estaba en el cielo en cuerpo y alma. Hubo irregularidades de todo tipo, como que la Inquisición no podía juzgar a judíos o que el proceso debía haberse llevado sí o sí en la jurisdicción de Astorga y no donde estuviera por su libre albedrío el nefasto Torquemada. Pero es igual, el 16 de noviembre de 1491 se asesinó en el Braseo de la Dehesa, en Ávila, a nueve reos y otros 3 más en efigie al estar ya fallecidos. 6 judíos, 2 conversos y 4 cristianos. Seis de ellos quemados vivos y tres, que cedieron al miedo al sufrimiento y mostraron arrepentimiento, fueron quemados muertos tras ser ahogados. Poco después Torquemada lograría el proyecto de su vida, que los Reyes Católicos firmasen la orden de expulsión de los judíos de sus territorios. Hoy en día aún existe un santuario dedicado a ese niño imaginario, creado por la mente calenturienta de un fanático y sus acólitos. Ese niño estuvo a punto de ser patrón de España.

Estos son los hechos, es Historia. No hay vuelta de hoja. Sin embargo aún circula por ahí la versión inventada que quiere hacerse real a golpe de fanatismo. No existen documentos válidos para los defensores de este santo de pacotilla, más que la tradición creada a raíz de una mentira. A pesar de conservarse el acta del juicio correspondiente a uno de los judíos, a pesar de que nunca se supo quién era el niño torturado y asesinado, a pesar de que no hubo más pruebas que las declaraciones sacadas con tormentos, a pesar de las numerosas irregularidades en el proceso, la mentira campa a sus anchas. Y como es cuestión de fe, no puedes discutirla.

Es hora ya de reivindicar y rendir homenaje a los auténticos mártires, que existieron de verdad y fueron torturados hasta la muerte: Benito García de las Mesuras, Juan de Ocaña, Juan Franco, Alonso Franco, García Franco, Lope Franco, Juçé Franco, Mosé Franco, Yuçá Tazarte, David Perejón, Don Ça Franco y Mosé Abenamías.

El periodista José Ramón Rebollada, intrigado por las noticias que tuvo de este caso cuando vivía en Ávila, estudió el suceso a fondo, recopilando numerosa documentación y datos que están ahí, para quien tenga interés por conocer la verdad. Con todo el material histórico ha realizado una brillante novela que tiene como eje fundamental el proceso del Santo Niño de La Guardia y su epílogo con la expulsión de los judíos de los territorios de los Reyes Católicos. Trata también la figura retorcida e intransigente de Tomás de Torquemada, con varias pinceladas que le retratan con verismo.

Y  todo ello entremezclado con otras crónicas que enriquecen y dan colorido a la narración, contextualizando los hechos. De la historia general de España nos cuenta la Guerra de Granada y su conquista. Nos habla de la expedición de Cristóbal Colón, una figura enigmática, que estuvo muy preocupado por ocultar su procedencia. ¿Se avergonzaba de ella? ¿O es que era descendiente de judíos? También retrata un personaje ciertamente positivo en la Historia y que ha sido relegado a segunda fila, el obispo de Ávila por esa época, fray Hernando de Talavera, confesor de la reina que dirigió las negociaciones con Colón y organizó la integración del Reino de Granada en Castilla, respetando sus costumbres. Llegó incluso a aprender árabe para comunicarse con los nuevos súbditos de la corona. Era tan ingenuo que no quiso convertir a nadie a la fuerza, sino con el convencimiento, pero no le dejaron.

De la historia local el autor nos da varios retazos, como un episodio trágico de dos abulenses mudéjares, Abdalá el Rico y Alí Moharrache o la de los judíos adolescentes Samuel y Zulema. Así como también las últimas fases de la construcción del Monasterio de Santo Tomás, con los trabajos destacados del gran artista Pedro de Berruguete. Concluyendo con la partida de los judíos al exilio.

El protagonista que sirve de hilo conductor es un personaje de ficción, un monje erudito del monasterio de San Esteban de Salamanca, caído en desgracia y que vive en Ávila, llamado Lifardo Díaz. Junto a él otros secundarios interesantes, como el ayudante de bibliotecario, hermano Agustín, o la boticaria y hetaira Aldara.

La composición de la novela es ecléctica, el autor aborda el proyecto como un documental, con fragmentos intercalados de texto de muy diferentes estructuras estilísticas. Así hay episodios de novela canónica, junto a diálogos sin acotaciones que recuerdan la composición de La Celestina y otros capítulos en los que se refiere fielmente el suceso según las fuentes, como es todo el proceso inquisitorial. Hay diálogos filosóficos y hay resúmenes históricos. E ilustraciones, planos y fotografías que aclaran todos los hechos y su contexto.

El conjunto es una fascinante novela que, según el tópico, no dejará a nadie indiferente. La edición es muy cuidada, cosa de agradecer, y el papel de buen gramaje. Uno de esos libros de los que estarás orgulloso de tener en tu biblioteca.

Enlace al libro

sábado, 15 de agosto de 2020

La musiquilla


Los cánticos infantiles están bien. Tienen letras pegadizas y músicas sencillas que los hacen agradables y, sobre todo, fáciles de recordar. Pero todo esto también tiene su parte negativa y es que esas musiquillas se pueden volver machaconas y ya no te las puedes sacar de la cabeza.

Hay una sobre las demás que últimamente no puedo soportar, me gustaría deciros cuál es, pero temo que si pienso en ella, ya no habrá quién me la quite de la cabeza, así que me vais a perdonar que ahora mismo intente distraer mi mente con otra cosa para…

¡NO! ¡NOOOOOO!

¡Maldita sea! Una ráfaga de esa terrible música se me metió dentro y comenzó a iluminar mis neuronas, ¿no la escucháis? Pues yo sí. Ya la tengo en el interior de mi cabeza y supongo que seguiré con ella hasta la hora de irme a dormir. Es más, soñaré con ella.

Es igual, ya no puedo evitarlo, así que os contaré de qué se trata, ya que saqué el tema.

La primera que vez que la escuché me agradó. Incluso pensé que era para halagarme, para que disfrutara con lo que me decían. Luego, pensando más a fondo en la letra, me di cuenta de que era un insulto, porque se da la circunstancia de que mi pareja me dejó por otro: me estaban llamando cornudo. Pero tras sentirme halagado e insultado, se ha convertido en una agresión verbal. No puedo salir de casa, de mi casa, sin tenerlos a la puerta. No puedo asomarme afuera sin que sienta que me están haciendo un escrache.

¿Los escucháis?: “Caracol, col, col, saca los cuernos al sol…”

Ilustración de Julio Veredas Batlle