lunes, 30 de abril de 2018

Érase una vez… en Ávila


Es para mí un auténtico placer, cuando llegan estas fechas, realizar una reseña del libro colaborativo que saca la asociación La Sombra del Ciprés. Ya van cuatro.

Este año el reto ha sido auténticamente difícil, al menos para mí, ya que nos propusimos hacer un libro infantil, género que nunca había intentado, pero el resultado ha sido tan brillante que quiero mostrarlo con orgullo.

26 asociados hemos realizado 27 colaboraciones que se ven acompañadas de 26 dibujos a todo color. Entre estas colaboraciones hay cuentos y poemas. El único requisito era utilizar nuestra ciudad y provincia como marco de las historias. Para complicarnos la vida encargamos a niños entre 4 y 14 años que nos realizaran las ilustraciones, con su interpretación personal de los cuentos. Y, de nuevo, el resultado ha superado nuestras expectativas. En la presentación preguntamos a un niño que de dónde había sacado las ideas para el dibujo y él, sabiamente, explicó que las había copiado de su imaginación. ¿Puede haber mejor respuesta?

Autoras Ana e Irene Martín Garcinuño
La edición ha sido muy cuidada, en papel de brillo de alto gramaje, tapas de cartón con solapas y un total de 148 páginas.

Esta vez no me dedicaré a reseñar cuento por cuento, habrá que leerlos. Creo que la literatura infantil no debe ser simple, ni estereotipada. Debe ser inteligente, con un único aspecto a cuidar y es que sea entendida por el público al que va dirigida. Pero también los mayores tienen que disfrutar con ella o nos habremos equivocado. Y esto pienso que lo hemos conseguido.

Hemos querido hacer un libro familiar, que puedan leer hermanos de distintas edades, pero no hemos dividido los cuentos por edad, sino por dificultad lectora y contenidos. Hay tres bloques, Primeros Lectores, Segundos Lectores y Lectores Avezados. Así, además de estar adaptados a todos los hermanos, puede ser un libro que guarde el niño en su cuarto y vaya creciendo con sus capacidades lectoras. Esperamos que cuando haya superado estas capacidades, siga conservando el libro como un tesoro.

Autora Sofía Garcinuño Daza
Ha sido prologado por el exitoso escritor de literatura infantil Carlos Reviejo, que nos ha dejado en él unas bellas palabras. A Carlos le distinguimos en nuestros últimos premios La Sombra del Ciprés con un premio a toda su larga carrera literaria.

Y, por último, para dar unidad al conjunto, ideamos un elemento que nos ha vuelto a sorprender por el éxito que ha logrado. Se llama Vetonio y es un verraco de piedra de la cultura celta que habitó estos lugares, al norte del Sistema Central hasta Portugal, cuya relevante aportación son esculturas zoomorfas, un poco toscas y de tamaño variable, que aún adornan nuestras calles y pueblos. Este personaje habla a los lectores en las primeras páginas y les invita a acompañarle, ya que aparece una y otra vez a lo largo de las páginas, jugando a que los lectores lo encuentren. Le trasladamos la idea a la artista Gris Medina, quién también realizó la maravillosa portada, y nos ha diseñado a un personaje al que le adivinamos una vida muy longeva.


Y estos días de la Feria del Libro, los ejemplares nos los quitan de las manos. A partir del 3 de mayo estarán en todas las librerías de Ávila.


domingo, 15 de abril de 2018

Tres cantos a la desesperanza


Ritos

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar
Jorge Manrique

Nuestras vidas son los ritos
que llegan a la indolencia,
que es el vivir;
así vamos unos y otros
derechos a cumplir
y consumir.
Nos programan nuestra vida
en etapas y festejos,
unas bodas, unos hijos
y poder llegar a viejos.
Pelear por un trabajo
que nos permita comer,
y pagar con lo que sobre
la hipoteca y el café;
para que cuando sea fiesta,
nos vayamos a beber.
Festejemos que vivimos
un poco mejor que ayer,
fingiendo que nos sentimos
felices de obedecer.

Vivimos

Vivimos, pues nacimos,
la gente nos rodea,
nos sigue y antecede,
custodia nuestros días
llenando atardeceres.
Tardes de cumpleaños,
mañanas de trabajos,
noches vertiginosas
y duros despertares.
Neones fluorescentes,
bombillas amarillas
y focos que se apagan;
velando nuestros sueños
nocturnas alimañas.
Pasamos nuestros días
en tertulias y charlas,
en fiestas y paseos,
en luchas y demandas.
Y un día acontecerá,
sin saberlo siquiera,
que no tendrá mañana,
o acaso anochecer,
pues todo aquel que nace
tiene que fallecer.

Muerte

Compañera de mis días
y de mis noches,
testigo de mis éxitos
y mis fracasos,
horizonte de mi paisaje,
meta no buscada.
Triste derrota.

Cuando llegue el aciago día
en que pueda contemplar tu rostro,
seré ciego a tus encantos,
mudo a tus preguntas,
indolente a tus designios,
y ya nada podrá evitar
mi entrega total a ti.

Hasta entonces déjame olvidarte,
mientras río y mientras lloro,
durante mis gozos y mis penas,
cuando busque sentido a la vida
y cuando la vida me dé sentido,
sin buscarlo.

Mujer de horrible nombre,
dama azul y fría,
esposa atada a mi piel,
sorpresa final, tan temida,
puerta a la nada,
ausencia de todo,
cumbre de la existencia,
desasosegante Muerte.

domingo, 1 de abril de 2018

El género gramatical

Me educaron machista, pero la reflexión me ha llevado a aceptar la igualdad real. Es más, pienso que se debe dar visibilidad a las mujeres y me parece una compensación necesaria la discriminación positiva. En fin, defiendo el feminismo sin reticencias y apoyo sus movilizaciones.

Que el castellano es un idioma machista, no tengo ninguna duda. No hay más que recurrir a algún tópico, como que algo te resulte cojonudo o un coñazo. O las connotaciones que tienen muchas palabras, como fácil, o público/a, atribuidas a un hombre o una mujer. Es lógico que si el idioma se ha conformado en una sociedad machista lo refleje, pero también es lógico que nos demos cuenta e intentemos revertirlo. Contra esto sí que hay que luchar y es posible hacerlo. Con educación y con medidas académicas y legislativas. Estoy completamente de acuerdo en erradicar el machismo en el lenguaje.

Atención, ahora viene el pero:

PERO esto no tiene nada que ver con el género gramatical.

Sí, el género gramatical no es equivalente al sexo al que se refiere, por mucho que ambos se adjetiven como masculino o femenino. Una palabra puede ser gramaticalmente de género masculino y referirse a una mujer. Y viceversa (¿por qué será que esta palabra me produce grima? ¡Ah, claro, la tele!).

Este matiz del género gramatical no es captado por muchos hablantes y reaccionan duplicando innecesariamente palabras —trabajadores y trabajadoras— o fuerzan feminizaciones sin sentido alguno —miembras—.

Una salvedad, sí que es lógico hablar de trabajadores y trabajadoras, para hacer visible a este colectivo de mujeres, más discriminado que el resto. Cuando no lo veo apropiado es cuando por ejemplo hablamos de los trabajadores de una empresa determinada.

Una anécdota significativa. Hace tiempo nadie ponía en duda que los padres (masculino plural) de un niño eran un hombre y una mujer, pero alguien se escandalizó, pensando que no estaba incluida, en el genérico padres, la madre.  Desde entonces la APA (Asociación de Padres de Alumnos) pasó a denominarse AMPA y se quedaron tan satisfechos de haber terminado con la injusticia secular. Preferían los chistes que podían hacerse con la palabra homónima, hampa, que asumir que el género gramatical no tiene por qué referirse al sexo de las personas a las que alude. Así se llega al absurdo, ya que no fueron consecuentes, al no darse cuenta de esas siglas significaban Asociación de Madres y Padres de Alumnos… ¡Horror, olvidándose de mencionar a las alumAS! Y al resto de los sexos (trans, homo, etc.).

Lo único que demuestran estas patadas a la lógica y a la razón es el poco respeto que los dicentes le tienen a su lengua materna. Es como si nos dan miedo las avispas y matamos otros insectos, como las hormigas, porque las tenemos más a mano y porque nos dan igual todos los insectos —hay quien a las hormigas las llamaría insectas, por cierto.

Pienso que debemos respetar un poco más el lenguaje y, aunque comprendo lo de visibilizar a las mujeres, creo que se va por camino errado en ciertas cuestiones. Se confunde el género gramatical con el sexo. En género femenino se pueden hacer referencias a personas de sexo masculino, como en las palabras: gente, (el) oculista... Y viceversa —¡maldita telebasura!—, (la) conferenciante, (la) miembro.

Si hablamos de una mujer concreta, es totalmente adecuado referirnos a ella como jueza, pilota, arquitecta o médica. O a un hombre azafato, modisto… De acuerdo. Pero si generalizamos a un colectivo, veo absurdo hablar de jueces y juezas, padres y madres, trabajadores y trabajadoras, cuando se puede simplificar con el masculino generalista.

El problema fundamental deviene de que en latín existía el género neutro, pero en el castellano esta función la tomó el género masculino, generalizando en masculino las palabras colectivas que abarcaban a los dos sexos.

Si el problema es que no existe el género neutro, solo veo dos alternativas, lo inventamos —no pasaría nada— o dejamos las cosas como están. La tercera vía sería generalizar en femenino, cosa que me parece fenomenal. Tal vez es lo que toca. Hablemos de nosotras, cuando haya una reunión de personas de ambos sexos. Cojonudo… digo, coñazo… digo… Mejor me callo.

Ya sé que lo que digo es políticamente incorrecto, y más para gentes de izquierdas, entre las que me considero incluido, pero es que a mí el miembras  —y el portavozas— me sonaron como una patada en los dientes y aún me duelen. ¿No se dan cuenta de que la palabra VOZ es femenina? ¿Se quiere feminizar una palabra de raíz femenina?

¿Seguimos perdiendo el respeto a nuestra lengua? De acuerdo, pues entonces olvidémosla, aprendamos todos inglés, que no tiene este problema, y que el castellano se vaya a tomar por cula.