Soy una persona incongruente, lo confieso. Pero también creo que eso es lo normal, lo extraordinario es ser coherente en todas las facetas de la vida. Aquí hablaré de mi incongruencia, exponiéndome a la crítica. No me importa, lo importante de verdad es la verdad: «la verdad os hará libres», ¿os suena?
Nunca me gustó la Navidad. Siempre lo he dicho en mis
círculos cercanos y lo sigo manteniendo. Es una época en la que la felicidad es
obligatoria y debemos reunirnos, cantar y sonreír en familia. Esto es algo que
está muy bien, claro, lo que no me parece correcto es hacerlo en determinadas
fechas, por obligación. Esta obligación le quita la honestidad y lo convierte
en mentira. Además, soy agnóstico y para mí tampoco tiene ningún significado
transcendente. Sin embargo…
Sin embargo, y aquí mi incoherencia, me encantan los
belenes. Los visito siempre que puedo e incluso hace años ponía uno en mi casa,
con una gran ilusión creativa. He retomado esa costumbre este año y las fotos
que acompañan este artículo son de él. Como llevaba tiempo sin montarlo he
prescindido de adelantos que ya había logrado, como un río con agua corriente
de verdad, tierra, fuegos de luces y pedruscos.
Que estas fiestas están manipuladas por el capitalismo
consumista, no me cabe la menor duda. He visto cómo en el mes de octubre —¡octubre!—,
sí octubre, ponían las luces de Navidad en las calles de mi ciudad, aunque su
encendido se realizó unos días después. He visto también en octubre —ya no lo
repetiré— los supermercados con los muestrarios de productos navideños. La
invitación al consumo es patética y sin disimulo. Estas fiestas le interesan a
los mercados para hacer caja y bombardean en los medios de comunicación con
anuncios de regalos, películas de «espíritu navideño», lucecitas de colores y
un montón de mentiras. Como la de Papá Noel, invento muy reciente en la
Historia, bautizado por los yankis como Santa, cuya iconografía se la inventó
un creativo de la bebida esa de «la chispa de la vida», tomando la tradición de
Santa Claus, es decir, San Nicolás y convirtiendo al personaje en un
estrafalario viejo que vuela por los aires con un trineo mágico.
Voy a seguir con las mentiras, por más que sea verdad que la
Navidad es una tradición y la gente no tenga interés en saber si lo que hay
detrás es verdadero. En el fondo se temen que no lo es. Y no lo es.
Jesús de Nazaret, del que no dudo que es un personaje
histórico, no nació en diciembre. Si hubiera nacido en esa fecha, los pastores
no pasarían la noche al raso en Palestina, sino que tendrían los ganados recogidos en los
establos. Así que es imposible que el ángel anunciase en medio del campo nevado
el nacimiento del niño dios, mientras los pastorcillos se calentaban a la
hoguera.
Esta fecha tiene una explicación que procede de los tiempos
en que el cristianismo estaba perseguido en el Imperio Romano —esa época en que
su símbolo era un pez, en lugar de un instrumento de tortura—. Muy hábiles
aquellos cristianos, que debían esconderse para no ser asesinados, hicieron
coincidir sus celebraciones con fiestas paganas, para no llamar la atención.
Así enmascararon el nacimiento de Jesús, de cuya fecha no tenían ni idea, con
las fiestas saturnales, y el día en concreto del nacimiento con la celebración
del Sol Invicto, en el solsticio de invierno. Evento decisivo a partir
del cual la duración del día crece, abriendo la esperanza de un nuevo ciclo de
la naturaleza, que culminaría con el verano y la recogida de la cosecha. Un
bonito simbolismo, hay que reconocerlo.
Tampoco es cierto lo de los Reyes Magos, que es otro «invento»
de siglos posteriores. Solo lo menciona en su evangelio Mateo, capítulo 2,
versículos 1 a 12: «Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey
Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el
rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente,
y venimos a adorarle». No hay más. Mateo no indica si eran tres o siete y mucho
menos afirma que eran reyes. Pero, claro, ¿qué menos podían ser? Luego, se
inventó para la tradición que uno era rubio, otro moreno y el tercero negro, abarcando
con su simbolismo a la humanidad entera —se olvidaron de los chinos y los indios,
que vivían en otro mundo—. Simbólico no deja de ser también lo de los regalos:
oro, incienso y mirra —¿mirra?—. Simbólico y mentira.
Se sabe fehacientemente que tampoco nació Jesús de Nazaret en
el año uno de nuestra era, sino alrededor del año 7 antes de Jesucristo —o sea,
antes de él mismo—. Si nació, como dicen los evangelios, en el reinado de Hedores
el Grande, este murió en el año 4 a.C. La fecha del año 1 —los romanos no
tenían el concepto del cero, así que el año anterior es el menos 1— se la
inventó un monje en el siglo VI, Dionisio el Exiguo (460/5 - 525/50),
matemático de origen bizantino, que calculó la celebración de la Pascua y
«averiguó» el año del nacimiento de Nuestro Señor (Anno Domini). Como
entonces no existía la Wikipedia y sus medios eran muy limitados, se lo inventó
todo, lo cual más tarde daría lugar al calendario gregoriano, que es el que aún
utilizamos, el de «a.C» y «d.C» —no confundir con «AC/DC»—.
Queridos amigos, queridas amigas, perdonad lo que os he contado, pero «la
verdad os hará libres», ya sabéis. Y seguid celebrando la Navidad, a pesar de
lo que conocéis. No importa, yo seguiré con mi belén, intentando mejorarlo cada
año. La incongruencia nos humaniza.
¡Felices saturnales!
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