viernes, 17 de octubre de 2014

Visca Catalunya lliure

¿Qué es mejor quedarse callado o decir lo que se piensa? En ocasiones lo más beneficioso para uno es callarse lo que se piensa pero, cuando me planteé este blog, lo hice con la premisa de utilizar todas mis facultades intelectuales -si las tengo-, además de ser sincero con mis palabras. Por ello voy a exponerme, una vez más, a que me crucen la cara por no ser políticamente correcto. Hablaré de Cataluña y su derecho a ser una nación independiente.


Tengo la firme convicción de que las dos enfermedades mentales más perjudiciales para el ser humano, y no sólo para quienes las padecen, son el integrismo religioso y el nacionalismo. Así sin paliativos. Las pruebas son tan evidentes que ni siquiera es necesario que justifique esa afirmación. Esas dos lacras por separado o juntas -nacionalismo y/o religión- están en el germen y el motor de todas las guerras y desastres humanos, desde que el mundo es mundo y el ser humano es ser inhumano. Y quién no opine igual tendrá que justificármelo.


Creo que tales disfunciones mentales provienen de un planteamiento plano de la existencia. Es decir, de gente que sólo ve las cosas en dos dimensiones y piensan que no es posible verlas de otra manera. Si miramos un objeto en dos dimensiones (foto, dibujo…) veremos algo geométrico (cuadrado, triángulo, círculo…) y de un color -o colores- determinados. Con ello nadie puede discutirnos lo que estamos viendo, porque es lo que estamos viendo. Pero la realidad no es plana, es tridimensional y el objeto que desde un punto de vista es circular, desde otro puede ser triangular, y si se ve rosado desde un lado, al otro puede ser azulado. Así dos individuos mirando desde dos lugares verán cosas aparentemente diferentes, por mucho que se trate de lo mismo. Las personas inteligentes son -somos- conscientes de este fenómeno y respetan -respetamos- la postura de los que no piensan como ellos -nosotros-, tratando de encontrar vías de diálogo y entendimiento. Los integristas -religiosos o nacionalistas- descalificarán a quien no vea lo mismo que ellos, llegando al extremo de la guerra santa, la inmolación, o cuando menos el insulto y la descalificación.


Creo que Cataluña tiene el derecho a decidir si quiere seguir integrada en la nación española, y tienen el derecho de decidirlo aquellos que viven en dicha región/autonomía/nación. Pienso que no pasa nada por reducir el tamaño de nuestro país; Suiza es más pequeña que Castilla y es un país independiente mucho más rico. Por otro lado estimo que si se independizan resultarán más perjudicados ellos que el resto porque, aunque crean que aportan a la economía española más de lo que reciben, deberían mirar del otro lado y verían que a cambio tienen un gran mercado donde vender, que perderían si dejaran de ser españoles.


¿Por qué veo las cosas así? Por favor, si has leído hasta aquí, déjame explicarme brevemente. La soberanía está en el pueblo, la gente del pueblo tiene varios estamentos en los que se organiza, su familia, su comunidad de vecinos, su barrio, su ciudad, su región, su país, continente… El poder político democrático funciona desde abajo hacia arriba, llevando a dar más importancia, porque la tiene, a las instituciones más cercanas a las personas. Yo me identifico completamente en los estadios inferiores a la ciudad, por encima de ella hay mucho que discutir. Por ejemplo, los abulenses nos reconocemos en el Mercado Grande, el Soto, el Arco de San Vicente, en próceres como Topamí, y un segmento de paisajes, situaciones y circunstancias que un cacereño no entendería. Por otro lado, me siento más cercano a un madrileño, de otra comunidad, que a un soriano, de la mía. A un mexicano, de otro continente, que a un alemán, del mío. ¿Se me entiende? Por encima de la ciudad todo es artificial y negociable.


Los países se han formado de muchas formas, pero muy pocas tienen que ver con ese sentido democrático de organización. El motivo principal ha sido el histórico y, si lo repasamos, la historia nos muestra a unos reyes, con sentido patrimonial de sus dominios, peleándose con otros reyes en nombre de los pueblos o creencias que representaban, pero siempre y prioritariamente, en nombre de sus intereses de poder y riqueza. Siempre. En todos los casos. Lo reconocieran o no. Lo supieran o se engañaran con grandes ideas.


Así, España, es lo que es por dos motivos: los Reyes Católicos y Felipe V. Por sus intereses personales, vamos. Las bases están en la guerra castellana entre Isabel “la Católica” y Juana “la Beltraneja”, que la ganó la primera, uniendo Aragón a través de su matrimonio. Si la hubiera ganado Juana, entonces España sería la unión de Castilla y Portugal, quedando Aragón, con Cataluña, como otro país peninsular y quién sabe a quién de los dos se hubieran agregado Navarra y Granada. Estas son las bases pero no la creación de España, la cual procede de 1714 cuando en otra guerra de intereses de los ricos (reyes/nobleza) se impuso FelipeV y acabó con la independencia parlamentaria y fiscal de los países de la corona de Aragón, uniendo políticamente sus destinos al resto. Ver en ello el plan de Dios, es al menos tan interpretable como la existencia misma de ese Dios.


Niego que seamos una nación por la gracia de Dios. Somos lo que ha traído el devenir del tiempo histórico. Y si una parte de los habitantes del territorio no se sienten a gusto como españoles es que no lo son de hecho y lo menos que debía ocurrir es que les dejaran expresarse, para que esa decisión tuviese consecuencias. Si luego resulta que una mayoría de ellos se sienten españoles, no hay más que esperar a que vuelva a surgir el deseo de separación para volver a preguntarles. No volverían a sentir resquemor por el centralismo, porque en sus manos está su destino. Así sólo serían españoles los que amaran a España. Y los que no, mejor tenerlos de buenos vecinos, que de compatriotas renegados.


No hay más camino democrático, que la democracia de abajo a arriba. Lo demás es cosa vana.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Neolítico

Ya nada es como antes, pero no podemos seguir así. Esto tiene que cambiar.


En tiempos pasados vivíamos mejor. Hace unas pocas estaciones, los más ancianos de la tribu lo pueden contar, los hombres salíamos a cazar y todo era una fiesta. La preparación de las flechas, lanzas y garrotes, las pinturas rituales, el acecho… Y la alegría de abatir a una gran pieza, como los mamuts, de los cuales nadie ha vuelto a ver ninguno. Cuando llegábamos al poblado, las mujeres y los niños nos recibían con gran alegría y cantaban y danzaban en nuestro honor. Todo lo compartíamos y nadie era más que nadie. El mejor cazador trabajaba para los demás, enseñándonos y corriendo los mayores riesgos. El más fuerte cargaba la pieza a los hombros. El más alegre nos hacía reír a todos. El más locuaz relataba la aventura por la noche alrededor de la hoguera. Todos éramos felices y nadie trabajaba. En esa época, los hombres no trabajábamos, cazábamos, comíamos y gozábamos a nuestras mujeres y ellas a nosotros. Las mujeres, sin embargo, sí trabajaban. Mientras los hombres nos divertíamos en una partida de caza, ellas cuidaban y limpiaban las chozas, alimentaban a los niños, cosían las pieles… Eran las únicas que trabajaban, pero eso les daba valor, y ese valor les era reconocido.

Ahora, desde que llegaron esos extranjeros que nos enseñaron a cultivar el cereal, todo ha cambiado. Ya nada es igual. Y todo ha ido a peor.


Unos acaparadores se adueñaron del terreno y lo cultivaron. La cosecha la guardaron en vasijas de barro cocido y saciaron su hambre, dejando sobrantes, que no quisieron repartir. Armaron a los más brutos, para proteger su cosecha, a cambio de unas migajas de comida. Y como los más brutos suelen ser los más tontos no se dieron a razones. Cuando llegó la estación de los fríos, no quisieron compartir nada, ya que decían que nosotros no habíamos trabajado y lo necesitaban para sus hijos. Pronto olvidaron que mientras ellos cavaban la tierra, nosotros les alimentamos con nuestra caza y no nos importó. Prometimos que nunca lo volveríamos a hacer, pero cuando llegamos con carne fresca, nos apiadamos de su hambre y ellos se ofrecieron a intercambiar unas raciones por su cereal. No nos gustaba esa pasta seca que nos ofrecían, pero hicimos el trato por caridad. Desde entonces empezamos a cazar para ellos y cada cosa empezó a tener su precio. Más tarde nos emplearon en las tareas de cultivo, a cambio de un poco de comida, en los tiempos de escasez.

Ya no hacemos otra cosa, y casi no tenemos tiempo para salir a cazar.

Los acaparadores tienen chozas donde viven junto a sus familias, y nosotros no. Ellos son ricos y nosotros pobres. Los hombres, antes libres, trabajamos ahora como si fuéramos mujeres y las mujeres los prefieren a ellos, porque son ricos, y les ofrecen joyas. Ya no somos iguales. Ya nada es como antes, pero no podemos seguir así. Esto tiene que cambiar. Y va a cambiar, porque nos hemos puesto de acuerdo los desheredados.


Todo está acordado. Entraremos esta noche en sus chozas y los mataremos a todos. No quedará vivo ni un solo acaparador. Tomaremos sus riquezas y a sus mujeres.

Mañana sus hijos serán los que trabajen nuestras tierras.