lunes, 30 de diciembre de 2013

Recapitulando 2013

Se ha acabado el año, ya no hay marcha atrás, y uno de los tópicos de estas fechas es hacer recuento de lo que ha sucedido en los últimos trescientos sesenta y cinco días. Pero es un tópico, y una persona inteligente debe de huir de ellos. Tal vez yo no sea inteligente, porque me apetece meterme en harina. Esa es la razón y no otra.


En este último artículo del año quiero hacer un repaso, pero no del año 2013, ya que habría muchos asuntos que no son adecuados para tratarlos aquí. Soy un zoon politikon como decía Aristóteles, ¿y quién no? Incluso el que reniega de ello y presume de que pasa de la política está haciendo política, al dejar estos asuntos importantes en manos de quien sea; tal vez un generalote que nos ponga a todos firmes. Y no, por eso no paso, soy un político activo, y tengo mi opción, la cual no debo compartir aquí, ya que este blog va de otra cosa. Es el blog de un escritor.

Podía, entonces, hacer un repaso literario al año que concluye, pero no me veo con erudición suficiente. He dicho que soy escritor, lo cual no significa ser un buen lector, ni un entendido en la materia. Tan sólo soy un pobre tipo que tiene cosas que decir y que las escribe y que intenta leer todo aquello que caiga en sus manos que pueda aportarle algo, no para aprender, sino para ser más humano, que es el objetivo de la Literatura. Identificarnos con otros y compartir rasgos de humanidad en nuestro paso por la finita vida en la materia, especulando sobre la transcendencia o no y sobre el sentido, o falta de él, que tiene el hecho de nacer y morir, porque, ya saben mis lectores: “sólo hay hacer y morir, lo demás es cosa vana”.

Cuando inicié este blog, allá por el verano, me propuse escribir regularmente para tratar los temas que me preocuparan como escritor. He emprendido una carrera literaria y por tanto me he hecho una persona pública, por lo cual decidí compartir mis reflexiones con quien quisiera acercarse a ellas. Sin imposiciones, pues tan sólo entrará por aquí aquel al que le dé la gana, y me abandonará en cuanto considere oportuno. Escribo para un potencial de millones de lectores, siendo consciente de que los lectores efectivos serán muy pocos, o incluso ninguno, pero eso no va a modificar la seriedad con que me planteo el proyecto. Esto quedará aquí, y estará disponible para quien quiera.

Es el blog de un escritor, pero no ha de ser un blog didáctico que enseñe literatura. Tan sólo es un espacio de reflexiones inconexas alrededor de los temas literarios que le preocupan a un escritor. Yo. Pero la literatura es tan amplia que abarca todo tipo de temas, desde culturales a políticos, e incluso sexuales. Basta con que me parezcan procedentes.


Así, lo que quería era repasar los temas que he tratado en este año, en que comienzo mi blog, y crear un precedente para continuar haciéndolo en años sucesivos, si mi vida y mi pasión literaria continúan. Para hacer balance, para ser consciente de lo tratado y para poder hacer propósitos para el año que comienza.

Empecé el 26 de agosto, presentándome al mundo, foto incluida, con un post titulado igual que mi novela, que ya estaba en talleres para salir a la luz. Planteé los temas que iba a tratar: hablar sobre literatura, publicar relatos cortos, dar noticia sobre mis éxitos y fracasos… Todo ello en una visión resignada sobre la vida, concluyendo con la frase lapidaria: Ayer nací, mañana moriré, y lo demás no importa mucho.

En el siguiente artículo presenté mi novela, hablando sobre su contenido y adelantando su portada. Continué con un análisis parcial de “La vida en otros tiempos”, donde pretendí romper el mito de que cualquier tiempo pasado fue mejor, y hablé de la violencia.

A continuación traté un tema que me obsesiona, como es la imposición del idioma Inglés, al precio que sea, considerando ignorante a todo aquel que no lo hable correctamente. En nuestros días hasta las guarderías son bilingües, y el bilingüismo es algo pretendido para acabar con nuestro “paletismo” castellano. Y yo me rebelo contra ello. Estoy frontalmente en contra de toda globalización y homogeneización de la vida y la cultura. Me opongo fervientemente a los macdonals y las cocacolas. A las producciones agrícolas extensivas, que generan excedentes que hay que destruir para mantener precios… ¿Por qué cualquier turista nos muestra su arrogancia cuando no le entendemos en Inglés…? Pararé, porque me caliento y volvería a escribir un artículo monográfico. Allí quedó, y me temo que es un tema que volveré a abordar. I don't speak english… porque no me da la gana.


Volví a tratar, de forma más amplia, el tema de la violencia. Un tema que fue la idea que generó mi novela publicada este año y, a continuación, hablé sobre la profesión de novelista.

Ya en el mes de octubre, puse el vídeo publicitario de mi novela, sin más literatura añadida, y publiqué un artículo que contenía una leyenda abulense, redactado años atrás. Mes poco productivo este de octubre, ya que todos los anteriores artículos, menos el primero de agosto, los publiqué en el mes de septiembre.

El mes de noviembre escribí tres artículos, directamente relacionados con lo que para mí ha sido el acontecimiento de este año, la presentación de mi novela el día 7. Primero puse sencillamente unas fotos, luego narré mis sensaciones y, por último, colgué el vídeo con el acto de la presentación.


Y este mes de diciembre, aparte de esta recapitulación, he hablado sobre la novela de un amigo, César Díez Serrano, y realicé un homenaje póstumo a mi admirado profesor del bachillerato, que despertó en mí el amor por la literatura.

Una vez revisado lo anterior, me doy cuenta de que debo enderezar el rumbo. En el 2014 también espero algún acontecimiento, al que daré su espacio, pero me propongo ser más regular, y escribir de forma más sistemática. Alternaré las reflexiones sobre los temas que me interesen, y que crea pueden interesar a los potenciales lectores, con noticias sobre mi carrera literaria y aquello que me propuse en mi primer post, realizar relatos cortos, que me sirvan de ejercicio creador, y que gratifiquen a quienes pinchen en el blog de un escritor. ¡Ostras, tal vez pueda recopilarlos luego en un libro…! Y venderlo… Y hacerme millonario… De euros, no de pesetas, claro.

Bueno, que en diciembre de 2014 daré cuenta de todo ello de nuevo. Espero que se me perdonen mis carencias de 2013, por la inexperiencia, y que el año que entra sea para todos propicio a cumplir vuestros deseos.

Y termino sin haber hablado de la crisis, pero dejo constancia en estas últimas líneas de que la sufrimos y, siendo políticamente incorrecto, acuso al neoliberalismo de su creación artificial para empobrecer a la masa trabajadora en beneficio del crecimiento de las grandes empresas: Las multinacionales, que manejan a los gobiernos y que en la publicidad nos seducen y en el día a día nos están arruinando.

(Esta foto es de La Alberca, del verano de 2012. D.E.P.)

lunes, 16 de diciembre de 2013

Homenaje póstumo a Jacinto Herrero

Hoy, que ya no escuchas, te digo aquello que nunca te dije. Porque yo era joven, porque era inexperto, pero sobre todo porque era tímido y quería pasar desapercibido, que nadie supiera de mi existencia, que nadie reparase en mí, para que nadie pudiera dañarme.

Tú me abriste los ojos y me hiciste saber que existen pensamientos elevados, que las palabras son instrumentos de gentes sabias que las combinan y pueden crear belleza con ellas, recrear historias que nos hablen de nosotros los lectores, dignificar un idioma, despertar corazones.

Te fuiste hace dos años, pero no te has ido, porque estás en el recuerdo.

Te conocí durante cuatro cursos, que pasé bolígrafo en mano tomando notas, como en la universidad, nos decías. “Debéis empezar a entrenaros, porque luego no tendréis libros de texto, tan sólo un profesor y su sabiduría”. Y tú de esta estabas sobrado.

En los primeros tiempos nos pediste que escribiéramos un poema: “¡Oh, Morfeo, que sueñas nuestras vidas…!” Leíste en alto, esto o algo parecido, haciendo hincapié en que no revelarías al autor, para no avergonzarle. Pero me avergoncé de que tú sí supieras que era yo. Entonces no comprendía, pensaba que eso era poesía, sólo palabras grandilocuentes y sonantes, que hablaran de mitología. Aún así alabaste la cultura del impúber osado que tal escribiera, sin saber que yo conocía al dios mitológico por los chascarrillos de los tebeos.

Metido en mi invisibilidad, escuché con los ojos y vi con los oídos a partir de entonces, pues quise aprender de quien tanto sabía y me enamoré de la literatura, un amor platónico que aún mantengo, aún sin saber durante mucho tiempo que quería ser escritor. No, yo quería ser dibujante o pintor. Los tumbos de la vida, y mis pocas facultades plásticas, me han hecho escritor. Sí, ya lo dije una vez, soy escritor porque escribo.

Te confieso una cosa que nunca supiste, yo me iba a la “Casa de la Cultura”, tomaba tu “Tierra de conejos” y la copiaba a bolígrafo en cuartillas, verso a verso, para poder llevarme tu libro a mi casa y tenerlo siempre. Esas letras impresas eran de un escritor al que yo escuchaba todos los días. Yo era un privilegiado.

Recuerdo cómo algunos días nos leías en voz alta, impostando la voz de los personajes, variados pasajes de lo mejor de la literatura castellana. Era un deleite y la mejor iniciación a la lectura que puede tener cualquier persona.

Cuatro años empapándome de tu sabiduría, en un BUP de letras puras y en un COU con Griego y Latín, me hicieron menos ignorante. ¿Pero tú te diste cuenta de que yo estaba en tus clases? Supongo que sí, según una segunda anécdota elegida de los tiempos postreros para compensar la otra de los inicios. Nos habías encomendado el día anterior un comentario de textos y pediste, alumno tras alumno y alumna tras alumna, en el Dioce ya había chicas en las clases de COU, que expusiéramos nuestro trabajo. Uno tras otro, demostraron su ignorancia, o el hecho evidente de que no habían trabajado en casa. “Venga, hazlo tú y acabemos. Lúcete ante estos patanes”. Fue un halago, ya sabías que yo existía y además confiabas en que era de los buenos. Me emocioné y me enorgullecí, pero yo tampoco lo había preparado, la verdad es que no me enteré de que teníamos que trabajar ese texto: ¡Qué narices estaría pensando! Así que improvisé, fiándome de mis conocimientos. Quedé tan mal como el resto y tú volviste a decepcionarte por unos pupilos tan ineptos. ¡Qué juventud! ¡Qué futuro le espera al país!

Pero luego las notas sí que me valoraban. Yo era de los buenos, a pesar de todo…


Hasta hace poco más de cinco años no se me había ocurrido convertirme en escritor. Siempre he sabido que se me daba bien la expresión escrita, pero no me había planteado que pudiera escribir algo que interesara a los demás.

                En mis estudios de bachillerato tuve un maestro excepcional que me despertó el interés por la literatura. Se trata de Jacinto Herrero Esteban que falleció justo hace dos años, el 19 de diciembre de 2011, y era un excelente poeta que aún no ha sido reconocido con el mérito que tiene. Su erudición y su amor a la literatura encandilaban, siendo sus explicaciones auténticas clases magistrales que bien podían haberse impartido en una facultad universitaria. No sólo hablaba de los autores más prestigiosos, a los que conocía en persona, como Dámaso Alonso, Jiménez Lozano o Ernesto Cardenal, sino que él mismo tenía libros publicados, lo cual deslumbraba a unos adolescentes de una pequeñísima capital de provincias.

                Hay que valorar y poner en su justa medida la importancia de un buen maestro, que es el que sabe motivar a los alumnos y les abre los ojos al mundo fascinante de la literatura. Recuerdo que él siempre prestigiaba la palabra “maestro” como la más hermosa, y superior a la de “profesor” que por entonces se imponía sobre la otra, al estar en plena implantación el plan nuevo educativo que trajo la E.G.B., el B.U.P. y el C.O.U.

                Además de su erudición literaria nos facilitó un arma poderosísima para entender la literatura como es el comentario de textos. Nos enseñó a manejarlo y con él a entender a los autores y a lo que querían decir. Sus análisis eran profundos y brillantes y nos hacían ver lo que  superficialmente no se veía. La técnica de comentarios de textos que nos enseñó me ha servido el resto de mi período de estudios y de lecturas.

               Con él leí lo más importante de la literatura clásica castellana, fundando la base para entender la literatura contemporánea. A partir de entonces mis lecturas han sido anárquicas, pero de vez en cuando he vuelto a los clásicos y a completar las lecturas que me faltaban y que me hacen comprender que nunca llegaré a tener el amplio conocimiento que él tuvo.

¿He dicho que era cura? Es igual, no importa, no se le notaba.

lunes, 9 de diciembre de 2013

El misterio de Ana Bolena de César Díez Serrano


“César Díez Serrano es un ingeniero informático poco común”, así se presenta este autor a los lectores en su primera novela titulada “La edad de Acuario”. Y es poco común, no porque sea un ingeniero dedicado a la literatura, ya que no es infrecuente que médicos, arquitectos u otros intelectuales de la rama de “las ciencias” se dediquen a “las letras”. Las “ciencias” son una preparación técnica para desarrollar en todas sus facetas la complejidad del mundo actual, mientras las “letras” son propias del humanismo del que todos participamos, los científicos y los que no lo somos.

Yo, que tengo la suerte de conocerle, sé que César es poco común por su entusiasmo. Ha decidido dedicarse a escribir novelas de misterio y aventuras y lo hace poniendo toda la carne en el asador. Es inquieto y se mueve, habla con librerías, toma contacto con otros escritores, participa en todo aquel evento que le convoca, programas de radio, congresos de escritores, presentaciones de novelas suyas y de otros, ferias del libro… Y si hace falta ir a Londres a presentar su saga, toma un avión, que no es para él un placer, y se va. Lleva el nombre de Ávila por todas partes y reivindica la narrativa que se realiza en nuestra ciudad, pequeña capital llena de escritores, poetas, novelistas…

Es decir, creé en él y en lo que hace, y no quiere dejar pasar ocasión de hacer que la gente se entere de que existen sus novelas. Y tiene razones para creer en él, ya que escribe de una forma cercana y logra transmitir emociones en una saga que va ya por su segunda entrega.

Con “La edad de Acuario”, nos presentó a unos personajes que hablaban con su propia voz y que se dirigían en primera persona a un interlocutor con el que compartían los sucesos cotidianos y otros hechos no tan usuales que les acontecían. De forma fresca nos trasmitían ideas y sensaciones, mientras ocurrían unos acontecimientos que constituían una trama de policíaca y de intriga. Con ello conseguía que el lector formase parte de la novela, siendo interlocutor de los personajes. Cada uno de nosotros podíamos considerarnos el amigo confidente y ser partícipe de las andanzas de los protagonistas en los paisajes londinenses que tan bien demuestra conocer César. Pasamos así con ellos quehaceres cotidianos, sus pasiones, sus gozos y sus miedos.


“El misterio de Ana Bolena” es la continuación de la novela anterior. Nadie se puede llamar a engaño, pues así se promociona. Pero no es necesario haber leído la primera parte para disfrutar de una trama nueva y completa. Los enigmas de “La edad de Acuario” quedaron resueltos, pero el autor retoma a uno de los personajes y lo devuelve a los mismos escenarios un año después, con una componenda nueva que surge a partir de la anterior y un nuevo misterio que llevará al lector a volver a recorrer las calles de Londres y a visitar también las de París, dos ciudades muy distintas, pero con muchos puntos en común. De la nueva trama nada descubriré aquí, pues invito a los potenciales lectores a que la descubran por sí mismos. Intentaré hablar de la novela sin desvelar su argumento.



Tras una relación conflictiva y apasionada de los dos protagonistas de la primera parte de la saga, César opta por uno de ellos, Marcos Guillén, que será el que regrese al periódico londinense Gloucester Post, para prestar ayuda en la solución a los problemas que se abrieron con el comportamiento de su anterior directora, Keira Kingston, implicada en los sucesos de la trama de Acuario. En un arriesgado salto, César, prescinde de la pija Carla García, la cual, a pesar de sus defectos, contaba también con algunas simpatías, ya que sus personajes no se enmarcan en el espectro maniqueo, sino que tienen sus luces y sus sombras. Pero sigue utilizando dos voces narrativas y para dar un contrapunto a Marcos, que continúa narrando los hechos en primera persona, se introduce otro personaje femenino, Chelsea Hart, una reportera de televisión con un carácter difícil y que comienza chocando con la actitud ingenua de Marcos.

En esta segunda entrega, César, hace hincapié en la diferenciación de personalidad de los dos protagonistas que, alternando sus voces, nos llevarán de la mano como confidentes en la resolución de unos misteriosos crímenes que traen de cabeza a Scotland Yard, y al Gloucester Post, periódico que quiere limpiar la imagen que le dejó su anterior directora.


A partir de ahí, el lector se deja llevar con facilidad por unas situaciones bien narradas y unos paisajes que traerán recuerdos a los que los conozcan –yo he estado en París– y acercarán su comprensión a quienes no los hayan visitado ninguna vez –nunca he estado en Londres–, haciéndolos cercanos a unos y otros.

Los españoles nos vemos  reflejados en ese Marcos, incomprendido en el extranjero y en las costumbres foráneas no bien entendidas por nosotros. Se nota que César ha pasado por muchos de los contextos por los que transitan sus personajes. Me refiero, claro está, a los sucesos más triviales, no a los policíacos que desarrollan la trama. El libro huele a fish and chips y a moules avec des frites. Escucharemos la lluvia de Londres y el ambiente de los cafés parisinos. Veremos a los bobbies londinenses y a los pintores del Sacré Coeur. Y todo ello sin ser conscientes, hasta que no acabemos la lectura, al igual que no lo sentimos mientras realizamos un viaje, sino más bien con el recuerdo de haberlo realizado.

César nos plantea puro entretenimiento y así debemos abordar su novela, sin más pretensiones, que ya son bastantes. Nos presenta a unos personajes con los que podemos identificarnos y a otros que hemos encontrado alguna vez en la calle.


Aconsejo que lean El misterio de Ana Bolena a aquellos que disfrutaron con la Edad de Acuario, y a los que no, que la lean también y, si les acaba gustando, después que busquen la Edad de Acuario. Se les hará corta. Recomiendo de igual forma, a aquellos que estén en Ávila, que vayan el próximo sábado, 14 de diciembre, a las ocho de la tarde al Episcopio, para escuchar a César y comprender que su obra surge de su sueño de escritor poco común... Poco común, no por ser ingeniero informático, sino por su inquietud intelectual, su ilusión creadora y su calidad humana.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Lo que el ojo vio y el oído oyó

Han pasado ya dos semanas y, para quién no haya tenido oportunidad de verlo, inserto aquí el vídeo de la presentación de mi novela. ¿Me miro mucho el ombligo? Creo que sí y me avergüenzo de ello, por lo que pido disculpas. Tal vez sea que esta semana no tenga nada de lo que hablar. Tal vez que lo ocurrido el 7 de noviembre sea muy importante para mí. Tal vez. Lo que es seguro es que, a pesar de todo, no me veo guapo, pero me gusta verme.


viernes, 15 de noviembre de 2013

Mis sensaciones

Me sugiere un amigo –gracias Juan– que escriba sobre mis sensaciones en lo que ha sido la primera presentación en público que he realizado sobre una creación mía, de la cual he publicado algunas fotos en el anterior artículo. Y aquí estoy con esa intención, sin saber si luego me arrepentiré por “desnudarme” así en público. Pero, en fin, quiero ser escritor y la sinceridad es una de las premisas para ello.


Puse las fotos anteriores ­–de Fernando Román aquellas y estas– para que mis amigos, o simplemente aquellos que sigan mi blog, tuvieran un primer acercamiento a lo que fue el acto. Aquí viene al pelo esa frase tan manida de que más vale una imagen que mil palabras, pero bueno, tal vez para relatar sensaciones son mejor las palabras, así que, tras las imágenes aquí están las palabras y, con ellas, mis impresiones. Dentro de poco podré colgar el vídeo que mi amigo Bruno Coca gravó del evento, por lo cual, antes de verlo y cambiar mi opinión sobre lo ocurrido, me tiraré al charco.

Como nunca antes me había visto en nada semejante, no sabía lo que podía dar de mí. Desconocía si sería capaz de hablar en público, tartamudearía o me quedaría en blanco, deseando que la tierra me tragara. Así que sí, fui con mucho miedo escénico. Para conjurarlo traté de cubrirme las espaldas contando con el apoyo de dos excelentes personas que hablarían antes que yo y, al menos, agradarían a los asistentes si yo no lograba hacerlo. También he de decir que preparé todo lo que pude mi “discurso”.

Otro miedo a sumar al anterior era estimar si mi convocatoria sería atendida por mucha gente, o si me vería solo ante cuatro amigos que no habrían sabido excusarse de ninguna manera para no ir. Mucho sopesé el error de convocar a todos en un espacio tan grande como el Auditorio del Palacio de los Serrano, con ciento cuarenta cómodos asientos, que podrían parecer excesivos si llegan a venir cincuenta personas, las cuales habrían abarrotado un lugar más pequeño. Pero la ambición, o la inconsciencia, me llevaron a solicitar esa sala, tan hermosa y que tan generosamente fue puesta a mi disposición. Ya todo estaba hecho y había que afrontar las consecuencias.

¿Tanta gente acudiría a la presentación de la novela de un escritor novel? ¿No se echarían para atrás para no verse intimidados a comprarla? ¿Crearía en alguien el interés por leerla? ¿Vendrían personas que yo no conociera? ¿Acudirían los medios de comunicación?

El caso es que la antelación con la que yo llegué, y el hecho de cuidar los preparativos –disponer el ordenador para proyectar un vídeo, atender a los que iban llegando, elegir el lugar desde donde hablarían mis acompañantes, y yo mismo, colocar unos libros en la mesa que no nos taparan, etc.– me tuvieron distraído y, cuando un periodista me pidió una entrevista, vi que prácticamente era la hora de empezar el acto y aún no se había llenado media sala. Bueno, es suficiente, pensé y nos apartamos de los que iban entrando para dialogar con tranquilidad. Me concentré tanto en las respuestas que, cuando levanté la vista, me di cuenta de que el auditorio se había llenado casi por completo. Luego vería, desde la mesa, que el completo fue total y aún hubo personas que aguantaron todo el acto de pie.


Sorprendentemente estaba tranquilo. Tal vez porque no pude pensar más y esto me salvó. Me dirigí a la mesa, saludando a los amigos según pasaba, y de seguido nos sentamos, interviniendo en primer lugar Serafín de Tapia. Genial, como siempre que lo he escuchado hablar en público. Después habló de forma amena Jesús García Yuste. Yo casi me olvidé de dónde estaba, concentrándome en sus palabras y en lo que de mí y de mi obra decían ambos.


Llegó mi turno y, tal como tenía preparado, me dirigí al ordenador y puse el vídeo. Se trataba de un booktrailer de tan sólo dos minutos, que me hizo la empresa abulense 4soundandvid y que parecía una pequeña película de cine. ¿Aplaudieron? Creo recordar que sí, que aplaudieron la película y después comencé yo a exponer lo que me había preparado. Con la chuleta delante, pero tratando de no mirarla. Mi voz se templó poco a poco, encontrando la calma.

Hice una pequeña perorata sobre la gestación de la novela y, por arte de magia, de los hados, del Destino o quién sabe de qué –una amiga me apuntó que para los celtas los números 7 y 11 eran de buena suerte y estábamos a 7 del 11–, conecté con los asistentes y, sin darme cuenta, concluí. ¿Diez, quince, veinte minutos? Lo ignoro. Para mí, fue un instante. Luego abrimos un espacio para que nos hicieran preguntas, respondiéndolas desde la mesa.

Y fin.




¿Todo fue así, según lo recuerdo? Lo comprobaré en cuanto vea el vídeo. El caso es que no me podía creer que todo transcurriera tan plácidamente. No puedo olvidar que, en los primeros momentos en que comencé a hablar, vi cómo mi hija y mi mujer, que estaban en la primera fila, se daban la mano para conjurar el miedo por lo que yo iba a decir. Por que no pudiera decir nada, más bien. Luego he bromeado con ellas: “¿Estabais asustadas porque no confiabais en que pudiera hablar? ¡Je, je!”.

La firma de libros aceleró mi corazón. Se desató la tensión y, en esa media hora recibiendo a personas que hacían cola, que esperaban sólo para que yo les estropeara su ejemplar garabateándolo con un bolígrafo –dedicatoria lo llaman–, sufrí unas sensaciones contradictorias. Alegría, porque no podía creérmelo, y nervios, porque no podía creérmelo. Poco después, ya fuera de allí y tomando una caña con los amigos, estuve a punto de vomitar. Logré disimularlo, pero la tensión tardó en pasarse. Apenas dormí por la noche.

Ya ves, Juan, esto es lo que sentí. Pero si alguien te dice que actué como un orador consumado, no se lo desmientas, tal vez fue como él lo vio y no como yo lo recuerdo.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Presentación del 7 de noviembre

Cuando comencé este blog, me propuse escribir en él con regularidad, pero no me ha sido posible. El estrés de los últimos días, por la presentación de mi novela, me ha tenido ocupado y no me ha dejado tiempo para otras cosas. Intentaré, a partir de la próxima semana volver a escribir con regularidad. En esta tan sólo voy a poner unas cuantas fotos de la presentación, excelentes imágenes tomadas por Fernando Román. Me acompañaron en la mesa Serafín de Tapia y Jesús García Yuste.











domingo, 13 de octubre de 2013

Va una de leyenda

Hace algunos años escribí este texto, que no llegó a publicarse, para una revista de turismo. Aprovecho para darlo a conocer ahora, por la relación que tiene con mi novela. Se trata de mostrar un bonito rincón de Ávila a través de una leyenda que ha sido recogida por otros autores, y que es muy conocida en Ávila.

La Calle de la Vida y la Muerte


Ávila de los Caballeros, de fundación medieval, aunque con antecedentes calcolíticos, celtas, romanos y visigodos recibió tal denominación por la ciudad vetona y por la caballería villana que albergaron sus muros. La hidalguía abulense procedía en gran parte de esa gente que arriesgaba su vida y su hacienda al repoblar una zona fronteriza y de los cuales eran caballeros aquellos que contaban con un caballo y pertrechos para ir a la guerra, diferenciándose de la antigua y anquilosada hidalguía leonesa.

Eligiendo entre los abundantes rincones singulares de Ávila sobresale por su arquitectura, leyendas y misterio la calle de la Cruz Vieja o de la Vida y la Muerte. Ésta es una vía típica de la época del renacimiento. Oscuro callejón estrecho y recóndito en pleno centro de la ciudad, en su parte más alta, que ciñe el perímetro de la Catedral por el suroeste, bordeando su claustro gótico. La calle está de espaldas a la zona noble de la fachada catedralicia, la cual se rodea de palacios civiles y episcopales. De forma sinuosa recorre las paredes del claustro en un estrecho zig-zag. El claustro se remata en lo alto con robustos machones y bellas cresterías atribuidas a Vasco de la Zarza y a Viñegra.

Se elevan enfrente de la Catedral, al comienzo de la calle, los muros del palacio de los Valderrábanos, con sus huertos y corrales. Continuando la fachada del claustro se sitúa la puerta del Noveno, noble entrada en piedra que da acceso a un patio anejo a la Catedral, con un arco de medio punto y las grandes dovelas características de los palacios renacentistas abulenses. La calle se completa con otras construcciones de menor entidad, y desemboca en la plazuela del desaparecido Alcázar.

Un nombre tan enigmático –la Vida y la Muerte– se justifica por dos medallones superpuestos, esculpidos en las cresterías del claustro y visibles desde esta calle. Representan una calavera con descarnados brazos sujetando una guadaña y abrazando a un doncel, simbolizando la Muerte y un busto de una joven que simboliza la Vida por contraposición.



También fue denominada calle de la Cruz Vieja, por una antigua cruz de madera colgada en un recodo. Era corriente en épocas pasadas, que en los callejones inhóspitos aparecieran elementos de devoción para persuadir a los hidalgos de dirimir sus diferencias en estos lugares apartados, cuando no de evitar que los rufianes cometieran zafiedades o simplemente aliviaran sus necesidades físicas.

Una calle como esta, escondida, sinuosa y mal iluminada se prestó, sin duda, a servir de escenario a las disputas y retos de honor de los fogosos caballeros abulenses, que protagonizarían granados lances de capa y espada. Como ilustración de ello rescataremos una leyenda que da sabor y ambiente a este singular espacio.

Cuenta la leyenda, tal vez historia, o historia revestida de leyenda, que el pintor, residente en la ciudad, Cristóbal Álvarez  hacia 1520 se dedicaba a restaurar los retablos de la catedral y, en una de sus tablas, plasmó en secreto el rostro de su amor platónico doña Beatriz Dávila, hija del Capitán General de los ejércitos del Emperador Carlos V.

El pintor acudía todos los días a la catedral a observar el rostro de su amada, como si de una devoción religiosa se tratara. Pero su secreto fue pronto descubierto por un rival en el cortejo de la dama, un vástago de la noble casa de Los Águilas. La disputa sangrienta entre los rivales se produjo en los recovecos de la calle de La Cruz Vieja, donde el pintor acabó con la vida del hidalgo, teniendo a continuación que abandonar la ciudad huyendo de la justicia y la venganza.


De Cristóbal Álvarez se dice a continuación cómo en tierras flamencas, donde se había alistado como soldado, se encontró con el nuevo prometido de doña Beatriz, quién reconociéndolo estuvo a punto de matarlo, en una desigual pelea. Pero quiso la suerte que, cuando Cristóbal esperaba la estocada que iba a poner fin a su existencia, el prometido de doña Beatriz echara en falta una joya, regalo de su madre, perdiera la concentración, aplacase su cólera y perdonase la vida al pintor. Cristóbal, que no llegó a escarmentar por el suceso, regresó a Ávila con la intención de conjurar su obsesión forzando a la dama. Pero este acto fue impedido por un hecho sobrenatural. Cuando el pintor acechaba a doña Beatriz, sentado sobre un sepulcro a la puerta de la basílica de San Vicente, se apareció el fantasma del abuelo de su amada, ya que era suya la tumba. El espectro le pidió seriamente que no llevara a cabo su propósito.

Cristóbal había estado tres veces entre la vida y la muerte a causa de una dama. Primero en la calle de la Cruz Vieja, donde triunfó, enviando al otro mundo a su rival. Más tarde salvando su vida en Flandes, cuando ya la daba por perdida. Por último cuando un ser de ultratumba le reconvino de cejar en su felonía.

                                            (Óleo sobre lienzo de Cristina Medina García)

Y, esta vez sí, el susto llevó a Cristóbal a recapacitar y replantearse su existencia, decidió la vida ascética y se retiró del mundo en el monasterio abulense de San Francisco. Se cuenta que desde allí encargó a un escultor amigo suyo la ejecución de los dos medallones pétreos que dieron a la calle la denominación de la Vida y la Muerte, y que dan sentido y significado a este singular tramo urbano, con la filosofía duramente acrisolada de un amante despechado.

Ávila, marzo de 2003        
Cristóbal Medina Montero


sábado, 5 de octubre de 2013

Booktrailer

Queda todavía un mes para que presente mi novela, pero no me resisto a enseñar en este blog el vídeo –o booktrailer– que me ha hecho la empresa abulense 4sound&vid . Es genial, espero que os incite a la lectura y que luego ésta no os defraude. Poned a tope los altavoces, son sólo dos minutos:


Perdonadme que esta semana no me coma el coco con algún tema peregrino, como la violencia, la profesión de novelista o del aprendizaje del Inglés.

Y, como de promoción va la cosa, os dejo aquí un enlace a mi página web: http://cristobalmedina.es/ . Y una invitación para que  os sirva de recordatorio para acudir a la presentación:



P.S.: Soy totalmente incoherente, es uno de mis múltiples defectos, por eso el título de esta entrada está en la lengua del Imperio.

sábado, 28 de septiembre de 2013

La profesión de novelista

Alrededor de la palabra Literatura hay una carga connotativa intelectualoide que la aparta a empujones de la “gente normal”. Ahí  podría estar la explicación de por qué no lee la mayoría de la población.

Daré un pequeño rodeo para poder explicar mi teoría al respecto.

La Historia del Arte, y también de la Literatura, ha dado en el siglo XX un salto cualitativo que la ha apartado del común de las gentes. Hasta entonces el arte iba directamente hacia la sensibilidad de la muchedumbre no preparada. En el Románico, por ejemplo, se intentaba catequizar a los ignorantes escribiéndoles la Biblia en piedra. Sus iglesias eran libros donde, en imágenes, leían los dogmas de la fe, lo cual no iba en contra de que esas obras fueran bellas.  El Gótico dio naturalismo a las imágenes, acercándolas a la realidad y el Renacimiento, todavía bastante teocéntrico –a pesar de sus genes antropocéntricos– idealizó las figuras de santos, vírgenes y cristos, humanizándolas posteriormente el Barroco que, en lugar de hacer a los hombres santos, convirtió a los santos en hombres, sucios y con sus defectos, haciendo explícito, por ejemplo, lo más escabroso de la tortura y muerte de Jesucristo.

(Panteón de San Isidoro de León)

El arte Neoclásico fue un lavado de cara de los excesos barrocos, de tipo academicista y el Romanticismo fue un neoclasicismo desbordado de “pathos”.

Hasta aquí, todo era perfectamente seguido y entendido por gentes no formadas, ni preparadas, que son la gran masa de la población. Pero, ¡ay!, llegaron los Impresionistas y desde ellos se abrió una fractura entre arte y pueblo llano que no ha hecho más que crecer hasta nuestros días. Los impresionistas acabaron con los colores de la naturaleza, dando pinceladas sueltas de tonos fuertes que no se mezclaban en el cuadro, sino en la vista. Los cubistas acabaron con la forma naturalista, y los abstractos con la forma en general. Ya no tenemos color natural, ni nada que nos diga qué es lo que hay en un cuadro. Perdón por centrarme en las artes plásticas, pero es que quiero resumir, para llegar a donde quiero llegar.

(Duchamp)

Apareció Marcel Duchamp y descontextualizó unos objetos ya fabricados, diciendo que el artista no es un mecánico que fabrica cosas, sino un compositor. Más tarde el arte conceptual y las perfomances nos dijeron que para que haya una obra de arte, ni siquiera tiene que haber algo material, ni tampoco es necesario que perdure en el tiempo.

A grandes brochazos he intentado dar una visión de la dialéctica que ha llevado el Arte contemporáneo, que no ha hecho otra cosa que buscar una respuesta a la pregunta de ¿qué es el Arte? Por su misma intelectualidad, se ha apartado del común de las gentes no “ilustradas”. Con todo esto se llegó a la conclusión de que si lo entendían las grandes masas no era arte o no tenía calidad. Creo que lo mismo ha pasado con la Literatura y, así, se puede hablar de una literatura culta que, por supuesto, no debe entender el que no tenga estudios, y una literatura popular que no tiene ni pizca de calidad y que es para consumo de ignorantes, los cuales igual leen a Dan Brown que toman una Coca-cola: dos cosas que no dejan ningún poso de enriquecimiento personal. Y esto es así, pero creo que no tiene por qué serlo.

Quienes apuestan por esta separación no tienen ningún reparo en aceptar que libros como El Quijote, El Lazarillo de Tormes o La Celestina son obras cumbres de la Literatura española y universal. Pero, ¿por qué? Pues porque el envejecimiento del lenguaje las ha distanciado de los lectores populares que eran la gran mayoría en origen. Sí, estas obras y otras muchas eran leídas –o escuchadas– por gentes ignorantes que lo único que sacaban en claro era puro entretenimiento, lo cual no mermaba su calidad. Luego vinieron los eruditos que las estudiaron y nos hicieron ver sus valores literarios, culturales e históricos. Pero Cervantes quería escribir algo que entendieran muchos, para que su libro fuera muy vendido. Si, aparte de ello, inventó la novela moderna y nos transmitió una imagen personal de su forma de entender el mundo, pues mejor. Pero primero es la historia narrada y luego la forma literaria. Sin la primera, no hay más que palabras huecas, por muy bellas que sean.

Estoy de acuerdo en que Dan Brown es pura porquería, y mucha de la literatura popular también, pero la literatura popular no tiene por qué ser porquería.


Aquellos narradores que se conformen con lograr bestsellers, sin importarles la calidad de sus escritos, son libres de hacerlo, pero que sepan que la posteridad les enterrará en el olvido de lo que no merece la pena. Aquellos otros que adopten la postura de escribir para las minorías eruditas, están en su libertad de hacerlo, pero que sepan también que no es necesario y que esto no les garantiza, en ningún modo, el paso a la posteridad.

Yo entiendo que el oficio de novelista, o narrador, es en primer lugar el de un contador de historias, que debe aprender el arte de saber comunicar, utilizando los artificios propios de su labor, sin preocuparse más que de ser entendido por aquellos a los que le interese llegar. Luego vendrán los teóricos, eruditos y expertos, que sabrán colocar su obra en una escuela determinada, de acuerdo a una etapa histórica y podrán extraer unos valores literarios derivados de su forma de narrar… Los escritores del Romanticismo escribieron odas desaforadas porque era lo que les pedía el cuerpo. Estoy seguro de que Espronceda no se planteó que como el Neoclasicismo había enfriado al Renacimiento por luchar contra los excesos del Barroco, había que darle color y sangre. Él vivió lo que le vivió empapándose de lo que le rodeaba e hizo lo que le salió de la... pluma de escribir. Los barrocos no tenían ni idea de que su arte se iba a denominar así, tan sólo tomaron las lecciones del Renacimiento y trataron de mejorarlas como ellos supieron. Tampoco los renacentistas quisieron evolucionar el Gótico, sino que vieron a éste como arte bárbaro e intentaron hacer las cosas de una forma más natural y proporcionada. Es decir, hicieron crítica de lo que se hacía a su alrededor e intentaron hacerlo ellos mejor: ésta es la única tarea del creador.

Creo que el oficio de narrador es llevar de una forma honesta la tradición de entretener a las gentes de su tiempo, con historias que animen a la lectura, en lugar de disuadir. Y el “oficio” de lector consiste en abrir un libro y, si en pocas páginas no le encuentra atractivo, cerrarle y abrir otro, que la vida es muy corta y no merece la pena perder el tiempo.

(Esta foto es irónica y que cada uno piense lo que quiera)

sábado, 21 de septiembre de 2013

El tema de la violencia

Ya he tratado en un artículo anterior –La vida en otros tiempos– la crueldad de las épocas antiguas. El tema de la violencia ejercida por el ser humano no deja de ser controvertido y, si queremos establecer en los tiempos antiguos una violencia sin límite, habrá quien nos recuerde que en nuestros tiempos se han cometido los mayores horrores de la Historia de la Humanidad, y no carecerá de razón: los campos de exterminio nazis, las dos bombas atómicas lanzadas sobre ciudades habitadas, la limpieza étnica llevada a cabo en las guerras de los Balcanes, el gas mostaza de Vietnan o de Siria, los asesinatos a machetazos en la sucia guerra ente hutus y tutsis, la aplicación de la ley islámica por un padre que castiga con la muerte, aplicándola él mismo, a su hija “adúltera”… No acabaría. Aún así benditos tiempos actuales.

                                                Hiroshima, 1945

Cualquiera puede caer en la más atroz violencia por un simple calentamiento en una discusión de tráfico y, con una pistola al cinto, convertirse en asesino. ¿Qué nos pasa?

Lo cierto es que podemos clasificar a las personas en dos categorías: los compasivos y los que no tienen empatía por los demás –siempre puede hacerse esto: los guapos y los feos, los ricos y los pobres, los calvos y los que tienen pelo…–. Hay personas tan sensibles que no pueden evitar derramar lágrimas cuando son testigos del sufrimiento de alguien, incluso aunque ese alguien esté muy lejano en el espacio o en el tiempo. Y hay personas tan insensibles que no tendrían ningún desasosiego en castigar a un ladrón cortándole la mano con un machete. Lo único que retiene a éstos individuos de actos crueles es la represión por la ley y la adaptación a una sociedad donde los demás no verían bien su crueldad natural, pero si la sociedad lo permite, o no lo ve, no tienen ningún problema.

Este tipo de gente eran los adalides de las batallas de tiempos antiguos, cuando además se los recompensaba por su valentía. Y ahí es donde quiero ir a parar, de nuevo a los tiempos antiguos. Cuanto más atrás vamos en la cultura, más permisiva es ésta con la violencia. En la Edad Moderna se podía cortar públicamente la cabeza a los reyes o a los ladrones, en la Edad Media no había inconveniente en quemar vivos a los herejes, en la Edad Antigua se celebraban espectáculos de gladiadores y de fieras, con la muerte animal y humana como ingredientes de diversión y en la Prehistoria no cabe duda de que se practicaba el canibalismo...

La evolución de la Historia nos ha puesto en un contexto en que todas estas cosas no son ya aceptables. Incluso el maltrato animal, simbolizado en las corridas de toros, tan sólo es defendido por una minoría, cada vez menor, de personas –y casi todas en nuestro país por lo que parece que son más, al tenerlos cerca–. Que no se engañen, son cuatro y en vías de extinción, gracias a la indudable evolución ética.

Pero cuando los historiadores, o los novelistas, echamos la vista atrás y tratamos de ambientar nuestras obras en tiempos pasados, de ninguna manera podemos juzgar con criterios actuales las aberraciones ocurridas. Además, debemos medir por el mismo rasero todas estas aberraciones, ya que las ideologías previas nos llevan a tratar a unas de forma indulgente y cargar las tintas en otras.

Como la novela que he escrito trata el tema de la conquista de América, he leído variados trabajos que me han hecho patente esta manipulación ideológica, ya que los investigadores que se han acercado los hechos desmienten clichés. El historiador pretende, siempre que no sea él mismo protagonista de lo que cuenta –recordemos las Guerras de la Galia de Julio César–, ser objetivo y no he encontrado diferencias entre las opiniones de extranjeros –Hugh Thomas, W.H. Prescott–, españoles –Guillermo Céspedes del Castillo– o mexicanos –Miguel León-Portilla–. Si bien la leyenda negra que comenzó allá por el siglo XVI, perdura hasta nuestros días, pintando unos conquistadores mezquinos y feos, ataviados de coraza metálica, masacrando indios indefensos y a unos religiosos fanáticos crucificándolos, mientras los nativos vivían en la más pura conexión con las leyes de la naturaleza y la bondad inocente.


Pero, de nuevo, me ocupo de llevar la contraria a la opinión general. Aunque antes debo aclarar que yo, desde luego, aborrezco todas las guerras de conquista, pero por ¿qué unas son buenas –celtas, romanos, Reconquista…– y otras son llevadas a cabo por perversos, morenos, fibrosos, intolerantes y crueles españoles? Una guerra de conquista en nuestro siglo es una aberración, y en los siglos pasados también lo es… pero para nosotros, no lo era para ellos. Así los aztecas estaban orgullosos de haber conquistado el país mexicano, al igual que los castellanos en derrotar a los aztecas. Para nuestro siglo el comportamiento castellano fue salvaje: Cortés quemó los pies a Cuauhtémoc para que le dijera dónde escondía los tesoros, masacró a la población de Cholula como castigo cuando se vio metido en una emboscada, al igual que no tuvo reparos en colgar a castellanos disidentes o cortar los pies al piloto de uno de sus barcos, por participar en una trama de traición. Pero que nadie me diga que todo lo sufrieron los pacíficos aztecas. Esos que tenían un zoológico con todo tipo de fieras encerradas, además de personas deformes o mentalmente retrasadas, esos que en todos sus templos diariamente sacrificaban a hombres, mujeres o niños para que el sol no dejara de salir y que sacrificaron en  1487 en cuatro días a 35.000 personas –por tomar una cifra media, ya que los historiadores no se ponen de acuerdo– para celebrar la inauguración de su Templo Mayor en Tenochtitlán.

Y para el que no lo sepa –en la película Apocalypto de Mel Gibson se relata con detalle– contaré brevemente en qué consistía un sacrificio ritual humano. El que lo sepa, que corte ya, que leer en un ordenador cansa.


Se preparaba a la víctima, pintándole el torso con una arcilla líquida coloreada, se le ponían coronas de flores, se le daban abanicos y se le hacía bailar al son de música de conchas y tambores. En procesión se le hacían subir los escalones del templo. Recordemos, altas pirámides truncadas, con una escalinata al frente y uno, o más, santuarios en lo alto. A veces se le disminuía la consciencia con unas setas alucinógenas, otras no. En lo alto de la pirámide, por delante del templo había una piedra roma, donde se le tumbaba de espaldas, sujetándole entre cuatro sacerdotes las piernas y brazos para inmovilizarlo. Otro sacerdote, por detrás de él, levantaba un ancho cuchillo de sílex y le asestaba un hachazo en el esternón, apalancando para abrírselo lo suficiente y que pudiera meter una mano, que hábilmente encontraba el corazón, lo arrancaba y lo sacaba del pecho sobre su cabeza, bañándose con el sanguinolento líquido viscoso. El corazón era arrojado a un brasero y a continuación le cortaban la cabeza, los dos brazos y las dos piernas. La cabeza sería clavada en un palo formando parte de un macabro muestrario de calaveras, el tzompantli y, tras ser arrojado el torso escaleras abajo, los sacerdotes, los nobles e incluso el pueblo comían las extremidades de forma ritual. Y sanseacabó la “misa” de esta tarde, en esta “parroquia”, que había muchas en una metrópoli como México-Tenochtitlán de 300.000 habitantes, y en otras muchísimas ciudades: Tlaxcala, Cholula, Tepeyácac, Iztapalapa, Tacuba, Huexotzingo, Iztapalapa, Coyoacán… Esto era a diario, y no digamos en las festividades, en alguna de las cuales se despellejaba a la víctima de una pieza para que, antes de secarse la piel, pudiera vestirla uno de los sacerdotes que se extasiaba danzando con ella.


Hoy no consentimos el canibalismo ni los sacrificios humanos, al igual que repelemos las guerras de conquista. A los conquistadores españoles les espantaron unas costumbres tan bárbaras, de la misma forma que a nosotros nos espantan las costumbres bárbaras del siglo XVI, no sólo de los españoles, que no eran significativamente diferentes a los demás, sino de todos: ingleses, franceses, alemanes, italianos, rusos…

Tan sólo hay un moraleja esperanzadora: Aunque sigamos conviviendo con degenerados, están en vías de extinción o de ocultación vergonzante. Sin duda mejoramos como especie.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Do you speak English?



Aviso, este artículo va contracorriente, así que ya podéis ir afilando los comentarios para desacreditarme. Pero me mantendré firme, porque no opino a la ligera, sino que es algo que llevo desde hace tiempo en las meninges y en la bilis.

¿Por qué c… todo el mundo en este país debe aprender a hablar Inglés?

Vamos a obviar el ridículo olímpico de la alcaldesa de Madrid en Argentina, esa es otra cuestión; quien tiene responsabilidades políticas –llamémoslo Presidente del Gobierno, aspirante a un cargo internacional o a llevarse un “pastel” internacional– debe hacer horas extras con un profesor particular, para darle a la lengua de la pérfida Albión. Quien trabaje en multinacionales, también debe bilinguarse en Inglés (sé que me he inventado el verbo, pero ahí queda). Y eso es todo, aunque habrá quien apunte que, debido al paro en nuestro país, todo quisque habrá de preparar las maletas con la lengua de Shakespeare; pero, ¿también quien vaya a París o a Pekín? ¿Y a Argentina o Chile?

Sé que el Inglés es el idioma internacional, pero ¿por qué? ¿Por qué no el Latín? ¿O el Castellano? También sé la respuesta, porque quien manda es el dólar, EE.UU y la Commonwealth capitaneada por el United Kingdom… Pero yo me rebelo contra esto.

Y me rebelo porque pertenezco a una comunidad de hablantes que en cantidad somos la tercera en el Mundo, después del Chino Mandarín y el Inglés y que, en calidad literaria, no tiene nada que envidiar a ninguno de ellos, ni a otros como el Francés o el Ruso. Y me rebelo, sobre todo, porque este papanatismo angloparlante está deteriorando nuestra rica lengua a marchas forzadas. Ya nadie se preocupa en poner correctamente una hache o una tilde, tan sólo se preocupan de escribir bien términos como smartphone  o software. Si no podemos escribir la eñe, la sustituimos por una ene, la tilde se ahorra, así no hay que pensar dónde va, distinguir la be de la uve queda para los filólogos, la hache o la ignoramos o la jotalizamos –cuántos palabros me estoy inventando, estoy “sembrao”–, a la uve doble la llamamos doble uve –doble uve doble uve doble uve… punto com–, los signos de interrogación y admiración, con ponerlos al final sobra… ¡Quevedo, no resucites! Salvo que sea para hacer semblanza de una nariz a unos idiotas pegados, ya que en una generación no podrán leerte los españoles al desconocer el idioma en el que escribías.

Pienso que, al final, todo es cuestión de confianza. No nos sentimos importantes y no queremos –no queremos, repito– valorar lo que tenemos. Cómo envidio el chauvinismo francés. Ellos no se rinden a perecer idiomáticamente y han creado la Francophonie, que abarca al conjunto de francoparlantes, englobando tanto países como minorías idiomáticas o, simplemente, gentes que aman esta lengua. En cualquier congreso o conferencia internacional –incluidas las Olimpíadas– han impuesto el Francés como lengua necesaria, junto al Inglés: Yunaited Kindon, seven poin, ruayominí, sep puan.


Debido a la intromisión del Inglés por todas partes, los originarios de estos países, en especial del Reino Unido, se han acostumbrado a viajar por el mundo y que en todas partes les entiendan. Llegando a la soberbia de exigir donde van que se hable el Inglés y si no es así, se indignan y tachan de ignorantes a los nativos. Ellos, por otro lado, no tienen ningún interés en aprender ningún otro idioma, achacándolo sarcásticamente a que no tienen facilidad para ello. Ni siquiera a los jubilados que se vienen a vivir definitivamente a nuestras costas se les ha pasado por la cabeza que sería bueno que aprendieran Castellano. Esto les perjudica seriamente, porque acercarse a otro idioma es intimar con su cultura y hacerse más tolerante. Y no me contradigo, defiendo que en España no tiene todo el mundo que aprender Inglés, pero no defiendo que no es bueno estudiar otras culturas y otras lenguas: el Francés y el Portugués, porque son vecinos, el  Catalán y el Euskera porque son españoles, el Alemán y el Chino porque hay que buscarse la vida laboral… Y en las Naciones unidas que utilicen traductores simultáneos, que para esos los tienen.
Frente a la tendencia a un Gobierno Planetario, una economía mundial y una cultura común, yo defiendo unos gobiernos locales, surgidos de las confederaciones de municipios –regiones– que formen estados federales. Defiendo la diversidad cultural e idiomática, que enriquece el conjunto y que surge de las peculiaridades de cada región. Y defiendo, encarecidamente, la economía aferrada a la tierra y a los recursos naturales. Que los tomates se consuman en el área en el que se producen, sin gastos de transporte contaminantes, ni almacenamientos no naturales, que obligan a hacerlos “de plástico”, para que no se pochen. Estoy en contra de los grandes cultivos que arrasan áreas geográficas y crean excedentes que se destruyen para que no bajen sus precios. La economía global en lugar de acabar con las hambrunas en las regiones desfavorecidas, las aumentan, por las especulaciones financieras con los cultivos.


El Quijote no se escribió en Inglés y es una obra internacional, tan sólo fue necesaria una buena traducción a cada idioma, o que el curioso lector estudiase la lengua en la que se escribió. Lo mismo ocurre con el Hamlet, el Goethe o El Avaro de Molière.

Hablamos un idioma, al que yo denomino Castellano porque nació en Castilla, al igual que el Inglés nació en Inglaterra –no se llama Reinounidense–. Un idioma que hablan 528 millones de personas. Un idioma muy rico en matices y bello en expresiones. Hablamos un idioma que tiene escrita tal cantidad de literatura que basta para colmar las ansias de saber y de disfrute de cualquiera. Defendámoslo, difundámoslo y enorgullezcámonos de él.

Que estudie Inglés quien lo necesite o le apetezca –al igual que Francés, Japonés, etc.–, y si un norteamericano va a una oficina de Correos en Chiclana de la Frontera ¡que aprenda la palabra “sello”, cojones! –Nota: este término está en el diccionario de la R.A.E.

sábado, 7 de septiembre de 2013

La vida en otros tiempos

La celebración, en la ciudad donde vivo, de unas Jornadas Medievales me da la ocasión de reflexionar un poco sobre si la vida en otros tiempos es, como parecemos empeñarnos en hacerla ver, idílica y feliz, en contraposición a la dura vida de la época actual, llena de injusticias y amargada por una crisis artificial con la que quieren empobrecer a la mayoría de la población.


No voy a criticar esta fiesta, repetida por toda la geografía peninsular sin límite –aunque opino que la nuestra es mejor…–, ya se ha hecho una crítica bastante lúcida en una revista digital que ofrezco a quien le interese: http://avilabierta.com/PDF/saliendo%20al%20paso/lasjornadasmedievales.pdf. Tampoco es preciso hacer evidente algo que ya lo es, el falseamiento con que unos grupos de artistas representan esos tiempos –que tienen su mérito, pero que no saben del Medievo más que lo que han visto en malas películas–. Lo que quiero es romper un poco esa visión poética sobre el pasado, haciendo que las palabras denuncien que cuanto más nos alejamos en el tiempo, más nos introducimos en la barbarie, la injusticia, la ignorancia generalizada de la población o el dominio opresor de unos privilegiados –nobleza, clero, milites…– sobre la masa de la población. Y lo haré con un sólo ejemplo, sacado a la luz de forma arbitraria e incompleta, ya que es lo que me apetece hacer.


Dejaré de lado mencionar la higiene, o más bien su falta de ella. Recordemos que, hasta hace bien poco, la gente se aliviaba sus necesidades en la calle, en establos o detrás de alguna tapia apartada, o no tanto. Que vivían con el ganado dentro de la casa, pues éstos animales la calentaban. Que tan sólo se bañaban para la fiesta del patrón que era, además, cuando podían cambiarse la ropa. Tampoco me extenderé relacionando con la higiene y la ignorancia científica la mortandad. Ni hablaré de la incredulidad de unas gentes que fiaban de distintas religiones, las cuales les hacían creer que habían de resignarse a ser pobres, pasar hambre y sufrir injusticias, para poder ganar una vida eterna, lejos de un infierno pintado con llamas y feos demonios torturadores. Ni siquiera me referiré a las injustas guerras, ni a sus desastres. Esas que hacían ricos a los nobles y arruinaban los campos, las cosechas y las vidas de los súbditos. Pero daré un paso más allá y hablaré de lo peor a lo que podía enfrentarse una persona en tiempos pasados, la cárcel. Sí, he dicho bien, lo peor era la cárcel, no el ajusticiamiento. Y si no me creen, verán.

Bien es verdad que los presos actuales se quejan de su falta de libertad y hacinamiento en nuestras cárceles, no les falta razón, pero describiré cómo era una cárcel de la época medieval. El ejemplo está en la localidad segoviana de Pedraza, que conserva el edificio que sirvió de cárcel, prácticamente intacto, y lo ha hecho visitable para los turistas que quieren vivir “experiencias fuertes”.

Única puerta de entrada a la localidad de Pedraza, el edificio de la derecha es la cárcel

En la sala de detención podían tener a ocho o diez presos sobre un camastro de madera cubierto de paja, sujetos los pies por un cepo corrido, consistente en dos tablones que, con ajustados orificios, sujetaban los pies de todos a la vez, para inmovilizarlos. Así debían dormir, sin apenas moverse, ya que si lo hacían se magullaban los tobillos que difícilmente curarían ya.

Las celdas eran unos cuartos, de menos cuatro metros cuadrados, donde podían meter hasta dieciséis personas juntas, sin más ventana que un ventanuco en la puerta por donde recibían el rancho y que sólo dejaba pasar la luz si el carcelero era piadoso. Allí lo hacían todo, dormir, ¿rezar?, comer y aliviarse en unos agujeros del suelo; mezclados los asesinos desalmados, con los pobres dementes y las inocentes víctimas de injusticias o venganzas. A los que se quería castigar, las celdas no eran castigo, se los arrojaba a un pequeño calabozo, ya que carecía de escalera, por un hueco en el suelo, cayendo desde una altura de unos tres metros, donde permanecerían a oscuras y donde convivirían con sus propias heces, sus orines, las fracturas ocasionadas por la entrada en el calabozo, enfermedades infecciosas y las congojas de quienes compartieran su suerte.

Pero aquí no hemos acabado, todavía queda un grado más de castigo, que no de tortura, que de eso no estoy hablando; la tortura se hacía con ingenios y herramientas malévolas. Toda la zona baja del edificio constituía el último de los calabozos, también sin ventilación, ni luz alguna. Podía tener en el suelo más de medio metro de paja podrida, heces y orines, pues ahí llegaba todo aquello que salía de los cuerpos de los que estaban en las celdas de más arriba y que, obviamente, no querían consigo deshaciéndose de ello por los orificios del suelo de las celdas. De este calabozo ya difícilmente salía nadie con vida, ni aún muerto, quedando los cadáveres descomponiéndose en ese pastoso estercolero. ¿Cuántos habría juntos sufriendo este tormento? Supongo que no lo sabrían ni los carceleros, aunque se encargaban de llevarlos alimentos de vez en cuando, no como labor humanitaria, sino para alargar sus penosas vidas y por tanto su castigo.

Pido disculpas a la guía que me explicó el edificio, por si he errado en algún detalle. Cómo no voy a errar, si sólo fío de mi memoria, mas no tiene importancia, ya que tan sólo he querido dar unas pinceladas impresionistas, de la sensación que me causó. Para hacerme perdonar, invito a los curiosos a visitar la villa de Pedraza, hermosa en muchos otros aspectos, ya que esta cárcel no era algo singular suyo, sino generalizado de cada villa, ciudad, reino o continente. Y tampoco era peor que las demás.


Así que ya ven, debemos agradecer el vivir en tiempos actuales en lugar de antiguos, tanto como penar por vivir en tiempos actuales en lugar de futuros. Aunque cuando hablo de vivir en tiempos actuales o pasados lo hago generalizando, ya que estoy pasando por alto casos concretos: uso de armas químicas en Siria este mismo verano, el internamiento de presos en Guantánamo, el uso del burka en mujeres de algunos países, las trincheras de la Primera Guerra mundial o los bombardeos de la Segunda.

A propósito, ¿les he contado ya que he escrito una novela histórica?
De sobra sé que sí, pero era la excusa que precisaba para volver a hablar de ella.


domingo, 1 de septiembre de 2013

Sólo hay nacer y morir...

He recibido de mi primera entrada alguna crítica en el sentido de que no compartían mi punto de vista. En la vida hay muchas cosas interesantes y muchas por las que luchar. Esto yo también lo pienso y así lo dejé escrito. No obstante mi única intención era relativizar la importancia de lo demás, incidiendo en lo fundamental: Somos mortales.

En cualquier caso, que cada uno lo entienda a su manera, yo no quiero sentar cátedra y sé que estaré equivocado en muchas de las cosas que opinaré en estas líneas. No me importa, tengo asumido desde hace años que baso mis seguridades personales en la duda. Si dudar es de sabios, debo colgarme esa medalla, pero como dudo también que yo sea un sabio, así no quedo como pretencioso –más bien tengo la sospecha de que no lo soy, sabio quiero decir.

Lo que sí quería aclarar en esta entrada es otro asunto que me preocupa más. La anterior tiene el mismo título que mi novela “Lo demás es cosa vana” –de próxima publicación, ya iré informando, pero adelanto su portada– y con el contenido de lo escrito podría sacarse una conclusión errónea en torno a ella. Quisiera desfacer ese entuerto, dando unas pinceladas sobre su temática, sin desvelar el argumento.


Lo demás es cosa vana es una novela, llamémosle ligera, de puro entretenimiento y creo que optimista. El hecho de calificarla como ligera no quiere decir que no sea seria, pues me la he tomado con todo el rigor necesario como para que pueda tener varios niveles de lectura e interesar tanto al que sólo busque regocijo como a aquellos otros que quieran ahondar un poco más, bien asomándose a un marco histórico apasionante, como planteándose dilemas morales e incluso filosóficos. Y quien quiera explorar mis recursos literarios, allá él, me cubriré de un escudo que me impida sufrir con las críticas.

La novela gira en torno a un gran viaje, donde las etapas no intentan marcar el relato y no son equitativas, pues cada lugar tiene una importancia diferente. Destacan sobre los demás dos paisajes, el de la ciudad de Ávila en los años en los que está saliendo del Medievo y el de la ciudad de México-Tenochtitlán en el ocaso inesperado de lo que era un imperio incipiente. Aunque el rigor histórico se mantiene, el interés se centra en los personajes, protagonistas y secundarios, a los que he querido dotar de una personalidad y unos intereses concretos, con los que nos podemos identificar las gentes de nuestro tiempo.

El tono es el de una novela de aventuras, con sus dosis de tramas truculentas y con un humor que entronca con la picaresca de la literatura del Siglo de Oro español, todo enredado en un argumento de romance amoroso, sin dejar atrás sus dosis de tragedia y horror. Yo no quiero clasificarla en un género concreto, que sean otros quiénes lo hagan con su sabiduría.

Espero haber “vendido” bien  mi novela y que al lector le resulte ameno seguir estas aventuras y pase unos buenos ratos de lectura. Ese ha sido mi propósito al escribirla. Os adelanto que saldrá para octubre.

Termino con el texto de la contraportada, que indica de otra forma el contenido del libro:

En la España de principios del siglo XVI, las pasiones se desatan de forma violenta en una pequeña ciudad castellana y los protagonistas inician un apasionante viaje a las más lejanas tierras de un mundo que había dejado de ser plano en el imaginario popular, llegando a ser testigos del estrepitoso derrumbe de uno de los más poderosos y enigmáticos imperios que ha producido la Historia de la Humanidad. Un relato lleno de aventura, amor, intriga y salpicado de toques de humor.