martes, 26 de agosto de 2014

Un paso al frente

Indigna, o cuando menos extraña en nuestros días, que una persona de un país democrático –eso al menos se empeñan en hacernos creer– se encuentre en prisión por el mero hecho de escribir y publicar una novela, una obra de ficción. ¿Es posible?

Es una realidad. El teniente Luis Gonzalo Segura sufre esta situación de forma indefinida, y sin ninguna otra circunstancia agravante, por publicar su novela “Un paso al frente”.


Él mismo se excusa en las primeras páginas de no ser un novelista profesional, ya que la literatura es “un arte reservado a muy pocos” y “yo no formo parte de ellos”. Enumera luego una serie de defectos que seguramente tendría su novela debido a su impericia. Después de haberla leído, disculpo todas sus excusas y la recomiendo, ya que consigue crear una trama “ficticia” que, con mucha inteligencia, se va desarrollando a través de una alternancia cronológica  y elipsis argumentales, con el resultado de un producto literario digno. De todas formas, muchos somos los osados que nos hemos atrevido a realizar trabajos literarios sin que nadie nos haya dado licencia y sin graduarnos en ninguna facultad de novelistas. Es el lector –también indocumentado– el único  capaz de calificar su valía con la compra, lectura y crítica de la obra. Y como lector voy a hablar de ella.  Creo que lo importante en esta novela no es lo literario, si no el fondo, el paisaje humano y el retrato de una institución que hace aguas a ojos vista, pero que en el maremágnum de corrupción que nos ahoga, no le prestamos atención. Y deberíamos hacerlo, por la cuenta que nos tiene.

El autor se atrevió a realizar diversas denuncias de índole muy variada, que serían archivadas. Tras comprobar la imposibilidad de encontrar justicia en el mundo militar, se decidió a dar la cara y escribir una novela con un argumento ficticio que ha levantado muchas ampollas. ¿Por qué? Me pregunto yo. Si la ficción es mentira, a nadie debe hacerle daño. Por tanto, el revuelo levantado no puede deberse a otra cosa que a que el trasfondo es verídico, sacando a la vista todo aquello que está a la vista, pero no que estamos viendo.

Uno, que hizo la mili en los albores de la democracia y con un ejército postfranquista que acababa de dar un golpe de estado ­–1981–, observó, pues no se ocultaba a ojos de nadie, muchas de esas corruptelas. Un ejemplo solo: A los pernoctas, es decir a los dormían en sus casas porque hacían la mili en su ciudad, los dejaban salir del cuartel a la una de la tarde, porque la comida era a la una y media y así no comían aquello que sin duda estaba presupuestado. Era vox pópuli que el sargento y el capitán de cocina salientes estrenaban coche ese mes –todos los meses había relevo en estos puestos–. Desde luego que no tengo pruebas de ello ya que la información procedía de radio-macuto, pero no me cabe duda que era un bulo totalmente creíble por todos… Como creíble es de cabo a rabo la novela de Luis Gonzalo a pesar de los personajes abyectos inventados. Y de aviones contratados a países poco fiables, con muchas denuncias previas de mal funcionamiento, que finalmente se estrellan a miles de kilómetros, muriendo más de sesenta militares y no pasa nada. O ataques a una base española en Irak/Afganistán que pocas fechas antes era considerada como no hostil para los habitantes del país, o combates de españoles en un mercado con la masacre de civiles, derribo de helicópteros… Porque sí, señoras y señores, todo esto es ficción, nunca existió, tan solo es producto de la imaginación calenturienta de alguien que conoce el monstruo por dentro y escribe una novela. Como conoce que para ascender de una escala militar a otra se necesita pasar por una academia en la que sólo pueden entrar los hijos de otros militares, que hay coroneles y generales en exceso y alguno de ellos dirige una piscina, que los jueces militares son tenientes que cuando ascienden a capitán deben pasar bajo el mando de las personas a las que podrían haber juzgado, que en las academias militares se hacen “repasos inteligentes” donde se sugieren las preguntas que siempre caen en los exámenes, que en plena crisis se gastan cinco millones de euros en gabardinas que nadie utiliza, que hay machismo y acoso sexual que no se puede denunciar, que existen residencias lujosas, pabellones, clubes y campamentos para el disfrute de unos pocos, que coroneles y generales tienen a su servicio un vehículo militar y dos conductores, a veces dedicados a llevar a su mujer de compras, cuando no es un traslado en helicóptero con el mismo motivo… En fin, una cantidad enorme de mentiras que se ha inventado este teniente para dar brillo a su novela. Yo no me creo ninguna, ni siquiera las que se transmitían en mi época de soldado por la mencionada radio-macuto. Seguro que ustedes tampoco las creen, como no lo hacen las castas de los ejércitos españoles y por eso apresan a quien se atreve a imaginarlas.

A algunos les molesta que se generalice con el calificativo de castas pero, al menos en el ámbito militar, no me cabe la menor duda de que existen. La macrocefalia que dirige al ejército constituye una exclusiva y privilegiada casta cerrada. Al igual que casta también es un partido político –dos con nuestro bipartidismo– cuando se da un caso de corrupción –llamémosle Bárcenas, Gürtel o “EREs”– y la militancia no repudia desde el momento de la sospecha a los implicados, sin esperar a que prueben su inocencia. Con el descargo del “jefe” esa militancia honrada está declarando su pertenencia a esa casta, de la que esperan privilegios futuros. Porque la mujer del César no sólo debe ser honrada, sino parecerlo. Recuerdo que hace años un político dimitió –Demetrio Madrid, expresidente de Castilla y León– en cuanto se puso en duda su honradez. Honradez que más tarde llegaría a demostrar no estando ya en el cargo, algo tan inaudito hoy en día, como elogiable. En los tiempos actuales no vale otro comportamiento.

Muchas veces, en manifestaciones contra los recortes he escuchados comentarios en el sentido de “esto para qué sirve, si todo va a seguir igual”. Y no, estoy seguro de que para algo ha servido, pero mucho más sirve nuestro voto, y se acercan elecciones. El Sistema D’Hondt es muy injusto, pues privilegia a los más votados, pero en sí mismo es una gran trampa para el mismo sistema si los más votados dejan de ser los mismos.

En nuestras manos está hacer algo y demostrar a las castas que hemos apostado por la regeneración, en contra de perpetuar la corrupción. Pero debemos darnos prisa, ya que están parcheando el sistema electoral con medidas como que el partido más votado designe al alcalde, aunque saque mayoría simple, es decir, para que gobierne en minoría. La casta no se avergüenza de hacer leyes ad hoc, siempre que les favorezcan, como no se avergonzaron de reformar la Constitución si beneficiaba a los medios financieros, que son los que de verdad mandan en ellos.


Concluyo con mi felicitación al teniente Luis Gonzalo Segura por ser un valiente, me siento muy orgulloso de personas como usted por haber dado un paso al frente. Merece, y recibirá sin duda, mejor recuerdo que aquellos que lo han encerrado en prisión. Un país progresa con personas como usted y se hunde en la miseria con aquellos que ocultan sus vergüenzas con argumentos espurios sobre glorias nacionales. La Historia sabe reconocer a sus héroes.

sábado, 16 de agosto de 2014

Las piedras en el camino del escritor novel (confesiones inconfesables)

Cualquiera puede ser escritor. Basta con redactar y pasar a un soporte –papel, ordenador…– una serie de palabras coherentes que tengan sentido... O que no lo tengan. Pero hay que tener la cara muy dura para atreverse a hacerlo. Sin ser osado y temerario no se puede poner una obra a disponibilidad de todo el mundo. Pero, claro, el ego a prueba de críticas no es suficiente, se necesita poseer una calidad y despertar un interés que dé respuesta a las demandas del lector, el cual nunca jamás es un tonto ni un gilipollas, pues estas “especies” humanas no leen.

Basándonos simplemente en el ego del escritor tenemos mesnadas de autores que pretenden publicar y que se asombran cuando sus libros no son demandados por cientos o miles de lectores. Allá cada uno con sus neuras. El problema está en quién filtra todo ese producto realizado por ególatras que se creen –nos creemos– a la altura, cuando no por encima, de Cervantes.


El sistema editorial debería facilitar a los lectores las obras que de verdad merecen la pena. Pero algo no funciona. La oferta es extensísima y la calidad se pierde escondida en mares de publicaciones que nunca deberían haber salido del cajón de sus autores.

En otros países –aquí no, desde luego– funcionan las editoriales. Éstas se encargan de seleccionar los manuscritos recibidos y, en orden a su calidad, proponer su publicación, apoyándoles con toda su potencialidad: número elevado de ejemplares, amplia distribución, publicidad, crítica constructiva… Es una apuesta y, si han elegido bien, la ganarán seguro.

En España las editoriales grandes tienen claro que, en primer lugar, son una empresa comercial y se engañan pensando que la calidad no tiene más importancia que la portada del libro. Así únicamente apuestan por ventas seguras, publicando obras de personas conocidas, ya sean personajes televisivos –Belén Esteban, las recetas de Master Chef, Entrena con Elsa Pataki, Mario Conde…–, o incluso escritores, siempre que sean mediáticos –Boris Izaguirre, Risto Megide…–. Cuando reciben manuscritos de gente anónima, que los reciben a miles, raramente apuestan por uno.

Esto me frustró en un principio, pues yo traté que una editorial grande publicara mi primera novela. La consecuencia fue la decepción. Pensé que no tenía calidad, y que nadie estaría interesado en leerla, o más bien en comprarla. Lo mismo me ocurrió con mi segunda novela. Nueva decepción. Yo, que no tengo el ego subido y que necesito ponerme tacones para que mi ego esté un poco más alto, pensé que mi potencialidad de escritor era un espejismo. Pero entonces, ¿por qué estas editoriales no sacan autores nuevos? Si reciben miles de manuscritos, ¿por qué no apuestan con toda su artillería por alguien que tenga calidad? Mi conclusión es que la denominada “calidad literaria” se las trae al pairo, no les interesa, ni quieren saber lo que es. Ellos están para consolidar y agrandar empresas mediáticas, no para valorar si fulanito escribe mejor que menganito. Y se equivocan, pues no están cultivando generaciones de lectores, que serían los que mantendrían firme su “negocio” por los siglos de los siglos. Al fin, los libros que venden no son leídos, tan solo adornan estanterías, colocadas al lado de las televisiones que dan los programas basura. BASURA, me reafirmo, aunque a los profesionales “periolistos” les incomode la justa denominación de lo que hacen.

Otra salida para un escritor novel serían los premios literarios, si estos premios premiaran la valía, por supuesto. La realidad es que estos premios los dotan las mismas grandes editoriales, las cuales necesitan rentabilizar su desembolso, nuevamente con caras conocidas, generalmente televisivas, ¡qué casualidad! No me cuesta ningún trabajo creerme el rumor extendido de que cierto premio de mucho renombre encargue a un autor una novela para premiársela. ¿Por qué será que esto resulta tan creíble? España es el país de la picaresca y la golfería, por culpa nuestra, claro.

Advierto que estoy generalizando, que es algo injusto, pues da la apariencia de que lo mayoritario es lo único, y no. Hay editoriales con un empeño honrado en editar calidad y en premiar valores literarios. Lo difícil es encontrarlas, o que ellas te encuentren a ti. El día en que estas editoriales sean mayoría, habremos dado la vuelta a la tortilla y la generalización será totalmente positiva. Hoy por hoy, no.

A alguien que tenga el suficiente envanecimiento como para querer publicar un libro, hablemos de una novela que es mi caso, tan sólo le quedan dos caminos, que yo personalmente ya he transitado. La autoedición y las editoriales pequeñas o para autores noveles.

Libro en el que he realizado labores de editor y que contiene tres microrrelatos míos.

En cuanto a la autoedición, es sencillo registrar una obra, solicitar y pagar un ISBN y un Depósito Legal, y es barato llevarlo a una imprenta, teniendo lucrativas ganancias, si lograses vender algo, que nunca es el caso. Bien, ya tienes tu publicación, pero sin una buena distribución, más bien sin una distribución, no tienes nada. Patéate las librerías que quieras y déjales en depósito tu librito, para más tarde pasar a recogerlo sin vender uno solo. Únicamente amigos y parientes, por la novedad, te comprarán directamente algún ejemplar. Una variante de autoedición más accesible consiste en la impresión bajo demanda de compra, que es como publiqué mi primera novela. Hay editoriales en Internet que te facilitan toda la tarea, por ejemplo Bubok o Lulu. Tú mismo te corriges, maquetas el libro y te diseñas la portada  –la editorial también te ofrece estos servicios, pero el precio es prohibitivo– y lo subes a la red, desde donde teóricamente el lector encarga la impresión de un ejemplar, que le remiten a su domicilio, o se descarga la versión digital como e-book. Pero, ¿dónde está el potencial lector-comprador? Es una quimera, no existe. Nadie se recorre las redes, buscando algo interesante que comprar, y si lo encuentra por casualidad porque lo publicitas, no se arriesgará, pues no sabe quién eres ni qué escribes. Nuevamente, si no te lo compra un amigo o familiar olvídate de vender nada.

Portada de mi primera novela. Bubok Publishing S.L.

Yo respeto la autoedición, porque el concepto en sí no quita calidad al resultado y, si alguien publica algo que merece la pena, da igual cómo lo ponga en el mercado. Tan sólo es una apuesta comercial. Aquí el problema es la criba que debería de hacer una crítica especializada, y esa no existe. Hay blogs literarios de críticos indocumentados –generalmente chicas jovencitas con páginas webs edulcoradas de color rosa– que si les remites un ejemplar te lo elogian y ya está. Esto no sirve para nada, más que para pinchar un enlace en tu Facebook, y que tus amigos lo vean.

Las editoriales pequeñas o, más bien, las editoriales que publican a noveles, abundan como hongos en el campo. Como son tantas, su competencia por captar autores les lleva a hacer incluso ofertas tipo Carrefour del tres por dos. En una o dos semanas te dan una respuesta sobre el manuscrito que les envías… Sí, eso quiere decir, hablando en castellano antiguo, que no se lo leen. Al menos las editoriales grandes te responden en tres, seis u ocho meses, que es el tiempo que utilizan para decirte que les ha gustado tu novela pero que los planes editoriales para los próximos meses los tienen ya completos. Como las editoriales que publican a noveles –aquí vuelvo a recordar que estoy usando la injusta generalización– te abren los brazos, tú puedes incluso elegir la que te parezca más atractiva. Si no estás sobrado de dinero, eliges la que no te haga pagarle nada, tanto de corrección, como de diseño de portada, maquetación, o imprenta. Su negocio consiste en hacerte una tirada pequeña y en que tú les vendas a tus amigos los ejemplares suficientes como para pagarles la edición, que normalmente suele conseguirse, gracias al margen comercial con el que actúan. Todo lo que exceda este mínimo son ganancias para ellas, porque no hacen más desembolso. Estas editoriales te brindan la gran ventaja de la distribución a nivel nacional. Claro, que esto consiste en que la distribuidora ofrece la novela de un desconocido a través de un catálogo a las librerías y que ninguna de estas librerías la va a solicitar y mucho menos la va a poner encima del mostrador o en el escaparate. Por lo que ahí te quedas. Nada más te proporciona la editorial. Te deja solo. Te toca a ti organizarte una presentación en tu ciudad, o todas las que puedas si tienes posibilidad de viajar, y vender dos o tres ejemplares en cada una. Confías en que el boca a boca funcione y salir del anonimato pues, en teoría, tu edición puede alcanzar miles de ejemplares, si tiene demanda. Puedes participar en ferias, realizar firmas de ejemplares y acabarás con un par de centenares de libros vendidos que, al 10% de derechos de autor, te dejan los euros justos para darte una cena en un buen restaurante, si acaso no lo gastaste antes en promocionar tu novela con un booktrailer, banner en páginas web, viajes a librerías de otras ciudades, creación de tu propia página web, etc. Darás gracias si te puedes tomar unas cañas con las ganancias y no tienes que arrimar algún euro.


Luego está la incomprensión de los medios literarios “oficiales” de tu localidad, que te verán como un advenedizo, un osado que quiere hacerles sombra, sin ser nadie. Que te miran por encima del hombro. Que se ríen de ti sin ni siquiera haberte leído y valorado. Que no comprenden que un novelista tan sólo es un fabricante de entretenimiento que se vende.

En fin, estas son mis miserias. Espero que nadie se haya visto reflejado negativamente en ellas, pues en nadie con nombre y apellidos he pensado al escribirlas. Tan sólo era un desahogo, plagado de sinceridad. Confío en que, al ser agosto, pocos lean este artículo de mi blog y así pase lo más desapercibido posible. Cuando sea rico y famoso, negaré haberlo escrito.

A pesar de todo yo creo que tengo en mi haber dos novelas dignas, así al menos me llegan las referencias de los que las han leído. No puedo estar más satisfecho. Oye, ¿tú no las tienes? Cómpralas, que te van a gustar. Te dejo los enlaces: