El sonido fuerte de la letra erre es rudo, incomoda al oído y provoca tensión. Las palabras con erre son feas y desapacibles: terrible, guerra, tierra, perro, yerro. Una sucesión de ellas provoca desagrado: «¡Maldito sea el perro que desentierra el hueso roído de la cruel guerra!
La guerra resume el fracaso de la humanidad. La guerra crea
fosas comunes de cadáveres sin identificar, que alimentan el odio y el más
hondo penar de los familiares de cada matado (que no muerto). La tierra que pudre
a estos matados está podrida ella misma, se vuelve yerma, no genera fruto aprovechable.
Las guerras se sustentan en los intereses bastardos de los que
las inician, que disfrazan de ideas nobles, como la heroicidad, el honor, la
patria, la historia, la religión, la bandera o el orgullo. Pero solo se benefician de ellas los que
sacan rendimiento económico o poder. Una madre del bando ganador que llora
el ataúd de su hijo cubierto con una bandera, cambiaría esa victoria por la
vida que desperdició la ambición de otros. Y no digamos las madres de los
perdedores, que además del dolor por la muerte, sufren violaciones,
trasquilones y tragos de ricino para cagarse en una procesión vergonzante.
Dicen que en la guerra los valientes son los que luchan y no
es cierto. Los que luchan se pliegan a las órdenes recibidas y matan por miedo,
no por valor. Los valientes son los que arrojan las armas, los desertores, esos
son los verdaderos héroes y nadie les hace estatuas.
La puta guerra se repite en la humanidad una vez tras otra y
la humanidad sufre la puta guerra una vez tras otra. Eso produce un cansancio
existencial que agota la voz del poeta pidiendo la paz. Primero grita con
fuerza en contra de la sinrazón, mas poco a poco su voz se va debilitando hasta
no poder decir sino tres sílabas por verso. El poeta tiene que sacar de sus
entrañas el revulsivo del alarido final para, en la agonía, aplaudir a los valientes,
a los desertores.
Los hombres deberíamos dejar de gobernar el mundo, deberían
regirlo las mujeres, que son las que paren a los hijos enviados a la guerra por
el sátrapa de turno. Hoy el sátrapa se llama Vladimir, ayer se llamaban Adolfo o
Francisco. Antes de ayer Napoleón o Julio.
«Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen»
Julio Anguita
Antes de que se agote mi voz.
¡Maldito sea el perro que
desentierra
el hueso roído de la cruel guerra!
A los muertos en la batalla
se los tragan fosas comunes
y los cubre un árbol suicida,
que bajo tierra se alimenta
con sucia savia, ennegrecida
por cadáveres que fermentan.
Nuestros amos exigen
que demos nuestra sangre.
Nos piden que luchemos
por patrias y por reyes,
y añaden que debemos
pelear por nuestras leyes.
Pero nosotros
nada ganamos:
Solo industriales
que armas fabrican
y militares
que prevarican.
¡Canallas,
que guerras
persiguen
y en ellas
medallas
consiguen!
Hoy
se cierne un
cielo plomizo.
Gritaré, si agonizo,
en mis últimos estertores:
¡Que vivan los valientes
desertores!
©Cristóbal Medina
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