martes, 28 de febrero de 2023

El cuco

El cuco es un pájaro que deja sus huevos en el nido de otras aves y cuando nace el polluelo se deshace de la competencia para que los padrastros le alimenten solo a él. Pues bien, la lengua inglesa se comporta igual que un cuco, está empujando para sacar del nido al idioma castellano, entre otros.

El inglés se está instalando en ámbito hispanohablante, está pudriendo el idioma y lo lleva camino de la extinción: pronunciación de fonemas que no son propios, empleo de estructuras lingüísticas ajenas, introducción de neologismos sin medida, titulación de series y películas en inglés e incluso locución de comerciales publicitarios en la lengua anglosajona. No hay canción que no esté cantada en inglés o, mucho peor, en spanglish como el reguetón.

La corrupción de la ortografía castellana es sutil, pero continua, casi se diría que es una argucia sibilina. Ya no se adaptan palabras, como el clásico güisqui, sino que se leen a las bravas, trastocando la fonética castellana. Ejemplos: infinitos, cada vez más. Solo para tomar conciencia, citaré muy pocos: imeil, cuando escriben email en lugar de correo; desierto del Sájara, escribiendo Sahara; táblez —para tablet— en vez de tableta, jéiters —hater—, por incordiantes, latosos o tocapelotas; féiks —fake—, en lugar de bulos o noticias falsas…

La corrupción lingüística se va asentando. En las universidades dan más importancia al inglés que a la materia de la carrera. He escuchado en televisión un nuevo verbo: vacinar —de vaccine— en lugar de vacunar, y otros palabros como coronavairus o cóvid —esta última así, como palabra llana, aunque luego la escriben covid—. He oído en una emisora de radio de ámbito nacional decir al locutor en inglés una palabra francesa, vintéichvintage—. E incluso palabras castellanas pronunciadas en inglés como si tuvieran la boca llena de agua: Carolina Herrera.

Los barbarismos no tienen por qué ser perniciosos para los idiomas, pues siempre los han adoptado y se han enriquecido con ellos. Lo que es muy dañino es utilizarlos de forma masiva, sin adecuar y sin sentido. Esto hace que la lengua se corrompa y vaya perdiendo coherencia y, especialmente, que el lenguaje escrito sea complicado de interpretar, pues no se respetan las normas fonéticas y ortográficas propias —cuándo se aspira la hache y cuándo no, cuándo una «a» se pronuncia como «ei», etc.

Pero la unificación lingüística planetaria es algo premeditado, o al menos fomentado. El capitalismo y el neoliberalismo cosifican a las personas y pretenden eliminar todo elemento crítico. Hoy en día, con la potencia de los medios digitales, pueden procesar todos nuestros gustos y manipular nuestras decisiones enfocándolas a aquello que quieren que consumamos o que votemos. Para ello utilizan las redes sociales y e incluso controlan lo que pagamos con nuestras tarjetas. Luego venden esos macrodatos —os lo traduciré al inglés para los que ya estéis infectados: big data— y les viene mejor que estén todos in inglis. Quieren que el «mercado» hable una sola lengua, con la que consiguen penetrar en nuestra voluntad y manipularnos, para que seamos todos sustituibles y más baratos. Un júligan inglés tomando un coffee con leche in plaza mayor, podrá pedirlo en su idioma —no se preocupará en aprender ninguno más— y el camarero le entenderá, ya sea de Cáceres, de Montevideo o de Atenas.

El idioma elegido es el de los principales países capitalistas y ya hay regiones del mundo que pronto entenderán que sus lenguas vernáculas son innecesarias —innecesarias para el capitalismo—, por lo que las irán perdiendo. La riqueza cultural desaparecerá y todo idioma que no sea inglés pasará a ser lengua muerta como el latín, el arameo o el griego clásico.

Me temo que en este proceso subyace un complejo de inferioridad de los hispanohablantes con respecto al idioma anglosajón, al que nos inducen a admirar, por ser el que se habla en las naciones punteras del mundo —puntero significa capitalista—. La ciencia se hace en inglés, al igual que las nuevas tecnologías y el comercio. Se avergüenza a quién a estas alturas del siglo XXI en Europa no habla inglés y se menosprecian los idiomas en los que cada pueblo se ha desarrollado culturalmente.

Me he centrado en mi lengua por razones obvias, pero si el castellano está siendo masacrado, a pesar de ser una de las más habladas a nivel mundial, no digamos qué es lo que ocurre con otros idiomas como el catalán, gallego, vasco, sueco, e incluso alemán. Estos desaparecerán antes. Tan solo el francés le planta cara con la francofonía. ¿Por qué nosotros no?

No defiendo que no se aprenda inglés, no niego el valor del bilingüismo, pero desde hace tiempo yo realizo esfuerzos por desaprender la lengua de Shakespeare y perfeccionar lo que sé de la de Molière. ¿Por qué? Porque me sale de los […]. Porque la influencia masiva del inglés está desvirtuando, empobreciendo y dañando al idioma castellano. Porque por […] tenemos que entender todos el «idioma del imperio neoliberal». Porque no quiero ni imaginar que en unas decenas de años el único idioma de toda la humanidad sea el inglés.

Nota: Sustituir «[…]» por «cojones».

martes, 14 de febrero de 2023

Los propietarios

La justicia social consiste en el reparto equitativo de los bienes y derechos entre los habitantes del planeta Tierra —ya que aún no está demostrado que exista vida inteligente fuera de este pequeño trozo de roca que gira alrededor del Sol—. Es evidente que nunca en la Historia de la Humanidad ha existido justicia social, pero lo peor es que no avanzamos nada en nuestros días, pues se agranda la brecha entre ricos y pobres. Países ricos y países pobres, ciudades ricas y ciudades pobres, barrios ricos y barrios pobres, familias ricas y familias pobres.

Parte de la población se apodera de la propiedad de todo bien material, no dejando ni las migajas a quienes tienen la desgracia de haber nacido en un ambiente desfavorecido. Lo que determina la riqueza es la madre que te parió. Si naces en familia rica, tienes todas las ventajas, las mejores escuelas, los mejores estudios, las estancias en el extranjero para dominar idiomas, los mejores ocios… Y si, por algún motivo, eres vago o torpe, tendrás la ventaja del nepotismo para colocarte y chupar del bote.

Además, como los ricos tienen más poder —es decir, todo el poder—, no solo diseñan este sistema que les favorece, sino que emplean todos los recursos posibles para mantenerlo. Ellos son «los propietarios», porque acaparan todas las propiedades, para que los pobres no puedan sino vivir de prestado.

Nos aleccionan de que es mejor vivir en un piso de alquiler que tenerlo en propiedad. ¿Dónde va a parar? ¿Es que estamos tontos? ¿Por qué insistimos en ser propietarios de la casa en la que vivimos? Mi casa nunca será mi casa. Los propietarios son ellos, los capitalistas, que compran, bien directamente o a través de productos financieros de los fondos buitres, todos los inmuebles existentes. Incluso los políticos de su cuerda les venden aquellos que se construyeron con fines sociales, pasando a tener fines especulativos. Esto quiere decir que un desfavorecido no puede tener la propiedad ni de los setenta metros cuadrados —si llegan— en los que descansa después de ganar el pan con el sudor de su frente. El que tiene esa suerte. Tu casa no es tuya, es del propietario. El propietario es un ser sobrenatural, al que tú no puedes comprender, que posee tu vivienda por la gracia de Dios y solo con lo que le pagáis entre unos cuantos puede llevar una vida de rico. ¿De dónde si no?

Pero con la vivienda no paran, como «somos ignorantes» abusan: tampoco compres tu coche, ¿por qué si puedes alquilarlo —leasing lo llaman—? Bobón, alquílalo y cada cuatro años estrenas. ¿Que no quieres hacerlo? No te preocupes, no te va a quedar más remedio, pues tendrás que alquilar las baterías de tu coche eléctrico —que en breve será obligatorio—. Esas baterías que evitan que se contaminen las ciudades, a cambio de contaminar los campos que producen la electricidad. Más tarde habrá que maravillárselas —como decía Lola Flores— para deshacerse de ellas, igual que ocurre con los residuos de las centrales nucleares. Pero eso lo harán los estados, o sea nosotros, no ellos.

Bueno, pues igual que tu casa y tu coche, alquila también tu teléfono móvil, tu ordenador, lo que ves en tu tele, lava fuera de casa, pide comida en lugar de cocinar, que te traiga la ropa que compres un esclavo —es decir, alguien que trabaja y recibe a cambio poco más que la comida y una habitación en un piso patera—. Luego, págalo todo de forma digital con tu móvil, que la calderilla, el efectivo, va a desaparecer. Así no robas, ladón —entiéndase que ellos «saben» que solo son ladrones los pobres—, que cada uno va a tener a su nombre una cifra nominal «en la nube», donde se apuntarán sus ingresos, que irán mermando según alquila casas y cosas.

Hoy en día lo auténticamente revolucionario —ojo, que no quiero dar ideas a nadie— es no alquilar nada, lo compras, lo fabricas o lo intercambias; hacerse uno la comida, sin encargar a otro esclavo comida basura; negarse a identificarse con un código QR; reparar lo que se te estropea; vestir a tu estilo y así no podrán decirte que tires esos horribles pantalones que ya no se llevan.

Pero lo verdaderamente revolucionario es tu voto y, te advierto, liberalismo, neoliberalismo, nacionalismo y capitalismo piensan lo mismo: los ricos con los ricos y los pobres a alquilar, a pasar hambre o al ejército para defender a los ricos.