miércoles, 31 de octubre de 2018

IV Gala de Premios “La Sombra del Ciprés”


Parece que fuera ayer
cuando nuestra asociación
diera comienzo a estas galas
con una gran ilusión…


A modo de resumen, y para el recuerdo, abordo de nuevo la crónica de los premios de la asociación cultural de novelistas “La Sombra del Ciprés”. Se llevó a cabo el sábado, 20 de octubre de 2018, a las 19:00 horas, aunque abrimos las puertas poco antes de las seis y media, para hacernos unas fotografías con los premiados y el público asistente.

Lo primero de remarcar es el lleno absoluto que tuvo el Auditorio Municipal de San Francisco, cosa que año tras año nos emociona.

En esta ocasión el hilo conductor fue la poesía y comenzamos con unos versos de nuestro paisano Juan de Yepes: “¡Oh llama de amor viva / que tiernamente hieres…” 

Nuestras presentadoras, Paula Velasco y Carolina Ares, repitieron su excelente hacer y condujeron las intervenciones de manera magistral.



La música tuvo un nivel altísimo en la voz de Elena Sanabria y el piano de Fernando Campillo.


Además hubo actuaciones de baile de Cristina del Castillo.


Como presidente de la asociación, por segundo año ya, me cupo el honor de hacer el discurso institucional, en el que me atreví con una composición en octosílabos, que no debió disgustar mucho (si no quisiera hacerme pasar por modesto, diría que gustó). Comenzaba con los versos que introducen este artículo.


Después hubo una soberbia actuación en la que dos personajes, el uno interpretado por Guillermo Buenadicha y el otro por Ánzoni Martín, dieron su particular visión de la poesía desde el punto de vista clásico y el vanguardista. Fue acogido por el público con entusiasmo de risas y aplausos.



Y vinieron los premios, todos introducidos por unos versos seleccionados de distintos siglos, desde el XVII al XX, para dar lugar al siglo XXI con la última premiada. El primer premio, “El Camino”,  a la asociación o institución que apueste por la cultura y apoye a los autores de la tierra, fue para la Biblioteca Municipal de Piedralaves, representada por Mercedes Sánchez. Entregado por el secretario de la Federación Abulense de Hostelería Javier Marfull.


El segundo premio, “La hoja roja”, destinado al blog, página web o publicación digital o en papel que apueste por la cultura, para la revista cultural El Cobaya, que recogió su director José María Muñoz Quirós. Entregado por la librera y activista cultural Gemma Orgaz.


El tercer premio, “Madera de héroe”, otorgado por el Casino Abulense al promotor cultural que fomente los valores de la cultura y literatura, fue a parar a la escritora y poeta Ester Bueno Palacios.


A continuación se otorgó la Mención Especial, que este año fue para la Asociación de Cultura y Patrimonio “La Alhóndiga” de Arévalo.


El cuarto premio, “Mi vida al aire libre”, que reconoce toda una vida literaria, fue para el escritor de raíces abulenses, Carlos Sánchez Pinto. Fue entregado por la Teniente de Alcalde de Cultura del Ayuntamiento Sonsoles Sánchez-Reyes.


Después hubo una actuación especial, de forma sorpresiva, de Jorge Marazu, que interpretó al piano uno de sus éxitos.




Él fue el que presentó a Camino y Ángeles Delibes, hijas del escritor que es referencia tanto de la asociación, como de estos premios que llevan todos el nombre de una de sus obras.


Ellas entregaron el quinto premio, “La sombra del ciprés”, a un escritor por su labor en favor de los valores de la creación artística y su trayectoria literaria, en este caso correspondió la exitosa y joven poeta Elvira Sastre, que agradeció emocionada su primer premio literario, recibido de nuestras manos.



Al final tuvimos, como de costumbre, una cena de hermandad en el Restaurante “La Bruja”.



(Las fotografías pertenecen al álbum publicado en el Facebook de la asociación, realizadas por Ana Tirado y Paula y Conchita Cornejo. [En este enlace podéis ver muchas más])




















Y ya queda un día menos para la V Gala.

domingo, 14 de octubre de 2018

Los primeros historietistas de profesión


De la primera hornada de narradores gráficos norteamericanos destaca Winsor McCay (1867-1934), que cuenta con una de las obras míticas del género, Little Nemo in Slumberland, donde el niño protagonista cada noche es transportado al país de Slumberland, viviendo las más surrealistas aventuras oníricas, que concluyen con el muchacho despertando en la última viñeta. Posee un dibujo de línea clara muy trabajado, un espléndido colorido y una imaginación desbordante, recreándose en edificios modernistas y encuadres que se anticipan a las realizaciones cinematográficas que, esta vez sí, lo convierten en una verdadera obra de autor, que tuvo la suerte de ser realizada porque era del gusto del público. Esta serie supone un hito en la consideración de la Narrativa Gráfica como Arte, ya que en 1966 sus planchas originales fueron presentadas en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York.

También destaca George McManus (1884-1954) que, con su serie Bringing Up Father, ridiculizó el afán insaciable de riqueza de la sociedad norteamericana. Relata las aventuras de un nuevo rico utilizando un fino análisis sociológico. Igualmente, la realización fue preciosista y los decorados y vestuarios eran fiel reflejo del Art Decó y el estilo Moderno. Es de remarcar la relación de los mejores autores con las tendencias artísticas de su época, aunque desgraciadamente es algo que no cuajó, pues el motor que movió estas realizaciones era meramente comercial, ya que se pretendía llegar a las masas antes que a las élites cultas.

George Herriman (1880-1944) alcanzó fama con una tira marginal, sin título, que iba al pie de su serie The Family Upstairs o The Dingbat Family, como se denominaría después. La tira, que llegaría a ser independiente, se denominó Krazy Kat, teniendo luego su plancha dominical. Sin abandonar un dibujo minimalista y un ambiente surrealista, mezcla la lógica más coherente con una sinrazón fantasiosa, en un paisaje que cambia de viñeta a viñeta sin motivo alguno. El trío protagonista son un ratón agresivo, una gata, o gato que nunca queda claro, perpetuamente enamorada/o de su pillo maltratador y un policía de carácter simple y paternalista que intenta proteger al minino, del que también está enamorado en secreto. Esta trama enrevesada y surrealista logró subsistir gracias al empeño del editor Hearst, que estaba encantado con ella.

En un principio los periódicos mantenían su propia plantilla de dibujantes, lo cual limitaba el fenómeno a las grandes ciudades. Los más importantes vendían los derechos de reproducción a los periódicos más pequeños que no competían con ellos. Para la distribución eficiente habían nacido los Syndicates que se encargaron de suministrar chistes y producciones gráficas desde mediados del siglo XIX a los periódicos rurales. A pesar del nombre de sindicatos se trataba de agrupaciones dirigidas por empresarios que contrataban a los dibujantes como trabajadores asalariados. Por este camino llegaron, primero los gag-panel y luego los comics, a distribuirse por todo el país, popularizando el género y consiguiendo el fortalecimiento de estas “agrupaciones sindicales”, que terminaron por ser los únicos agentes de distribución de las series de cómic para la prensa. Los más importantes fueron el King Features Syndicate y el United Feature Syndicate, que proceden de fusiones de anteriores Syndicates y eran controlados por los magnates de la prensa como Randolph Hearst.

Pero entre los creadores que asentaron el lenguaje hubo más paja que grano. La unión de magníficos dibujantes, muchas veces excelentes narradores gráficos, con guionistas, las más de las veces de escasa capacidad intelectual, junto a las limitaciones del género (intentar no ofender a los lectores, pretensión de vender periódicos...) dieron como resultado series de entretenimiento sin pretensiones y con muy pocos logros artísticos.

En las décadas de los años diez y veinte los cómics generalizaron la continuidad narrativa, es decir el “continuará” de día a día y semana a semana. Las series se diversificaron creando géneros de testimonio cotidiano, que cristalizaron en los años veinte, dominando el punto de vista humorístico y la caricatura. Los temas eran la familia, los niños traviesos, animales humanizados, series “de chica” o de individuos marginados. Hay que citar, al menos, las más famosas: The Katzenjammer Kids, de H.H. Knerr; Blondie, de Chic Young; Thimble Theatre, de E.C. Segar, del cual nacería el famoso Popeye; Flahs Gordon, de Alex Raymod; Polly and Her Pals, de Cliff Sterret; Little Orphan Annie, de Harold Gray,  Li'l Abner de Al Capp...

La depresión económica de los años treinta, que generó legiones de parados, sumada al gansterismo proveniente de la Ley Seca, multiplicó el crimen organizado. La violencia, la inseguridad y el asesinato prosperaron tanto que surgieron héroes implacables, cuyo precursor fue Dick Tracy, de Chester Gould. Las historias de continuidad fueron reinas en los años treinta y produjeron el desarrollo de las series de aventuras, siendo pionero Roy Crane (1901-1977) con el Captain Easy. Luego llegó la avalancha de héroes, siendo los más conocidos Prince Valiant y Tarzan, de Hal Foster o Bucks Rogers, de Dick Calkins. También proliferaron detectives, aviadores, ciencia ficción, far west y superhéroes. Éstos últimos en un principio sin poderes extraordinarios (The Phanton o Mandrake) y a partir de Superman, con la proliferación de toda clase de extrapoderes pseudocientíficos. La continuidad pervivió hasta que en la década de los años cincuenta crecieron las tiras de gag diario. Durante la II Guerra Mundial las series se hicieron más realistas e implicaron a los personajes en la contienda, la más famosa fue Terry and The Pirates, de Milton Caniff. Después de la contienda  las series de humor dejaron de ser divertidas y las de aventuras perdieron su espíritu tras una catástrofe que dejó más de treinta millones de muertos e infinitos sufrimientos. Entonces florecieron series que pretendían reflejar situaciones realistas: Brenda Starr, Rex Morgan, Mary Worth, Juliet Jones, On Stage, Rip Kirby, Casey Roggles, Cisco Kid...


Con el paso de los años, a partir de la década de 1950, las strip y las sunday sufrieron un cambio de estilo; se hicieron más pequeñas, con dibujos más sencillos, sin complicadas tramas, aligerando a su vez los diálogos, con dibujantes como Mort Walker, Charles Schulz o Walt Kelly.