¿Dónde quedará el espejo?
En el que mi hermano se miraba
cuando apenas tenía tres años
y le decía a su imagen:
«sal de ahí».
No entendía que era él
y no su gemelo encerrado.
Ese viejo espejo
¿dónde quedara?
¿Dónde quedará mi mano?
La que observé extrañado
al ser consciente
de que era una porción de mí
y yo parte de la vida,
sustancia de la existencia.
Esta mano que ahora escribe
¿dónde quedará?
¿Dónde quedará el miedo?
Que me dominaba al ir a clase
porque no había estudiado
y el maestro me podía preguntar.
Ese temor que me achicaba
hasta hacerme invisible,
buscando así eludir
el espanto de la pizarra.
Aquel terrible miedo
¿dónde quedará?
¿Dónde quedará el amor platónico?
Que descubrí al dejar de ser niño
y mi timidez arruinó.
Ese que dolió tanto
porque solo llegó a ser
fantasía y nada más.
Ese ilusorio amor
¿dónde quedará?
¿Dónde quedará el romance?
Que me llevó a compartir los días,
a no pensar solo en mí,
a dar existencia a otras almas
que crecieron paralelas,
para encaminar los pasos
por senderos no trazados.
Ese agridulce romance
¿dónde quedará?
¿Dónde quedará el trabajo?
Que me impelía a madrugar
y me dio compañeros,
además de estabilidad.
Me permitió pasar el rato.
Muchos días, muchos ratos.
Ese apaciguador trabajo
¿dónde quedará?
¿Dónde quedarán las playas?
A las que fuimos de vacaciones.
Arena, sol, agua salada,
baños, paseos,
sol y arena.
Viajes, maletas, largos caminos,
llegadas, regresos,
maletas y viajes.
Esas lejanas playas
¿dónde quedarán?
¿Dónde quedarán los amigos?
Los de aventuras y juegos,
los de las cañas y las cenas,
los de conversaciones relajadas,
los de los planes y los abrazos.
Mis queridos amigos
¿dónde quedarán?
¿Dónde quedarán las ilusiones?
Que trazaron los proyectos
de hacer castillos en el aire.
Por las que aprendí y aprehendí.
Las que dieron sentido al sinsentido.
Las que me llevaron a pensar,
a crear y, a veces, a disfrutar.
Esas vanas ilusiones
¿dónde quedarán?
¿Dónde quedará el agujero?
Tan enorme
que se me abrió en el pecho,
cuando fui consciente de que era
mortal
e iba a dejar de ser.
Un día.
Esa desesperación que me trajo
el peso de la consciencia
¿dónde quedará?
¿Dónde quedará el tiempo pasado?
El que me ha permitido vivir,
el que me ha permitido opinar,
el que me ha permitido sentir,
el que me ha permitido soñar,
el que me ha permitido escribir,
el que me ha permitido viajar,
el que me ha dejado dormir,
y el que me ha visto llorar.
Mi escaso tiempo vivido
¿dónde quedará?
¿Dónde quedará mi cuerpo
cuando mis huesos sean polvo?
¿Qué será de estos ojos
que me vieron en un espejo?
¿Dónde irá el corazón que tuvo
miedo,
amó y fue amado?
¿Desaparecerá el pecho que horadó
la desesperación?
El cuerpo que trabajó
y se tumbó al sol,
que viajó y se bañó,
gozó y creó, también soñó,
¿dónde irá?
Este cuerpo,
cuando no quede nada de él,
¿dónde quedará?
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