miércoles, 29 de junio de 2016

Tres microrrelatos y medio

MI GATO

Zarpas hoy tiene el semblante serio, yo diría que sufre. Y sufre al verme a mí llorar de forma angustiosa. Estoy seguro de que los animales tienen sentimientos y hoy veo el dolor en la cara de mi gato, al igual que ayer veía su alegría. Ayer le chispeaban los ojos y su expresión iluminaba la casa.

Pero no se lo diré a nadie, porque pensarán que es cosa mía y que el motivo por el que ayer lo notaba contento, es porque al fin me comunicaron el esperado ascenso en el trabajo, y su angustia de hoy se debe a la repentina muerte de mi amada Elena, que me dejará en la más absoluta soledad, tras veinticinco años de convivencia. Todos juzgarán que la alegría y tristeza de Zarpas son reflejo de mis estados de ánimo. Que yo veo en él lo que siento por dentro.

Ahora no me comprenden, querido Zarpas, pero dentro de poco me llamarán loco por hablar con una mascota de porcelana como tú.

TARDE SOMBRÍA

Tuve una tarde sombría, mi humor turbio no me permitía disfrutar de la película de cine mudo que pasaban por un canal de la TDT. Para rematarlo, ella entró en casa dando un portazo y cruzó por delante de mí sin saludarme siquiera. Ignorándome, recorrió mecánicamente un espacio que le es muy familiar. Todavía me guarda rencor por la discusión de anoche. No puedo olvidar que me soltara un “imbécil”, yéndose a continuación malhumorada a la cama.

Pero mi indignación de esta tarde se transformó en alarma cuando tras cuarenta minutos no oí que saliera del cuarto de baño. No había ruido de agua. La llamé desde el salón: “¡Laura! ¡Laura!”. Me acerqué a la puerta y repetí su nombre una y otra vez… Me temí que hubiera hecho una tontería y no lo pensé más, al comprobar que no se había cerrado por dentro, abrí de golpe la puerta y… Allí estaba ella, sentada en la banqueta, pintándose las uñas de los pies.

Cariño, dijo sonriendo, tras quitarse un auricular del smartphone no sabía que estabas en casa. ¿Cómo es que has venido tan pronto hoy?

“¡Imbécil!” Me dije para mis adentros, volviéndole la espalda.

ESE POEMA

—A ver, Alberto, léenos tu composición poética —dijo el profesor, disparando con el dedo índice al tímido alumno, que no se esperaba aquello y para él era un mal trago.

—Separé los pétalos de la flor —comenzó el muchacho sonrojándose— y acerqué mi nariz, cerrando los ojos, para aspirar el denso perfume que esparcía su carnosa fragancia, impregnando mis labios con la dulce humedad interior…

—Sinvergüenza… —cortó el profesor, arrancando el folio de papel de las manos del asustado muchacho y haciéndolo pedazos, ante la momentánea incomprensión del resto de la clase—. ¿Cómo te atreves con un relato pornográfico?

Estas últimas palabras fueron coreadas por una risotada general, siendo Alberto el único que siguió sin comprender.

EL PRECIPICIO

El precipicio tenía una caída libre de, al menos, doscientos metros. Lo digo a ojo, porque no llegué a caer, ya que aprendí a volar.


lunes, 13 de junio de 2016

Hacia dónde vamos

Hubo épocas en la Historia de la Humanidad, en las que para el mantenimiento del ser humano se necesitaron muchos y variados trabajos. En la prehistoria, antes del neolítico, esos trabajos tan solo eran la caza, recolección y cuidados de niños y ancianos; pero el neolítico los multiplicó con la siembra y cuidado de los campos, la fabricación de utensilios cerámicos, herramientas y edificaciones, además de la defensa armada en contra de los vecinos, que produjo imperios, guerras y desastres. Esta situación poco varió a través de los siglos, culminando en el Antiguo Régimen, con una sociedad compuesta de nobleza, clero y estado llano, en la que solo este último estamento realizaba todos los trabajos para el mantenimiento de la sociedad.

Con la industrialización y el descubrimiento de energías como el vapor y la electricidad, se potenció el empleo de multitud de trabajadores, primero semi esclavizados, pero que fueron consiguiendo poco a poco derechos, con la amenaza de una revolución que diera la vuelta a los papeles. Así se creó una sociedad que avanzó hacia la socialdemocracia en el siglo XX y al estado del bienestar, la cual matizó el salvaje capitalismo decimonónico que propiciaba niños pequeños trabajando en las minas y jornadas de más de doce horas diarias.

Pero el bienestar social se estancó y retrocedió con la actual crisis económica del siglo XXI. Ejemplo significativo es una nueva realidad: los jubilados cobran ya una media superior a los jóvenes que comienzan a trabajar y han de mantener sus pensiones.

Hay quien se ríe de cosas como el salario social básico, o renta mínima, que se votó hace poco en Suiza, de 2.250 € mensuales para toda la población, trabajadores o no. El miedo a invasiones extranjeras en busca de asegurar la subsistencia asustó a los suizos que votaron mayoritariamente en contra. Pero no hay más futuro que este.

¿Hacia dónde vamos?

Yo veo un abismo, que hay que abordar con un puente o acabaremos precipitándonos en él. Me refiero al desastre social propiciado por la robotización.

Un robot, llamado Deep Blue, le ganó una partida de ajedrez al campeón mundial Kasparov en 1996. Ya no vamos al banco, sino al cajero automático; antes en los peajes de las autopistas había personas, ya no; los procesos industriales están semi automatizados, caminando hacia la automatización plena; existen coches que se conducen solos, e incluso camiones, y ya se realiza el reparto de mercancías con drones; un robot puede ser el recepcionista en un hotel y otro el presentador del telediario, o incluso profesor universitario. Ya nadie duda de que los robots puedan operar quirúrgicamente, poner una multa de tráfico o cambiar un pañal a un bebé.

El pensamiento neoliberal de nuestros días tiene una fe religiosa en el mercado, creyendo que éste será capaz de regular las relaciones entre el capital y el trabajo. Pero están ciegos, no ven hacia dónde vamos. En poco tiempo el obrero no será necesario, y el obrero es el que sostiene el mercado con su oferta de mano de obra y demanda de productos. Pronto tan sólo existirán el capital y un cuerpo de ingenieros que diseñen, coordinen y reparen la industria automatizada. Ni siquiera será necesario que construyan esos robots, ya que serán construidos por otros robots.

Como no será necesaria la mano de obra humana, podemos imaginar a la sociedad -no futura, sino inmediata-, empobrecida y a los privilegiados encerrados en zonas residenciales valladas, o amuralladas con un ejército de seguridad privada asomado a las almenas, para evitar ser asaltados por los parias de la Tierra.

También serán necesarios los religiosos con una doble función, primero tranquilizar las conciencias de los acaparadores y luego la de los desposeídos, a los que los enseñará -otra vez- a resignarse con su triste suerte. Los que nazcan en la opulencia se reproducirán endogámicamente, ya que serán los únicos que podrán tener estudios universitarios y trabajos adquiridos a través del nepotismo. Es decir una minoría enriquecida aislada de unas masas hambrientas y sumidas en la ignorancia.

El estrangulamiento del Estado por parte del liberalismo trasnochado, da el poder al capital, a las transnacionales y serán únicamente éstas las que controlarán el poder político. Lo están haciendo ya.

Ante este desastre, tan solo veo un camino que aporto como colofón a mi razonamiento, que es el fortalecimiento de un Estado que se haga con los medios de producción, para que sea el Estado y no el particular, el que obtenga el beneficio, y así poder invertirlo en la sociedad, logrando al fin la justicia social. Pienso que esto es compatible con la propiedad privada, ya que no estoy pidiendo más que un proceso de nacionalizaciones de las grandes industrias, dejando a salvo las pequeñas empresas privadas y a los autónomos.

No planteo una revolución, sino ir dando pasos para acercarnos al horizonte que andamos buscando, para no dejar que el neo capitalismo potencie las desigualdades.

La única alternativa al desastre es que un Estado, económicamente fuerte, erradique el paro, invirtiendo en trabajo en lugar de en elitistas infraestructuras ferroviarias, por ejemplo. Y todos saldríamos ganando. Podría emplearse a la gente en la reforestación mundial, el cuidado de enfermos y desvalidos, la investigación científica, los yacimientos arqueológicos, la lucha contra los incendios forestales, la educación, el ocio, la cultura, etc. Estos trabajadores, satisfechos por contribuir a la sociedad, tirarán del resto de la economía, del comercio, de la pequeña empresa privada, del turismo, etc. Y donde no llegue el trabajo, no queda otro remedio que la renta mínima garantizada.

Pero esta inversión tan solo será posible si la realiza un Estado democrático, que sea el que saque los beneficios de la producción y planifique una economía sostenible, tanto ecológica como socialmente. Esto jamás lo harán las multinacionales que, aparte de abonar dividendos a sus accionistas, no se preocupan más que de que los magnates suban puestos en el ranking de Forbes y de que su yate sea más grande y lujoso.

Ahora toca votar y somos más que los acaparadores, el futuro está en nuestras manos.