domingo, 31 de octubre de 2021

El otoño


El otoño nunca me ha gustado, será que no tengo vena poética. O tal vez es que los inconvenientes de esta época del año son tantos que me ahogan esa vena. Y eso que en otoño cumplo años. Tal vez sea por esto último. En sí, no es malo cumplir años, es peor la alternativa, pero mirar hacia atrás te da vértigo en las etapas finales de tu vida.

Me gusta sudar en verano, que es cuando se vive. Los días son largos, se viaja, se lee en la calle, se pasea y se toman cañas en las terrazas e incluso puedes tener a relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor. Me gusta la primavera por sus colores, el verde llena mis pupilas de esperanza… «Para el carro, que tienes la vena poética ahogada, ¿no lo acabas de decir?». Paro, paro; freno y doy marcha atrás. Me gusta la primavera y no sé la razón. Como me gusta el invierno, a pesar de las incómodas nevadas, tan bellas ellas. El invierno llega con la esperanza de que los días comienzan a alargarse a partir de los festivales del «Sol Invicto», ya perdidos, en los que el nuevo sol vencía a la oscuridad en el solsticio invernal. Luego, esta fiesta se ha enmascarado en La Navidad, la cual ha derivado en el consumismo. ¿He dicho ya que no me gusta la Navidad? No, aún no lo he dicho, pero creo que se me nota.

El otoño es marco de la mengua de luz diurna, que nos entristece —me entristece—. Trae la sorpresa del frío esperado —«sorpresa de lo esperado, esto es un oxímoron, ¿y si...? No, calla, no eres poeta»—. Cuenta, además, con la tétrica festividad de los muertos el 1 de noviembre, que conlleva la visita a los cementerios e incluso el Don Juan Tenorio, ahora todo reconvertido en Jálogüin, por mor de la sociedad de consumo, otra vez. Y que conste que prefiero la festividad jalogüinesca a la tristeza de los cementerios, donde los muertos son de verdad y nos muerden las entrañas. Nos recuerdan que con ellos estaremos, tal vez mañana, tal vez pasado o dentro de equis años. Pero vamos a estar, seguro. Cada vez que miro una tumba evoco el epitafio que todos los sepulcros manifiestan, aunque no lo tengan escrito, y que es fruto de la sabiduría popular: Como te ves, me vi; como me ves, te verás.

No tenemos cultura de la muerte, como en México; no nos preparamos para ello, tratamos de obviarla, como si solo existiera por accidente, cuando su esencia es lo irremediable. Deberíamos ser conscientes en todo momento de la finitud de la existencia para vivir de forma intensa el ahora. No sé qué pasará luego, sí sé mi historia personal —y me sirve para meditar—, pero ni el pasado ni el futuro están vivos, solo está vivo el presente, el ahora. Pero, bueno, ¿por qué estoy enredándome con la muerte si el tema es el otoño? ¡Ah, claro! Es que estoy hablando del otoño.

En otoño los días se van haciendo cada vez más breves, la lluvia rememora el llanto de los cielos —«poeta, poeta, / monta en bicicleta / y olvida tu meta»—, los árboles se deshojan, las hojas ensucian las calles de cemento y se pudren en las de tierra, convirtiéndose en el abono —la mierda—, que da lugar a la vida. Pero esa vida no vendrá en otoño, deberemos esperar otra primavera: Volverán sus nidos a colgar.

Bueno, que no me gusta el otoño, lo repito, y en breve seré un año más viejo. Sí viejo, deteriorado, cada vez con más achaques, hasta que la de la guadaña abra su cuaderno y vea ahí apuntado mi nombre. Entonces solo seré abono o ceniza.

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir. (De la película Blade Runner, de Ridley Scott)

¿Que estoy depre? ¡Claro, estamos en otoño, leches! 

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