Releo lo que escribí y lloro, pues ya no hay remedio. Es demasiado
tarde.
‘Estoy harta. Harta de ti y de tu deslealtad. Desde hace tiempo sé
que estás leyendo mi diario. Sé que lo haces a escondidas, en cuanto me
acuesto. Siempre llegas tarde del trabajo… O, bueno, eso dices tú, porque ya no
me creo que te pases el día trabajando. El caso es que cuando llegas a casa
estás tan cansado, que ni siquiera tienes ganas de hablar conmigo. Te quedas
ahí, callado, en el sillón, mirando la tele. Te esperas a que me acueste y
luego vas al álbum de fotos, donde has descubierto que escondo la llave, la
coges y lees mi diario cobardemente. Y eres tan necio que ni siquiera devuelves
la llave entre las mismas hojas del álbum que yo, sin importarte que por este
detalle acabaría descubriéndote.
Eres un miserable. Cuando me di cuenta de que leías mi diario me
enfurecí de tal forma que pensé dejar de escribir en él, o engañarte y mentir,
pero me arrepentí, te di una segunda oportunidad, quise ser sincera y mostrarte
mi hastío para inducirte a actuar, a hablar conmigo. Quise que vieras que ya
estoy harta, que no me siento valorada por ti, que hace tiempo que dejé de
amarte. Me casé ilusionada, aunque me
decepcioné enseguida por tu carácter callado. He pasado junto a ti años enteros,
esperanzada en que cambiaras y me hicieras ver que soy especial. Al final me
resigné a ser invisible.
Pero ya no aguanto más. Así que vete a la mierda de una vez. Lo
nuestro no existe. Ya no deseo prolongarlo más. No te he abandonado antes por
miedo. Miedo a quedarme totalmente sola, ya que ni siquiera hemos podido tener
hijos. Pues se acabó. Por eso te escribo esto en el diario que sé que acabarás
leyendo esta noche cuando, como tantas otras, me vaya a la cama antes que tú.
Ya lo sabes, he dejado de quererte y mañana te abandonaré, en cuanto te marches
al trabajo.
Y sé que cuando me acueste leerás esto, como siempre, y te acostarás
después sin despertarme para hablar y eso reafirmará mis intenciones. Así, tú
mismo tomarás la decisión por mí.’
Y no me dijo nada al acostarse. A pesar de que no pude dormir, bañada
en lágrimas, él ni siquiera se dio cuenta. A la mañana siguiente, en cuanto se
marchó, desaparecí, dejando una nota de despedida y de desamor en la mesa de la
cocina, donde di rienda suelta a mi rabia y no paré de enumerarle todos los
insultos que se me ocurrieron. Nota que ya habrá leído a estas horas, cuando
acabo de encontrar otra nota suya en el pantalón vaquero que me puse hoy, y que
envolvía la llave de mi diario:
‘Perdona, cariño, todas las noches cuando te acuestas, me gusta
quedarme un rato mirando nuestros recuerdos en el álbum de fotos y suele caerse
esta llave de tu diario, que ahora te devuelvo para que la pongas en otro sitio
más seguro, no sea que me den tentaciones de leerlo, je, je. Me gusta mirar las
fotos de cuando nos casamos ilusionados, porque sé que te hago infeliz desde
que los médicos nos dijeron que era yo el estéril. Me consuelo cada noche,
cuando te vas a la cama, viendo la cara de alegría que tenías el día que te
casaste conmigo. Soy inmensamente feliz a tu lado, aunque no nos hablemos
apenas debido al agotamiento físico y
emocional que me proporciona el horrible trabajo que me aparta tanto de ti y
que tan cansado me trae a casa por las noches. Por fin he decidido cambiar esto
y aceptar ese puesto que te comenté, para tener más tiempo libre que dedicarte,
aunque gane menos dinero. Mañana, después de dimitir, llegaré a casa pronto y hablaremos.
Un beso. Te quiero mucho, demasiado, y desde ahora verás cómo empezamos a ser
felices’.
Demasiado tarde¼
Buenísimo.
ResponderEliminarGracias, Juan. Es para mí un placer que a alguien con tus conocimientos literarios le guste un escrito mío.
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