Me encanta la primavera. Sobre todo donde vivo, porque los
colores son muy intensos. Con ese cielo azul, tiznado de nubes, que
conecta perfectamente con el verde de la hierba y el dorado de las piedras.
Aquí el invierno es demasiado largo, predomina el color gris y todo está helado. Se hace eterno y sufro tanto el frío que no salgo de
casa para nada, hibernando como una marmota.
Pero un día todo cambia. La buena temperatura me saca fuera,
donde disfruto no solo de los colores vivos, sino del olor de las plantas, de
la suavidad del aire, del calor en la piel desnuda…
De repente todo es vivificante y frondoso, la naturaleza ha
explotado en mil tonalidades; disfruto caminando a paso lento y deslizándome suavemente
por el verde suelo.
Las hierbas tienen aspecto gigantesco, fresquitas y dulces,
me las comería todas, pero es imposible, claro. Mi pequeño tamaño lo hace
imposible, no soy más que un caracol.
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