Todos nacemos desnudos, es decir iguales. Pero cuando
morimos no lo somos. Mientras a unos los entierran desnudos en cajas de cartón,
a otros en ataúdes de maderas nobles, con mortajas lujosas y en panteones de
granito. ¿Qué ha ocurrido entre medias?
Para saberlo no es necesario indagar en la biografía de
nadie, pues este cambio no se produce a través de una vida, ya que ocurre en
las manos que recogen al recién nacido. Es decir, la diferenciación se manifiesta
en el mismo momento en que vemos la luz. A unos los reciben con las manos
desnudas y a otros entre paños y sedas. Y esto ocurre porque hay gentes que
acapararon las riquezas del planeta y, como estas son finitas, para muchos
otros no queda sino pasar hambre y necesidades.
Sería injusto achacarme demagogia por realizar esta
observación. Yo no pretendo decir que todos los ricos sean malvados y entre los
pobres no haya infames. Es más, la pobreza genera más perversos que la riqueza,
ya que quien anda con sus necesidades primarias cubiertas puede filosofar sobre
la generosidad y la filantropía, y quien no tiene qué llevarse a la boca,
cegado por la injusticia, está más dispuesto al odio y la venganza. Lo que
quiero decir es que la responsabilidad de la injusticia y del hambre en el
mundo es de los acaparadores. Por mucho que sean buenos padres de familia, y
colaboren con organizaciones humanitarias, son responsables del hecho de que
algunos se jueguen la vida en pateras, alambradas o huecos de las ruedas de
camiones, para huir de la miseria y la injusticia. Y también, claro, de que
otros mueran de inanición y sufran guerras y persecuciones.
Admito que la igualdad absoluta es también injusta, pues no
recompensa a quién más se esfuerza, pero las desigualdades actuales, incluso en
un país como el nuestro, no tienen más sentido que la postura delictiva de las élites. Admito
también que hemos evolucionado mucho y en parte de este planeta maltratado se
ha establecido la justicia social, como medio de reparación de ese ignominioso
latrocinio. Pero parece que incluso esto ha llegado a su fin con la crisis.
La Historia nos ilustra sobre el proceso de acaparamiento de la riqueza por unas castas
sociales. Yo no creo en el salvaje feliz. En la prehistoria, en la época paleolítica de cazadores recolectores,
la subsistencia sin duda fue muy dura, pues los peligros eran miles, y la vida
una continua lucha; pero la organización social en grupos o clanes pequeños no
permitía que unos pocos acaparasen las riquezas. Los mejores cazadores, o las
mujeres más hacendosas y procreadoras, tenían sus pequeñas ventajas, buenas
hachas de piedra, las más hermosas joyas de concha, pero en sí, el grupo era homogéneo.
Con el neolítico, la agricultura, la sedentarización, la
cría de ganado, etc., la propiedad privada, que en principio recompensó a los
más hacendosos, por loor de la herencia generó castas de ricos, que quisieron
perpetuarse. Esas castas produjeron gobiernos, ejércitos y policías a su
servicio. Poco hemos evolucionado hasta nuestros días.
Platón imaginó la sociedad ideal con la división en clases,
los trabajadores manuales, los guerreros y los dirigentes, una teoría que
expuso en “La República” y que a él le parecía justa. Este experimento se llevó
a cabo en la sociedad feudal con sus tres brazos, laboratores, oratores y bellatores. Los primeros mantenían a la
comunidad con su trabajo, los segundos la cuidaban espiritualmente y los
terceros la defendían. Pero los dos últimos acapararon las riquezas, haciendo
que los que les mantenían pasaran crisis de subsistencia. Cuando algunos laboratores alcanzaron la riqueza que
les permitió competir con los otros dos brazos, surgió la revolución burguesa,
que no consistió en ningún cambio, sino en un reordenamiento, poniendo arriba a
los ricos y abajo a los que no tenían casi nada, que eran la mayoría. Con la
revolución industrial, nacida en el siglo XVIII, los acaparadores nobles y
burgueses se hicieron dueños también de los medios de producción,
desnaturalizando el trabajo, pues se apropiaron de la plusvalía.
Llegada la socialdemocracia, pareció que al fin la justicia
social se instalaba, acabando relativamente con la pobreza -en los países ricos, claro- y se dio oportunidad a los hijos de los trabajadores para la movilidad
social. Podían estudiar, y ocupar los puestos más elevados de la sociedad, si
sus méritos se lo permitían y a todos cubría la sanidad y la protección social.
Pero, nuevamente, los privilegiados, los acaparadores,
lucharon con denuedo contra esa justicia, pretendiendo que sus vástagos
fueran los únicos que pudieran llegar a la cumbre social. Actualmente una
ideología lo legitima, el neoliberalismo. ¿Lo mercados regulan? Los mercados
instauran la ley de la selva, la ley del más fuerte, y la más fuerte es la
casta, que no ceja en perpetuarse y acaparar. Hasta llegar a la desfachatez de
robar a manos llenas, creyéndose impunes, con la corrupción aceptada
socialmente: “La factura sin IVA, oiga”.
La crisis actual fue inventada por la casta, para incrementar las ganancias de las grandes empresas y empobrecer a las masas, las cuales dejan
de tener acceso a la sanidad, a la reparación por dependencia y a la educación.
Objetivo: abaratar costes de producción y multiplicar la riqueza de los
acaparadores, haciendo desaparecer el Estado. Para ello eliminan a los
políticos con ideología, sustituyéndolos por tecnócratas que únicamente deben
rendir resultados, como si fuera una empresa. Que cada uno se pague, si puede,
aquello que utilice. Pongamos una ministra de Sanidad que deje fuera del
sistema a los desfavorecidos, un ministro de Educación que haga pagar por la
cultura, que elimine becas, que deje para los pobres las carreras de tres años,
porque los hijos de los acaparadores pueden cursar másteres en caras
universidades, depauperemos la escuela pública... Implantemos un Gobierno que
defienda la riqueza de los bancos, desahuciando a familias para que los
inversores tengan dividendos. Resumiendo, la prevalencia de la riqueza privada,
sobre el Estado, legitimando a los acaparadores.
Si alguna característica tiene la casta es que está muy
preparada intelectualmente para realizar tal plan. ¿Alguien puede decirme que todo esto es fruto de la
casualidad? ¿Que no está diseñado?
Que conste que no estoy abogando por el voto a Podemos, al
apropiarme su terminología. Más bien estoy a favor de la lucha de clases, a que
una ideología firme, clara, y no difusa consiga el poder para los desfavorecidos
y así terminar con el criminal reparto de riquezas, para que haya una justicia
social real. Pero bienvenido sea un “zas, en toda la boca”, a la casta, venga
de donde venga. Y si acabamos por hacer desaparecer a los dos partidos que se
repartían el pastel, mejor. Luego los corruptos a la cárcel.
Estamos en un año crucial, nos jugamos nuestro futuro y sólo
tenemos una ventaja, ser muchísimos más que los acaparadores. Hagamos que la
democracia funcione, no necesitamos más.
a vuela pluma la primera parte me sugirió esta deliciosa canción https://www.youtube.com/watch?v=9-wLFgsu67A
ResponderEliminarGenial, Silvio. No la tuve presente al escribir esta entrada, pero le cuadra muy bien.
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