martes, 17 de marzo de 2015

Los acaparadores

Todos nacemos desnudos, es decir iguales. Pero cuando morimos no lo somos. Mientras a unos los entierran desnudos en cajas de cartón, a otros en ataúdes de maderas nobles, con mortajas lujosas y en panteones de granito. ¿Qué ha ocurrido entre medias?


Para saberlo no es necesario indagar en la biografía de nadie, pues este cambio no se produce a través de una vida, ya que ocurre en las manos que recogen al recién nacido. Es decir, la diferenciación se manifiesta en el mismo momento en que vemos la luz. A unos los reciben con las manos desnudas y a otros entre paños y sedas. Y esto ocurre porque hay gentes que acapararon las riquezas del planeta y, como estas son finitas, para muchos otros no queda sino pasar hambre y necesidades.

Sería injusto achacarme demagogia por realizar esta observación. Yo no pretendo decir que todos los ricos sean malvados y entre los pobres no haya infames. Es más, la pobreza genera más perversos que la riqueza, ya que quien anda con sus necesidades primarias cubiertas puede filosofar sobre la generosidad y la filantropía, y quien no tiene qué llevarse a la boca, cegado por la injusticia, está más dispuesto al odio y la venganza. Lo que quiero decir es que la responsabilidad de la injusticia y del hambre en el mundo es de los acaparadores. Por mucho que sean buenos padres de familia, y colaboren con organizaciones humanitarias, son responsables del hecho de que algunos se jueguen la vida en pateras, alambradas o huecos de las ruedas de camiones, para huir de la miseria y la injusticia. Y también, claro, de que otros mueran de inanición y sufran guerras y persecuciones.

Admito que la igualdad absoluta es también injusta, pues no recompensa a quién más se esfuerza, pero las desigualdades actuales, incluso en un país como el nuestro, no tienen más sentido que la postura  delictiva de las élites. Admito también que hemos evolucionado mucho y en parte de este planeta maltratado se ha establecido la justicia social, como medio de reparación de ese ignominioso latrocinio. Pero parece que incluso esto ha llegado a su fin con la crisis.

La Historia nos ilustra sobre el proceso de acaparamiento de la riqueza por unas castas sociales. Yo no creo en el salvaje feliz. En la prehistoria, en la época paleolítica de cazadores recolectores, la subsistencia sin duda fue muy dura, pues los peligros eran miles, y la vida una continua lucha; pero la organización social en grupos o clanes pequeños no permitía que unos pocos acaparasen las riquezas. Los mejores cazadores, o las mujeres más hacendosas y procreadoras, tenían sus pequeñas ventajas, buenas hachas de piedra, las más hermosas joyas de concha, pero en sí, el grupo era homogéneo.

Con el neolítico, la agricultura, la sedentarización, la cría de ganado, etc., la propiedad privada, que en principio recompensó a los más hacendosos, por loor de la herencia generó castas de ricos, que quisieron perpetuarse. Esas castas produjeron gobiernos, ejércitos y policías a su servicio. Poco hemos evolucionado hasta nuestros días.

Platón imaginó la sociedad ideal con la división en clases, los trabajadores manuales, los guerreros y los dirigentes, una teoría que expuso en “La República” y que a él le parecía justa. Este experimento se llevó a cabo en la sociedad feudal con sus tres brazos, laboratores, oratores y bellatores. Los primeros mantenían a la comunidad con su trabajo, los segundos la cuidaban espiritualmente y los terceros la defendían. Pero los dos últimos acapararon las riquezas, haciendo que los que les mantenían pasaran crisis de subsistencia. Cuando algunos laboratores alcanzaron la riqueza que les permitió competir con los otros dos brazos, surgió la revolución burguesa, que no consistió en ningún cambio, sino en un reordenamiento, poniendo arriba a los ricos y abajo a los que no tenían casi nada, que eran la mayoría. Con la revolución industrial, nacida en el siglo XVIII, los acaparadores nobles y burgueses se hicieron dueños también de los medios de producción, desnaturalizando el trabajo, pues se apropiaron de la plusvalía.

Llegada la socialdemocracia, pareció que al fin la justicia social se instalaba, acabando relativamente con la pobreza -en los países ricos, claro- y se dio oportunidad a los hijos de los trabajadores para la movilidad social. Podían estudiar, y ocupar los puestos más elevados de la sociedad, si sus méritos se lo permitían y a todos cubría la sanidad y la protección social.

Pero, nuevamente, los privilegiados, los acaparadores, lucharon con denuedo contra esa justicia, pretendiendo que sus vástagos fueran los únicos que pudieran llegar a la cumbre social. Actualmente una ideología lo legitima, el neoliberalismo. ¿Lo mercados regulan? Los mercados instauran la ley de la selva, la ley del más fuerte, y la más fuerte es la casta, que no ceja en perpetuarse y acaparar. Hasta llegar a la desfachatez de robar a manos llenas, creyéndose impunes, con la corrupción aceptada socialmente: “La factura sin IVA, oiga”.

La crisis actual fue inventada por la casta, para incrementar las ganancias de las grandes empresas y empobrecer a las masas, las cuales dejan de tener acceso a la sanidad, a la reparación por dependencia y a la educación. Objetivo: abaratar costes de producción y multiplicar la riqueza de los acaparadores, haciendo desaparecer el Estado. Para ello eliminan a los políticos con ideología, sustituyéndolos por tecnócratas que únicamente deben rendir resultados, como si fuera una empresa. Que cada uno se pague, si puede, aquello que utilice. Pongamos una ministra de Sanidad que deje fuera del sistema a los desfavorecidos, un ministro de Educación que haga pagar por la cultura, que elimine becas, que deje para los pobres las carreras de tres años, porque los hijos de los acaparadores pueden cursar másteres en caras universidades, depauperemos la escuela pública... Implantemos un Gobierno que defienda la riqueza de los bancos, desahuciando a familias para que los inversores tengan dividendos. Resumiendo, la prevalencia de la riqueza privada, sobre el Estado, legitimando a los acaparadores.

Si alguna característica tiene la casta es que está muy preparada intelectualmente para realizar tal plan. ¿Alguien puede decirme que todo esto es fruto de la casualidad? ¿Que no está diseñado?

Que conste que no estoy abogando por el voto a Podemos, al apropiarme su terminología. Más bien estoy a favor de la lucha de clases, a que una ideología firme, clara, y no difusa consiga el poder para los desfavorecidos y así terminar con el criminal reparto de riquezas, para que haya una justicia social real. Pero bienvenido sea un “zas, en toda la boca”, a la casta, venga de donde venga. Y si acabamos por hacer desaparecer a los dos partidos que se repartían el pastel, mejor. Luego los corruptos a la cárcel.

Estamos en un año crucial, nos jugamos nuestro futuro y sólo tenemos una ventaja, ser muchísimos más que los acaparadores. Hagamos que la democracia funcione, no necesitamos más.

2 comentarios:

  1. a vuela pluma la primera parte me sugirió esta deliciosa canción https://www.youtube.com/watch?v=9-wLFgsu67A

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    1. Genial, Silvio. No la tuve presente al escribir esta entrada, pero le cuadra muy bien.

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