“La huella del hombre pisada” es una novela breve, de
capítulos muy cortos que enganchan a su lectura, conduciendo al lector de uno
en otro sin darse cuenta, como el que come frutos secos. El autor, Rubén Negro,
con tan sólo dos libros publicados, tiene ya un estilo personal muy
reconocible. Narra en primera persona, con personajes que tienen mucho de él.
No es que sean autobiográficos, sino que nos cuentan mucho del autor, ya que están plagados de sus reflexiones.
En “La huella…” el protagonista comparte muchos aspectos de lo que, supongo -que no lo sé-, es la biografía real del autor. Aunque los hechos narrados no tengan nada que ver con su vida personal, sí que es muy cierto el marco contextual, las edades de los personajes, su ambiente social, sus ambiciones, sus luchas, sus diversiones... Pienso que una novela debe ser una gran mentira que cuente
la verdad y esto Rubén lo ha conseguido.
“La huella…” desgrana la realidad que rodea a una generación
de una concreta etapa histórica, adjetivada como Crisis. Como cuenta el autor en sus presentaciones, toda generación
ambiciona dejar una huella en la
historia, con la que ser reconocidos por generaciones posteriores; pero la
generación que buscaba un lugar en la sociedad cuando reventó la burbuja del
ladrillo no tiene espacio, no le dejan soñar un futuro. Es como si les hubieran
pisado esa huella, tratando de
ningunearlos para la Historia. De ahí el título de la novela. Pero no es una
novela generacional. En ella hay un retrato muy comprensible por los que no
somos de su generación, y el lograr que lectores que tienen poco que ver con
“la generación que no quiso ser perdida” puedan meterse su piel es uno de sus
logros.
Del argumento es mejor contar lo menos posible, para no
sustraer lectores. Aún así explicaré que todo gira en torno a un año crucial
para el protagonista -Manuel-, 2013, en el que acaba de cumplir los treinta
años. Este año es adjetivado varias veces, y ninguna de forma positiva -frío y mentiroso… año feo (pg. 13), feo y frío (pg. 20) o grisáceo y pantanoso (pg. 61)-. El
subjetivismo poético que califica el entorno con el estado de ánimo personal,
le debe mucho a ese cambio de década fatídico en el que Manuel se da cuenta de
que se ha hecho mayor. Y sería solo eso, si objetivamente las circunstancias
externas no fueran tan tristes, feas, mentirosas y frías como las que ha
marcado la crisis. La novela cierra un círculo doble. Comienza y concluye con
unas onomatopeyas -“crufj, klamp”- y a
la vez arranca y termina con el año 2013. Se desarrolla dejando a Manuel a
arrastrar su memoria por los cinco años precedentes, desde 2008, que marca el
despertar del sueño de la opulencia económica en España, llegando hasta el
punto más bajo de la caída sin fondo del 2013, previendo que la caída no iba a detenerse entonces.
Coinciden con los años de plenitud del protagonista, que es cuando debe poner
en marcha su proyecto de vida, tanto laboral como sentimental, topándose con la
cruda realidad de que ya los mileuristas no son los perdedores, de que un
contrato fijo y bien pagado es una quimera y de que cada cual intenta nadar en
una dirección para no hundirse.
Conoceremos a un puñado de personajes secundarios, Layla,
Carla, Marga, Mariano, don Javier… y cómo éstos enfrentan de forma diferente la
búsqueda de la dignidad en un contexto social adverso. Layla y Marga
representan dos formas diferentes de desafiar el negro futuro, y entre ellas
andará Manuel, sin rumbo claro. Las diferentes respuestas, alguna con exilio
incluido, marcarán el quiero y no puedo de una generación que se rebela contra la
injusticia, porque no quieren ser pisados. Y todo ello sin heroicidades, sin
revoluciones políticas, con la cotidianidad y la búsqueda de una salida
personal, intentando comprender la injusticia.
Las reflexiones y la forma de relatar los hechos, a manera
de confesiones hechas a un diario, nos sumergen en fiestas, resacas, anhelos,
trabajos, viajes, miedos cósmicos, búsquedas de sentido a la vida… Algo que todas las generaciones hemos hecho,
aunque en circunstancias diferentes. Tal vez, el haber sido joven en los años
ochenta, cuando nació el autor, me acerque a su punto de vista, porque la
crisis ochentera, con las reconversiones industriales y el cambio de modelo
económico, nos arrastró por barros parecidos de desempleo y negro futuro. Yo me hice las mismas preguntas y
tuve los mismos miedos. Sobre todo a las tardes desesperanzadoras de los domingos. Por eso sé que
dejarse la piel en la lucha es lo único que nos mantiene la dignidad.
La forma de narrar de Rubén Negro es muy poética y alimenta
el disfrute de la lectura. Está plagada de metáforas -“…cuando veo ese edificio de hormigón: hasta el ladrillo se ha vuelto
triste”, “los pilares que te sustentan se vienen abajo cuando el mundo está
instalado en el cinismo”, “a la mañana siguiente éramos una gran nada con
recuerdos perdidos”, “tal vez así lograría que el viento dejase de soplarme
melancolías…”-, retratos de la realidad cotidiana -“acabé en una cama dura como un leño, bajándome otra cerveza de marca
impronunciable”, “despierto ahora y el sillón me parece una celda”, “ese verano
fuimos a la playa, y vimos unos cuantos anocheceres”- y reflexiones
filosóficas -“la pregunta de ‘¿Qué
somos?’ es un viaje que te puede llevar a la locura”, “¿Es la vida un regalo o
es esto el infierno para los que arriba no se comportaron bien?”.
El regusto, entre dulce y amargo, que produce la lectura de
“La huella del hombre pisada” es muy recomendable y es lo que me ha movido a
realizar en esta entrada una reseña literaria, en las que no suelo prodigarme
en este blog. Ánimo Rubén, espero que saques pronto tu prometido “largometraje”.
Gracias por tu reseña, Cristóbal. Quedé encantado con tu novela, ojalá algún día sepa enfrentarme a un reto literario del nivel del que tú has dejado escrito. Por eso, leer este comentario a mi novela me deja muy contento.
ResponderEliminarAfortunadamente las cosas en la vida me han ido mejor que a mi sufrido protagonista. He querido dibujar el viaje que el pesimismo/conformismo hace que una persona acabe convertido en un cínico. Me imaginaba al escribir cómo sería mi vida si no tuviera el anclaje del amor o de la familia. Por eso que "Manuel" sea un solitario que acaba cayendo en sus propias trampas.
Mientras, Layla seria la esperanza. El ejemplo de que el camino no es fácil pero puede haber algo en lo que seguir creyendo.
Muchas gracias Cristobal por tomarte el tiempo de escribir de "La huella"