viernes, 30 de diciembre de 2022

Recapitulando 2022


Otro año más terminado, otro año en este blog y ya van… diez. Como siempre, esta entrada es un índice de los artículos publicados en el año que concluye, ordenados por etiquetas. Se trata de un repaso a los temas, que puede utilizarse para volver a leer alguna entrada o consultar aquellas que se perdieron al navegar en los mares inmensos de Internet.

2022 tiene un par de Reseñas: mi primera entrada es El sueño de Connor, estupenda novela de un amigo que recomiendo. Va de ciencia ficción y de un futuro cercano, tanto que podemos tocarlo con la mano. Y no, no son fantasías, sino predicciones acerca del rumbo que está tomando la humanidad. La otra reseña es la habitual —ya van ocho— del libro colaborativo de la asociaron La Sombra del Ciprés, esta vez dedicado a la novela policíaca, AV Confidencial, donde hace un cameo un tal Elicio Iborra.

Querámonos un poco es mi Defensa del castellano, etiqueta en la que últimamente me prodigo poco. Esta vez me tiro de los pelos por la putrefacción a la que le someten al no respetar su gramática e infestarlo de anglicismos innecesarios.

El 25 de febrero publiqué Guerreros. La guerra de Ucrania comenzó el día anterior, me hervía la sangre de indignación y saqué de un cajón de nuevo mi poema antibelicista Antes de que se agote mi voz. Para ello utilicé la etiqueta Reflexiones y, como la indignación no me abandonaba, el 5 de marzo publiqué otro No a la guerra. Mi siguiente reflexión va sobre la fe y las creencias: Soy un descreído, algo que me define muy bien. La inconsistencia de pensamiento desenmascara a esos idiotas que defienden a un dios omnipotente, asesinando a quienes osen insultarlo. Poco seso tienen, pues demuestran que su dios no es tan poderoso como para hacer algo por sí mismo —si fuera cierto que le ofenden las minucias de los torpes mortales, claro—. El tema subyacente durante todo el año año sigue siendo la guerra: La última guerra no habla de ninguna que ha de ser la última, sino constata que siempre hay una última guerra, antes de la siguiente.

Y la guerra ha impregnado también a mis Relatos, tres han caído, dos de guerra y uno de amor. Ras-ras va de un sonajero, historia basada en un hecho real que tiene que ver con la memoria histórica. El hacha de guerra es un alegato contra la barbarie, es decir, el resolver las diferencias con la atrocidad en lugar de con el diálogo. Termino con Esa dulce sonrisa tuya, mi cuento del libro Ávila amorosa. Espero que os guste tanto como a mí.

Mi incursión en la Política, en la que cada vez me prodigo menos, es: Banderas, bandoleros y bandidos. Tres palabras de la misma familia semántica e idéntico significado, el partidista, o sea la estupidez. Trato de exponer algo que ya tengo muy claro, que el nacionalismo es una enfermedad mental que distorsiona la percepción de la realidad en el individuo que la padece.

Una etiqueta que me gusta mucho, y que es un poco un cajón de sastre, es Historias. Este año tengo varias. Pedro El Justo ha pasado a la historia como Pedro El Cruel, pues la historia la escriben los vencedores. Es hora de revisar esas tergiversaciones para deshacer injusticias, como la imagen que algunos se han inventado sobre la II República Española, imagen que trata de tapar la tropelía del lío asesino en que metieron al país. De historia habla también Los Comuneros, en la que aprovecho para dar unas pinceladas sobre este tema, a raíz de la publicación de un cómic de mi autoría junto a la ilustradora Gris Medina: Los Comuneros en Gotarrendura, del que me siento muy satisfecho por la parte que me toca y muy orgulloso por la que no. Luego he hablado sobre Mi vocación de escritor, desvelando algunos datos confidenciales. Porfa, no lo leáis. La siguiente entrada es un relato breve. ¿Por qué no está en relatos? Pues porque es algo que me ha afectado de forma muy importante. Solo aquellos que tienen o han tenido una mascota podrán comprender mis lágrimas al perder a Sombra. Titulé la entrada Hasta siempre. En mi última historia os presento mi Belén, campanas de Belén y hablo de la incongruencia, que es la característica más común del ser humano.

En la etiqueta Literatura me he atrevido a parafrasear a un maestro: Reinterpretando a Cortázar. No he hecho más que traer a nuestros días sus Instrucciones para dar cuerda a un reloj. También he dado mi punto de vista sobre un personaje que tienen secuestrado algunos y que piensan que solo es de ellos y nadie más le puede admirar: Teresa de Cepeda.

Mi ración de Poesía está en Partir con los bolsillos vacíos, sobre la brevedad de la existencia, y Soñar la vida, una recreación libre y breve de La vida es sueño de Calderón.

Mis Viajes de este año han sido pocos, pero aquí he traído una ciudad que no conocía y que me ha sorprendido: Un paseo por Murcia, donde me reencontré con mi prima Lely.

Y, por fin, en mi Vida literaria he puesto mi habitual reseña sobre los ya tradicionales premios de la asociación de escritores de Ávila, este año celebrada el 19 de noviembre: VI Gala de Premios La Sombra del Ciprés.

Para acabar tengo una duda. La foto del adorno de luces que acompaña este artículo ¿qué pensáis que es? ¿Un tipo bebiendo de una botella, tocando una trompeta o fumándose un porro de gran tamaño?

jueves, 15 de diciembre de 2022

Belén, campanas de Belén


Soy una persona incongruente, lo confieso. Pero también creo que eso es lo normal, lo extraordinario es ser coherente en todas las facetas de la vida. Aquí hablaré de mi incongruencia, exponiéndome a la crítica. No me importa, lo importante de verdad es la verdad: «la verdad os hará libres», ¿os suena?

Nunca me gustó la Navidad. Siempre lo he dicho en mis círculos cercanos y lo sigo manteniendo. Es una época en la que la felicidad es obligatoria y debemos reunirnos, cantar y sonreír en familia. Esto es algo que está muy bien, claro, lo que no me parece correcto es hacerlo en determinadas fechas, por obligación. Esta obligación le quita la honestidad y lo convierte en mentira. Además, soy agnóstico y para mí tampoco tiene ningún significado transcendente. Sin embargo…

Sin embargo, y aquí mi incoherencia, me encantan los belenes. Los visito siempre que puedo e incluso hace años ponía uno en mi casa, con una gran ilusión creativa. He retomado esa costumbre este año y las fotos que acompañan este artículo son de él. Como llevaba tiempo sin montarlo he prescindido de adelantos que ya había logrado, como un río con agua corriente de verdad, tierra, fuegos de luces y pedruscos.

Que estas fiestas están manipuladas por el capitalismo consumista, no me cabe la menor duda. He visto cómo en el mes de octubre —¡octubre!—, sí octubre, ponían las luces de Navidad en las calles de mi ciudad, aunque su encendido se realizó unos días después. He visto también en octubre —ya no lo repetiré— los supermercados con los muestrarios de productos navideños. La invitación al consumo es patética y sin disimulo. Estas fiestas le interesan a los mercados para hacer caja y bombardean en los medios de comunicación con anuncios de regalos, películas de «espíritu navideño», lucecitas de colores y un montón de mentiras. Como la de Papá Noel, invento muy reciente en la Historia, bautizado por los yankis como Santa, cuya iconografía se la inventó un creativo de la bebida esa de «la chispa de la vida», tomando la tradición de Santa Claus, es decir, San Nicolás y convirtiendo al personaje en un estrafalario viejo que vuela por los aires con un trineo mágico.

Voy a seguir con las mentiras, por más que sea verdad que la Navidad es una tradición y la gente no tenga interés en saber si lo que hay detrás es verdadero. En el fondo se temen que no lo es. Y no lo es.

Jesús de Nazaret, del que no dudo que es un personaje histórico, no nació en diciembre. Si hubiera nacido en esa fecha, los pastores no pasarían la noche al raso en Palestina, sino que tendrían los ganados recogidos en los establos. Así que es imposible que el ángel anunciase en medio del campo nevado el nacimiento del niño dios, mientras los pastorcillos se calentaban a la hoguera.

Esta fecha tiene una explicación que procede de los tiempos en que el cristianismo estaba perseguido en el Imperio Romano —esa época en que su símbolo era un pez, en lugar de un instrumento de tortura—. Muy hábiles aquellos cristianos, que debían esconderse para no ser asesinados, hicieron coincidir sus celebraciones con fiestas paganas, para no llamar la atención. Así enmascararon el nacimiento de Jesús, de cuya fecha no tenían ni idea, con las fiestas saturnales, y el día en concreto del nacimiento con la celebración del Sol Invicto, en el solsticio de invierno. Evento decisivo a partir del cual la duración del día crece, abriendo la esperanza de un nuevo ciclo de la naturaleza, que culminaría con el verano y la recogida de la cosecha. Un bonito simbolismo, hay que reconocerlo.

Tampoco es cierto lo de los Reyes Magos, que es otro «invento» de siglos posteriores. Solo lo menciona en su evangelio Mateo, capítulo 2, versículos 1 a 12: «Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle». No hay más. Mateo no indica si eran tres o siete y mucho menos afirma que eran reyes. Pero, claro, ¿qué menos podían ser? Luego, se inventó para la tradición que uno era rubio, otro moreno y el tercero negro, abarcando con su simbolismo a la humanidad entera —se olvidaron de los chinos y los indios, que vivían en otro mundo—. Simbólico no deja de ser también lo de los regalos: oro, incienso y mirra —¿mirra?—. Simbólico y mentira.

Se sabe fehacientemente que tampoco nació Jesús de Nazaret en el año uno de nuestra era, sino alrededor del año 7 antes de Jesucristo —o sea, antes de él mismo—. Si nació, como dicen los evangelios, en el reinado de Hedores el Grande, este murió en el año 4 a.C. La fecha del año 1 —los romanos no tenían el concepto del cero, así que el año anterior es el menos 1— se la inventó un monje en el siglo VI, Dionisio el Exiguo (460/5 - 525/50), matemático de origen bizantino, que calculó la celebración de la Pascua y «averiguó» el año del nacimiento de Nuestro Señor (Anno Domini). Como entonces no existía la Wikipedia y sus medios eran muy limitados, se lo inventó todo, lo cual más tarde daría lugar al calendario gregoriano, que es el que aún utilizamos, el de «a.C» y «d.C» —no confundir con «AC/DC»—.

Queridos amigos, queridas amigas, perdonad lo que os he contado, pero «la verdad os hará libres», ya sabéis. Y seguid celebrando la Navidad, a pesar de lo que conocéis. No importa, yo seguiré con mi belén, intentando mejorarlo cada año. La incongruencia nos humaniza.

¡Felices saturnales!