miércoles, 30 de enero de 2019

Viva el doblaje, viva Pancho Villa

Se suele diferenciar a la tendencia política denominada derecha, de la otra a la que se llama izquierda, por el factor del conservadurismo. Pero esta generalización es una falsedad.

Sí que es verdad que el conservadurismo es el factor característico de la derecha en el terreno de lo social, pero no en otros terrenos. Por ejemplo en lo cultural y el patrimonio. En la ciudad donde vivo, llevamos décadas en las que la labor de conservación patrimonial ha sido defendida por gentes de izquierda y, por desgracia, la destrucción la han defendido las derechas. Y digo lo de por desgracia, porque en la ciudad donde vivo, son las derechas las que llevan gobernando durante, ya no decenios, sino siglos. Muestra de ello son las destrucciones de patrimonio como el cementerio mudéjar, la Fábrica de Harinas o incluso el Alcázar de Ávila. Y las murallas no las tiraron porque eran muy sólidas y por falta de presupuesto.
Por ello no tengo ningún empacho de mantener en este blog una etiqueta que se denomina Defensa del Castellano y que es netamente conservadora. La cual intento alimentar de vez en cuanto, aunque normalmente movido por la indignación.

No es de recibo que la tercera lengua más hablada en el mundo, en la cual han escrito intelectuales como San Juan de la Cruz, Rubén Darío o García Lorca, por poner tres nombres al azar, y con más de quinientos millones de personas que la tienen como lengua materna, esté sufriendo un proceso de destrucción tan a ojos vista.

Mis reflexiones me han llevado a una idea clara: tenemos complejo de inferioridad y no valoramos en absoluto el idioma castellano. Y esto es inducido.
Nos lo delatan las redes sociales, donde nadie se preocupa si está escribiendo correctamente una palabra castellana pero, si utilizan el inglés, miran con lupa para no cometer un error al escribir WhatsApp, smartphone, runners, etc. Estas personas, incluso, se preocupan de pronunciar lo más correctamente que les es posible la lengua de Shakespeare. Por ejemplo sus correos electrónicos son yimeil punto com (gmail.com) y, en lugar de utilizar una tableta, ellos tienen una táblez (tablet).

A un anuncio comercial en los medios audiovisiuales, si quiere tener glamur, no le queda otra que realizar la locución en inglés, o como mucho en francés o italiano si es de moda. El otro día, en la tele, escuché al inefable Miguel Ángel Revilla quejarse de lo mismo, poniendo el ejemplo de cuando pronuncian el castellanísimo nombre de Carolina Herrera, con acento anglosajón, Cagolina Eguega.

Sé de primera mano que algunos visitantes extranjeros en nuestro país se han indignado cuando han encontrado un dependiente que no les entendía en inglés. Y, por el contrario, las noticias de vez en cuando nos informan de la agresión en una calle, o en el metro, de Londres, a un turista español por hablar en castellano con un compatriota.
Nuestros mandatarios nos fuerzan a convertirnos en bilingües, que no quiere decir aquello que significa esa palabra, o sea, hablar el idioma propio y otro. Lo que pretenden es que todos hablemos inglés. Aunque ellos no lo hagan. Pero lo importante es que pasemos por el aro. ¿Para qué? No nos lo dicen, claro. La razón es que es conveniente para el sistema capitalista, que necesita utilizar, allí donde sea productiva, la mano de obra. Además de para unificarnos en el pensamiento y que seamos más manejables; que no tengan que andar poniendo una etiqueta diferente en ese refresco famoso en cada país.

Hace poco cayó ante mis ojos un artículo a través de las redes sociales, en el que el titular ya es de por sí significativo: Los españoles hablamos peor inglés que los suecos o los portugueses. Y sí, el doblaje es culpable. ¡Toma ya! No dice que la causa es que nuestras películas tradicionalmente se doblen, si no que es culpa del doblaje. Somos ignorantes por no hablar inglés y no hay causas, sino culpas. ¿Por qué alguien con una carrera universitaria tiene que sentirse ignorante por no hablar inglés? Aunque sea bilingüe o trilingüe (pensando en Cataluña). Yo, por ejemplo, me esfuerzo en hablar francés y tengo mi carrera universitaria, pero soy ignorante, porque no hablo inglés. Y confieso que intento por todos los medios, desde hace tiempo, olvidar el poco inglés que aprendí. Por rebeldía, tal vez. Pero sobre todo, por ser consciente del tremendo daño que está haciendo este idioma a la lengua en la que me expreso. Sí, la está contaminando, menospreciando y desvirtuando. Siendo la intención última el enterrarla, para unificar a toda la humanidad.
Una obra de arte, como una película, es más auténtica si está subtitulada, que si está doblada. De acuerdo. Pero cuando nos colonizan culturalmente con una sola lengua, estamos hablando de otra cosa. Si eliminamos el doblaje no escucharemos en la pantalla más que el idioma que nos quieren imponer para dominarnos mejor.


Fotograma de Black Mirror
Entonces, bendito doblaje, que al menos a mi generación le salvó de la inmersión en el capitalismo más salvaje que viene en la actualidad desde dentro de los muros –de momento imaginarios– del nefasto Trump. El cual, tanto desprecia a los hispanohablantes, dicho sea de paso, que se cree superior culturalmente, aunque sea incapaz de leer un libro entero.

martes, 15 de enero de 2019

En la trinchera

En la trinchera estaba solo. Bueno, estaban muchos de sus compañeros, pero ya sin vida, debido a la explosión y expansión de la metralla de la última granada que tuvo el acierto de caer dentro. Él fue el único superviviente, porque se había apartado al hueco de las letrinas, debido a la descomposición intestinal que arrastraba desde hacía varios días.


El enemigo no sabía que habían hecho casi pleno y él podía resistir disparando desde lugares diferentes, para lo cual corría, pisando cadáveres de un lugar a otro. Pero esto se había vuelto muy penoso, ya que tenía los pies hinchados y doloridos por la humedad que le empapó al andar sobre barro durante semanas.

¿Qué le había llevado allí? ¿Quiénes eran los enemigos? ¿Por qué se estaban matando? Conocía de sobra las respuestas a todas estas preguntas y a otras muchas que no dejaba de hacerse, pero cada vez le convencían menos esas respuestas. A pesar de que en un principio él mismo las daba con orgullo a quién le preguntaba.

El sufrimiento inenarrable, el dolor, la enfermedad, el miedo, la distancia de los seres queridos, el aburrimiento, el hambre, la soledad, la sed, la desesperación y todos esos pensamientos oscuros que le acongojaban desde hacía tiempo le llevaron a tomar una decisión: esa no era su guerra. Ninguna guerra era suya. Sonrió por fin después de cuatro años.

Cerró los ojos y se imaginó en el jardín de su casa. Hasta notó los rayos del sol sobre su piel, a pesar de no estar desnudo. Se quitó toda la ropa y no sintió frío. Salió de la trinchera y se sentó sobre la hierba, ahí donde aún quedaba. Entraba la primavera y el suelo reverdecía. El sol calentó su cara, consiguiendo que se ruborizara. Aspiró el aire limpio y se imaginó al lado de Sonia. Todo fue perfecto, incluso el momento en que una bala bien dirigida acertó en su frente.