viernes, 28 de agosto de 2015

Cuestión de fe

Hay una palabra muy breve que es respetada y admirada por doquier: fe. Parece que en sí encierra un denso contenido que da respuesta y sentido al ser humano y que por sí sola resume todas sus aspiraciones.

Nada más lejos de la verdad. Pero, ¿qué es la verdad? Esta sí que es una palabra importante, aunque la dejaré para otro día… Tal vez.


La fe es un acto volitivo. Depende de la voluntad, sí. Simple y llanamente la fe es la creencia en algo que no es demostrable, que no es segura su veracidad. Creemos, o tenemos fe, en aquello en lo que queremos creer, y lo queremos creer por las razones más peregrinas.

El miedo a lo desconocido, el buscarle sentido a la vida, la respuesta a los grandes interrogantes, la búsqueda de la transcendencia… Todo eso nos hace caer en el desamparo, y el desamparo nos lleva al miedo, a la inseguridad, al pánico, al caos. Por ello, cuando no tenemos respuestas propias, nos conformamos con observar a los demás y fiarnos de sus seguridades. Al menos de lo que creemos que son seguridades, puesto que ellos pueden a su vez estarse fiando de las supuestas seguridades de otros.

Los demás nos explican que tal o cual dios existe, que hay transcendencia a esta vida, que en el más allá seremos plenamente felices. Nos situamos, pues,  en una disyuntiva, el vacío propio o la seguridad ajena. En ese momento decidimos creer. Voluntariamente aceptamos unas verdades que nos ofrecen a través de unos dogmas de fe y así podremos dejar resueltos nuestros problemas morales, para pasar esta vida lo mejor posible, ocupándonos tan solo de vivir. Luego, ¡qué casualidad!, se da la circunstancia de que la gran mayoría de las personas acepta la fe de los que le rodean, de su región o de su país. No se paran a analizar y elegir lo que les parezca más verosímil. ¿Para qué, si la fe es absurdamente arbitraria?

Fiamos nuestra vida a la seguridad de la fe. Esa que hemos aceptado sin ninguna prueba. Eso sí, habremos de tragar ruedas de molino, como que una virgen dio a luz a un dios de carne y hueso sin dejar de ser virgen, que es necesario cubrirse el pelo con un pañuelo cuando una mujer llega a la pubertad para no ofender a otro dios, que hay que realizar sacrificios de animales, o humanos, para que el mundo siga girando, que las mujeres son indignas del sacerdocio, que hay que circuncidar a los niños porque eso hemos pactado con un dios al que estas pequeñeces le importan mucho, que tocarse la picha ofende al señor…


Pero bueno, todo ello es voluntario, y bien valga por lo prometido, o por no ser castigados. Seamos creyentes. Ya se asegurarán, quienes viven de nuestra fe, de que nos enteremos de que si no les hacemos caso pasaremos la eternidad entre terribles sufrimientos, cuando no sea que desaparezcamos del todo llegando a la nada.

Luego hay varios grados. Desde el que tiene fe, pero poca, solo la necesaria para mantener la conciencia tranquila y luego se pasa los dogmas por el forro de lo que le interesa, y aquellos que se leen la letra sagrada al pie de esa misma letra con todos sus puntos, sus comas y sus simbolismos y están dispuesto a llevarlo a sus últimas consecuencias. Matando, torturando, esclavizando o simplemente humillando, para defender a ese dios omnipotente que no sabe defenderse por sí mismo.

En cualquier caso, desde la simple tranquilización de la conciencia, hasta la más violenta de las intransigencias, la fe es una maldita palabra que ha lastrado la paz y la verdad, condenando al género humano a vivir por y para la guerra.

“¿Si me quitas la fe, que me ofreces a cambio?”. Puedes preguntarme, sin sonrojarte, lector. Nada te doy, majete, pues no tengo respuestas; medita tú y tranquiliza tu conciencia como bien puedas. Pero ya que te he sembrado la duda, eso espero, te diré la palabra que me está valiendo a mí, y que es un poco más larga, pero infinitamente más hermosa: esperanza.

miércoles, 12 de agosto de 2015

Casa de Dalí y Gala en Portlligat

La casa que Salvador Dalí (1904-1989) se construyó en Portlligat, cerca de Cadaqués, fue el único lugar estable donde vivió y trabajó habitualmente hasta que en 1982 se trasladó al castillo de Púbol, a raíz de la muerte de Gala.




Se construyó sobre unas edificaciones preexistentes en 1930, realizándose en varias fases de sucesivas ampliaciones hasta 1972, en que quedó finalizada.

Vestíbulo

Comedor

Biblioteca

Taller

Pintura en la que trabajaba cuando murió Gala y que dejó inacabada



Salón Amarillo, que fue inspiración de uno de sus más famosos cuadros.


Salón de los pájaros. A la derecha está la subida al dormitorio.

Dormitorio. En la cama de la izquierda, más próxima a la ventana, dormía Dalí, en la otra, Gala.

Cuarto de baño de Dalí. Gala usaba uno diferente. (Al fondo, reflejado en el espejo, un intruso)

Espléndida Sala Oval. En el centro su acústica produce eco.

Patio

Palomar

Sin palabras

Olivar con el Cristo de las basuras.

Piscina

Un rincón de la piscina

Otro rincón de la piscina

No es López Vázquez, sigue siendo la casa de Dalí. Mi homenaje a Antonio Mercero.

Cadaqués. Un genio y un aprendiz.