miércoles, 24 de febrero de 2016

El cementerio de los moros

Nosotros la llamábamos la “huerta del tío Paulino”.

Fotograma de la película Maqbara

Vivíamos en el Teso del Hospital Viejo, un barrio de casas sociales construidas por el franquismo y que estrenamos en 1966, cuando yo tenía cinco años; se llamaban “Grupo Isabel y Fernando”. Estaban en lo que antes era un teso de ganado en la vertiente sur de la muralla de Ávila, una zona soleada. El terreno terminaba en un talud, sujeto por un muro, que nosotros descendíamos descolgándonos y, cruzando la carretera, saltábamos la pequeña valla de piedra que cerraba la “huerta”. Este terreno, hacia el río Adaja, estaba sembrado como huerta, pero la parte superior, junto a la carretera, era una tierra pedregosa que llevaba largo tiempo sin cultivar, en la que teníamos los del barrio un extenso campo de fútbol, cuyas porterías eran sendas piedras a cada extremo.

Yo no era de los apasionados del fútbol, ni antes ni ahora, pero sí que hollé con mis piernas infantiles esa dura tierra. Un día escuché que, escarbando un poco, un chaval había descubierto unos huesos. No debíamos tocarlos, pues eran de los muertos en la guerra, según le dijeron a alguien sus padres. Entonces supe que donde yo vivía había habido una guerra como las de las películas, aunque no sabía cuál.

1968, en El Teso, con mi hermano J.A. y mi abuela Ignacia, yo soy el de la derecha.

Pasaron los años. Muchos. En 1999, cuando ya vivía lejos del Teso, leí en los periódicos que habían descubierto lo que podía ser el cementerio mudéjar abulense, la maqbara, en lo que para nosotros había sido la “huerta del tío Paulino”. Mi licenciatura en historia, mi interés por el patrimonio cultural y mis referencias infantiles me situaron muy cercano al descubrimiento. Se trataba del cementerio musulmán más extenso nunca encontrado en la Península Ibérica, y por extensión en toda Europa, que contaba parte de lo que había sido nuestra historia.

Fotograma de la película Maqbara

Se inició entonces una polémica en El Diario de Ávila, que seguí con interés. El concejal del Ayuntamiento de Ávila, e insigne historiador especializado en el siglo XVI y en minorías étnicas, Serafín de Tapia, pedía el estudio y la conservación de ese espacio, que podría enriquecer culturalmente la ciudad de “las tres culturas”, que tanto se reivindicará posteriormente con el manido “Mercado Medieval”. Era una ocasión única de enriquecimiento patrimonial y cultural, que podría tener su repercusión en la primera industria de la ciudad, el turismo. Esta petición fue apoyada por gran parte de la sociedad abulense, además de por eminentes historiadores y universidades.

Pero surgió una voz crítica con esta petición. En las  “Cartas al director” de dicho diario, hubo quien tachó de filo musulmán al historiador, señalándolo como paladín de un lobby moro, que traicionaba a su patria, ya que a aquellos moros de siglos medievales los “habíamos” expulsado los cristianos, en “gloriosa Reconquista”. Los tintes racistas de aquellas epístolas nos motivaron a tres o cuatro personas más a argumentar a favor de conservar los restos de nuestro patrimonio histórico. Yo mismo argüí que quién podría asegurar que sus antepasados no fueron enterrados en dicho cementerio. Aludí también al abuelo judío de Santa Teresa de Jesús, a quien tanto se quiere en nuestra ciudad. A estos argumentos, nuestros contradictores respondían con simples insultos.

Una mañana de la primavera del año 2000, mi mujer recibió una llamada telefónica en casa preguntado por la viuda de Cristóbal Medina... El choque emocional fue grande, pues no sabía nada de mí desde primeras horas del día y la llamada, breve, no había entrado en más detalles. Ella entonces llamó al lugar donde yo trabajaba para saber qué me había ocurrido, pues en aquellos años no teníamos cada cual un móvil en el bolsillo, con la mala suerte de que no me encontraba allí circunstancialmente y mis compañeros no pudieron dar información de dónde estaba. Cuando pude hablar con ella estaba en un estado de estrés y angustia tal, que no era capaz de creerse que yo estaba vivo a pesar de estar hablando conmigo. Inmediatamente me fui al juzgado y puse una denuncia.

Pocos días después, a las cuatro de la madrugada, sonó el teléfono en mi casa. Mi mujer contestó asustada por la hora intempestiva desde el supletorio del dormitorio y le dijeron que a su marido lo iban a enterrar en breve en el cementerio de los moros, por traidor… “a la raza blanca”.

Estas llamadas continuaron a lo largo de aquel verano, sin dejarnos responder, pues soltaban su breve parrafada y colgaban. Así no tuve ocasión de cagarme en todos sus muertos.

Se pusieron en contacto conmigo los otros participantes en la polémica de El Diario, ya que a ellos también los estaban amenazando y sospechaban que de ahí venía todo. Habían aparecido pintadas en sus domicilios llamándolos traidores, también fueron molestados por teléfono y sufrieron pequeños desperfectos en sus vehículos. Las denuncias tanto al juzgado como a la policía se hicieron a continuación de cada amenaza. Nos intervinieron los teléfonos en casa, se hicieron esperas policiales en cierto teléfono público desde el que se efectuaban las llamadas nocturnas, el fiscal solicitó al Diario de Ávila la identificación de un tal Germán Martínez y una Elvira Hernández (nombres muy germánicos y carpetovetónicos a la vez), que son los que habían polemizado con nosotros, a lo cual respondió el periódico que lamentaba que los datos de nuestros oponentes epistolares habían desaparecido (¿?).



El resumen de los acontecimientos reseñados está grabado a fuego en mis recuerdos. Al principio nos temíamos detrás a una organización neonazi de cabezas rapadas capaz de hacer cualquier cosa. Así que no podíamos tomárnoslo a la ligera, pero hicimos deducciones…

En fin, aquella historia del desmantelamiento de un bien cultural que era testigo de nuestro pasado ha sido contada en un documental, titulado Maqbara, que se estrena este viernes 26 y sábado 27 de febrero. El autor, el periodista José Ramón Rebollada (Jota), ya sufrió las consecuencias del caciquismo local, siendo despedido de la Cadena Ser de Ávila, después de haber realizado otra película, Poder contra verdad, en la que quedaba patente la ineptitud y mala fe de las administraciones más cercanas, que dio como resultado la destrucción con alevosía y nocturnidad de parte de nuestro patrimonio histórico monumental, la conocida como Fábrica de Harinas, singular y pionero edificio fabril del siglo XVIII.


Maqbara, el nuevo documental de Jota, nos relata el desmantelamiento del cementerio mudéjar, para la construcción de una barriada de viviendas, la cual podría haberse edificado en cualquier otro lugar, ya que el empresario de la construcción que la levantó estuvo dispuesto a un trueque de terrenos. Un capítulo pequeño en esta sonrojante historia son las amenazas racistas que sufrimos unas personas decentes que escribimos en el periódico a cara descubierta, con nuestros auténticos nombres, porque no nos avergonzábamos de nuestras ideas. No así nuestros polemistas Germán y Elvira (el “alemán ario” y la una de las “hijas del Cid”), seudónimos ambos de un imbécil, que ante la falta de argumentos no hizo sino recurrir a las amenazas de muerte amparadas por el presunto anonimato.

Fotograma de la película Maqbara

Gracias Jota por sacarlo a la luz, exponiendo los acontecimientos con tu profesionalidad, para que generaciones futuras puedan juzgar unos hechos que, de otra forma, serían olvidados. Por desgracia en esto tenemos demasiada experiencia, recordemos la mencionada Fábrica de Harinas o la desaparición del Alcázar de Ávila a comienzos del siglo XX. ¿Será la última? De nosotros depende.

viernes, 12 de febrero de 2016

Ojalá España quede la última en Eurovisión

Confieso que no soy seguidor de Eurovisión, pero también confieso que lo he visto varios años. Y, en las votaciones, me enojaba el pensar que la puntuación de España estaba siempre por debajo de la calidad de sus representantes. Pero este año deseo con todas mis fuerzas que España quede en la peor posición posible. Con cero puntos prometo abrir una botella de cava.


Este es un falso festival, porque no se premia la calidad, ni siquiera las preferencias de los televidentes, por más que varias de las canciones que han salido de allí sean pegadizas y hayan triunfado posteriormente. Ya sabemos que los ganadores se deciden con las votaciones del público, pero ¿quién se gasta su dinero altruistamente para expresar, a su juicio, cual es la mejor canción? Nadie. La gente hace su llamada telefónica porque quiere ver ganador a su país, si vive en el extranjero, o para llevar el ascua a su sardina según la región en la que viva. Todo política, que decía mi padre. Así los países bálticos se votan entre sí, al igual que los nórdicos, etc. Luego está la injusticia de que los representantes de las televisiones que ponen por delante la pasta, una pasta gansa, no están obligados a pasar la primera fase de eliminación, por lo que después el resto de países les ningunea como represalia. Y ahí suelen estar Alemania, Reino Unido, Francia o España, copando los últimos puestos. Siempre, salvo excepciones.

Lo único positivo de esta competición, que es una feria de muestras internacional, es que España siempre concursaba en idioma Castellano, incluso a pesar del Europe's living a celebration de Rosa o el Dancing in the Rain de Ruth Lorenzo. Una opción inexplorada hubiera sido que cantasen en otro idioma español, como el Euskera, el Catalán o el Gallego. Así se reivindicaría nuestra cultura en un foro en el que, a pesar de no tener opciones de ganar, al menos nos dejamos ver. Pero no, antes que enviar una hermosa balada en euskera, una cançó catalana o una gaita gallega, vamos a enviar una mierda en Inglés. Por primera vez en sesenta años de historia.

Sí, ya sé que se argumentará que es lo que ha elegido el público, pero eso no es cierto, el público elige entre lo que le ofertan, porque bien que se cuidan de que no vuelvan a repetirse fenómenos como John Cobra o Chikilicuatre.

El Inglés acabará por uniformarnos a todos culturalmente, como ya nos está igualando en el resto de los aspectos de la vida. En el consumo, en el trabajo, los estudios, etc. De esta catástrofe tan sólo sobrevivirán lenguas “importantes” como la francesa.

Los franceses aún aman su cultura y luchan como tigres para que se respete.  Ellos crearon y fomentan la francofonía, una red de países unidos por el vínculo de la lengua. Cualquier evento internacional suele tener el idioma francés como segundo oficial, tanto Eurovisión (guan poin, an puan), como en la Comunidad Europea, o en las Olimpiadas. Y, en caso de que haya un tercer idioma oficial, estará el alemán, el italiano, el chino o el ruso, pero nunca el Castellano, a pesar de ser el tercer idioma más hablado del Mundo, por detrás únicamente del Chino Mandarín y del Inglés.

No entiendo a la juventud de ahora, que no concibe la música si no es en Inglés, en mi generación la música más vanguardista -me estoy refiriendo a los años ochenta- se hacía en el idioma propio, sin complejos. Desde el Punk, al Rock, pasando por la balada (Barón Rojo, Kaka de Luxe, Triana, Los Secretos, Radio Futura...).

Eurovisión es otra cosa, no es un lugar donde te vayan a premiar por estar en la onda, así que lo único digno que podíamos pretender era reivindicar nuestra cultura. O tener la osadía de reírnos en su cara, como cuando fue Chikilicuatre y sacó mejor puntuación que muchos de los intérpretes “de calidad”. Ese año sí que me sentí orgulloso de nuestra participación.

No me queda más que desear este año la peor de las suertes a España y suplico a todos los exiliados forzosos que añoráis vuestro país, del que habéis sido expulsados con alevosía, que no votéis a la representante española. La cual no sé quién es, ni me voy a molestar en averiguarlo, como tampoco voy a mirar qué día lo pasarán por televisión. Lo que sí sé es que el sábado que me lo encuentre entre la programación, buscaré cualquier otra cosa que ver. O apagaré la tele.

En fin, ojalá pierda España, para que este experimento vergonzante no vuelva a repetirse.