miércoles, 30 de diciembre de 2020

Recapitulando 2020

Recuerde el alma dormida, abive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuánd presto se va el plazer, cómo después de acordado da dolor, cómo a nuestro parescer cualquiera tiempo pasado fue mejor. (Jorge Manrique, Coplas por la muerte de su padre).

Pues ya pasó el 2020 y no quiero hacer un balance de lo que nos ha traído un año que será para olvidar. Aunque también nos ha dejado otras cosas y algunas buenas. Cada uno las tendrá escritas en su historia personal. Aquí lo que me propongo es realizar un resumen de las entradas de este año en este blog, que sirva de índice para revisarlas y para hacer balance con el que yo mismo pueda tomar consciencia de por dónde han ido los tiros. Y han ido, sin duda, por los relatos.

Con la etiqueta de Relatos comencé el año. He realizado 14 entradas de las 24. El primer relato hablaba de caracoles y se tituló Maneras de viajar. Le siguió el Viaje de un caracol a la ciudad. Dejé la temática gasterópoda por la maldita pandemia con una fantasía ¿absurda?: Las flores. Aprovechando la amistad con el magnífico ilustrador Julio Veredas que me ha prestado sus moluscos de tierra, regresé a los caracoles con La fauna del jardín. Luego traje a estas páginas mi relato del libro Ávila tenebrosa, titulado La niña del Torreón 88. Mezclé el encierro pandémico con los caracoles en El encierro. Hablé de metaliteratura en En busca de los senderos de la fama, con una foto mía totalmente prescindible. Y más caracoles en La polémica y en La musiquilla. Quise hacer un homenaje a Benito Pérez Galdós, del que se celebró en 2020 el centenario de su muerte y le traje a la época de los millennials: Marramiáu. Alto secreto contiene el micro relato El cazador vengativo, que realicé para un taller de literatura, pero esta es la versión previa, antes de la corrección. Más cornadas da la vida es otro micro, ahora de temática libre. El Diario de un delirio, me lo inspiró la fiesta de jálogüin. Y culmino con Micro relatos para tardes de otoño, con cuatro micro cuentos por el precio de uno (uno de ellos es Partida de caza, la versión corregida de El cazador vengativo y ha salido muy diferente, espero que mejorada).

Cuatro son las Reseñas. La primera sobre la novela Día de Nieve, de J. Francisco Fabián, un fabuloso repaso a la historia reciente, centrada en la ciudad de Béjar y en Madrid. Cómo no, imprescindible para mí reseñar el libro colaborativo de la Asociación la Sombra del Ciprés, este año titulado Ávila amorosa, que por las eventualidades pandémicas no ha podido tener la presentación pública que merecía. Luego un excelente cuento novelado, lleno de sabiduría y buena documentación: Por la senda de Tumut, de Luis José Martín García-Sancho. Mi última reseña es de la magnífica novela histórica titulada La Santa Infamia, de José Ramón Rebollada. Coincide que los tres novelistas mencionados son tres amigos, pero esta no es la razón de reseñar sus obras, sino la alta calidad de ellas, por lo cual las recomiendo, sin dudas y sin paliativos.

De Narrativa Gráfica hay tres etiquetas, dos de ellas sobre  la historia de la historieta en Italia, Los humitos del fascismo y La narrativa gráfica en la Italia de postguerra. Cierro el año con unas tiras de producción propia, que tenía en un cajón: Historias de verdugos y pecheros.

Restan solo dos entradas más para concluir este repaso, La palabra más fea del idioma castellano, que tiene tintes de meditación y está inserta en la Defensa del Castellano y termino en el campo de las Reflexiones con una muy personal, ya que este año para mí no es un año cualquiera, obviando la omnipresente pandemia, Anatomía de unos diarios.

¿Qué nos deparará 2021? Sea lo que sea, vivámoslo intensamente y que nadie falte a esta cita cuando concluya.

martes, 15 de diciembre de 2020

Historias de verdugos y pecheros

He comentado en alguna ocasión que hasta que casi cumplí los cincuenta años no sabía que era escritor y ahora estoy convencido de que lo soy. Quiero decir que disfruto con ello y que es a lo que deseo dedicarme en cuerpo y alma, independientemente de a dónde puedan llegar mis escritos. Pero yo siempre quise ser otra cosa, quise ser dibujante. Dibujante de historietas, se decía en mi niñez. Pero al igual que antes era un lenguaje denostado, en estos tiempos tiene todo el beneplácito de las mentes ilustradas. De mi pasión por todo ello se puede consultar la etiqueta de este mismo blog titulada "Narrativa gráfica".

Abandoné mi ilusión primera, poco a poco, siendo consciente de que no estaba dotado para el dibujo, más bien eran el deseo y la constancia los que me hacían persistir.

Quiero ahora traer aquí, una tira cómica de la que me siento orgulloso. Nació como "El verdugo", para pasar a denominarse "Hace la tira", jugando con el tiempo histórico y el lenguaje. Las realicé para una sección de la web "avilabierta.com". 

Mi propósito es sacarte, amigo lector, una sonrisa, para agradecerte que te acerques por aquí. Ya sabes, si lo ves pequeñito, pincha cada dibujo o amplíalo con los dedos.








lunes, 30 de noviembre de 2020

Micro relatos para tardes de otoño

Partida de caza

Cuando vi al zorro en mi corral, comprendí que tenía que acabar con la alimaña. Me aposté con el rifle repetidor escondido cerca del lugar por donde sabía que acabaría pasando. El cañón del fusil apenas surgía de la penumbra que me cobijaba. El tiempo transcurría lento, el peso del arma parecía aumentar y mi cuerpo se aletargaba por mi postura forzada. Pero al fin llegó la bestia, la apunté a la cabeza y de pronto me arrepentí, supe que todo era una locura. Abandoné cabizbajo el solitario portal donde me escondía y me dirigí a casa para llevarme mis cosas.


Es la última vez que te lo digo

Soy una mujer que actúa por impulsos, así que tiré todas sus pertenencias por la ventana: sus trajes y corbatas, su ordenador portátil, su cepillo de dientes, sus zapatos, sus libros y nuestros retratos. Después fui al baño, a mi baño. Ya no sería nunca más nuestro baño. Y allí estaba la tapa del váter, como iba a estar ya siempre, bajada.

Hogar, dulce hogar

Ya estoy en casa, dije con alegría abriendo la puerta para darle una sorpresa a mi mujer por lo inusual de la hora. Me extrañó que no me respondiera, pues se quedó en la cama esta mañana, con una fuerte jaqueca. Al mirar por la ventana, antes de llegar a nuestro dormitorio, y ver el coche de él aparcado cerca del portal, supe que este ya había dejado de ser mi hogar.

Un ramito de violetas

A veces pienso que la informática es cosa de brujas, tal vez lo sea. Tú eres la prueba, Mario, pues los fantasmas antes os parecíais con una sábana, para desdibujar vuestra humanidad. Ahora os basta con hacer surgir en una pantalla un simple ramo de flores.

La primera vez que lo vi no pude imaginar que fuera tuyo, me pareció un detalle de un admirador. Luego me asusté pues no era capaz de averiguar quién era ese hipotético adepto. Es más, me extrañó que alguien pudiese admirarme con mi carácter agrio habitual.

Me aterré cuando, al apagar el ordenador, apareció el dichoso ramo sobre el fondo negro de la pantalla. Tiré del cable y lo desenchufé. Bien, desapareció con un fogonazo. Pero fue breve el desahogo, ya que enseguida otro destello puso de nuevo el ramo en el monitor. Cerré el portátil de un manotazo y a continuación me pitó el móvil. Con mucho miedo lo saqué del bolso y sí, brillaba. Y tenía el ramo en medio del fondo de pantalla, ocultando las aplicaciones.

Ese es el motivo de que ahora esté aquí, Mario, frente a tu tumba, esperando que estas violetas frescas hagan que me perdones el sabor amargo del cianuro en el café.

viernes, 13 de noviembre de 2020

Anatomía de unos diarios

El transcurso del tiempo es algo subjetivo y no somos conscientes de ello. A veces el tedio hace eternos los minutos y en otras ocasiones el simple hecho de echar la vista atrás unos años nos da la sensación de vértigo: ¿Será posible que ya haga tanto tiempo de aquello que tengo tan fresco en la memoria? Entonces nos damos cuenta del fluir de los años y del camino andado. Como decía el poeta: cómo se pasa la vida,/ cómo se viene la muerte/ tan callando.

Entrando en las espesuras de la adolescencia se me ocurrió escribir un diario. Comenzaba a abrir mis ojos al inconmensurable abismo de la vida y pensé que en un futuro muy lejano, cuando las canas abonasen me cráneo senil, me gustaría recordar los momentos que formaron mi personalidad. Pensaba en aquel entonces, saliendo de la infancia, que la personalidad debía ser cimentada en la etapa en la que el niño deja de ser niño y no sabe en qué se convertirá. Más tarde fraguará en la madurez, quedando inamovible. Por tanto, esa etapa era crucial y yo pretendí dar fe de lo que a mí me estaba ocurriendo.

No voy a desvelar aquí el contenido de mis viejos cuadernos, eso queda para mí. Tan solo desvelaré que, cuando comencé a relatar mi día a día, no encontré nada interesante que contar; una jornada rutinaria no merecía pasar a la posteridad. Así que, después de la repetición de momentos insustanciales, lo que hice fue reflexionar sobre mi historia personal, desde que tenía recuerdos. Repasé los acaeceres que conformaron mi temperamento, tímido y cargado de complejos. Eso me sirvió, al menos, para intentar superarlos. Luego tuve el valor de dárselo a leer a un par de amigos. Puse en sus manos mi existencia desnuda, lo cual me liberó, en cierta manera. Después repetí el experimento en tiempos posteriores, escribiendo otros diarios que invariablemente comenzaban con un resumen vivencial, pero luego eran abandonados, sin continuarlos con el día a día. Al concluir mi segunda década se me agotó la vena escritora, guardándolo todo hasta esa lejana vejez.


Pues bien, sin darme cuenta, ya me encuentro a las puertas cumplir los sesenta, de ser sesenta añero —me niego a considerarme sexagenario por las connotaciones de ese palabro con el que no me identifico, aún—. Con una jubilación con la que tropezaré en menos de un mes, el día de hoy constituye ese futuro que imaginé remoto cuando era adolescente. Al reparar en ello, me he dado cuenta de que no es cierto que la niñez esté lejos de la vejez, tan solo hay que abrir un par de puertas et voilà, ahí la tienes.

A pesar del tiempo transcurrido, sé perfectamente lo que escribí y lo recuerdo porque para mí la distancia entre aquellos días y estos ha sido demasiado breve. Tanto como sospecho que será la que me separa de cerrar la última puerta.

Perdonad, hipotéticos lectores de este blog, si es que existís y no sois fruto de mi imaginación o deseos, el que aborde temas sombríos que solo a mí puedan interesar, pero tal vez al ser compañeros de viaje en este mundo material podáis veros un poco reflejados o, si no, sacar alguna enseñanza del desengaño ajeno.

De momento voy haciendo prácticas para dentro de unos días, como veréis en estas fotos. (El bastón es puro postureo).

Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que, cuando morimos,
descansamos.

Jorge Manrique, Coplas por la muerte de su padre

viernes, 30 de octubre de 2020

Diario de un delirio

31 de octubre, sábado

Intuí que este era el día y que debía aprovecharlo. La angustia me oprimió, pero mi desesperación afirmó mis intenciones. Yo sabía que la clave de todo estaba en la caja. Un gran cajón de madera con las tablas medio podridas. Aunque debía alegrarme por ello, ya que esta circunstancia me facilitó la tarea de romperla. Difícil faena, por cierto, pues no tenía herramienta alguna, solo las manos. Aún así alcancé mi objetivo, guiado por la terquedad. Después tuve que cavar en la tierra. Otra vez con las manos. Mis dedos se desollaron con su roce granuloso y húmedo. El trabajo se hizo arduo, parecía que no lo iba a lograr. Tan solo el no tener otra empresa y la constancia embridada en mi obstinación me hicieron posible alcanzar el éxito. A media noche había conseguido abrir el hueco suficiente. Al asomar la cabeza, la suave luz de la luna abrasó mis delicados ojos, tanto tiempo atrapados en la oscuridad de la tumba.

jueves, 15 de octubre de 2020

Más cornadas da la vida

Un escritor tenía que escribir un cuento y ante la falta de ideas tan solo pensaba en su estructura. Debía tener un planteamiento, luego un nudo donde se desarrollase el conflicto y por fin un desenlace que fuese coherente con el planteamiento. Además debía utilizar economía de recursos literarios, es decir, pocas descripciones, escasos adjetivos y evitar conversaciones en estilo directo. Y también potenciar que ocurrieran cosas, a través de verbos y sustantivos.

No quiso profundizar en ningún tema vivencial ni en filosofías baratas, así que no le dio importancia al argumento. A pesar de que el cuento no era para niños, tampoco quiso meterse en tramas violentas o sexuales.

El planteamiento podría ser cualquier cosa, como por ejemplo un vendedor ambulante que había dejado de vender, ya que todo el mundo pedía los productos por Internet y nadie compraba lo que él llevaba con su camioneta de pueblo en pueblo.

Vale, se dio por satisfecho con esta primera idea. Como planteamiento, no estaba mal, además de ser un tema actual y de concienciación social. Ahora había que buscar el conflicto, la trama, el nudo. Podría ser algo así como que harto de las deudas y la bancarrota a la que estaba abocado, cansado de pasar hambre, frío y calor por el camino, enfurecido de que nadie acudiera a su reclamo, decidió acabar con todo y prenderle fuego.

Hizo una pira con todos sus productos en la plaza del pueblo que visitaba ese día… No es necesario precisar de qué pueblo se trataba, pues para la trama de este cuento es indiferente. Después de tener todo dispuesto, lo regó con gasolina, que le sacó a su camioneta, y le prendió fuego. Él mismo sería parte del espectáculo, iba a acabar sus días con un suicidio épico y se arrimó a la hoguera con intención de tirarse dentro.

Cojonudo, lo tengo, se dijo el cuentista. Ahora el final, el desenlace, que tiene que estar a la altura de lo planteado, porque si no, será un cuento malo.

Pensó, pensó y pensó y como no veía clara la mejor forma de concluir la historia, se dejó llevar por la primera idea que le surgió: El vendedor no pudo aguantar el calor de la lumbre por él prendida y no tuvo el valor de tirarse a las llamas, así que escaldado se apartó. Entonces vio que prácticamente todo el pueblo estaba alrededor de la hoguera y que le aplaudían a rabiar. No comprendía nada. O eran ellos los que no entendían el intento fallido de suicidio. Reparó entonces en que era la Noche de san Juan y que todos debían haber pensado que se trataba del inicio de la fiesta.

Aquí podía quedar concluido el cuento, por el simbolismo de que hay que quemar todo lo malo de nuestra vida pasada para iniciar una etapa nueva. Sería un buen punto y final.

Pero el cuentista no se sintió satisfecho. Supo que eso no fue lo que pasó en realidad, pues el viajante se quedó sin mercancía y seguiría con las deudas, además de no tener ya trabajo con el que intentar salir adelante. Lo que hizo dos días más tarde fue buscar en su teléfono móvil los contactos para remitir su C.V. a Amazon y AliExpress.

miércoles, 30 de septiembre de 2020

Alto secreto

(Estoy participando en un taller de micro relatos. Mañana debemos presentar un ejercicio, pero como yo me he auto impuesto publicar en mi blog los días 15 y último del mes, pues me he decidido a adelantarme y presentaros mi propuesta ya que estamos a 30 de septiembre y no tengo nada más preparado. Porfa, no se lo digáis al profe ni al resto de mis compañeros [por si acaso no os diré quiénes son]. El propósito es pulir el texto y corregir sus defectos. Yo lo presento aquí virgen, tal y como ha salido de mi mollera. Si luego me ponen a escurrir, pues trataré de que no os enteréis. Os cuento: las pautas son que tenga entre veinte y treinta líneas y que contenga tres palabras, sacadas por el profe al azar de un diccionario, además de darle importancia al título elegido. A mí me han tocado “puma”, “cajero” y una conjugación del verbo “aletargar”. A ver qué os parece el título)

El cazador vengativo

Me aposté con el rifle repetidor delante del cajero automático del banco, escondido en un portal cuya oscuridad me permitía pasar desapercibido. El cañón de mi arma apenas surgía de la penumbra que me cobijaba.

Primero llegó un puma. Ágil terminó las gestiones y abandonó el lugar. Poco después un perezoso pareció eternizarse en el mismo sitio. Logró que una fila de cuatro bestias más se formase a sus espaldas, guardando las distancias prudenciales. Una foca, un lagarto, un león y una cebra. Esto me hizo desesperar, pues mi pieza no estaba entre ellas, a pesar de que ya debería haber llegado. El tiempo transcurría lento, el peso del arma parecía aumentar y mi cuerpo se aletargaba en mi forzada postura.

Aún el perezoso seguía enredado en sus tareas cuando, por fin, llegó el cerdo, mi objetivo, que ocupó el quinto lugar en la fila. Pude acabar con él en ese momento y marcharme, pero decidí esperar, para disfrutar lo máximo de la caza. Un disparo preciso sería tan breve que me sabría a poco. Mi deleite aumentaría sabiendo que ese animal no tenía escapatoria y que yo saborearía la espera.

Acabó el perezoso y la foca ocupó su lugar, extendiendo el contenido de su bolso en la inclinada repisa del cajero. La lógica fatalidad produjo que su monedero, unas llaves y un teléfono cayeran al suelo. Los demás se desesperaban, pero yo disfrutaba de la demora. La foca casi pareció entretenerse más que el perezoso, aunque el tiempo siempre es algo subjetivo.

Después de la foca, el lagarto fue hábil y antes de darme cuenta ya estaba el león en el cajero. A la cebra se la veía temerosa de que su antecesor se diera la vuelta y la descubriera, por lo que disimulaba mirando su teléfono móvil. Por fin, la cebra, que tampoco tardó mucho, dejó paso al cerdo.

Le apunté a la cabeza y la bala le traspasó con precisión, haciendo añicos de paso el cristal del cajero.

Puto cerdo, nunca sabrás que yo conocía la clave del móvil de mi esposa, si no, no le hubieras enviado el mensaje citándola a cenar.

martes, 15 de septiembre de 2020

Marramiáu

A las cuatro de la tarde, la chiquillería de la escuela pública de la plazuela del Limón salió atropelladamente de clase, con algazara de mil demonios. Ningún himno a la libertad, entre los muchos que se han compuesto en las diferentes naciones, es tan hermoso como el que entonan los oprimidos de la enseñanza elemental al soltar el grillete de la disciplina escolar y echarse a la calle piando y saltando. La furia insana con que se lanzan a los más arriesgados ejercicios de volatinería, los estropicios que suelen causar a algún pacífico transeúnte, el delirio de la autonomía individual que a veces acaba en porrazos, lágrimas y cardenales, parecen bosquejo de los triunfos revolucionarios que en edad menos dichosa han de celebrar los hombres... [¡Po-pac! Facebook. 23 personas han reaccionado a un recuerdo. Pues cojonudo, aquí me falta peña, sin duda. Katy Lalinda ha añadido contenido a su historia… Pasando. Hoy es el cumpleaños de Sara Díez y 2 personas más. No tengo tiempo. Además no conozco a ninguno de ellos. Retomemos]. Salieron, como digo, en tropel; el último quería ser el primero, y los pequeños chillaban más que los grandes. Entre ellos había uno de menguada estatura, que se apartó de la bandada para emprender solo y calladito el camino de su casa. Y apenas notado por sus compañeros aquel apartamiento que más bien parecía huida, fueron tras él y le acosaron con burlas y cuchufletas, no del mejor gusto. Uno le cogía del brazo, otro le refregaba la cara con sus manos inocentes, que eran un dechado completo de cuantas porquerías hay en el mundo; pero él logró desasirse y... pies, para qué os quiero. Entonces dos o tres de los más desvergonzados le tiraron piedras, gritando Miau; y toda la partida repitió con infernal zipizape: Miau, Miau. [¡Po-pac! Vaaaaya, Twitter. Maya Reis Gabeira la mujer que ha surfeado una ola de 22,4 metros de altura batiendo el record mundial. Alucino con el vídeo. ¡Like! Pablo Echenique, pasando. Voy a dejar de seguirle. El flipao del Maco y sus bobadas, pues no voy a likear su cara guapa, que no lo es].

El pobre chico de este modo burlado se llamaba Luisito Cadalso, y era bastante mezquino de talla, corto de alientos, descolorido, como de ocho años, quizá de diez, tan tímido que esquivaba la amistad de sus compañeros, temeroso de las bromas de algunos, y sintiéndose sin bríos para devolverlas. [¡Po-pac! Tik Toc. No tengo tiempo ahora para bobadas]. Siempre fue el menos arrojado en las travesuras, el más soso y torpe en los juegos, y el más formalito en clase, aunque uno de los menos aventajados, quizás porque su propio encogimiento le impidiera decir bien lo que sabía o disimular lo que ignoraba. Al doblar la esquina de las Comendadoras de Santiago para ir a su casa, que estaba en la calle de Quiñones, frente a la Cárcel de Mujeres, uniósele uno de sus condiscípulos, muy cargado de libros, la pizarra a la espalda, el pantalón hecho una pura rodillera, el calzado con tragaluces, boina azul en la pelona, y el hocico muy parecido al de un ratón. [¡Po-pac! El Facebook ahora de los cojones. Jejé, esta Leire está tronada, pero muy buena eso sí. Toma like con todo mi love. Y qué amigas tiene… ¿Por dónde iba?] Llamaban al tal Silvestre Murillo, y era el chico más aplicado de la escuela y el amigo mejor que Cadalso tenía en ella. Su padre, sacristán de la iglesia de Montserrat, le destinaba a seguir la carrera de Derecho, porque se le había metido en la cabeza que el mocoso aquel llegaría a ser personaje, quizás orador célebre, ¿por qué no ministro? La futura celebridad habló así a su compañero:

[¡Po-pac! Ahora el Instagram, que no me falte de na’. A ver, a ver a ver, el Jhonny y sus pasadas con el monopatín. Otra cover de la Jenny. Aprende a tocar la guitarra primero y luego a entonar, ¡que lo flipas!. Pero ahí va mi like, que también estás buenorra, a ver si pillo. Para, para, que no desengancho. ¿Dónde puse el puto libro?]. «Mia tú, Caarso, si a mí me dieran esas chanzas, de la galleta que les pegaba les ponía la cara verde. Pero tú no tienes coraje. Yo digo que no se deben poner motes a las presonas. ¿Sabes tú quién tie la culpa? Pues Posturitas, el de la casa de empréstamos. Ayer fue contando que su mamá había dicho que a tu abuela y a tus tías las llaman las Miaus, porque tienen la fisonomía de las caras, es a saber, como las de los gatos. Dijo que en el paraíso del Teatro Real les pusieron este mal nombre, y que siempre se sientan en el mismo sitio, y que cuando las ven entrar, dice toda la gente del público: 'Ahí están ya las Miaus'». Luisito Cadalso se puso muy encarnado. La indignación, la vergüenza y el estupor que sentía, no le permitieron defender la ultrajada dignidad de su familia. [Cojones, ¿de qué iba la cosa?… ¿Quién es Luisito Cadalso? A tomar por culo el libro… (Tik Tok. Jejé, ¡cómo bailan estas coreanas! Yo es que me parto)].

Me gustaría que este relato fuera una rallada de mi coco, pero… En todo caso sirva como homenaje a don Benito Pérez Galdós, del que celebramos este año el centenario de su muerte los que apagamos el teléfono móvil para leer. De su novela “Miau” he tomado los coitus interruptus anteriores.

viernes, 28 de agosto de 2020

La Santa Infamia

5 de junio de 1490, Astorga. Un judío converso llamado Benito García de las Mesuras come en una taberna y unos borrachos la toman con él, para divertirse. Después de incordiarle un rato le quitan el fardel y descubren que tiene un pan ázimo que confunden con una oblea. Le denuncian a la Inquisición que le detiene y le tortura. El reo acaba diciendo cualquier cosa con tal de que le dejen de atormentar e implica en un supuesto delito a conocidos suyos de su lugar de procedencia, La Guardia y Tembleque, en Toledo. Se entera de todo Tomás de Torquemada, Inquisidor General del Reino, y hace llevar a todos, en total 12 entre conversos, cristianos y judíos, a su monasterio de la Santa Cruz en Segovia y posteriormente al de Santo Tomás en Ávila. Allí son torturados hasta hacerles confesar lo que querían oír los inquisidores: que habían robado una forma consagrada y que habían torturado y matado a un niño para hacer un conjuro con su sangre y la oblea. Nunca se supo quién era ese niño, ni de dónde procedía, ya que los distintos torturados ofrecieron versiones dispares. Cuando por fin dieron una ubicación para su enterramiento, al no hallarse ni un solo hueso, dedujeron con mucha desvergüenza que al tercer día había resucitado y estaba en el cielo en cuerpo y alma. Hubo irregularidades de todo tipo, como que la Inquisición no podía juzgar a judíos o que el proceso debía haberse llevado sí o sí en la jurisdicción de Astorga y no donde estuviera por su libre albedrío el nefasto Torquemada. Pero es igual, el 16 de noviembre de 1491 se asesinó en el Braseo de la Dehesa, en Ávila, a nueve reos y otros 3 más en efigie al estar ya fallecidos. 6 judíos, 2 conversos y 4 cristianos. Seis de ellos quemados vivos y tres, que cedieron al miedo al sufrimiento y mostraron arrepentimiento, fueron quemados muertos tras ser ahogados. Poco después Torquemada lograría el proyecto de su vida, que los Reyes Católicos firmasen la orden de expulsión de los judíos de sus territorios. Hoy en día aún existe un santuario dedicado a ese niño imaginario, creado por la mente calenturienta de un fanático y sus acólitos. Ese niño estuvo a punto de ser patrón de España.

Estos son los hechos, es Historia. No hay vuelta de hoja. Sin embargo aún circula por ahí la versión inventada que quiere hacerse real a golpe de fanatismo. No existen documentos válidos para los defensores de este santo de pacotilla, más que la tradición creada a raíz de una mentira. A pesar de conservarse el acta del juicio correspondiente a uno de los judíos, a pesar de que nunca se supo quién era el niño torturado y asesinado, a pesar de que no hubo más pruebas que las declaraciones sacadas con tormentos, a pesar de las numerosas irregularidades en el proceso, la mentira campa a sus anchas. Y como es cuestión de fe, no puedes discutirla.

Es hora ya de reivindicar y rendir homenaje a los auténticos mártires, que existieron de verdad y fueron torturados hasta la muerte: Benito García de las Mesuras, Juan de Ocaña, Juan Franco, Alonso Franco, García Franco, Lope Franco, Juçé Franco, Mosé Franco, Yuçá Tazarte, David Perejón, Don Ça Franco y Mosé Abenamías.

El periodista José Ramón Rebollada, intrigado por las noticias que tuvo de este caso cuando vivía en Ávila, estudió el suceso a fondo, recopilando numerosa documentación y datos que están ahí, para quien tenga interés por conocer la verdad. Con todo el material histórico ha realizado una brillante novela que tiene como eje fundamental el proceso del Santo Niño de La Guardia y su epílogo con la expulsión de los judíos de los territorios de los Reyes Católicos. Trata también la figura retorcida e intransigente de Tomás de Torquemada, con varias pinceladas que le retratan con verismo.

Y  todo ello entremezclado con otras crónicas que enriquecen y dan colorido a la narración, contextualizando los hechos. De la historia general de España nos cuenta la Guerra de Granada y su conquista. Nos habla de la expedición de Cristóbal Colón, una figura enigmática, que estuvo muy preocupado por ocultar su procedencia. ¿Se avergonzaba de ella? ¿O es que era descendiente de judíos? También retrata un personaje ciertamente positivo en la Historia y que ha sido relegado a segunda fila, el obispo de Ávila por esa época, fray Hernando de Talavera, confesor de la reina que dirigió las negociaciones con Colón y organizó la integración del Reino de Granada en Castilla, respetando sus costumbres. Llegó incluso a aprender árabe para comunicarse con los nuevos súbditos de la corona. Era tan ingenuo que no quiso convertir a nadie a la fuerza, sino con el convencimiento, pero no le dejaron.

De la historia local el autor nos da varios retazos, como un episodio trágico de dos abulenses mudéjares, Abdalá el Rico y Alí Moharrache o la de los judíos adolescentes Samuel y Zulema. Así como también las últimas fases de la construcción del Monasterio de Santo Tomás, con los trabajos destacados del gran artista Pedro de Berruguete. Concluyendo con la partida de los judíos al exilio.

El protagonista que sirve de hilo conductor es un personaje de ficción, un monje erudito del monasterio de San Esteban de Salamanca, caído en desgracia y que vive en Ávila, llamado Lifardo Díaz. Junto a él otros secundarios interesantes, como el ayudante de bibliotecario, hermano Agustín, o la boticaria y hetaira Aldara.

La composición de la novela es ecléctica, el autor aborda el proyecto como un documental, con fragmentos intercalados de texto de muy diferentes estructuras estilísticas. Así hay episodios de novela canónica, junto a diálogos sin acotaciones que recuerdan la composición de La Celestina y otros capítulos en los que se refiere fielmente el suceso según las fuentes, como es todo el proceso inquisitorial. Hay diálogos filosóficos y hay resúmenes históricos. E ilustraciones, planos y fotografías que aclaran todos los hechos y su contexto.

El conjunto es una fascinante novela que, según el tópico, no dejará a nadie indiferente. La edición es muy cuidada, cosa de agradecer, y el papel de buen gramaje. Uno de esos libros de los que estarás orgulloso de tener en tu biblioteca.

Enlace al libro

sábado, 15 de agosto de 2020

La musiquilla


Los cánticos infantiles están bien. Tienen letras pegadizas y músicas sencillas que los hacen agradables y, sobre todo, fáciles de recordar. Pero todo esto también tiene su parte negativa y es que esas musiquillas se pueden volver machaconas y ya no te las puedes sacar de la cabeza.

Hay una sobre las demás que últimamente no puedo soportar, me gustaría deciros cuál es, pero temo que si pienso en ella, ya no habrá quién me la quite de la cabeza, así que me vais a perdonar que ahora mismo intente distraer mi mente con otra cosa para…

¡NO! ¡NOOOOOO!

¡Maldita sea! Una ráfaga de esa terrible música se me metió dentro y comenzó a iluminar mis neuronas, ¿no la escucháis? Pues yo sí. Ya la tengo en el interior de mi cabeza y supongo que seguiré con ella hasta la hora de irme a dormir. Es más, soñaré con ella.

Es igual, ya no puedo evitarlo, así que os contaré de qué se trata, ya que saqué el tema.

La primera que vez que la escuché me agradó. Incluso pensé que era para halagarme, para que disfrutara con lo que me decían. Luego, pensando más a fondo en la letra, me di cuenta de que era un insulto, porque se da la circunstancia de que mi pareja me dejó por otro: me estaban llamando cornudo. Pero tras sentirme halagado e insultado, se ha convertido en una agresión verbal. No puedo salir de casa, de mi casa, sin tenerlos a la puerta. No puedo asomarme afuera sin que sienta que me están haciendo un escrache.

¿Los escucháis?: “Caracol, col, col, saca los cuernos al sol…”

Ilustración de Julio Veredas Batlle

miércoles, 29 de julio de 2020

Por la senda de Tumut


Me encanta recomendar libros que me han gustado, y así vengo haciendo. Pero he tenido mis dudas en este caso, ya que pudiera pensarse que no hago más que devolver un favor.

He conocido a Luis José Martín García-Sancho hace poco, a través de la asociación a la que ambos pertenecemos, La sombra del ciprés. Ya sabía de él por su blog Arevaceos, pero vivimos en ciudades diferentes —Arévalo y Ávila— y por ello no habíamos coincidido antes en actividades culturales o simplemente tomándonos un vino. Decidimos intercambiar nuestros libros y él se ha adelantado a realizar una reseña del mío en su blog. Como habla bien de mi novela, pudiera pensarse que yo ahora le devuelvo el favor, hablando bien de la suya y es algo que quisiera dejar claro desde el comienzo. 

No me cabe duda de que a Luis José le gustó Lo demás es cosa vana, ahí están sus palabras, pero a nadie debe caberle duda tampoco de que las mías que siguen son sinceras. Por la senda de Tumut es una excelente novela, que merece la pena ser leída y que disfrutará quien lo haga.

Está ambientada en el Paleolítico superior, hace unas decenas de miles de años, cuando coincidieron en el espacio y en el tiempo dos humanidades distintas, el Homo Sapiens Neanderthalensis y el Homo Sapiens Sapiens, o sea nosotros. Luis José da una visión, apoyada en los últimos estudios científicos, de cómo pudo ser esa convivencia, y pone en valor a la especie de los “hombres fuertes” —neandertales—. Además de demostrar un conocimiento preciso de la flora y la fauna de tierras mesetarias de la península Ibérica, que es la otra gran afición del autor, además de la literatura.

El argumento es la narración de la historia del Clan de los Lobos, realizado por la anciana Gara a los más jóvenes de la tribu en la noche de Jara. Este clan procedía de los antiguos cazadores de mamuts, animales casi extintos, que se asentaron en unas tierras con nombres míticos, pero que tienen una concordancia con las que existen al norte del sistema central, entre Ávila —grandes rocas de Ámila— y Arévalo —el pino Vaceal—. Se describe la vida de varias generaciones, que tienen que superar numerosos conflictos hasta el desenlace final. Pero este relato es el germen de la historia épica de los fundadores del clan, para que las nuevas generaciones puedan conocer quiénes fueron sus antepasados.

A pesar de la distancia cronológica de los hechos narrados, los vemos muy cercanos a nuestros días, pues trata de temas intemporales como la violencia, el egoísmo, el amor, la ecología, el racismo o incluso el feminismo, en los cuales podemos vernos reflejados los lectores de hoy. Es muy interesante el punto de vista del autor sobre todos estos temas, con el que coincido plenamente y que posibilita que el lector pueda planteárselos, si aún no lo ha hecho.

El género narrativo que utiliza Luis José es el del cuento, con sus características propias. Se relatan acontecimientos, sucesos y vidas, que tienen como objetivo el despertar una reacción emocional impactante en el lector. Esto lo lleva a cabo mediante la intervención de un relator, la anciana Gara, en cuyo discurso prevalece la narración sobre el monólogo, el diálogo o la descripción. La novela es por tanto un gran cuento, cuyo contenido se instaura como el material cultural aglutinante de un pueblo. Pero no un pueblo racial, de determinada sangre o creencias, sino heterogéneo, tal y como es la sociedad de hoy en día. Es una de las grandes vetas filosóficas de la novela, el respeto por los diferentes y la defensa de la libertad y la cooperación, como forma de progresar, sin importar el origen, las creencias o la “raza” de los individuos.

El libro es, además, una crónica de cómo debió ser el nacimiento de la literaria, la cual tiene un origen en la narración oral, creadora de mitos a través de relatos de personajes reales que acabaron convirtiéndose en legendarios, por las encadenadas versiones de los sucesivos narradores. La misma Biblia tiene su origen en este tipo de transmisión oral de leyendas antiguas, ya que sus libros se originan a partir de relatos existentes siglos antes de ser escrita.

Por la senda de Tumut es de lectura fluida, manteniendo el interés a lo largo de todas las páginas a pesar de la multitud de personajes y el largo período cronológico. Sin duda es un libro muy recomendable, lleno de sabiduría, de cuyo autor espero que pronto nos dé la alegría de una segunda parte.

Dejo un enlace a su blog, que recomiendo a los amantes de la narrativa, pero también a los de la naturaleza: http://arevaceos.blogspot.com/

martes, 14 de julio de 2020

Ávila amorosa

Desde hace ya seis años, todas las primaveras esperamos con ilusión la fecha de celebración de la feria del libro para presentar una novedad literaria, un nuevo libro colaborativo de La Sombra del Ciprés. El presente, ya teníamos reservado el 21 de abril y los paquetes con los libros los tuvimos puntuales, pero el confinamiento, debido a la pandemia que aún sufrimos, nos impidió llegar a nuestra cita. Aún así, una vez abiertas algunas ventanas a la esperanza, aquí estamos. El día 6 de este mes de julio hemos desvelado nuestro secreto mejor guardado: Ávila amorosa, que ya está en las librerías.

Como siempre, nuestro libro consiste en un ejercicio literario, en el que el grupo de trabajo voluntario realiza todos los procesos de publicación, desde la revisión y corrección de los textos a la búsqueda de una editorial y el control de la realización de la maqueta, cubiertas e incluso la distribución por librerías, pasando por la venta directa de ejemplares. Todo un reto y un aprendizaje para los miembros de una asociación de escritores.

Una vez elegido el tema por los socios mediante votación, en el grupo de trabajo meditamos sobre sus posibles aristas e hicimos recomendaciones, dando un plazo para enviar los textos. Recibimos 30, que fueron leídos, corregidos y comentados con los escritores en distinta medida, según sus necesidades formales, quedando muy satisfechos con el resultado final.

Como broche encargamos la imagen del libro a la ilustradora Gris Medina, que ya nos realizó las portadas de los tres libros anteriores y creo que ha sabido encajar con maestría una ilustración que no deja de reflejar ternura, sin exceso que derive en la cursilería. Con esta portada el libro brilla desde que lo tienes en la mano.

En cuanto al contenido, tenemos algún poema, incluso un romance, prosa poética y un microrrelato, siendo la mayoría cuentos de extensión media. Se trata la temática del amor adolescente, el amor en la vejez y en las capacidades diferentes, el desamor, el tedio, la añoranza, la ironía, los recuerdos personales casi autobiográficos —o sin casi—, e incluso la lágrima suelta, sin dejar de tantear otros géneros como la novela negra, el humor o el costumbrismo desde el punto de vista del amor. Pero hemos tratado de evitar, creo que con éxito, caer en lo grosero, en lo ñoño y en los tópicos.

Como solemos hacer, siempre hay una localización geográfica o alusión más o menos velada a la ciudad y provincia donde está establecida la asociación, Ávila, que va tomando entidad como una ciudad literaria.

Hemos buscado una prologuista experta en la temática tratada; esta vez la teníamos cerca, nuestra compañera Paula Velasco, autora de la trilogía de novelas románticas Ángeles guardianes. Con este magnífico comienzo el libro invita a sumergirse en una lectura amable, que seguro traerá remembranzas de la experiencia personal de cada cual, porque ¿quién no está o ha estado enamorado?

No cabe aquí reseñar cada uno de los textos, porque son muchos, pero sí que voy a hacer una lista de autores y títulos, estando convencido de que muchos de estos nombres incitarán a la lectura. Para que nadie se enfade los he colocado por orden alfabético.

Alberto Martín del Pozo TÓPICOS DE ENAMORADOS. Ángeles Jiménez Soria KUS-KUS, MARÍA Y JOSÉ. Antonio Luis Martín Fernández BÉCQUER IN LOVE. Ánzoni Martín 6 6 6. Begoña Jiménez Canales LA ESCAYOLA. Carlos Alameda ROSA DE PAPEL CON ARISTAS. Carlos del Solo ÚLTIMA CARTA. Claudia Andrea La Jara Niño de Guzmán MURMULLOS VESPERTINOS. Cristóbal Medina ESA DULCE SONRISA TUYA. Eliezer Bordallo Huidobro MI VERDADERO AMOR. Ester Calvo Dorado ÉBANO. Isabel Salom Siquier EL FARO DEL RASTRO. José Antonio García de la Concepción AMOR EN LA NOCHE. José Guillermo Buenadicha Sánchez TU RUINA. José Peñalver LA PAJARITA AZUL. Juan Pedro Fernández Blanco MÁS QUE UN CONTINENTE. Judit Bragado García SILENCIO. Julián Miranda LA MUJER QUE ESPERA. Julio Collado Nieto AMORES DE ALTOS VUELOS. Librado Casero Vaquero VETE DE MI CASA. Lorena Rodríguez Herrero REGALIZ. Manuel Manteca Jiménez TRES SON MULTITUD. María Eugenia Hernández Grande DE LA «A» A LA «Z». Maribel Cid Miranda PERDÓNAME, PADRE, PORQUE HE PECADO. Moisés González Muñoz AL CALOR DE LAS MURALLAS. Óscar de Blas Rodríguez LA ÚLTIMA HISTORIA DE AMOR. Ramón Lozano VORÁGINE. Sonsoles Pindado Casado LECTURAS DE AMOR. Tomás Sánchez Salinero PURGATORIO. Toño García ESE CAPRICHOSO DESTINO.

martes, 30 de junio de 2020

La polémica


La polémica se tornó agria. Había comenzado como una simple discusión sobre el tema de comer caracoles, donde unos mantenían que era algo asqueroso y otros que se trataba de degustar un auténtico manjar.

Después saltaron de la cuestión culinaria a la moral. En el bando partidario de comer caracoles, que era el menos numeroso, se argumentó que la Naturaleza se fundamentaba en la depredación pura y dura, y contra eso no se podía luchar. Los seres debían alimentarse unos de otros o se rompía la cadena trófica, con la destrucción del ecosistema que nos sustenta a todos. Así los carnívoros devoran a los herbívoros, estos pastan hierba, que no deja de ser un ser vivo, y todos son engullidos por los insectos, cuando mueren por vejez o violencia. Lo que no participa de la ética es hacer sufrir a nadie, sea quien sea en el mundo animal; pero, si no se le da una muerte cruel ni sádica, con el cuerpo de un muerto se puede hacer cualquier cosa, pues un cadáver no es más que un despojo, materia inerte. Es indiferente que se convierta en polvo, en ceniza o en alimento. Es más, si sirve para alimentar y así dar placer a un ser vivo, moralmente es más plausible que si desaparece degenerado en ceniza.

Sin embargo en el bando partidario de no comer caracoles, uno de los presentes levantó el cuerpo, elevando su concha, estiró los cuernos y afirmó que, por mucho que argumentaran, el canibalismo era inmoral. Y punto. El resto de caracoles hubieron de darle la razón y concluyó la polémica.

Ilustración de Julio Veredas Batlle

martes, 16 de junio de 2020

En busca de los senderos de la fama

Quería ser un escritor original. A lo largo del tiempo se habían escrito miles de historias, millones o más bien billones de historias. Sin embargo muy pocas eran originales, porque sus argumentos se repetían una y otra vez.

Se dio cuenta de ello cuando escribió una novela, que había surgido de lo más profundo de su introspección y después de auto publicarla, ya que ninguna editorial tradicional confió en él, alguien le dijo que estaba bien, pero que ya había leído algo parecido y que no dejaba de ser la misma historia contada con otros personales. Eso le horrorizó pues él había querido ser original, pensando que lo había logrado.

Pero no se dejó vencer, se apuntó a talleres de escritura creativa y allí insistieron en algo que ya era conocido por todo aspirante a escritor, que el número de argumentos posibles era muy limitado. Todas las novelas que se habían escrito eran variantes de unos argumentos básicos, por lo cual no era posible ser original.

¿Cómo era posible que no fuera posible?

Le contaron que solo existen en resumen diez tipos de historias. La más trillada es el romance amoroso, que inevitablemente termina en final feliz, después de pasar por algún escollo. Los autores que quieren ser originales, cambian ese final por uno desgraciado, dejando al lector/espectador de la ficción totalmente frustrado y jurando en arameo contra el autor.

De la misma forma analizó con detalle el resto de los argumentos potenciales: el de la virtud no reconocida, el del defecto fatal, la deuda que debe ser reparada, el de forzar a alguien a conseguir algo que se propone el protagonista, el del personaje que pierde un don o cualidad y tiene que conformarse con su nueva condición, el de la búsqueda que puede finalizar con el hallazgo o el fracaso, los ritos de iniciación o tránsito, el del personaje que llega a un lugar encarando un problema del que puede o no alcanzar la solución y, por último, el protagonista incontenible que acepta desafíos y obtiene el éxito.

Los géneros de novela negra, romántica, de aventuras, etcétera tan solo aplicaban una mirada diferente sobre esos mismos argumentos. Pero no es posible encarar uno diferente.

Repasando todos sus escritos, una sola novela, pero muchos cuentos, hubo de reconocer que todas sus obras encajarían sin duda en alguna de las historias básicas. Por tanto la originalidad no existía. Su amor propio y ego de escritor se derrumbó. Decidió que ahí acababa su recién iniciada carrera, que despediría con un último texto.

Entonces se decidió a escribir un relato corto, tal vez sin sentido, con el único propósito de ser original, aunque sabía que no lo lograría. Lo tituló “En busca de los senderos de la fama” y comenzaba así: “Quería ser un escritor original…” El texto lo terminó con este punto final.

jueves, 28 de mayo de 2020

El encierro

Primer día de la fase cero de desconfinamiento.

Hoy por primera vez, después de un montón de semanas, he podido salir de paseo y pisar la calle de forma relajada. Es primavera y me parece que estoy descubriendo un mundo virgen, tras abandonar el oscuro encierro al que nos obligó la maldita pandemia.

Jamás pensé que pudiera ocurrirnos algo así. Parece una película de ciencia ficción. Hemos estado encerrados en casa sin poder salir a la calle, sin trabajar, sin ver a nuestros familiares y amigos. Careciendo de libertad. Ocupados tan solo con aquello que teníamos a mano, como la tele y las redes sociales. Menos mal que también los libros. Y nada más.

Recuerdo que cuando era niño y estaba abriendo mis entendederas al mundo, conocí que había habido guerras en todas las épocas históricas. Me asusté mucho y me he pasado la vida deseando que se me pasara la vida en paz. Sin guerras ni catástrofes. Casi lo consigo, pues acabo de jubilarme y mi existencia no se ha visto abocada a ninguna penuria, por mucho que algunas nos hayan rozado. Y ahora viene esto: el encierro y el miedo a la crisis económica.

A pesar de todo no puedo quejarme, pues mi salud es buena. Vivo solo y me levanto tarde. Realizo las tareas del hogar, tomo unas larguísimas siestas, leo, corro por el pasillo y veo televisión en exceso, además de estar pendiente de las redes sociales en el móvil. Mi lujo es bajar, de prisa y con miedo, a la tienda de la esquina a comprar el pan a diario. De vez en cuando traigo yogures, verduras, frutas, carne y algún capricho que otro, como palmeras de chocolate y cervezas.

Cuando llevo un rato cansado de no cansarme, me veo impelido a ponerme en pie y a deambular por la casa. Suelo acercarme a la terraza de la cocina, donde tengo un caracol en una caja cerrada con una malla y le saludo. Me siento como Robinson Crusoe cuando le hablaba a Viernes, un indígena que no le entendía. Le cuento a mi caracol, en voz alta, aquello que me preocupa y, con la confianza puesta en que me escucha, he llegado a contarle toda mi vida. Lo cual me ha permitido hacer una reflexión sobre mi pequeña historia particular. De vez en cuando me detengo en mi monólogo como dando lugar a una respuesta suya. Sé que no puede decirme nada, pero me imagino que me entiende y que, si pudiera hablar, me daría su opinión. Así, hemos estrechado mucho nuestra amistad.

Lo encontré, por casualidad, el último día de libertad antes del encierro, cuando cruzaba un jardín y me detuve para atarme un zapato. Lo vi cerca, casi lo piso. Un impulso me llevó a tomarlo por la concha y llevármelo a casa. Mi intención inmediata fue protegerlo de algún distraído que lo podría espachurrar sin siquiera darse cuenta. Lo metí en una caja de zapatos, pero por la mañana no estaba.

Fragmento de una ilustración de Julio Veredas Batlle

Lo busqué y ya lo daba por perdido, cuando, al seguir su rastro de babas, lo encontré subiendo por el cubo de la basura. Desde entonces me acostumbré a cerrar la caja con una malla de plástico. Trato de que no le falte de nada. Siempre tiene lechuga fresca y las distracciones que puedo darle. Pensé que era feliz, hasta que, después de que tuvimos una larga conversación, me preguntó que por qué lo tenía encerrado, que por qué no podía ser libre. Caí en la cuenta y mi ánimo se hundió.

Por eso, en esta primera salida de paseo permitida, mi intención es acercarme al jardín donde lo encontré para liberarlo y así dejar de llorar como un tonto.

viernes, 15 de mayo de 2020

La palabra más fea del idioma castellano

Esto no deja de ser algo subjetivo, ya que para cada persona será una diferente. No obstante lo corriente es preguntar cuál consideras la palabra más bella y no la peor de todas. En muchas ocasiones me he planteado qué palabra por su pronunciación o su significado, o más bien por la suma de ambas facetas, me resulta más hermosa. Siempre se me ocurren muchas. Pero nunca me han preguntado por la más fea. Llevo tiempo reflexionando sobre cuál sería y esta cavilación ha superado ya meses e incluso años. He llegado al fin a una conclusión que, aunque no sea compartida por el lector, espero que entienda mis razones para elegirla.

Para mí la palabra más fea del idioma castellano es fe.

Por un lado su fonética me recuerda al bufido de un gato: “¡fe!, ¡fe!, ¡fe!” Un sonido que no me resulta agradable, que al que lo profiere le hace poner un gesto deslucido, tocando los dientes superiores con el labio inferior, o, más ligeramente, soplando entre los labios, como cuando escupimos. Además es demasiado corta, una sola sílaba, y su grafía sinuosa tampoco es atractiva. Es tan fea que casi es igual que la palabra fea.

Aunque peor que todo ello es su significado. Fe es aquello que se cree porque quiere creerse, sin posibilidad de comprobar su veracidad, ya que si logramos una experiencia empírica de algo, no necesitamos la fe para creerlo. No es necesaria la fe para creer que la Tierra es redonda, porque hemos lanzado cohetes al espacio que la han fotografiado. No necesitamos la fe para saber que el corazón impulsa la sangre a través de arterias y venas, etc. Pero sí es necesaria la fe para afirmar que nuestro dios es el verdadero y el de los demás es falso. La fe llevada al extremo de la intransigencia es la excusa para los mayores crímenes que se han producido en la humanidad a lo largo de toda la Historia. Los atentados yijadistas, la guerra santa, la inquisición, la supremacía de una raza… Hay gente que ha tenido una fe infinita en esos conceptos y ha matado a troche y moche a quien le llevase la contraria. Y siempre habrá interesados que se aprovechen de la fe de los demás para controlarlos y dirigirlos.

Lo que yo creo es verdad porque quiero creerlo y a mí me da la gana que así sea. Luego ya justificaré con argumentos por qué es verdad, que siempre hay un alegato para la mayor atrocidad.

Yo no digo que mi razonamiento sea una verdad absoluta, no pido fe en él, tan solo lo expongo por si alguien quiere revisar sus creencias. Espero que se dé cuenta de que esas creencias en las que tiene fe son voluntarias, que si en lugar de donde nació, en medio de una cultura determinada, hubiese nacido, por ejemplo, en Japón, su fe con toda probabilidad sería sintoísta. Y si alguien apostata de la cultura dominante de su sociedad, debería preguntarse hasta qué punto no es un gesto de rebeldía, más que de evidencia de que su nueva fe es la verdadera. Incluso el ateísmo es una fe.

Ante la fe, lo más inteligente es la duda. Pero, para no ser pesimista, tras haber pretendido dinamitar el suelo de certezas donde cada uno se apoya, aconsejo cambiar el concepto tan horroroso de fe por uno de verdad hermoso, de cuatro sílabas y que suena mucho mejor: esperanza.

jueves, 30 de abril de 2020

La niña del Torreón 88


El día que cuelgo esta entrada en mi blog acaba el mes de abril. Un mes muy inusual que nos ha tocado vivir por sorpresa. En años anteriores la asociación La Sombra del Ciprés, a la que pertenezco, hubiéramos estado colmados de actividades culturales en torno al Día del Libro. La principal sería nuestra cita con un libro colaborativo de relatos. Teníamos ya fecha para su presentación. La edición completa la guardo en cajas en mi casa, pero no puedo decir tan siquiera su título o temática, aunque me muero de ganas. Para aliviarme un poco la pena voy a publicar mi relato del año pasado. El libro lo titulamos "Ávila Tenebrosa" y estaba dedicado al misterio y el miedo. Podéis comprar  el libro en las librerías abulenses o pidiéndolo al correo asociaciondenovelistas@gmail.com . Disfrutaréis pasando un poquito de miedo.

La niña del Torreón 88

Las murallas de Ávila tienen 87 torreones, aunque los abulenses solemos decir que son 88. Lo que voy a contar está ubicado en un torreón determinado, pero los hechos son tan espeluznantes que no quiero identificarlo, para que no caiga la maldición sobre quienes pasen cerca de él, como les ocurrió a los protagonistas de esta historia. Por eso, digamos que el lugar donde sucedió todo es el torreón número 88, sin determinar de cuál de los 87 se trata.

—Cuidado, David, no te hagas daño con las piedras —le dijo su madre.

David era un niño normal de siete años. Alegre, extrovertido y muy curioso. Salía de paseo los domingos por la tarde con sus pa­dres, Gema y Roberto, por las calles históricas de la ciudad donde vivían. Les gustaba pasear alrededor de la muralla, o más bien, de las murallas, tal y como solemos denominarlas los habitantes de Ávila. A veces, incluso daban una vuelta entera recorriendo los casi tres kilómetros de perímetro. Sobre todo con el buen tiempo, las vistas siempre son hermosas y evocadoras de épocas pasadas.

Esa tarde se pararon a conversar con una pareja de conocidos. Mientras, el niño se puso a jugar solo durante un buen rato al lado de uno de los torreones. Convengamos en que era el Torreón 88. Sentado en el suelo, su imaginación le llevaba a entretenerse con algún amigo imaginario, aunque los padres, distraídos, tan solo le echaban algún que otro vistazo, sin preocuparse demasiado.

—Bueno, pues a ver si volvemos a vernos, que se hace tarde —dijo Roberto a la pareja con la que ya llevaban más de cuarenta minutos detenidos.

—Vamos, David, levántate que nos marchamos —le pidió Gema al niño.

David se puso de pie y saludó con la mano, a modo de despe­dida, a su amigo imaginario.

—¿No te has aburrido jugando solo? —le preguntó su madre, dándole la mano.

—No estaba solo. Anabel ha jugado conmigo.

—¿Anabel? —preguntó Gema, agarrando del brazo a Roberto, pero sin soltar la mano de su hijo.

—Sí, la niña esa rara. Tenía la cara como rota por un lado, pero me dijo que no me asustara. Es muy simpática.

Ambos escucharon la explicación de su hijo, pero era tan extraña que no quisieron hacerle demasiado caso. Los niños siempre se inventan amigos imaginarios, aunque nunca habían escuchado algo parecido a una niña con la cara rota. No obstante, les quedó un punto de preocupación que, de momento, disiparon distrayén­dose en el resto del paseo.

Unos días después, Gema, mientras esperaba a David a la salida del colegio, se quedó absorta escuchando a dos madres que conversaban sobre algo muy extraño que les ocurrió a sus hijos en el mismo lugar donde David había estado jugando con esa amiga imaginaria tan rara. Hablaban también de una niña, con la cara desfigurada, a la que solo veían los niños.

Al llegar a casa, lo habló con Roberto.

—No es posible que todos los niños se inventen un amigo imaginario con las mismas características. Al menos cuando esos rasgos no son nada corrientes: una niña con la cara desfigurada.

—Un punto increíble sí que es —respondió él—. Pero, ¿qué otra cosa puede ser, más que un producto de la imaginación? Quién sabe, tal vez existen ideas que flotan en el ambiente y solo son captadas por las mentes más limpias de los niños.

—Pues a mí esto me asusta.

El siguiente domingo, en un paseo similar, cuando se acercaban al Torreón 88, a Gema se le puso el vello de punta. Apretó la mano de su hijo, dispuesta a pasar de largo lo antes posible.

—Espera, mami —dijo David—, que Anabel me está saludando.

—¿Quién es Anabel?

—Pues quién va a ser, la niña esa que le falta media cara.

—Ahí no hay nadie —dijo Roberto.

—Sí, está Anabel y me dice que me quede.

—Vamos —dijo Gema tirando de su hijo, que se resistía a andar.

—No —gimoteó el niño—, que se va a enfadar si nos vamos…

Roberto tomó a su hijo en brazos y caminaron lo más rápido posible. El niño lloraba.

—¡Que se enfada! Tiene su único ojo enfurecido, que da mie­do. Para, papi, para, ¡que se enfada!

Salieron huyendo de allí con el vello de la espalda erizado.

Luego, en casa, cuando estaban más tranquilos, conversaron sobre ello.

—Cuidado que somos idiotas —dijo Roberto—. No había nadie y nos hemos ido corriendo como si huyéramos del diablo.

—Calla, no lo menciones. No es algo irreal. A mí me recorrió el cuerpo una sensación de frío que aún me dura. No habrá nada visible, pero algo hay en ese sitio.

El caso es que alteraron su rutina y ya nunca volvieron a pasar por ese lugar. Cuando se acercaban en un paseo, con el niño o sin él, entraban por la puerta más próxima de la muralla antes de llegar al Torreón 88 y se perdían por el centro del casco antiguo.

Ya casi lo habían olvidado, cuando una noche, sobre las tres de la madrugada, Gema se despertó con un sudor frío y chilló.

—¡Noooo…!

Roberto se despertó asustado y tuvo la sensación de que una barra de hielo se le había metido en las entrañas.

—¡David! —gritó Gema.

Ambos se levantaron y corrieron al dormitorio de su hijo. No estaba. La cama permanecía deshecha y removieron las sábanas, descubriéndola entera.

—¡No está! —gritó de nuevo Gema—. ¡David, David!

Recorrieron ansiosos toda la casa. La puerta de la calle estaba abierta, pero, después de mirar en el descansillo y las escaleras, regresaron dentro para buscarle en todos los rincones y armarios.

—¡David, David!

—No grites. Vas a despertar a los vecinos.

—¿Y qué quieres? —preguntó Gema.

—Voy a llamar a la policía.

—Espera, va a ser una pérdida de tiempo. Si los llamas, tendremos que esperar a que vengan y darles todos los datos. Yo sé dónde está.

—¿Dónde? —inquirió Roberto, aunque sospechaba que él también sabía la respuesta.

—En el Torreón 88.

Corrieron a su dormitorio y se pusieron ropa de calle encima de los pijamas. Se calzaron y salieron disparados a la calle. No buscaron el coche, porque por la noche y tomando atajos tardarían menos andando. O más bien, a la carrera.

Llegaron al Torreón 88 sudando hielo frío, con el vello de punta y sin un solo hálito de aire en los pulmones. La noche era muy cerrada, pero la tenue iluminación de las farolas hacía visible el lugar. Divisaron un pequeño bulto. Podía ser el niño, sentado en el suelo, como la vez que lo vieron jugando con el que creían su amigo imaginario.

—¡David! —gritó Gema. Volvió la cara. Sí era él.

El sudor frío fue en aumento.

—David, hijo —dijo Gema, tomándolo en brazos y sintiendo por encima el abrazo de Roberto. Gema lloraba. Roberto temblaba. David sonreía, con una expresión rara. Estaba absorto mirando a algo en el suelo.

—Es Anabel —respondió el niño—. Os está diciendo hola.

—Vámonos de aquí —apremió Gema.

—No, que Anabel se enfada. Estaba muy triste y me dijo que viniera a verla.

—¿Qué dices, idiota? —Roberto ya no controlaba sus palabras por el miedo que tenía y David echó a llorar.

Roberto cogió al niño y comenzaron a andar deprisa, huyendo del lugar. David extendía un brazo, como queriendo anclarse en el aire y no moverse.

—Anabel, Anabel —repetía.

—Ahí no hay nadie —le dijo Gema a David.

—Sí, estaba Anabel. Papi, ¿me vas a matar?

—Pero, ¿qué dices? —rugió destemplado el padre.

—Roberto, ten paciencia —suplicó Gema.

—Lo siento, perdona, cariño. Pero, ¿cómo me dices algo así, hijo?

—Es que el papá de Anabel la mató. En ese sitio. Le golpeó la cara con una piedra muchas veces. Por eso la tiene así de rota. Ella vivía con su madre y un día vino su padre a buscarla. Anabel no quería irse, pero se la llevó. Luego, en ese sitio, la mató.

—¿Quién te ha contado eso, cariño? —le dijo Gema, con las lágrimas en sus ojos.

—Anabel. Y luego su padre se marchó dejándola en el suelo. Ella dice que el primer golpe le dolió mucho, pero que luego ya no le dolió nada. Vio cómo su padre echó a correr y desapareció. Más tarde, se enteró de que llegó a un árbol y se colgó con una cuerda, muriéndose también. Se lo contó él mismo, su padre, porque después vino otra vez a buscarla. Pero ella tampoco se quiso ir con él y se quedó allí jugando.

Roberto, con el niño en brazos y agarrado a Gema, los llevaba a ambos casi en volandas. Corrían todo lo que podían, mientras escuchaban lo que les contaba su hijo. Ambos iban llorando, con los ojos inundados de lágrimas, sin apenas ver por dónde caminaban.

De pronto, Roberto se dio cuenta de que hacia ellos venía un hombre dando la mano a una niña pequeña. El hombre llevaba una soga al cuello y la niña… la niña… no podía ser otra que Anabel. Le faltaba media cara…

Los pelos de Roberto se volvieron blancos y se pasó las manos por los ojos para aclarar las lágrimas y ver mejor. El niño también se quitó las lágrimas de los ojos y vio lo mismo que su padre.

—Es Anabel. Mira, va con su papi —dijo David. Gema no se había dado cuenta aún, pero se apartó los pelos de la cara y también los vio.

Roberto, con su hijo en brazos y con Gema agarrada a ambos, detuvo su carrera sin atreverse a dar un paso más.

—¿Quién demonios eres tú? —le dijo Roberto al hombre.

Delante tenían a un tipo extraño; llevaba una soga apretando su cuello que no se veía dónde acababa y de la mano agarraba a una niña, similar a las descripciones que les había hecho David de Anabel. Esos seres insólitos les cerraban el paso. Habían surgido de la nada y el extraño individuo les miró con intensidad, sin soltar la mano a la niña. Tras un leve silencio, respondió:

—¿Pero es que no os habéis dado cuenta? —les dijo—. Os acaba de atropellar el camión de la basura: estáis tan muertos como nosotros.

martes, 14 de abril de 2020

Día de nieve


No me suelo prodigar en reseñas en mi blog y tan solo acudo a ellas cuando pasa por mis manos un libro que me gustaría recomendar. Además, suelo traer obras de autores noveles o desconocidos, que merecen tener en las librerías un espacio junto a esos libros, que se promocionan profusamente, de las grandes editoriales.

José Francisco Fabián es Arqueólogo Territorial de la Junta de Castilla y León en Ávila. Un reconocido profesional, pero en lo más profundo de su ser es un amante de la literatura y un destacado escritor, reconocido con varios premios. He leído muchos relatos suyos, pero esta es su primera novela y tiene una calidad sobresaliente.

Día de nieve es eso que promete, el relato del transcurso de una jornada en la que ha nevado. Esto podría hacernos pensar que no es más que una anodina narración costumbrista, pero no lo es en absoluto.

El argumento se resume en la nevada que sorprende una mañana a Alonso Hinojosa, jubilado que vive en la ciudad salmantina de Béjar, a la que ha vuelto una vez transcurrida su vida laboral. Está al lado de su nueva pareja, Teresa, y el reencuentro con las calles nevadas de su infancia le traerán unos recuerdos con los que repasará toda su vida. O, más bien, los acontecimientos destacados de una vida que no ha concluido y que aún tiene mucho que ofrecerle.

Según la promoción del propio autor, todo hombre lleva dentro una novela, solo tiene que buscar un escritor que la saque a la luz. Así, Alonso, ha encontrado a Fabián, que nos hace un retrato de la España de postguerra, con un protagonista que era niño durante la Guerra Civil y buscó acomodo en la sociedad burguesa posterior, en la que nunca se sintió muy integrado.

Los paisajes son los de Béjar, que el autor conoce muy bien, y del Madrid de los años cincuenta en adelante. Hay numerosos retratos humanos, desde las mujeres que amó hasta a los amigos. Y los evoca a partir de las experiencias conjuntas compartidas. Podríamos decir que hay varias novelas en una, ya que cada semblanza es desarrollada de forma independiente. Es de destacar su suegro, un peculiar personaje rancio, al que yo juraría que he llegado a conocer, aún sabiendo que es pura ficción. El fondo es una España en blanco y negro, del Nodo, que no es criticada de manera expresa, sino expuesta de forma cruda. Ambiente que el protagonista logra sobrellevar gracias a su inteligencia y adaptabilidad.

Fabián utiliza un lenguaje muy sencillo e intimista. El narrador habla en primera persona y es muy fácil identificarse con él, ya que detalla los acontecimientos con una delicadeza que es capaz de atraparnos. Hay música, hay poesía, hay mucha vida en las páginas de Día de nieve. Anécdotas, reflexiones y evocaciones de paisajes y recuerdos nos permiten adentrarnos en el dolor de la muerte y en la sensibilidad del fino erotismo que subyace durante todo el libro.

Alonso revisa su pequeña historia, la de un hombre corriente, destacando y valorando todo aquello que le ha formado la personalidad desde la niñez. Sobre todo las mujeres que le han marcado: su madre, su hermana, su primer amor y la mujer con la que se casó y compartió la cotidianidad de su existencia, dándole tres hijas, a una de las cuales se siente muy ligado.

Es destacable el relato del aprendizaje y el despertar sexual de un muchacho en una época pacata y de represión, que trata de estigmatizar algo que es del todo natural, como es la vida afectiva. La narración no esconde esos momentos íntimos que tanta importancia tienen en la biografía de cualquiera y que suelen ser soslayados. Pero sus descripciones, que son vívidas y evocadoras, aluden a la experiencia del lector para que resulten sugerentes y sensuales sin una sola palabra o imagen soez.

Recomiendo sin ambages esta excelente novela, con la seguridad de que nadie se verá defraudado. Podéis localizarla buscando al autor en las redes sociales o en su página web:

viernes, 27 de marzo de 2020

La fauna del jardín

Soy un caracol de jardín. Mi vida es aburrida: subir tallos, bajarlos, buscar humedad, mordisquear, en fin lo corriente en alguien de mi insignificancia. Aunque esto me sirve también para pasar desapercibido y, como este jardín es urbano y está muy frecuentado, me dedico a estudiar a la fauna. De lo que más hay son perros, que traen a unos humanos grandotes arrastrados por una cuerda. Pero no me interesan los seres inteligentes, que ríen, disfrutan, corren y traban relaciones con otros similares. Esos no. A los que me gusta estudiar es a los otros, a los humanos. Seres taciturnos, que parece que vienen por aquí solo a cuidar y proteger a sus amos caninos. No se les ve rasgo de felicitad alguno, sino de resignación más bien.

Ilustración Julio Veredas Batlle

Estoy haciendo un catálogo de ellos, de sus diversas tipologías, aunque no haya demasiada variedad. Pero, afinando, sí que encuentro diferencias. Por ejemplo, los humanos de sexo femenino son algo más alegres. Suelen ser de tamaño ligeramente más pequeño, perfumados, huelen bien y hasta ríen alguna vez. Visten de forma muy variada y colorida. Tienen largas melenas y a veces van con trasquilones o con pelos pintados de forma artística. Sin embargo, los humanos de sexo masculino son todos… ¿cómo lo diría? Grises. Sí, aunque su aspecto no siempre sea de este color, su variedad en la vestimenta es tan pobre y tan descolorida, que parece que todos sufren alguna enfermedad. Su mayor tamaño no parece que les dé ninguna ventaja.

El ser humano es insustancial, aburrido, ya digo. Hilan unas palabras con otras y parece que se escuchan, pero ni se miran entre sí. Caminan y no saltan. Sujetan las carreras de sus amos, pero no corren. No se salen de los senderos marcados por setos y bordillos. Cuando se cruzan con un desconocido no lo saludan, ni le preguntan a dónde va. Se ignoran entre sí.

Ya podrían aprender un poco de sus amos perros, más desinhibidos, que no se andan con remilgos. Todavía no he visto a ningún humano acercarse a otro a olerle el culo.