miércoles, 30 de septiembre de 2020

Alto secreto

(Estoy participando en un taller de micro relatos. Mañana debemos presentar un ejercicio, pero como yo me he auto impuesto publicar en mi blog los días 15 y último del mes, pues me he decidido a adelantarme y presentaros mi propuesta ya que estamos a 30 de septiembre y no tengo nada más preparado. Porfa, no se lo digáis al profe ni al resto de mis compañeros [por si acaso no os diré quiénes son]. El propósito es pulir el texto y corregir sus defectos. Yo lo presento aquí virgen, tal y como ha salido de mi mollera. Si luego me ponen a escurrir, pues trataré de que no os enteréis. Os cuento: las pautas son que tenga entre veinte y treinta líneas y que contenga tres palabras, sacadas por el profe al azar de un diccionario, además de darle importancia al título elegido. A mí me han tocado “puma”, “cajero” y una conjugación del verbo “aletargar”. A ver qué os parece el título)

El cazador vengativo

Me aposté con el rifle repetidor delante del cajero automático del banco, escondido en un portal cuya oscuridad me permitía pasar desapercibido. El cañón de mi arma apenas surgía de la penumbra que me cobijaba.

Primero llegó un puma. Ágil terminó las gestiones y abandonó el lugar. Poco después un perezoso pareció eternizarse en el mismo sitio. Logró que una fila de cuatro bestias más se formase a sus espaldas, guardando las distancias prudenciales. Una foca, un lagarto, un león y una cebra. Esto me hizo desesperar, pues mi pieza no estaba entre ellas, a pesar de que ya debería haber llegado. El tiempo transcurría lento, el peso del arma parecía aumentar y mi cuerpo se aletargaba en mi forzada postura.

Aún el perezoso seguía enredado en sus tareas cuando, por fin, llegó el cerdo, mi objetivo, que ocupó el quinto lugar en la fila. Pude acabar con él en ese momento y marcharme, pero decidí esperar, para disfrutar lo máximo de la caza. Un disparo preciso sería tan breve que me sabría a poco. Mi deleite aumentaría sabiendo que ese animal no tenía escapatoria y que yo saborearía la espera.

Acabó el perezoso y la foca ocupó su lugar, extendiendo el contenido de su bolso en la inclinada repisa del cajero. La lógica fatalidad produjo que su monedero, unas llaves y un teléfono cayeran al suelo. Los demás se desesperaban, pero yo disfrutaba de la demora. La foca casi pareció entretenerse más que el perezoso, aunque el tiempo siempre es algo subjetivo.

Después de la foca, el lagarto fue hábil y antes de darme cuenta ya estaba el león en el cajero. A la cebra se la veía temerosa de que su antecesor se diera la vuelta y la descubriera, por lo que disimulaba mirando su teléfono móvil. Por fin, la cebra, que tampoco tardó mucho, dejó paso al cerdo.

Le apunté a la cabeza y la bala le traspasó con precisión, haciendo añicos de paso el cristal del cajero.

Puto cerdo, nunca sabrás que yo conocía la clave del móvil de mi esposa, si no, no le hubieras enviado el mensaje citándola a cenar.

martes, 15 de septiembre de 2020

Marramiáu

A las cuatro de la tarde, la chiquillería de la escuela pública de la plazuela del Limón salió atropelladamente de clase, con algazara de mil demonios. Ningún himno a la libertad, entre los muchos que se han compuesto en las diferentes naciones, es tan hermoso como el que entonan los oprimidos de la enseñanza elemental al soltar el grillete de la disciplina escolar y echarse a la calle piando y saltando. La furia insana con que se lanzan a los más arriesgados ejercicios de volatinería, los estropicios que suelen causar a algún pacífico transeúnte, el delirio de la autonomía individual que a veces acaba en porrazos, lágrimas y cardenales, parecen bosquejo de los triunfos revolucionarios que en edad menos dichosa han de celebrar los hombres... [¡Po-pac! Facebook. 23 personas han reaccionado a un recuerdo. Pues cojonudo, aquí me falta peña, sin duda. Katy Lalinda ha añadido contenido a su historia… Pasando. Hoy es el cumpleaños de Sara Díez y 2 personas más. No tengo tiempo. Además no conozco a ninguno de ellos. Retomemos]. Salieron, como digo, en tropel; el último quería ser el primero, y los pequeños chillaban más que los grandes. Entre ellos había uno de menguada estatura, que se apartó de la bandada para emprender solo y calladito el camino de su casa. Y apenas notado por sus compañeros aquel apartamiento que más bien parecía huida, fueron tras él y le acosaron con burlas y cuchufletas, no del mejor gusto. Uno le cogía del brazo, otro le refregaba la cara con sus manos inocentes, que eran un dechado completo de cuantas porquerías hay en el mundo; pero él logró desasirse y... pies, para qué os quiero. Entonces dos o tres de los más desvergonzados le tiraron piedras, gritando Miau; y toda la partida repitió con infernal zipizape: Miau, Miau. [¡Po-pac! Vaaaaya, Twitter. Maya Reis Gabeira la mujer que ha surfeado una ola de 22,4 metros de altura batiendo el record mundial. Alucino con el vídeo. ¡Like! Pablo Echenique, pasando. Voy a dejar de seguirle. El flipao del Maco y sus bobadas, pues no voy a likear su cara guapa, que no lo es].

El pobre chico de este modo burlado se llamaba Luisito Cadalso, y era bastante mezquino de talla, corto de alientos, descolorido, como de ocho años, quizá de diez, tan tímido que esquivaba la amistad de sus compañeros, temeroso de las bromas de algunos, y sintiéndose sin bríos para devolverlas. [¡Po-pac! Tik Toc. No tengo tiempo ahora para bobadas]. Siempre fue el menos arrojado en las travesuras, el más soso y torpe en los juegos, y el más formalito en clase, aunque uno de los menos aventajados, quizás porque su propio encogimiento le impidiera decir bien lo que sabía o disimular lo que ignoraba. Al doblar la esquina de las Comendadoras de Santiago para ir a su casa, que estaba en la calle de Quiñones, frente a la Cárcel de Mujeres, uniósele uno de sus condiscípulos, muy cargado de libros, la pizarra a la espalda, el pantalón hecho una pura rodillera, el calzado con tragaluces, boina azul en la pelona, y el hocico muy parecido al de un ratón. [¡Po-pac! El Facebook ahora de los cojones. Jejé, esta Leire está tronada, pero muy buena eso sí. Toma like con todo mi love. Y qué amigas tiene… ¿Por dónde iba?] Llamaban al tal Silvestre Murillo, y era el chico más aplicado de la escuela y el amigo mejor que Cadalso tenía en ella. Su padre, sacristán de la iglesia de Montserrat, le destinaba a seguir la carrera de Derecho, porque se le había metido en la cabeza que el mocoso aquel llegaría a ser personaje, quizás orador célebre, ¿por qué no ministro? La futura celebridad habló así a su compañero:

[¡Po-pac! Ahora el Instagram, que no me falte de na’. A ver, a ver a ver, el Jhonny y sus pasadas con el monopatín. Otra cover de la Jenny. Aprende a tocar la guitarra primero y luego a entonar, ¡que lo flipas!. Pero ahí va mi like, que también estás buenorra, a ver si pillo. Para, para, que no desengancho. ¿Dónde puse el puto libro?]. «Mia tú, Caarso, si a mí me dieran esas chanzas, de la galleta que les pegaba les ponía la cara verde. Pero tú no tienes coraje. Yo digo que no se deben poner motes a las presonas. ¿Sabes tú quién tie la culpa? Pues Posturitas, el de la casa de empréstamos. Ayer fue contando que su mamá había dicho que a tu abuela y a tus tías las llaman las Miaus, porque tienen la fisonomía de las caras, es a saber, como las de los gatos. Dijo que en el paraíso del Teatro Real les pusieron este mal nombre, y que siempre se sientan en el mismo sitio, y que cuando las ven entrar, dice toda la gente del público: 'Ahí están ya las Miaus'». Luisito Cadalso se puso muy encarnado. La indignación, la vergüenza y el estupor que sentía, no le permitieron defender la ultrajada dignidad de su familia. [Cojones, ¿de qué iba la cosa?… ¿Quién es Luisito Cadalso? A tomar por culo el libro… (Tik Tok. Jejé, ¡cómo bailan estas coreanas! Yo es que me parto)].

Me gustaría que este relato fuera una rallada de mi coco, pero… En todo caso sirva como homenaje a don Benito Pérez Galdós, del que celebramos este año el centenario de su muerte los que apagamos el teléfono móvil para leer. De su novela “Miau” he tomado los coitus interruptus anteriores.