jueves, 27 de marzo de 2014

Un eslabón más para la cadena

Existe una pequeña ermita, que lo fue de un cementerio, algo peculiar. En su decoración, en origen cristiana y ortodoxa, hay una serie de personajes raros y, en cierta medida, monstruosos, los denominados réprobos. Estos personajes, pintados en el tambor de la cúpula, son bustos alados, con muecas horrendas, que muestran los dientes y se cubren con un capirote. ¿Esta iconografía es propia de una iglesia? ¿Existe algún otro referente en el mundo?


Bien, pues esta ermita está en ruinas, rodeada de maleza y a punto de derrumbarse si no se pone remedio. Y en eso estamos.

Estoy hablando de la ermita del Santo Cristo de Talaván, situada en Cáceres, poco más allá de Plasencia.

Pues existe un quijote en Béjar, a más de cien kilómetros y en otra provincia y autonomía que se ha empeñado en salvar de la ruina tan peculiar lugar. Un amigo común, Juan de la Cruz Mayo [ver su blog], ya nos advirtió a los abulenses del peligro que corría este extraño paraje, lo hizo en la página web de la asociación a la que pertenezco, Ávila Abierta, y aquí dejo el enlace: “Más quijotes para Talaván”. De él son las fotos que acompañan este artículo.


Juan me ha invitado a sumarme a la cadena de quijotes y a que me acerque a Talaván, aduciendo que puedo aprovechar para “pasar por Trujillo […], Plasencia, La Vera, Garrovillas...” Y pienso hacerlo en cuanto tenga ocasión.

El quijote original en esta aventura se llama Gabriel Cusac  [Ver su blog], y es un escritor bejarano de gran calidad y de un lenguaje castizo y genuino, que entronca con el mismísimo Francisco de Quevedo. Me ha impresionado, admirado y entusiasmado la lectura de su impagable libro de relatos cortos titulado “Cuentos desquiciados”, que recomiendo encarecidamente a todo aquel que no se asuste del humor escatológico (palabra polisémica que ha de tomarse en su acepción grosera). De su imaginación parece que hayan salido personajes como los réprobos, pero no, ya estaban ahí.

Tengo intención de seguir el consejo de Juan, como ya he dicho, y acercarme a Talaván en cuanto la ocasión me sea propicia, pero estoy seguro de que nada nuevo podré aportar, tanto literariamente como gráficamente, a lo mucho y bien hecho que ya hicieron otros. Lo único que puedo añadir, como mi particular granito de arena, es esto que estoy haciendo, tratar el tema en mi blog, por si tengo algún lector que no lo conozca. Con ello me sumo a la cadena de blogs que forman la cruzada quijotesta, integrada por gentes sensibles a la conservación del patrimonio, instando a aquellos que tienen medios para ponerle remedio al colapso inminente del que está amenazada esta joya. ¿Me escucha, señor Monago?


No puedo por menos que traer a la mente el infausto y estúpido derrumbe de otro edificio singular en mi misma ciudad, como fue la Fábrica de Harinas. De este hecho el periodista José Ramón Rebollada ha realizado un documental titulado "Poder contra verdad" que nos ha abierto los ojos a los abulenses, señalando el ensañamiento necio de los poderosos, quienes, para demostrar que mandaban, arrasaron un edificio histórico de valor singular, al tratarse de uno de los primeros centros fabriles unitarios de la Historia de España, y de Europa, dejando en su lugar un inhóspito “mausoleo” para perpetuación de su majadero criterio, a pesar de que se ofrecían interesantes alternativas culturales de conservación. Como hoy todo va de vínculos, dejo otros enlaces a este tema [aquí] y [aquí]. A este ejemplo habría que añadir otros igual de infames, como la destrucción del cementerio musulmán de Ávila, asunto del que yo tendría mucho que contar y que quizá lo haga en otra ocasión.

¿Dejaremos que Talaván se hunda y desaparezcan para siempre los enigmáticos réprobos? ¿Consentiremos que algo tan raro, singular y fuera de lo común se pierda de la memoria?

Paso la bola. La pelota está en tu tejado. Te transmito la invitación que me hicieron a mí y, si realizas la excursión en esta primavera, es posible que nos encontremos allí, anonadados por la visión de los enigmáticos réprobos.

miércoles, 12 de marzo de 2014

El poder de las palabras

Teorizaré un poco sobre la esencia de lo que se denomina “literatura” y no es para convencer a nadie, sino para dar pie a que cada cual reflexione y saque sus propias conclusiones. Si no coincidimos, sólo significará que estamos viendo lo mismo desde distintos puntos de vista, porque la realidad es tridimensional y no plana –o tal vez signifique que estoy equivocado…

La herramienta esencial de la literatura es, obviamente, la palabra y, por extensión, un idioma determinado. La literatura crea el idioma y lo enriquece. Quiero decir que sin escritores no puede existir idioma alguno que se precie de serlo, pues sería algo muy pobre e innecesario. Un idioma se mide por la calidad de los literatos que lo han transitado. Los escritores indagan en las potencialidades de una lengua y ayudan a estructurar su gramática.

Cuando señalo la palabra como la herramienta esencial, no estoy indicando que sea escrita. Sí, porque conviene no perder de vista que la literatura oral, también es literatura. Así, por ejemplo, el romancero medieval era elaborado, memorizado y transmitido sin dejar constancia escrita. Será después cuando esto ocurra, y no con intención de que tome vida, sino de fijarlo y de que se conserve. Otro ejemplo serían los libros del Antiguo Testamento, que se transmitieron durante siglos antes de ser escritos. Podían no haberlo sido y no por ello dejarían de ser literatura.

Como literatura oral tampoco conviene olvidar el teatro. Su medio de manifestación ideal es un escenario, y tampoco necesita que nunca haya estado negro sobre blanco, aunque su forma escrita, sin lugar a dudas, facilita la memorización de los textos y su conservación.

Hecha esta salvedad, pensemos en la gran aportación que la escritura aportó a la literatura, que, sin duda, le dota de una herramienta valiosa para su transmisión y disfrute.


La palabra, herramienta fundamental, no es algo aséptico, no es meramente la forma fonética de una imagen real o ideal. Es decir, existen palabras que nos remiten a algo concreto, mesa, o abstracto, amor, pero que no tienen el mismo peso que otros sinónimos en el contexto de una oración gramatical. Me estoy refiriendo a la carga connotativa que cada palabra puede poseer, que ha sido impregnada por la forma cotidiana de ser utilizada por los hablantes, evocándonos sensaciones, además de su significado. Para que se entienda claro, pondré un ejemplo llamativo: No pesan igual, no traen la misma carga connotativa, en una frase, la palabra testículos, que cojones, a pesar de referirse exactamente a lo mismo (“el médico me tocó los cojones, pues no quiso examinarme los testículos”, el cambio en el orden de los factores haría ininteligible el producto. O enriquecería el significado, con un ejemplo como este: “¡Valla un día más ajetreado! Mientras mi mujer estaba pariendo en el hospital, una vaca dio a luz en el establo”).

La poesía entiende mucho de connotaciones, así como de evocaciones, que le prestan las palabras, usadas y manoseadas por cada idioma determinado, aportándoles una carga emotiva. De la poesía son características así mismo las metáforas, con las cuales se sustituye el significado literal por imágenes, enriqueciendo la expresividad. La poesía es, sin duda, la cumbre de la Literatura y su base de experimentación y creación más notable. Donde más importancia tiene la elección de cada palabra.

Casa cual Díaz mes hola y azulado.

El breve párrafo anterior, de vocablos yuxtapuestos de forma aleatoria, pretende poner en evidencia que la literatura se sirve de palabras, pero han de ser coherentes para que exista la forma literaria. Descolocadas, o sin sentido, no sirven de nada. ¿O sí sirven? Estoy pensando en mucha poesía actual, que no consiste más que en una sucesión de palabras “bonitas” o literarias –tales como ingrávida, cancela, yermas…– cuyo significado es imposible de desentrañar al verlas formar oraciones sin sentido, sin métrica, sin rima y sin otro propósito que el adorno sonoro.

Pero, en la prosa, sin duda, la palabra necesita de una combinación gramatical con sentido para que se produzca la forma literaria. El objetivo de la narrativa es transmitir un mensaje y, para ello, son esenciales unas reglas que lo hagan comprensible: La gramática. El arte plástico abstracto, no figurativo, no tiene su equivalente literario. Sería tedioso para un lector una retahíla de palabras que no expresen ideas, pensamientos, etc. Aún así conozco a alguien que me dijo un día que se había leído el diccionario, desde la primera a la última página… Y por orden.

Una vez que tenemos lo esencial, la palabra en un discurso lógico, puede funcionar el lenguaje literario en sus múltiples facetas: novela, poesía, teatro... A partir de ese germen se pueden realizar tareas como detallar conversaciones –directas o indirectas–, expresar ideas, describir personas y paisajes, plantear disquisiciones filosóficas, bosquejar imágenes poéticas o presentar opiniones, que dejan al lector libertad para elaborar una imagen mental de lo que se le cuenta, ya que las palabras evocan, a la vez que muestran.

La literatura es, desde luego, mucho más que lo expuesto. Es incluso inabarcable, ya que el arte no debe aceptar límites, y no se agotará por muchos teóricos que intenten explicarlo. Esa es su grandeza y esta mi pequeña aportación.