¡Qué vida más apacible la del que vive en el campo! Eso sí,
aburrida como una ostra. Siempre tuve curiosidad por esos tipos urbanitas que
nos visitan de vez en cuando, domingueando sobre todo, y que ponen tanto
cuidado en no pisar la boñiga dejada al descuido por cualquiera. Suelen
expoliar toda seta o níscalo que encuentran, arrasando incluso con los retoños
de hongos que en veinticuatro horas podrían alcanzar un tamaño como para saciar
al más exigente. Pero, si alguien pasa de largo el ejemplar más minúsculo, el
pisaverde que vaya detrás arramplará con él.
Soy por naturaleza curioso. ¿Cómo serán esas ciudades de las
que dicen venir los forasteros? ¿Allí no hay setas, bostas ni bichos? Desde
hace tiempo que me apetece mucho conocer esos lugares lejanos y enigmáticos.
Así que cuando uno de esos tipos embotados,
hurgaba entre la hierba en la que yo trajinaba y me agarró de la concha, en el
fondo me alegré. Supe que iba a viajar. Me introdujo en una cesta donde me
encontré de sopetón con un montón de caracoles, como yo, algunos incluso
conocidos. Eso sí, debido a que todos somos hermafroditas, tuve que cuidarme y
pasar alternativamente de macho a hembra y viceversa, ya que no me faltaron
proposiciones de colegas, que estaban en una proximidad obligada. “No me
busques, chica, que yo también lo soy”. “Quita para allá, machote, no sea te
lleves lo que quieres darme”. Jejé, los tuve mareados un rato, hasta que
comprendí que no les hacía falta, debido a la cantidad de opciones que se les presentaban. Yo solo era uno más.
Después de traquetear durante mucho rato en su máquina
corredora, donde nos colocaron a oscuras en el maletero, salimos a la luz en
uno de sus hogares ciudadanos. Sí, objetivo alcanzado, estaba en la ciudad.
Pero pasé varios días sin ver nada, todo era rutina y
encierro. Nos tenían confinados en una caja, taponada con una especie de malla
irrompible para mis pobres dientes gasterópodos. Resumiré para no aburrir.
Primero nos dieron mucho de comer, lechuga sobre todo. Por lo menos los
anfitriones eran generosos. Luego nos hicieron pasar hambre, pues erradicaron
la comida por completo de nuestra especie de cárcel. Creo que llegué a cagar
hasta lo último que me había llevado al estómago, sin opción a reponerlo. Después
nos remojaron en agua, frota que frota, sacándonos las roñas campestres. Aunque
al final lo compensaron con el espá.
Nos dieron un baño a todos juntos en una especie de bañera metálica. El agua en
principio estaba fría, pero se fue templando poco a poco. ¡Qué gozada! Asomé la
cabeza para disfrutar. Bueno y también para respirar un poco.
En eso, no se me dejaba de venir a la cabeza que mi ilusión
era conocer cómo es una ciudad y que, por muchas atenciones que nos dieran,
estaba perdiendo el tiempo allí. Así que me armé de agallas y trepé por las
paredes que estaban aún más calientes. Al llegar al filo de la sauna, me impulsé,
rodando fuera. Cuando me recompuse me sentí aliviado, ya que la temperatura del
agua había alcanzado un nivel que me estaba resultando incómoda.
Dejé que mis compadres siguieran disfrutando del baño y yo
me deslicé hacia abajo del mueble, luego patiné por el suelo y más tarde subí
por la pared, hasta alcanzar una ventana por la que puede salir al aire libre.
Descendí la fachada, me escurrí por lo que llaman acera y alcancé un espacio
verde, auténticamente sabroso. Sé ahora que lo llaman jardín, pero tiene cierto
parecido con el campo. Me repuse comiendo hierba fresca, pensando en lo bien
que lo estarían pasando mis congéneres. Ahí, en la sauna, tan limpitos, abriendo
sus instintos al placer y cambiando el sexo continuamente para que nadie
quedara insatisfecho.
Pero no me arrepiento, me alegro de haberme marchado, ya que
lo que yo quería desde el comienzo era esto, conocer la ciudad.
viernes, 31 de enero de 2020
miércoles, 15 de enero de 2020
Maneras de viajar
Sobre el tema de los viajes hay mucho que decir, pues existen
tantas maneras de embarcarse en una aventura como gustos. Y, ya se sabe, sobre
gustos se ha escrito tanto que no puede uno perder el tiempo pretendiendo
leerlo todo.
Para desplazarse, hay a quién le gustan los automóviles,
esos cacharros con ruedas de goma, que alcanzan velocidades que despeinan. A no
ser que estén techados. O no tengas pelo, esa es otra.
Pero también se puede volar. Muchos no se explican dónde
está la magia que hace posible que con un “abra cadabra” se consiga que un
trasto de muchas toneladas de peso flote en el aire. Pues no es magia, ni
magio. Hazme caso, coge una piedra, aunque pese es igual. ¿Crees que vuela?
¿No? Entonces tírala con ímpetu y verás cómo planea mientras le dure la inercia de
la fuerza aplicada. Pues a uno de esos aeroplanos, no hay más que aplicarle
fuerza constante y, hala, magia potagia. Claro que también están los ingenieros,
que saben de aerodinámica y esas zarandajas, posibilitando a los pilotos dirigir
esos cacharros por la masa gaseosa.
Incluso por encima del agua se puede viajar en un pesado y
metálico armatoste. En esto, me han dicho, tiene mucho que ver un tal
Arquímedes. Que si todo cuerpo sumergido
en un fluido experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al peso de
fluido desalojado. Parece difícil de entender, pero con que lo entiendan
los ingenieros hay suficiente. Flota.
¿Y qué decir de viajar por debajo del agua? Pues también. Y
los hay incluso amarillos.
Lo que yo no entendí era el viaje ese en el receptáculo
cerrado que vi antes. Sin una ventana para observar el paisaje y con capacidad
para una sola persona, lo cual limita bastante la conversación. Tal vez, esa
especie de cajón de madera tenga dentro algún dispositivo con altavoces para
escuchar música, ¡porque si no…!
Cuando, después de meterlo en el agujero, le empezaron a
echar encima paladas de tierra, supuse que ese tenía que ser su último viaje.
En fin, yo a lo mío, a seguir comiendo, que esta hierba está
muy fresca.
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