viernes, 30 de julio de 2021

El encuentro casual

—¿Julia?

—¡Paula! ¡Qué alegría verte! ¿Qué haces por aquí?

—He venido al centro a comprarme algo de ropa. Para vuestra boda, claro; que quiero ir bien guapa.

—Pero, si no hace falta… Es decir, que tú vas guapa con cualquier cosa.

—Para mí es un día importante y quiero destacar… Vamos, tú me entiendes, el día importante es para Roberto y para ti, pero yo quiero ir bien guapa. Todo el mundo sabe que él y yo fuimos pareja muchos años y tengo que estar a la altura de lo elegantes que iréis los dos.

—No dudes que iremos muy elegantes, pero no puedo darte detalles de mi vestido, ja, ja. Muchas gracias por apuntarte en la lista de bodas el robot de cocina, que nos hace ilusión. A propósito, ya hemos hecho la distribución de las mesas y me tienes que decir el nombre de tu pareja.

—Iré sola, no te preocupes.

—No puede ser, querida. Te hemos puesto en una mesa donde todos son parejas. Si vas sola estarás muy incómoda.

—Incómoda seguro. Es decir, entiéndeme, para mí no va a ser un trago agradable asistir a la boda de mi ex.

—Paula, querida, pues no te lo pienses. No es necesario que vengas, no pases un mal rato.

—Bueno, no te preocupes de cómo lo pasaré o la dejaré de pasar, que es cosa mía.

—Si digo por ti, boba. Sabes que te aprecio y no quiero que en un día tan feliz haya nadie pasándolo mal. Mira, haremos una cosa, le diré a Roberto que te he visto y que me has contado que no puedes venir. Inventaré cualquier excusa, una abuela enferma o algo así. ¿Qué te parece?

—Que mi abuela tiene una salud de hierro y que con esas cosas no se juega.

—No te lo tomes así, si yo solo pienso en evitarte un mal trago. No vengas, de verdad, no te veas forzada a estar en una mesa rodeada de parejas y tú más sola que un seto en una rotonda. Mira, haremos una cosa, para mostrar tu buena disposición, el robot de cocina lo dejas como regalo, pero no pases el mal rato de asistir a la boda de tu ex.

—¡Y un cuerno! Si no voy a la boda, no hay regalo. Es más, como veo que te molesta que vaya, te aseguro que iré. Roberto me ha invitado personalmente y sé que se alegrará de verme, como siempre se alegra cuando nos encontramos. Le conozco de sobra. Y no te preocupes por el robot, que como voy sin pareja os regalaré otra cosa más sencilla, un juego de vasos de wiski. Así, cuando estéis a solas por la noche, él podrá emborracharse a gusto y no tendrá que soportarte.

—Oye, guapa, eso sí que no te lo aguanto. Ya no me apetece nada que vayas a mi boda. Y el robot bien podías dejarlo pagado, para no quedar como una guarra.

—Mira, te guste o no, iré a la boda de mi ex, porque me sale de los ovarios, ¿te enteras? Y ya te he dicho que te olvides del robot de cocina. ¡Ni lo sueñes!

—Irías, si a mí me pareciese bien y que no me lo parece.

—Pero no te casas con el aire, que es lo que merecías; así que, mientras quiera Roberto que yo vaya, tú te callas la boca, que la tienes muy grande.

—Es igual, despídete, Roberto hará lo que yo diga.

—¡Ja, ja, ja! Lo que tú digas, sí, lo que tú digas. Si yo te contara…

—¿Qué quieres insinuar, pedazo de perra?

—Perra tú, que se te da muy bien ladrar.

—Y morder también se me da bien, guapa. Y que sepas que lo de guapa es un decir, que nada tiene que ver con la realidad: ¡guapa!

—Morder como una perra, no dudo que lo sepas hacer. Pero ser cariñosa como un gato, eso ni de lejos, que lo sé de sobra. Que Roberto bien se ha arrepentido de estar contigo. Pero, claro, ¿cómo se va a echar ahora para atrás con tu familia de mafiosos guardándote las espaldas?

—¡Asquerosa!

—¿Quieres que te lo cuente? ¿Sabes con quién estuvo ayer por la tarde tu Roberto?

—Con su hermano, comprándose unos zapatos.

—Ja, ja. Su hermano, sí. Ayer estuvo conmigo, llorando.

—Mentira, solo quieres meter mierda por medio para separarme de él, so guarra.

—Sí, mentira. Y también es mentira que luego subió a mi casa. Y que en mi casa nos acostamos.

—Púdrete, asquerosa, que no lo vas a conseguir. Nos casaremos y vivirá conmigo y no contigo. Es a ti a quien ha dejado y es conmigo con quien quiere estar. Nos vamos a casar y no se te ocurra aparecer por allí. Les diré a mis hermanos que estén pendientes y que si te ven aparecer te echen a patadas.

—No te preocupes, que ya no quiero ir. No voy a presenciar cómo mi Roberto comete el error de su vida. Ya volverá a buscarme para llorar en mi hombro. ¡Y después echaremos un polvo!

—Si tus falsedades te consuelan, mejor para ti, que a mí no me engañas. Todo lo que dices es mentira. Al fin lo conseguí: no vendrás a mi boda.

—No iré, no. Pero vigila a MI Roberto, que estará buscándome con los ojos.

—Sueña, guapa, que es gratis. Lo que sé es que, por la noche, lo tendré en mi cama. Y ya pagaste la lista de boda, así que el robot es mío. No pienso devolvértelo. 

viernes, 16 de julio de 2021

Café amargo

 —¿Qué va a tomar el señor? —le dijo el camarero a un joven que acababa de sentarse a una de las mesas de la terraza que, a esas horas caniculares, estaba casi vacía.

—Un café solo, cargado y sin azúcar, para disfrutar de su amargor —respondió el cliente—. ¡Coño, Julio, no te había conocido!

—Ni yo a ti, Borja.

—¡Qué casualidad! No sabía que trabajabas de camarero.

—Ya ves, algo tenía que hacer.

—He quedado aquí con Ana —dijo con precaución y, al ver la reacción neutra de su amigo, intentó sacarle una sonrisa—, así que me lo tomaré con calma, ya conoces su impuntualidad. Sabías que estamos juntos, ¿no?

—Sí, lo sabía —respondió Julio intentando mostrar seguridad—, pero no te preocupes, que nosotros lo dejamos hace más de un mes. ¿Quieres algún bollo u otra cosa?

—No, el café solo. Pero, no te vayas, que te noto distante. En serio, no quisiera que te hubieras mosqueado porque salga con Ana.

—Somos adultos y ella te eligió a ti. No hay más que decir.

—Siempre fuimos muy amigos durante toda la carrera.

—Lo fuimos, tú lo has dicho. Pero las vidas se separan y cada uno sigue la suya, la que le corresponde. Por cierto, que debo felicitarte, al final te dieron a ti la plaza.

—Sé que tú tienes mucho mejor expediente que yo, Julio, que la merecías más. Siempre fuiste un alumno brillante.

—Pues ahora me dedico a sacar brillo a los vasos.

—Te lo tomas mal, me lo temía. No quisiera que nuestra amistad se rompiese por algo así. Tú vales mucho, Julio, seguro que sales adelante.

—Adelante… —repitió Julio, dejando la mente en blanco.

—Fuimos amigos y espero que lo sigamos siendo —añadió Borja—, sabes que te echaré una mano en lo que necesites. La suerte me ha puesto donde estoy, no es mérito mío, pero soy capaz de apreciar una amistad y tienes la mía de forma incondicional. Julio, sabes que te debo mucho, tus apuntes fueron fundamentales para mí. Nunca estuve muy centrado en los estudios, las fiestas me perdían. No como tú, que tanto provecho les sacaste.

—Sí, ya ves para qué me ha servido todo.

—Entiéndeme, sé que esa plaza la merecías tú, sé que es injusto que me la dieran a mí, pero no puedo rechazarla, no sirvo para otra cosa. Tú sabes defenderte, has demostrado tu fuerza de voluntad y tu valía. Por ejemplo, yo no serviría para hacer lo que tú haces, sería incapaz de llevar un café a una mesa sin volcarlo. Soy un inútil para cargar en la mente dos pedidos a la vez. Ni siquiera para dar las vueltas de una cuenta. No valgo para nada, por eso no puedo renunciar a lo que me ha regalado la suerte, Julio. Si quieres que te pida disculpas de rodillas, lo hago.

—Ya, lo que te ha regalado la suerte… O las influencias de tu padre. Y su dinero.

—Sin rencores, Julio, te lo ruego. El mundo es injusto, la vida es injusta, pero la amistad no tiene límites. No debe tenerlos.

—Nunca te pediría que renunciaras a tu —hizo hincapié en esta palabra— plaza para que me la dieran a mí. Entiendo que no vales para nada y que yo puedo servir cafés y poner ladrillos en una obra.

—Me apena que te lo tomes así, amigo. De todas formas, no cambio de parecer, quiero dejarte claro que siempre estaré para echarte una mano en lo que necesites.

—Bueno, que ya entra gente en el local. Voy a por tu café.

Julio le dio la espalda y se marchó rápido. Borja negó con la cabeza en un gesto de culpabilidad. Se restregó los ojos y se echó el pelo suelto y largo hacia atrás, peinándoselo con los dedos. En eso llegó una chica joven, rubia, que lucía una falda corta y una amplia sonrisa. Se acercó a Borja por detrás y le besó en una mejilla. A continuación, se sentó a su lado.

—Perdona el retraso, cariño.

—Ana, no te vas a creer quién trabaja de camarero en este antro.

—¿El papa de Roma? —bromeó ella.

—No, el gilipollas de tu ex. Pobre desgraciado. Casi es mejor que no pidas nada, que me tomo mi café de un trago y nos vamos pitando. Creo que me va a saber más amargo que de costumbre. No quiero que aproveche el infeliz para pedirme alguna recomendación, buscando las influencias de mi padre.