martes, 16 de septiembre de 2014

Narrativa Gráfica I

Ante todo me considero un amante de la narrativa y, como tal, soy novelista por vocación, pero debo confesar algo. Mi primer amor fue la Narrativa Gráfica, pero me di cuenta de que no reunía las habilidades suficientes para mantener un romance con ella, así que la abandoné. Rompimos nuestra relación pacíficamente, habiendo quedado como amigos con derecho a roce. Mi nueva aventura con la Literatura proviene de remozar un flechazo adolescente, mantenido en segundo plano. Este amor platónico se convirtió en carnal cuando pensé que tenía algo que decir. Desde entonces nos gozamos cada vez que tenemos ocasión.

Como no renuncio a mi primera pasión y a raíz de un anterior artículo en este blog– he decidido dar continuidad a tratar el tema de contar historias a través de secuencias de imágenes, que es la definición de la Narrativa Gráfica. Esta serie de artículos que iré intercalando con otras entradas en mi blog está sacada de un ensayo que escribí hace algunos años, pero que no ha sido publicado, titulado “Pero, ¿esto es Arte?”. Lo que haré pues, será revisar esos textos y adaptarlos para este blog. Espero que haya interesados en el tema, y estoy seguro de que, los que no se lo hayan planteado, descubrirán un mundo nuevo que puede hacerles pasar ratos tan agradables, al menos, como los que les pueden dar la Literatura.


Consideremos la anterior entrada en el blog como una introducción y vayamos al primer tema, titulado:

¿Cómo lo llamamos?

Los países anglosajones han exportado el término “comic”, que se ha adoptado por algunas lenguas, sin debate alguno, por el prestigio de proceder de la Meca actual de la Cultura y la Industria, como son los Estados Unidos, a los que, además, se les considera –erróneamente sostengo yo– inventores del género. La palabra cómic se ha llegado a identificar en nuestras tierras con las narraciones gráficas, a fuerza de vaciarla de su significado originario, que no es otro que “cómico” y, por tanto, no define la materia que tratamos. Bien podría referirse a un tipo de teatro, de cine o incluso de narraciones gráficas, pero resulta inapropiado para englobar obras como La Balada del Mar Salado, de Hugo Pratt o Hellboy, de Mike Mignola, por ejemplo. Pero, además, también está su divergencia con el idioma castellano. Entre nosotros lo más común es que pronunciemos “cómiz” o “cómis”, pues la “k” final es de articulación trabajosa, sobre todo el plural “ks”, y no hay más que fijarse en cómo lo decimos para darnos cuenta de ello. Es decir, la palabra cómic nos resulta advenediza.

Dicho término procede del término inglés “comic-strip”, o tira cómica, por ser esta una de sus manifestaciones pioneras. Además los norteamericanos tienen los comic-books, que es como llaman a un tipo de revistas de historietas, les dicen libros cómicos aunque sean de terror... La narración gráfica como lenguaje en general no puede definirse globalmente como cómica, sin encasillarla injustamente en un género.


¿Por qué no rechina en nuestro idioma la palabra cómic? ¿No será que nuestra cultura minusvalora tanto esta forma de expresión que no le preocupa cómo se llame? Pues me temo que es así y ahí está el quid de la cuestión; con la denominación de cómico aceptamos que no tiene mucha importancia y que nunca podremos tomárnoslo en serio, es algo para niños y carente de pretensiones intelectuales. Los franceses, que lo aprecian más que nosotros, lo llaman “bande dessinée”, o “BD”, que significa tira dibujada y no tira cómica. Al menos esto sí que lo es, aunque algunas estructuras en páginas no mantengan la tipología de tiras dibujadas. Allá ellos. Los italianos, también amantes de este arte, lo llaman “fumetti”, traspasando a la denominación una de sus características más llamativas, como son los bocadillos, que ellos llamanfumetti o humitos. Allá ellos, también. Los portugueses y brasileños suelen decir “quadrinhos”, que se traduce por viñetas. Tampoco está mal, porque también generalizan en el nombre uno de sus elementos llamativos.

Pero no todos han tenido tanto respeto en el bautizo de este lenguaje. A la denominación anglosajona detira cómica debemos sumar que los japoneses lo llaman “manga”, que viene a significar dibujos caprichosos, dibujos irresponsables o simplemente garabatos. Los mexicanos le dicen “monitos”, ¡que ya les vale! Y la denominación original en gran parte de Latinoamérica ha sido tradicionalmente “historietas”, al igual que en España. Aquí, además de historietas, se le ha llamado “tebeo” –homófona de “te veo”, por tanto– palabra que engloba a todas las revistas con el nombre de una de las decanas y más prestigiosas como lo fue el “TBO”. Pero un tebeo, al igual que un comic-book, es una revista  y no el contenido de esa revista.

Queda evidenciado que, por su denominación, es norma extendida de muchas partes del mundo minusvalorar a esos “dibujitos” que se enmarcan en viñetas, destinados a los que no posean una lectura fluida.

Para darle la seriedad que merece, y para entendernos desde ahora, utilizaré el nombre propio, en mayúsculas por tanto, de Narrativa Gráfica, para referirme al Arte y varios nombres comunes para hablar de sus realizaciones: narraciones gráficas, figuraciones narrativas, narraciones dibujadas… y utilizaré el resto de denominaciones para los ejemplos regionales: Comic-EE.UU, BD-Francia, Manga-Japón, Historieta, etc.


Termino este breve, con una recomendación, la cual quiero hacer habitual: El arte de volar, de Antonio Altarriba Ordóñez y Kim –Joaquim Aubert i Puig-Arnau–, publicado por Edicions del Ponen en 2009 y que obtuvo el Premio Nacional de Cómic en 2010. Novela gráfica de carácter intimista en el que se repasa la vida del padre del guionista –Altarriba– a través de recuerdos. El desencadenante es el suicido del protagonista en el año 2001, y el mayor peso del argumento recae sobre el período de guerra e inmediata postguerra, que formaron firmemente su personalidad y cómo ésta acaba en el más puro desencanto, con separación matrimonial incluida. A pesar de este protagonismo no se excluye el primer periodo de su vida desde 1910 a la época de la residencia de ancianos donde traba sus últimas amistades. A pesar de la tragedia que subyace en toda la trama, no se cargan las tintas en sentimentalismos, sino más bien en trazar la experiencia vital que explica la trágica decisión final, con la que paradójicamente comienza una historia marcada por el fracaso y la frustración. Los dibujos muy trabajados y detallistas de Kim –conocido por ser el autor de Martínez el Facha en la revista de humor El Jueves– ambientan a la perfección todo el escenario histórico. Una lectura muy recomendable, incluso para quienes no estén habituados a la Narrativa Gráfica.