El lenguaje no es inocente, sino que conlleva una ideología.
No es lo mismo utilizar una palabra que su sinónimo, ya que el sinónimo
absoluto no existe. Siempre habrá alguna diferencia, porque, si no, se trataría
del mismo término. Por ejemplo, para referirse a las gónadas masculinas podemos
hablar de testículos, pero también de cojones. Estoy seguro de que el urólogo
no le dice nunca al paciente que le va a realizar un tacto en los cojones, ya
que esta palabreja tan celebrada del castellano tiene unas connotaciones que la
otra, más aséptica, no posee. Tampoco es lo mismo comer, que zampar, por mucho
que sean sinónimos, o subir que trepar.
Así hay una enorme diferencia entre muerto y asesinado,
siendo la derivación de ambas palabras un cadáver. Pero se usan a la ligera,
con toda una intencionalidad ideológica que a veces se nos escapa y lo
aceptamos como normal, no siendo sino una aberración el confundirlas.
Se habla de muertos en accidentes de tráfico y de muertos en
las guerras. Hay muertos en los accidentes y hay muertos en las guerras, ¿quién
lo duda? Pero con esta perversa identificación igualitaria se quita toda la
carga de intencionalidad en los segundos. Los accidentes son algo fortuito, que
nadie quiere y que se asumen como riesgo para obtener un bien objetivo, como es
la movilidad a largas distancias. Además, se lucha con leyes, coacciones y normas
de seguridad vial para reducirlos hasta el nivel mínimo y, a ser posible, erradicarlos.
Sin embargo, en las guerras no son fortuitas las muertes,
son buscadas, es decir, sí que son queridas. Ambos contendientes tienen toda la
intencionalidad de producir el mayor daño posible y la mayor cantidad de
muertos en el enemigo. O sea, pretenden asesinar. Por mucho que las potenciales
víctimas a priori no tengan nombres y apellidos, tan solo falta el detalle de su
filiación, pues el asesinato está asegurado. Se intentará matar con alevosía al
enemigo por todos los medios, ya sea con obuses, metralla, gases e incluso
piedras. Afirmo por tanto que los muertos en las guerras son asesinados. Decir
que en las guerras hay muertos, es blanquear las guerras.
Con el propósito de hacer patente este sinsentido, parodiaba
Gila a un soldado, con sorna, humor negro y mala leche: «Sí, señor policía, lo
he matado yo, ¿y qué?».
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Esculturas de José Antonio Elvira, expuestas en el Palacio de los Verdugo, Ávila |
El genocida Napoleón bien sabía que sus «hazañas bélicas» traerían infinidad de crímenes, tanto en filas enemigas como en las propias, y así fueron asesinados millones de europeos. Todo ello lo llevó a cabo conscientemente por un supuesto bien para la humanidad, como era la hegemonía francesa en el continente, la cual traería la paz y la felicidad perpetuas. Esta paz imperecedera, final pretendido de forma espuria, jamás se ha logrado a consecuencia de ninguna guerra pasada ni se dará en una futura.
He traído el ejemplo de ese nefasto personaje, tan amado
patrióticamente por los franceses, por considerarlo más lejano, pero los
ejemplos son infinitos. Desde nuestro pérfido criminal Queipo de Llano, que
quería violar a las mujeres rojas y asesinar a sus maridos, algo que se realizó a
troche y moche, hasta Hitler, Stalin o Julio César. Todos sabían que se metían
en harina por una razón u otra y todos conocían que ello acarrearía asesinatos.
Luego los historiadores blanquearían estos crímenes, considerándolos simples
muertes, daños colaterales, como si fuese la mala suerte la que los dispusiera.
De la misma forma, Putin conocía que su invasión de Ucrania
iba a acarrear millares de homicidios, pero entiendo que él ni siquiera se ha sentido en ningún momento como un asesino, sino que incluso piensa que es un
héroe, ya que está salvando a no sé qué patria de no sé qué enemigo. A Putin
hay que decirle a las claras: «Eres un puto asesino».
Ya va siendo hora, con la experiencia histórica que tenemos
en este siglo XXI, de que dejemos de blanquear las guerras. La guerra es la
vergüenza de la humanidad y puede ser su fin cuando a algún cantamañanas se le
escape el dedo apretando un botón nuclear. Incluso en ese momento de acabar con
la civilización, y con la humanidad misma, el cantamañanas justificará su faena.
Se verá como el héroe pírrico del que nadie podrá cantar sus hazañas.
Debemos recontar la Historia de otra manera y ver crímenes
en las ansias de poder de reyes y mandatarios, que despreciaban las vidas
ajenas para conseguir unos propósitos, que, ¡oh, casualidad!, siempre revertían
en beneficio propio. No podemos cambiar el pasado, pero sí enfocar el futuro,
juzgando ese pasado como un gran fracaso, al hacer avanzar a las naciones
mediante el enfrentamiento, en lugar de mediante el diálogo.
Bien dices, amigo Cristóbal. Todo está en las palabras. Nunca son neutras. A veces, se usan para intentar llegar a la verdad. Otras muchas, para mentir. Por eso, la escuela debe enseñar a "des-velarlas"; a quitarlas el "velo" que ponen los que dominan las palabras. Por eso, la Hª la han contado los vencedores y, por eso, es falsa por incompleta hasta que no se diga desde el oprimido u oprimida, que es más numerosa.
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