viernes, 30 de octubre de 2020

Diario de un delirio

31 de octubre, sábado

Intuí que este era el día y que debía aprovecharlo. La angustia me oprimió, pero mi desesperación afirmó mis intenciones. Yo sabía que la clave de todo estaba en la caja. Un gran cajón de madera con las tablas medio podridas. Aunque debía alegrarme por ello, ya que esta circunstancia me facilitó la tarea de romperla. Difícil faena, por cierto, pues no tenía herramienta alguna, solo las manos. Aún así alcancé mi objetivo, guiado por la terquedad. Después tuve que cavar en la tierra. Otra vez con las manos. Mis dedos se desollaron con su roce granuloso y húmedo. El trabajo se hizo arduo, parecía que no lo iba a lograr. Tan solo el no tener otra empresa y la constancia embridada en mi obstinación me hicieron posible alcanzar el éxito. A media noche había conseguido abrir el hueco suficiente. Al asomar la cabeza, la suave luz de la luna abrasó mis delicados ojos, tanto tiempo atrapados en la oscuridad de la tumba.

2 comentarios:

  1. solo una pega: que lo has publicado cerca de jalogüin y por ello resulta seguidista y vendido al Amazón, como el final verdadero del cuento del vendedor.
    En castigo porque te vas a pudrir de dinero con el beneficio, te lanzo este golpe bajo.

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  2. Tienes toda la razón. Aunque no lo tengo por costumbre, buscaré un cilicio y me daré unos cuantos latigazos. Encajo el golpe bajo, sabiendo que volveré a traicionarme.
    Soy contrario a las fiestas importadas que no tienen sentido (y también a las autóctonas que carecen de él), tanto como soy contrario a estas multinacionales que masifican a los consumidores, esclavizando trabajadores precarios y sobre explotados. Evadidoras de impuestos y destructoras del comercio de cercanía. Pero la inspiración me vino de fecha de la publicación. ¡Qué le voy a hacer! Acabo de participar en un taller de microrrelatos y ando descontrolado con el tema.
    Ahora, lo del cuento del vendedor pretendía ser todo lo contrario, una ironía. Fracaso entonces si no se entiende.

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