Los cánticos infantiles están bien. Tienen letras pegadizas
y músicas sencillas que los hacen agradables y, sobre todo, fáciles de
recordar. Pero todo esto también tiene su parte negativa y es que esas
musiquillas se pueden volver machaconas y ya no te las puedes sacar de la
cabeza.
Hay una sobre las demás que últimamente no puedo soportar,
me gustaría deciros cuál es, pero temo que si pienso en ella, ya no habrá quién
me la quite de la cabeza, así que me vais a perdonar que ahora mismo intente
distraer mi mente con otra cosa para…
¡NO! ¡NOOOOOO!
¡Maldita sea! Una ráfaga de esa terrible música se me metió
dentro y comenzó a iluminar mis neuronas, ¿no la escucháis? Pues yo sí. Ya la
tengo en el interior de mi cabeza y supongo que seguiré con ella hasta la hora
de irme a dormir. Es más, soñaré con ella.
Es igual, ya no puedo evitarlo, así que os contaré de qué se
trata, ya que saqué el tema.
La primera que vez que la escuché me agradó. Incluso pensé
que era para halagarme, para que disfrutara con lo que me decían. Luego,
pensando más a fondo en la letra, me di cuenta de que era un insulto, porque se
da la circunstancia de que mi pareja me dejó por otro: me estaban llamando
cornudo. Pero tras sentirme halagado e insultado, se ha convertido en una
agresión verbal. No puedo salir de casa, de mi casa, sin tenerlos a la puerta.
No puedo asomarme afuera sin que sienta que me están haciendo un escrache.
¿Los escucháis?: “Caracol,
col, col, saca los cuernos al sol…”
Ilustración de Julio Veredas Batlle |
Muy buenos los dos relatos de caracoles; pero yendo al porqué psicológico de tu recurrencia y hablando entre humanos: ¿Será nuestra concha la mascarilla?
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