sábado, 15 de junio de 2019

El trance


Estaba acostumbrado a controlarlo todo. Incluso en su trabajo. Hay a quienes lo de actor porno no les parece un trabajo, pero lo es. El actor es eso, alguien que actúa, que finge. Un rodaje porno no trae placer a ninguno de los que participan en él, ya que tienen que inhibir sus deseos y plegarse a posturas incómodas, con el solo objetivo de que sean más efectivas en la pantalla. Él tenía la total seguridad de que lo suyo era un trabajo. Para muchos, una película porno no es más que una puesta en escena del mal gusto, pero ese es otro tema.

Aunque el director le hiciera indicaciones, él tenía que controlar la postura, la intensidad e incluso la iluminación, nada podía fallar, para no alargar el rodaje. A fin de cuentas en este negocio se cobra por sesiones y una película puede estar acabada en una sola tarde. Alargar cualquier sesión, sería perder el tiempo y el dinero.

En su vida cotidiana también tenía que controlar todos los factores, el orden era primordial. Seguía a rajatabla la agenda que guardaba en el teléfono y si algo no estaba apuntado no existía, simplemente.

Porque estaba apuntado y porque era la hora, se presentó en la consulta del dentista. Nunca antes había ido al dentista, así que entró en el terreno de lo desconocido, de la aventura, de lo que se escapaba a su control. No sabía qué es lo que le esperaba, no sabía si sentiría dolor, no sabía cuánto le iba a costar aquel atentado contra su integridad física. El caos se personificaba detrás de esa puerta. Aún así, entró, porque lo tenía apuntado en su agenda.

—Si no puede atenderme en estos momentos —le dijo a la enfermera—, no me quedaré, pues dentro de una hora tengo una cita importante.

—Descuide —respondió ella—, hoy no llevamos retraso. Antes de lo que espera estará libre.

Aquello le tranquilizó. La cosa iba bien.

Imagen de StockSnap en Pixabay

Sin embargo, los sillones giratorios y todo ese instrumental que colgaba de cables le descolocaron. La lámpara sobre su cara le ruborizó. La falda corta de la dentista y su escote, cuando se agachó a pincharle la anestesia, fueron la última imagen antes de que se sintiera flotando en el espacio. Más tarde se enteraría de que la dosis había sido excesiva, pero en esos instantes, difíciles de cronometrar, se sintió fuera de lugar. Flotaba entre ensoñaciones. Se vio a sí mismo trabajando en lo suyo, con una partenaire ligera de ropa que provocaba su erección, la cual surgió profesionalmente, como cabía esperar. Se vio desnudándola y, contrariado, encontró más resistencia de la habitual; serían cosas del guión, sin duda. Además de la caliente doctora, se unió a la lucha carnal la sensual enfermera. La sensación de estar rodando una película porno debió ser la causa esa humedad en el pantalón, que notó cuando despertó del ofuscamiento.

—Y no vuelva nunca más a esta consulta —le dijo la enojada enfermera, cuando lo acompañó a la puerta—. Ni se preocupe por la factura, no le cobraremos con tal de no volver a verlo por aquí.

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