martes, 15 de enero de 2019

En la trinchera

En la trinchera estaba solo. Bueno, estaban muchos de sus compañeros, pero ya sin vida, debido a la explosión y expansión de la metralla de la última granada que tuvo el acierto de caer dentro. Él fue el único superviviente, porque se había apartado al hueco de las letrinas, debido a la descomposición intestinal que arrastraba desde hacía varios días.


El enemigo no sabía que habían hecho casi pleno y él podía resistir disparando desde lugares diferentes, para lo cual corría, pisando cadáveres de un lugar a otro. Pero esto se había vuelto muy penoso, ya que tenía los pies hinchados y doloridos por la humedad que le empapó al andar sobre barro durante semanas.

¿Qué le había llevado allí? ¿Quiénes eran los enemigos? ¿Por qué se estaban matando? Conocía de sobra las respuestas a todas estas preguntas y a otras muchas que no dejaba de hacerse, pero cada vez le convencían menos esas respuestas. A pesar de que en un principio él mismo las daba con orgullo a quién le preguntaba.

El sufrimiento inenarrable, el dolor, la enfermedad, el miedo, la distancia de los seres queridos, el aburrimiento, el hambre, la soledad, la sed, la desesperación y todos esos pensamientos oscuros que le acongojaban desde hacía tiempo le llevaron a tomar una decisión: esa no era su guerra. Ninguna guerra era suya. Sonrió por fin después de cuatro años.

Cerró los ojos y se imaginó en el jardín de su casa. Hasta notó los rayos del sol sobre su piel, a pesar de no estar desnudo. Se quitó toda la ropa y no sintió frío. Salió de la trinchera y se sentó sobre la hierba, ahí donde aún quedaba. Entraba la primavera y el suelo reverdecía. El sol calentó su cara, consiguiendo que se ruborizara. Aspiró el aire limpio y se imaginó al lado de Sonia. Todo fue perfecto, incluso el momento en que una bala bien dirigida acertó en su frente.

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