sábado, 17 de febrero de 2018

El siglo XIX y los tebeos


En entradas anteriores hemos visto ejemplos de narraciones gráficas, tebeos yo los llamo, que pasaron desapercibidos como tales, cuando es evidente que tienen toda la esencia del lenguaje que consiste en narrar una historia con secuencias de imágenes sucesivas.

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1896 es una fecha que marcaron algunos como nacimiento de los cómics. E incluso otros señalan el siglo XIX como precursor del lenguaje. No estoy de acuerdo con ninguna de estas afirmaciones y creo haberlo demostrado. Vamos a ver ahora someramente qué narraciones gráficas se hicieron en el siglo XIX, eso sí, la mayoría sin ser conscientes de lo que hacían.

Comencemos con una ilustración, una de tantas que se prodigaron durante todo del siglo XIX, siglo que podíamos decir que comenzó unos años antes con la Revolución Francesa. Estas sátiras solían tener intención sarcástica e hiriente y presentan características que algunos estudiosos se empeñan en identificar para definir el lenguaje del cómic, cuando no lo es. La traigo aquí especialmente por los estupendos bocadillos que, en este caso, tienen más de cien años de antigüedad a su “invención oficial”. Se trata de un grabado de Gillray de 1791 [1]. En todo el siglo XIX existieron publicaciones periódicas en Europa y en ellas abundaron las sátiras políticas, en general muy radicales e hirientes.

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Mención aparte merece un género marginal, que no es estudiado dentro de la Historia del Arte, sino como propio del costumbrismo popular, como son los libros de cordel. Ediciones baratas que eran vendidas en portales y kioskos suspendidos en un cordel, del que eran extraídos. Eran cuadernillos de pocas hojas que, en su origen, consistían en un pliego con dos dobleces, aunque con el tiempo llegaron a tener más de 30 páginas [2]. Era literatura fugaz que incluía grabados para facilitar su lectura y éstos a veces ofrecían narraciones gráficas. Pensemos en los altísimos índices de analfabetismo del siglo XIX, que obligaba a minimizar el texto, pues el público al que se dirigían estas publicaciones era de clase baja. Las historias vienen de la tradición de ciegos y juglares que recorrían los caminos para explicarlas con el apoyo de los pliegos de dibujos. Había temática de historia sagrada, epopeyas medievales, hazañas de bandidos y romances vulgares.

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Las aleluyas, conocidas como aucas en Cataluña y Valencia donde tuvieron expansión notable, eran unos pliegos de tamaño equivalente al doble folio, que también fueron vendidos como de cordel [3]. Normalmente tenían 48 viñetas cuadradas, que se denominaban estampas, ordenadas en ocho filas de seis, teniendo cada viñeta al pie un breve pareado. Solía quedar en el anonimato tanto el autor del texto como del dibujo. Las primeras impresiones se realizaban en xilograbado y más tarde en litografía e incluso se llegó al fotograbado. Su función era recreativa, siendo las más antiguas enumerativas; recogiendo una sucesión de estampas sin carácter narrativo, imágenes que describían costumbres o tipos populares, o mostraban monumentos, oficios o sucesos. Pero muchas de las posteriores adquieren ese carácter narrativo, pues cuentan historias pintorescas con una sucesión coherente de escenas significativas, completando su sentido con el texto rimado, el cual a veces quiere brillar por sí mismo; pero eso tan solo le resta efectividad, no lo anula como complemento de la narración gráfica. Estaban dirigidas al público adulto en general, aunque algunas eran infantiles. Tienen su equivalente, salvadas las diferencias, en los bilderbogen alemanes o las Stampas D’Epinal francesas [4].

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El estudioso Antonio Martín (1) niega que las aleluyas sean cómic e, incluso, que estén en el paso inmediatamente anterior, pero es una opinión que no comparto. Aquellos casos en que los dibujos se ordenan para contar una historia con una selección de momentos significativos y con el apoyo de textos, sino son narraciones gráficas ¿qué son? Ilustraciones desde luego que no, porque lo que les da sentido es su ubicación en una secuencia, sin la cual no dicen nada, ni sirven para nada. No ilustran un texto literario, ni tienen valor intrínseco por sí mismas; se necesitan entre sí, para que cada estampa haga su aportación ordenada en función de avanzar la historia. Y además utilizan convencionalismos auxiliares. El texto es tosco, la planificación es pobre y la elipsis entre viñetas suele dar saltos significativos, pero hoy en día se pueden crear narraciones gráficas con grandes saltos en el tiempo entre viñeta y viñeta y nadie las pone en duda.


Y ahora vayamos a otra cosa y veamos algunos autores.

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Rodolphe Töpffer, un suizo que trabajó en Francia, se consideró a sí mismo como inventor, otra vez, de una forma de narrar, que utilizaría exclusivamente como pasatiempo, y que él denominó Literatura con estampas. Se equivocó en lo de ser el primero en lograrlo, pero nos encontramos con otro autor plenamente consciente de que sus creaciones no eran ni ilustraciones, ni literatura, sino un híbrido de ambas que generaba un nuevo lenguaje consistente en narraciones gráficas que utilizaban el auxilio de un texto para completar el significado. Sentó las bases del lenguaje pensando que no era una extravagancia, sino que otros podían hacer lo mismo que él y así fue un autor imitado, e incluso plagiado. Töpffer por sí solo serviría para desmontar teorías con pies de barro que no quieren ver el lenguaje hasta que los textos fueron metidos en bocadillos. Es oportuno enumerar sus títulos para resaltar las fechas de publicación. Les amours de M. Vieux Bois (1827), publicado una década más tarde, Le Docteur Festus (1829), Histoire de M. Cryptogramme (1830), publicada en 1.845, M. Pencil (1831), publicada en 1840, Historie de M. Jabot (1831), publicada en 1837, M. Crépin (1837) e Histoire D'Albert (1844). Publicó sus historias en álbumes que fueron editados en Francia, Alemania y EE.UU. Estaban dirigidos al público adulto y tenían formato horizontal, con una tira de viñetas por página y un breve texto al pie de los dibujos [5].

[6] Segundo capítulo, suprimiendo el texto rimado.
Wilhem Bush (1832-1908) es un alemán que publicó una serie de relatos con anécdotas mudas para el semanario Fliegen Blättern en 1861, que había sido fundado por Kaspar Braum (2). Es el autor sobre todo de Max und Moritz, dos niños traviesos considerados, sin ambages, como precedentes de los famosos Katzenjammer Kids norteamericanos, los cuales constituyen un hito en la “Historia oficial del Cómic”. Se trata de una serie con unos chicos gamberros, que son el tormento de los adultos que les rodean y acaban pagando con creces sus fechorías. Busch experimenta con un lenguaje del cual desconoce su existencia y sus reglas y, por lo tanto, no consigue un resultado redondo, al mezclar las palabras y el dibujo de una forma forzada. Utiliza un largo texto rimado en el que intercala los dibujos, no siendo el poema más que un contrapunto a la estupenda narración gráfica, cuyas anécdotas visuales se entienden perfectamente sin el texto. Esto demuestra, como venimos defendiendo, que el lenguaje de la narrativa gráfica es intuitivo y natural.
[6] Conclusión del capítulo, más dos viñetas con onomatopeyas.
Pero el autor, en este caso, se equivoca al hacer su planteamiento intelectual y decidir que la información aportada por el texto debía ser amplia, intentando darle calidad literaria, cuando hubiera bastado lo mínimo imprescindible para completar a las imágenes. Pero la efectividad narrativa de sus dibujos yuxtapuestos no es su único logro, pues también acierta a utilizar otros recursos, como las onomatopeyas, con el inconveniente de que en lugar de introducirlas en el dibujo las pone en el texto. Por ejemplo el cacarear y el picotear de unas gallinas, el sonido de una sierra o la espectacular explosión de una pipa de fumar, con la cual se atreve a explorar la expresividad del dibujo, intentando hacer ver la onda expansiva, aunque el “¡BUM!” figure en el texto y no en el dibujo. De todas formas consigue una narración gráfica más brillante que muchas de las actuales, que sólo tienen el mérito de ser posteriores al siglo XIX [6].

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Gustave Doré (1832-1883), uno de los más importantes y fecundos ilustradores del siglo XIX, es el autor, entre otras, de la narración gráfica Histoire Pittoresque, Dramatique et Caricaturale de la Sainte Russie de 1854 [7].

[8]

Emmanuel Poiré (1858-1909), conocido como Caran D'Ache, realizó narraciones gráficas humorísticas con textos al pie de los dibujos, como era común entre los autores de entonces [8].
Georges Colomb (1865-1945), utilizó el seudónimo de Cristophe y publicó en la prensa relatos gráficos con pantomimas, utilizando textos impresos que contienen los diálogos. Destaca, entre otras creaciones, La famille Fenouillard (1889-1893), por la implantación de personajes permanentes en la prensa, hecho que se considera habitualmente como también de invención norteamericana [9].

[9]

(1)    Antonio Martín, Las aleluyas (primera lectura y primeras imágenes para niños, siglos XVIII-XIX). Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil, nº 179, febrero 2005.
(2)    Kaspar Braum comienza a publicar el periódico satírico Fliegende Blätter en 1844, siendo también editor de Münchner Bilderbogen, publicaciones que eran ilustradas por dibujantes de la Academia de Bellas Artes de Munich. Los bilderbogen eran historias humorísticas que tenían su antecedente en los moritat u hojas llenas de dibujos que llevaban unos cantores ambulantes, que relataban acontecimientos bíblicos o sensacionalistas.

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