Vaya plasta, pensará usted, amigo lector. Ahora se va a poner a
teorizar sesudamente sobre un asunto que no interesa a nadie. Lo importante no
es qué es la literatura, sino que me cuenten una historia que me entretenga.
Pues tiene usted razón, y perdone por el tratamiento formal, que no es
más que para poner distancia entre nosotros. Porque yo a los amigos, a los que
tuteo, no debo soltarles un rollo, a menos que quiera perderlos, y a los que no conozco, si no los entretengo, no tienen razón para seguir conmigo.
Pero, venga vamos, que yo tampoco soy ortodoxo y no voy a exponer una pesada
teoría al respecto, que estamos en verano y hay que descender a temas
ligeros. Tan sólo pretendo dar un par, o dos pares, de pinceladas sueltas sobre
el tema y hasta podría estar equivocado, vaya. Es que, verá usted, los que
osamos escribir para los demás no dejamos de plantearnos cuestiones como esta,
¿qué es para mí la literatura? Por si te lo preguntan y eso, pero, sobre todo,
porque después de escribir, y no antes, nos cuestionamos: ¿pero yo qué estoy
haciendo?
Así que seré breve, mi sentencia es la siguiente: la literatura es una
mentira que cuenta la verdad.
Básicamente ahí está todo, es decir, de esa afirmación tan escueta y
contundente se deduce todo lo que es la literatura para mí. Para otros, vaya
usted a saber.
La literatura siempre es mentira, porque no hay nadie capaz de escribir
la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Los diálogos son falsos
-literarios-, pues nadie habla así. Las descripciones tiran más de la poesía
que de la realidad, los poemas vuelan en metáforas, mentiras pues, y los
argumentos de la novela son tan quiméricos y manipulados, que ninguna historia
resistiría el más mínimo análisis científico.
Usted me preguntará: ¿Y una novela que cuente la biografía de alguien,
es también mentira? Totalmente. Nadie, ni siquiera uno mismo, es capaz de
conocer a fondo lo que hace, pues nos engañamos y ni siquiera la impresión que
creemos que damos a los demás coincide con la que los demás tienen de nosotros.
¿Cómo vamos a saber lo que hablaron el Rey Juan Carlos y Adolfo Suárez en una
entrevista privada? ¿Porque lo contó alguno de los dos? ¿Qué te apuestas a
que si, nada más salir de esa entrevista, cada uno escribe al pie de la letra lo
que ha ocurrido, habrá diferencias más o menos contundentes entre las dos versiones?
Podría extenderme en explicar que nadie es capaz de escribir la verdad,
porque la desconoce, o porque la interpreta, pero me alargaría y prometí al
comienzo que no iba a soltar un plomazo en este artículo, que es verano y hace
“mucha caló”.
Si la literatura, la novela, la poesía, etc., son incapaces de contar
la verdad, ¿por qué afirmo que mintiendo dicen la verdad?, ¿me contradigo?
Creo que no, pues estimo como valor esencial literario la sinceridad.
Si lo que hace un autor es comunicarse con el lector, y lo realiza utilizando los artificios literarios, es decir la
mentira, no le queda más remedio que ser sincero y no tratar de engañar a aquel
a quien se dirige. Si yo noto en una lectura una impostura o una hipocresía en
el autor, doy una patada a ese libro y abro otro. No sé usted, amigo.
Así, por ejemplo, si con un diálogo inventado, recreado, o aproximado a
lo que ocurrió, el autor logra que el lector sea cómplice de lo que se le
cuenta y hace que pueda creerse que esa forma artística mentirosa está
transmitiendo algo verdadero, entonces se ha producido un acto literario donde
la verdad se palpa. El lector, por tanto, pacta con el autor para creerle,
sabiendo que le está mintiendo. Todos sabían que El Quijote nunca existió cuando
en el siglo XVII leían sus aventuras,
sin embargo llegaron a conocer la verdad del alma humana con sus páginas, y a
divertirse y entretenerse además. El Quijote era verdad, como lo es cualquier
libro que merezca la pena. Y la Verdad es el Arte, al que se le aplica el mismo
paradigma. Por eso la literatura es Arte, porque es Verdad.
Eso es lo que pienso. Yo cuando escribo soy consciente de que estoy
mintiendo, sin embargo, rompo las barreras de mi intimidad para derramarme en
mis palabras (ostia, qué bonito me ha quedado, “mejóramelo si puedes”, como
dice José Mota…).
P.S: Cuando uno tiene la arrogancia de decir “mejóramelo si puedes”, entonces ocurre lo que es lógico, que otro llegue y te baje del pedestal. Y así ha ocurrido, pues las correcciones que me ha sugerido mi amigo Juan a “mi frase insuperable” no puedo dejar de hacerlas constar por lo acertadas que son. Si le quitamos posesividad redundante y añadimos un toque poético, la frase quedaría así: “rompo mis barreras de intimidad para derramarme en palabras”. Ya pueden citarlo, en el calendario del próximo año por ejemplo, añadiendo la autoría Cristóbal Medina/Juan de la Cruz Mayo.
P.S: Cuando uno tiene la arrogancia de decir “mejóramelo si puedes”, entonces ocurre lo que es lógico, que otro llegue y te baje del pedestal. Y así ha ocurrido, pues las correcciones que me ha sugerido mi amigo Juan a “mi frase insuperable” no puedo dejar de hacerlas constar por lo acertadas que son. Si le quitamos posesividad redundante y añadimos un toque poético, la frase quedaría así: “rompo mis barreras de intimidad para derramarme en palabras”. Ya pueden citarlo, en el calendario del próximo año por ejemplo, añadiendo la autoría Cristóbal Medina/Juan de la Cruz Mayo.
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