martes, 21 de enero de 2014

Habladurías

–Mariano, por fin, pensé que no llegabas nunca... ¿Por qué no contestabas al móvil?
–Dejé cargando la batería… Emilia, ¿qué pasa?
–Los vecinos... Esta tarde...
–¿Qué vecinos?
–Los del “C”... Creo que él la ha matado a ella.
–¿Pero qué estás diciendo?
–Que sí, Mariano, les oí gritar a los dos...
–Pero si nunca se oye un ruido en esa casa... ¿No serían los del “A”?
–Que no, Mariano, que los del “A” están de viaje. Gritaban como locos, y se oyeron muchos golpetazos en los muebles... La ha matado, te juro que la ha matado.
–¿Cómo la va a haber matado? ¿Pero qué película te estás montando?
–No me monto nada. No dejaban de gritar los dos y se oyeron muchos golpes, como portazos, y caída de cajones, y de repente... El silencio absoluto. Un silencio sepulcral, que me heló las venas. ¿Cómo iba a terminar la pelea así, tan de imprevisto?
–¿Y no habrá sido al revés? Ella es más grande que él, le saca casi dos cabezas de altura y, además, es fuerte como una mula. Esa mujer nunca me gustó.
–A mí tampoco me gusta ella, pero él es más raro, tiene el gesto más retorcido. Yo creo que es mala persona, de esas que parecen prudentes, pero que tienen mucha rabia contenida y que cuando explotan hacen barbaridades.
–Si sólo oíste ruidos y golpes, ¿cómo sabes quién es el que golpeaba y quién el que recibía? De esa pareja yo me esperaría cualquier cosa.
–Era él el que más gritaba e insultaba. Ella tan solo suplicaba y lloraba. La agresividad estaba en él y no en ella.
–Pero, ¿qué has oído?
–Lo que te he dicho: gritos, golpes y luego de pronto nada.
–¿Qué gritos, coño? ¿Qué decían?
–No sé qué decían, tan sólo distinguí las palabras más fuertes, cuando más chillaban.
–¿Gritaban los dos?
–Sí. Y ella lloraba...
–Pero, ¿cuándo ha sido eso?
–Nada más irte, sobre las cuatro y media de la tarde. Unos diez minutos antes de las cinco ya no se oía nada.
–Tú eres boba, son las nueve y media.
–Ya, pero yo no sabía qué hacer, me asusté, tuve miedo.
–¿Y no se te ocurrió llamar a la policía?
–Pues sí, se me ocurrió, pero no me atreví. Estaba sola en casa. Si llega a enterarse ese asesino viene a por mí...
–¿Y qué quieres que haga yo ahora?
–Pues llama tú a la policía.
–¿Y qué digo? Mire usted, señor agente, que mi mujer ha oído matar a mi vecina. ¿Ah sí, caballero? ¿Y cuando ha sido eso? Pues hace unas cinco horas...
–Mariano, eres idiota, no te burles. Si la ha matado no ha podido deshacerse aún del cadáver... He estado pendiente y nadie ha salido de esa casa, tiene que tener a la muerta todavía con él y estará esperando a que se haga de noche para sacarla... O la estará descuartizando. ¡Yo que sé!
–Por lo que a mí respecta, tú no has visto nada, tan sólo has oído una pelea, que ya ha terminado, así que...
–¿Y va a quedar impune un asesinato? ¿No piensas llamar a nadie?
–¿Y si no la ha pasado nada? ¿Hago yo el ridículo con la policía?
–¿Acaso dudas de mi palabra?
–¿Quieres que te responda con sinceridad, Emilia...?
–¿Entonces no vas a hacer nada?
–No, no vamos a hacer nada ninguno de los dos. ¡Tenías que haber hecho algo cuando estaba ocurriendo!
–Pero, Mariano...
–Si la ha matado, ya no le vamos a salvar la vida. Y yo no pienso meterme en líos por unos vecinos gilipollas a los que casi no conozco.
–Pues llevan más de cinco meses viviendo al lado de tu puerta.
–Como si llevan cinco años. Con él ni siquiera he hablado una sola vez, y ella es más estirada que el palo de una escoba, no te saluda aunque te la cruces en la escalera. Si ni siquiera sé sus nombres, no los han puesto ni en el buzón.
–Bueno, yo tampoco sé cómo se llaman, pero a ella un día me la encontré en la panadería y vinimos hablando hasta casa. No era tan desagradable como aparentaba... Quizá un poco tímida y por eso no se relacionaba con casi nadie. ¡Ay, pobrecilla!


–Emilia, ¿por qué das esos portazos?
–¡Ay, Mariano! Clara...
–¿Qué tripa se le roto a esa gilipollas?
–Que está llamando a la policía. Como no me hiciste caso ayer con la pelea de los vecinos, hoy cuando me encontré con ella en el súper se lo conté todo, y ella...
–Pero si ocurrió ayer, cómo les llama ahora.
–Les va a decir que ahora mismo se están volviendo a pelear...
–Pero, ¿esa Clara es imbécil? ¡No sé por qué te hago una pregunta tan tonta!
–Mariano, aquí pasó ayer algo muy grave y tiene que saberse. Cuando los policías vean a la vecina seguro que tiene algún morado que no sabe explicar. Y eso, si está viva y aparece.
–¿Y por qué nos involucra a nosotros la tonta de Clara?
–Por eso vengo, para avisarte. Si te preguntan, tú di que acabas de llegar... Diremos que acabamos de llegar los dos y que no hemos oído nada. Que no hemos oído nada hoy, pero que otros días sí que hemos escuchado peleas... Y no será mentira, porque yo les oí ayer... ¡Ay, Mariano! ¡Que ya están aquí! Abre tú...
–¿Cómo van a llegar tan pronto?
–¿Pero, entonces, quién está tocando el timbre?
–Pues abre, joder, y nos enteramos.
–No, Mariano, ¡abre tú, hombre...!
–¡Lo tienes claro! Por mí como si tiran la puerta. Tú eres la que lo has enredado todo, contándoselo a la cotilla de tu amiga.
–¡Ay, Mariano, cómo eres!
–¡Abre de una puta vez, coño!


–¡Eh…!
–Hola, vecina, tengo que pedirte un favor.
–Ho… Hola...
–Mi marido y yo tenemos que ir al funeral de... Un tío, un tío carnal... Y es en Francia. Tomaremos un avión... Estaremos unos días fuera... Tal vez una semana, o dos, o quizá algo más... ¿Podría dejarte la llave del piso...?
–Sí, claro… ¡Cómo no!
–Lo siento, tenemos  mucha prisa. Si no nos vamos rápido perderemos ese avión... ¿Me regarías las plantas? Pero sobre todo es por el gato, para que lo cuides, ¿lo harás?
–Por supuesto...
–Gracias, vecina. Con que estés pendiente de que las plantas tengan humedad es suficiente, no es necesario que las riegues todos los días. Pero al gato sí que tendrás que verlo todos los días y asegurarte de que tiene suficiente agua y comida. He dejado dos bolsas grandes de pienso en la encimera de la cocina. ¡Ah! Y cámbiale la tierra absorbente cada cuatro o cinco días. Es muy cariñoso…
–Sí, sí, claro.
–Gracias... De verdad.
–No pasa nada, para eso estamos las vecinas.
–Adiós...
–Hasta pronto.


–¿Ves, gilipollas? La vecina está viva y el marido también. Y ninguno de los dos tiene moretones. ¿Qué le vas a decir ahora a la policía cuando venga?
–Pero, Mariano…
–¡Clara y tú sólo sois un par de cotillas! Con cuatro ruidos sueltos te montantes tu película particular, pero en realidad no sabes nada, nada.
–Nunca creerás una sola palabra de lo que digo, ¿no? Piensas que soy idiota. Pues, ¿sabes una cosa? Ya estoy harta, ¡harta!
–No me hagas hablar, Emilia, no me hagas hablar...


–Buenas tardes, señora.
–Buenas...
–Somos policías, mire... ¿Le importaría responder a unas preguntas?
–No, no... Ustedes dirán.
–Es sobre los vecinos del “C”. Hemos recibido una llamada, pero parece que no hay nadie en esa casa. ¿Ha oído usted algo raro en los últimos días? ¿Ha visto alguna cosa extraña?
–¡Uy, no! Son unos vecinos ejemplares, no dan un ruido. No he llegado a oírles pelear nunca, y ¡mire que son delgadas las paredes de hoy en día…!
–Ya... ¿Y no sabrá usted dónde han ido?
–Seguro que a ustedes les llamado la vecina del primero. Esa chismosa se lleva muy mal con todo el vecindario y apuesto a que les ha molestado con una llamada anónima diciendo que andan todo el día peleándose... Mentira, todo mentira, ¡pero si no se oye un ruido en esa casa!
–Perdone, señora, tenemos algo de prisa, nos interesaría localizar a sus vecinos cuanto antes. ¿Seguro que no puede decirnos dónde están ahora?
–Están de viaje, se fueron ayer, ¿verdad, Mariano? Pero son muy buenas personas, se lo aseguro, no dan un ruido.
–¿Y dónde han ido de viaje?
–Pues no me lo han dicho.
–Ya...
–Bueno, esté atenta y si escucha algo fuera de lo normal nos avisa.


–Jorge, un café con leche para mí y uno cortado para Clara... Espera, Jorge, pon otro con leche, que ya está aquí Sonia.
–No os lo vais a creer... Casi me desmayo al enterarme...
–Tranquila, cariño, anda, siéntate.
–Clara, Emilia... Emilia, tus vecinos...
–¿Qué vecinos?
–Los de la pelea, aquella del año pasado, a los que Clara denunció a la policía al día siguiente de la bronca...
–Sí, cariño, se refiere a tus vecinos del segundo “C”.
–Acabo de verlos.
–¿Acabas de verlos? ¿A los dos?
–Sí, a los dos.
–Imposible. Y, ¿donde los has visto?
–En la tele.
–¿En la tele?
–¿Es que vas a repetir todo lo que yo diga, Emilia? ¡Callaos de una vez las dos y dejadme hablar a mí!
–Vale, cariño, cuenta.
–En un informativo de la tele. Hablaban de terroristas... Y eran ellos... Estoy segura. Han dado un montón de datos y ahora me encaja todo.
–¿Qué datos? Acaba de explicarte.
–Eran terroristas. Los dos. Y tenían un piso franco aquí... Al lado de tu casa, Emilia, eran tus vecinos y tú sin sospechar nada. Iban a hacer un atentado gordo, la mujer iba a inmolarse en un autobús. El caso es que estuvieron a punto de cometer el atentado, pero la chica falló... Según dicen se acobardó porque vio a unos policías que les iban siguiendo. Pero lograron huir. La policía les controlaba desde hacía tiempo, pero no sabía dónde se escondían... Ahora, en Irak, acaban de matar a veinte personas, inmolándose juntos y como eran de nuestro país han dado las fotos. ¿Os dais cuenta? Podían haberles detenido aquí.
–Cielos, yo tengo la culpa, si hubiera llamado al oír los gritos les habrían pillado, y encima al día siguiente, cuando llamaste tú, Clara, intenté despistar a la policía en lugar de decirles que iban hacia el aeropuerto...
–Pues la liaste gorda, Emilia. Eran muy peligrosos y con un montón de muertes a sus espaldas.
–No me lo puedo creer, Sonia, cariño. Tú los confundes con otros.
–Que no, que estoy completamente segura. Un día que iba a casa de Emilia, subí en el ascensor con ellos. Pensé que eran unos maleducados, porque no respondían a lo que yo les preguntaba, como si fuera una cotilla, y yo únicamente quería ser amable y mantener una conversación intranscendente. Ahora me explico por qué disimulaban y casi me daban la espalda. Pero yo los miré bien y estoy completamente segura de que conozco sus caras, a mí no se me despinta un rostro.
–Emilia, cariño. ¿Te das cuenta?
–Me doy cuenta, Clara, joder...
–Y tú pensando que era una riña de matrimonio y que el uno había matado al otro.
–No se lo digáis a mi Mariano, por favor...
–¿Estás tonta? ¿Qué importa que se lo digamos? Además, así tendrá que admitir que tú tenías razón cuando les oíste gritar.
–Sí, yo tenía razón, pero le hice caso a él y negué lo que yo había escuchado. Soy idiota.
–Se enterará de todas formas, lo repetirán en todas las cadenas de televisión.
–No, no se enterará, él sólo ve los deportes y no habla de otra cosa con sus amigotes, sólo le interesa el fútbol y la cerveza. Si se enterase, pensaría que soy tonta... ¡Por Dios...! Nunca se entera de nada, no se enterará tampoco esta vez... Y, además, ahora tengo un gato cariñoso.

3 comentarios:

  1. Está muy bien. Y tal y como está es el guión de un corto, ahora que tengo reciente el "visionado" de la ceremonia de los Goya. Imagino muchas caras en primer plano con muchos gestos de estupor, muy agradecido para los actores. Tiene que llevar un montaje muy dinámico, plano y contraplano, mira a ver si te atreves a hacerlo o conoces a alguien que pueda interesarle recrear tu relato.

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    1. Muchas gracias, ya que era un experimento. Pretendía que el lector viera las escenas sin ninguna descripción por parte del narrador, que imaginara cómo eran los personajes, los escenarios y lo que estaban haciendo. Un poco está inspirado también en La Celestina, que sólo son diálogos. A partir de ahora, de vez en cuando, haré algún relato corto que distraiga de las comeduras de coco que me traigo en el resto de las entradas. ¿Tienes algún amigo cineasta? Je, je...

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  2. No, pero hace veinte años pensaba que si alguna vez tuviera una cámara escribiría un guión sobre literatura negra para que lo protagonizaran mis amigos. Ahora que no sé ni cuantas cámaras de video hay en mi casa no me atrevo a nada. Para quien al final lo filme sería el diálogo entre los actores y en medo un flash una foto de lo que van diciendo o sospechando.
    Algún mediocineasta tendría que haber en la asociación

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