Para mí la palabra más fea del idioma castellano es fe.
Por un lado su fonética me recuerda al bufido de un gato: “¡fe!,
¡fe!, ¡fe!” Un sonido que no me resulta agradable, que al que lo profiere le
hace poner un gesto deslucido, tocando los dientes superiores con el labio
inferior, o, más ligeramente, soplando entre los labios, como cuando escupimos.
Además es demasiado corta, una sola sílaba, y su grafía sinuosa tampoco es
atractiva. Es tan fea que casi es igual que la palabra fea.
Aunque peor que todo ello es su significado. Fe es aquello
que se cree porque quiere creerse, sin posibilidad de comprobar su veracidad,
ya que si logramos una experiencia empírica de algo, no necesitamos la fe para
creerlo. No es necesaria la fe para creer que la Tierra es redonda, porque
hemos lanzado cohetes al espacio que la han fotografiado. No necesitamos la fe
para saber que el corazón impulsa la sangre a través de arterias y venas, etc.
Pero sí es necesaria la fe para afirmar que nuestro dios es el verdadero y el
de los demás es falso. La fe llevada al extremo de la intransigencia es la
excusa para los mayores crímenes que se han producido en la humanidad a lo
largo de toda la Historia. Los atentados yijadistas, la guerra santa, la
inquisición, la supremacía de una raza… Hay gente que ha tenido una fe infinita
en esos conceptos y ha matado a troche y moche a quien le llevase la contraria.
Y siempre habrá interesados que se aprovechen de la fe de los demás para
controlarlos y dirigirlos.
Lo que yo creo es verdad porque quiero creerlo y a mí me da
la gana que así sea. Luego ya justificaré con argumentos por qué es verdad, que
siempre hay un alegato para la mayor atrocidad.
Yo no digo que mi razonamiento sea una verdad absoluta, no
pido fe en él, tan solo lo expongo por si alguien quiere revisar sus creencias.
Espero que se dé cuenta de que esas creencias en las que tiene fe son voluntarias,
que si en lugar de donde nació, en medio de una cultura determinada, hubiese
nacido, por ejemplo, en Japón, su fe con toda probabilidad sería sintoísta. Y
si alguien apostata de la cultura dominante de su sociedad, debería preguntarse
hasta qué punto no es un gesto de rebeldía, más que de evidencia de que su
nueva fe es la verdadera. Incluso el ateísmo es una fe.
Ante la fe, lo más inteligente es la duda. Pero, para no ser
pesimista, tras haber pretendido dinamitar el suelo de certezas donde cada uno
se apoya, aconsejo cambiar el concepto tan horroroso de fe por uno de verdad
hermoso, de cuatro sílabas y que suena mucho mejor: esperanza.
Querido Cristóbal, solo sé dos cosas: una, cada día sé algo menos de lo que tanto me costó aprender; otra, ciñéndome a la tercera acepción del DRAE, tengo confianza en ti y un excelente concepto de tu calidad humana. Es tanto como decir que tengo fe en ti. No entro en otros significados, me parecen muy personales y, a falta de experiencias suficientes, cuestionables. Un abrazo, hombre sabio.
ResponderEliminarLa fe pertenece al territorio de las creencias. Braulio, uno de mis personajes, dice "Soy creyente, pues creo firmemente en la inexistencia de dios".
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