sábado, 31 de agosto de 2019

El final del verano llegó...


Hace tiempo, tanto que no recuerdo ni el contenido ni la forma, leí un artículo de un escritor que debía enviar un texto para una revista semanal y no se le ocurría nada. El caso es que hizo un discurso explicando que no sabía qué decir, pero que se veía obligado a hacerlo, ya que tenía el compromiso de realizar ese artículo. Confesaba que la mente se le quedaba en blanco, como si estuviese vacía y no era capaz de enhebrar unas palabras coherentes que suscitaran el interés en los potenciales lectores. Y con esta explicación compuso su texto que fue publicado, puntualmente y él salió del compromiso.

Seguro que muchos se vieron defraudados y otros por el contrario sonrieron por la argucia de decir algo sin decir absolutamente nada. Esto es perdonado si se hace tan solo una vez. Menos en los políticos, que lo hacen a diario y sus partidarios se lo perdonan siempre. Ni qué decir tiene que los que no son sus seguidores les recriminan incluso cuando por equivocación dicen algo.

Recuerdo también, aunque sería engorroso buscar la cita, que Cervantes en alguno de sus escritos comentó que era un lector tan apasionado que no podía dejar de leer cualquier papel que cayera en sus manos. En nuestros días a muchos nos ocurre lo mismo, ya que cuando estamos, por ejemplo, en el váter y nos hemos olvidado el dichoso móvil fuera, no podemos dejar de recurrir a leer la etiqueta del gel de baño que tenemos a mano.

En este blog me he comprometido conmigo mismo a publicar una entrada cada quince días y lo he cumplido regularmente y sin saltarme ninguna durante seis años. A veces han sido opiniones políticas, reflexiones o incluso viajes, pero la mayor parte de las ocasiones han sido temas relacionados con la cultura, la literatura o mi relación personal con estos ámbitos. Sé que no tengo muchos lectores y siento agradecimiento infinito hacia a aquellos que se acercan a leerme de forma regular o esporádica, dependiendo del tema tratado. Tengo la suerte de que algunos de mis textos —me da pereza llamarlos post— han corrido relativamente bien por las redes sociales; podéis verlos en “Entradas populares”, pero otros tienen tan pocas visitas que supongo que tan solo han sido pinchados a través de esas redes por curiosidad y que ni siquiera se han leído.

No obstante estoy orgulloso de estas entradas tan —llamémoslas justamente— impopulares, porque han servido para no dejar una sola quincena vacía. He de decir que yo me siento orgulloso de todas ellas, las populares y las impopulares, porque todas están escritas con la mayor atención y esmero y muchas veces, cuando repaso entradas antiguas, incluso siento la vanidad del trabajo bien hecho. No he llegado a releer nada que me avergüence, por lo que al menos para mí este blog tiene todo el sentido del mundo. Me ayuda a ejercitar la escritura, la cual necesito tanto como respirar.

A mí también me ha ocurrido que por estar muy ocupado, o porque me llegó la fecha sin darme cuenta, me he visto en la obligación de publicar imperiosamente algo y no sabía qué. Muchas veces lo he resuelto acudiendo a cosas que tenía escritas y otras improvisando un tema poco reflexionado. Aunque no se me ha pasado por la cabeza hasta ahora el escribir un texto explicando que no sabía qué decir.

En esas estamos a estas alturas y solo me queda ya, querido lector, querida lectora, librarte de continuar leyendo y agradecerte que hayas llegado hasta aquí, porque, a fin de cuentas, no estoy diciendo nada.

¿Qué pasa, no tenías un bote de gel a mano?

1 comentario:

  1. ¡Lo has vuelto a hacer! Me refiero a ese quiebro ingenioso con el que a veces terminas tus textos breves. Es como tu "toque de distinción". A mí me encanta.

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