Hace tiempo, tanto que no recuerdo ni el contenido ni la
forma, leí un artículo de un escritor que debía enviar un texto para una
revista semanal y no se le ocurría nada. El caso es que hizo un discurso
explicando que no sabía qué decir, pero que se veía obligado a hacerlo, ya que
tenía el compromiso de realizar ese artículo. Confesaba que la mente se le
quedaba en blanco, como si estuviese vacía y no era capaz de enhebrar unas
palabras coherentes que suscitaran el interés en los potenciales lectores. Y
con esta explicación compuso su texto que fue publicado, puntualmente y él
salió del compromiso.
Seguro que muchos se vieron defraudados y otros por el
contrario sonrieron por la argucia de decir algo sin decir absolutamente nada. Esto
es perdonado si se hace tan solo una vez. Menos en los políticos, que lo hacen
a diario y sus partidarios se lo perdonan siempre. Ni qué decir tiene que los
que no son sus seguidores les recriminan incluso cuando por equivocación dicen
algo.
Recuerdo también, aunque sería engorroso buscar la cita, que
Cervantes en alguno de sus escritos comentó que era un lector tan apasionado que no
podía dejar de leer cualquier papel que cayera en sus manos. En nuestros días a
muchos nos ocurre lo mismo, ya que cuando estamos, por ejemplo, en el váter y nos
hemos olvidado el dichoso móvil fuera, no podemos dejar de recurrir a leer la
etiqueta del gel de baño que tenemos a mano.
En este blog me he comprometido conmigo mismo a publicar una
entrada cada quince días y lo he cumplido regularmente y sin saltarme ninguna
durante seis años. A veces han sido opiniones políticas, reflexiones o incluso
viajes, pero la mayor parte de las ocasiones han sido temas relacionados con la
cultura, la literatura o mi relación personal con estos ámbitos. Sé que no
tengo muchos lectores y siento agradecimiento infinito hacia a aquellos que se
acercan a leerme de forma regular o esporádica, dependiendo del tema tratado.
Tengo la suerte de que algunos de mis textos —me da pereza llamarlos post— han
corrido relativamente bien por las redes sociales; podéis verlos en “Entradas
populares”, pero otros tienen tan pocas visitas que supongo que tan solo han
sido pinchados a través de esas redes por curiosidad y que ni siquiera se han
leído.
No obstante estoy orgulloso de estas entradas tan
—llamémoslas justamente— impopulares, porque han servido para no dejar una sola
quincena vacía. He de decir que yo me siento orgulloso de todas ellas, las populares
y las impopulares, porque todas están escritas con la mayor atención y esmero y
muchas veces, cuando repaso entradas antiguas, incluso siento la vanidad del
trabajo bien hecho. No he llegado a releer nada que me avergüence, por lo que
al menos para mí este blog tiene todo el sentido del mundo. Me ayuda a
ejercitar la escritura, la cual necesito tanto como respirar.
A mí también me ha ocurrido que por estar muy ocupado, o
porque me llegó la fecha sin darme cuenta, me he visto en la obligación de
publicar imperiosamente algo y no sabía qué. Muchas veces lo he resuelto
acudiendo a cosas que tenía escritas y otras improvisando un tema poco
reflexionado. Aunque no se me ha pasado por la cabeza hasta ahora el escribir
un texto explicando que no sabía qué decir.
En esas estamos a estas alturas y solo me queda ya, querido
lector, querida lectora, librarte de continuar leyendo y agradecerte que hayas
llegado hasta aquí, porque, a fin de cuentas, no estoy diciendo nada.
¿Qué
pasa, no tenías un bote de gel a mano?
¡Lo has vuelto a hacer! Me refiero a ese quiebro ingenioso con el que a veces terminas tus textos breves. Es como tu "toque de distinción". A mí me encanta.
ResponderEliminar