Hubo épocas en la Historia de la Humanidad, en las que para
el mantenimiento del ser humano se necesitaron muchos y variados trabajos. En
la prehistoria, antes del neolítico, esos trabajos tan solo eran la caza,
recolección y cuidados de niños y ancianos; pero el neolítico los multiplicó con
la siembra y cuidado de los campos, la fabricación de utensilios cerámicos,
herramientas y edificaciones, además de la defensa armada en contra de los
vecinos, que produjo imperios, guerras y desastres. Esta situación poco varió a
través de los siglos, culminando en el Antiguo Régimen, con una sociedad
compuesta de nobleza, clero y estado llano, en la que solo este último
estamento realizaba todos los trabajos para el mantenimiento de la sociedad.
Con la industrialización y el descubrimiento de energías
como el vapor y la electricidad, se potenció el empleo de multitud de
trabajadores, primero semi esclavizados, pero que fueron consiguiendo poco a
poco derechos, con la amenaza de una revolución que diera la vuelta a los
papeles. Así se creó una sociedad que avanzó hacia la socialdemocracia en el
siglo XX y al estado del bienestar, la cual matizó el salvaje capitalismo decimonónico
que propiciaba niños pequeños trabajando en las minas y jornadas de más de doce
horas diarias.
Pero el bienestar social se estancó y retrocedió con la
actual crisis económica del siglo XXI. Ejemplo significativo es una nueva
realidad: los jubilados cobran ya una media superior a los jóvenes que
comienzan a trabajar y han de mantener sus pensiones.
Hay quien se ríe de cosas como el salario social básico, o
renta mínima, que se votó hace poco en Suiza, de 2.250 € mensuales para toda la
población, trabajadores o no. El miedo a invasiones extranjeras en busca de
asegurar la subsistencia asustó a los suizos que votaron mayoritariamente en
contra. Pero no hay más futuro que este.
¿Hacia dónde vamos?
Yo veo un abismo, que hay que abordar con un puente o
acabaremos precipitándonos en él. Me refiero al desastre social propiciado por
la robotización.
Un robot, llamado Deep
Blue, le ganó una partida de ajedrez al campeón mundial Kasparov en 1996. Ya
no vamos al banco, sino al cajero automático; antes en los peajes de las
autopistas había personas, ya no; los procesos industriales están semi automatizados,
caminando hacia la automatización plena; existen coches que se conducen solos,
e incluso camiones, y ya se realiza el reparto de mercancías con drones; un
robot puede ser el recepcionista en un hotel y otro el presentador del
telediario, o incluso profesor universitario. Ya nadie duda de que los robots
puedan operar quirúrgicamente, poner una multa de tráfico o cambiar un pañal a
un bebé.
El pensamiento neoliberal de nuestros días tiene una fe
religiosa en el mercado, creyendo que éste será capaz de regular las relaciones
entre el capital y el trabajo. Pero están ciegos, no ven hacia dónde vamos. En
poco tiempo el obrero no será necesario, y el obrero es el que sostiene el
mercado con su oferta de mano de obra y demanda de productos. Pronto tan sólo
existirán el capital y un cuerpo de ingenieros que diseñen, coordinen y reparen
la industria automatizada. Ni siquiera será necesario que construyan esos robots,
ya que serán construidos por otros robots.
Como no será necesaria la mano de obra humana, podemos
imaginar a la sociedad -no futura, sino inmediata-, empobrecida y a los
privilegiados encerrados en zonas residenciales valladas, o amuralladas con un
ejército de seguridad privada asomado a las almenas, para evitar ser asaltados
por los parias de la Tierra.
También serán necesarios los religiosos con una doble
función, primero tranquilizar las conciencias de los acaparadores y luego la de
los desposeídos, a los que los enseñará -otra vez- a resignarse con su triste
suerte. Los que nazcan en la opulencia se reproducirán endogámicamente, ya que
serán los únicos que podrán tener estudios universitarios y trabajos adquiridos
a través del nepotismo. Es decir una minoría enriquecida aislada de unas masas
hambrientas y sumidas en la ignorancia.
El estrangulamiento del Estado por parte del liberalismo
trasnochado, da el poder al capital, a las transnacionales y serán únicamente
éstas las que controlarán el poder político. Lo están haciendo ya.
Ante este desastre, tan solo veo un camino que aporto como colofón a mi razonamiento, que es el fortalecimiento de un Estado que se haga con los medios de producción, para que sea el Estado y no el particular, el que obtenga el beneficio, y así poder invertirlo en la sociedad, logrando al fin la justicia social. Pienso que esto es compatible con la propiedad privada, ya que no estoy pidiendo más que un proceso de nacionalizaciones de las grandes industrias, dejando a salvo las pequeñas empresas privadas y a los autónomos.
No planteo una revolución, sino ir dando pasos para
acercarnos al horizonte que andamos buscando, para no dejar que el neo capitalismo
potencie las desigualdades.
La única alternativa al desastre es que un Estado,
económicamente fuerte, erradique el paro, invirtiendo en trabajo en lugar de en
elitistas infraestructuras ferroviarias, por ejemplo. Y todos saldríamos
ganando. Podría emplearse a la gente en la reforestación mundial, el cuidado de
enfermos y desvalidos, la investigación científica, los yacimientos
arqueológicos, la lucha contra los incendios forestales, la educación, el ocio,
la cultura, etc. Estos trabajadores, satisfechos por contribuir a la sociedad,
tirarán del resto de la economía, del comercio, de la pequeña empresa privada, del
turismo, etc. Y donde no llegue el trabajo, no queda otro remedio que la renta
mínima garantizada.
Pero esta inversión tan solo será posible si la realiza un
Estado democrático, que sea el que saque los beneficios de la producción y
planifique una economía sostenible, tanto ecológica como socialmente. Esto
jamás lo harán las multinacionales que, aparte de abonar dividendos a sus
accionistas, no se preocupan más que de que los magnates suban puestos en el
ranking de Forbes y de que su yate sea más grande y lujoso.
Ahora toca votar y somos más que los acaparadores, el futuro está en nuestras manos.
Estoy muy de acuerdo en todos tus planteamientos. En nuestro mundo los antiguos derechos laborales se hacen precarios y se devalúan. Y lo que viene detrás es el desierto. La gente ya consume menos y es porque tiene miedo del futuro. Sucede que aunque los bancos pronto empezarán por cobrar por guardar el dinero, la gente que pueda, seguirá ahorrando porque no hay seguridad. El capitalismo se siega la hierba de sus pies y puede que termine segándose sus pies. Eso pasará algún día: un colapso del consumo, como la explosión de la burbuja inmobiliaria, que todo el mundo dice que se veía venir, (mientras se pedía una hipoteca para un piso o chalet que no necesitaba). Creo lo mismo que tú, hay que darle juego a todo el mundo porque existen muchas cosas que reparar, en la naturaleza sobre todo.
ResponderEliminarY si no volver atrás: mercados cerrados, aranceles y a valorar los trabajos de toda la vida: fábricas textiles, leche nacional, patatas nacionales. Incluso que pueda ser rentable fabricar aquí en España teléfonos móviles o bombillas de bajo consumo.
Tienes razón en todo, Juan, y aún así mucha gente seguirá votando a los acólitos del capitalismo salvaje (PP, C's y el actual PSOE).
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