En este blog llevo a cabo una lucha contra molinos de viento
en la que es muy posible que acabe como nuestro don Quijote, magullado y
derrotado. Me quedará, no obstante, la no pequeña satisfacción de poder decir “lo
he intentado”, aunque esta no aliviará la evidente amargura de la derrota.
Pero, en fin…
Me refiero, evidentemente, a la defensa del idioma
castellano, a cuya causa voy a darle aquí otro empujoncito. Si no estuviera yo
solo en la batalla, o más bien, si fuéramos millones en ella, no me cabe duda
de que el resultado sería positivo, porque tenemos razón.
Cuando me enteré de que la participante “española”
(resáltense las comillas) en Eurovisión cantaría en Inglés, me llevé un
disgusto tremendo y escribí aquí una entrada deseando que quedara la última.
Al respecto, cumplí mi propósito de evitar ver la emisión
televisiva del evento, pero cuando me enteré de que prácticamente quedó la
última, una honda y maléfica satisfacción me invadió por completo. Esto
validaba mi tesis. Al quedar muy por detrás de gamberradas
como la del Chikilicuatre en el año 2008, se demuestra que la calidad no es
algo que se valore en este concurso de canciones ligeras. Sostenía yo entonces,
y me reafirmo, que lo único que podíamos aportar en un foro como este era el
orgullo de aldea gala de poner en valor nuestra lengua, una de las principales
del mundo. Lo más positivo del resultado es que ya nadie podrá volver a
argumentar que siempre quedamos de los últimos porque llevamos canciones en
castellano que nadie entiende. Para poner la guinda a este pastel es importante
subrayar que la ganadora, una ucraniana llamada Jamala, cantó en idioma tártaro.
Yo no tengo nada personal contra esa tal Barei que
representó a TVE -pero nunca a mí-, por más que me alegre de su estrepitosa
derrota; aunque debo confesar que un poco de manía sí que le cogí cuando
declaró que por ella “no llevaría una sola palabra en español”, pues los coros
eran en castellano. Parece ser que los directivos de la cadena estatal de
televisión tuvieron su prurito de vergüenza y se lo impusieron.
El problema verdadero está en que esta persona, como
representante de una gran masa de castellanoparlantes -sobre todo jóvenes-
tienen complejo de inferioridad de su lengua, considerando muy superior al
inglés. Y esto es culpa de todos, que no les hemos sabido transmitir los
valores de una lengua que no tiene nada que envidiar a ninguna de las que le
rodean. Una cosa es utilizar un idioma internacional -considero para ello mejor
el esperanto- y otra avergonzarse del propio.
Espero convencer a todo el mundo de que ya nadie puede
permanecer al margen, hay que posicionarse y defender un lado u otro de la trinchera;
el no hacerlo significará que dejaremos que la corriente siga su curso y
nuestro idioma termine por ser lengua muerta.
Para terminar con un punto de optimismo anotaré que me
llevé una gran alegría al descubrir a otro Quijote -yo me apunto a ser su
Sancho- cuyo artículo dejo aquí como colofón al mío, y que no dará pereza leer
por su brevedad. Me refiero a lo escrito por Julio Llamazares en El País: Dadaísmo. Desde que la cultura
anglosajona manda, el único idioma respetable es el inglés, incluso en España,
donde la mitad de la población no lo hablamos
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