MI GATO
Zarpas hoy tiene el semblante serio, yo diría que sufre. Y
sufre al verme a mí llorar de forma angustiosa. Estoy seguro de que los
animales tienen sentimientos y hoy veo el dolor en la cara de mi gato, al igual
que ayer veía su alegría. Ayer le chispeaban los ojos y su expresión iluminaba
la casa.
Pero no se lo diré a nadie, porque pensarán que es cosa mía
y que el motivo por el que ayer lo notaba contento, es porque al fin me
comunicaron el esperado ascenso en el trabajo, y su angustia de hoy se debe a
la repentina muerte de mi amada Elena, que me dejará en la más absoluta soledad, tras veinticinco años de convivencia. Todos juzgarán que la alegría y
tristeza de Zarpas son reflejo de mis estados de ánimo. Que yo veo en él lo que
siento por dentro.
Ahora no me comprenden, querido Zarpas, pero dentro de poco
me llamarán loco por hablar con una mascota de porcelana como tú.
TARDE SOMBRÍA
Tuve
una tarde sombría, mi humor turbio no me permitía disfrutar de la película de
cine mudo que pasaban por un canal de la TDT. Para rematarlo, ella entró en casa dando
un portazo y cruzó por delante de mí sin saludarme siquiera. Ignorándome,
recorrió mecánicamente un espacio que le es muy familiar. Todavía me guarda
rencor por la discusión de anoche. No puedo olvidar que me soltara un “imbécil”,
yéndose a continuación malhumorada a la cama.
Pero
mi indignación de esta tarde se transformó en alarma cuando tras cuarenta
minutos no oí que saliera del cuarto de baño. No había ruido de agua. La llamé
desde el salón: “¡Laura! ¡Laura!”. Me acerqué a la puerta y repetí su nombre
una y otra vez… Me temí que hubiera hecho una tontería y no lo pensé más, al comprobar que no se había cerrado por
dentro, abrí de golpe la puerta y… Allí estaba ella, sentada en la banqueta,
pintándose las uñas de los pies.
—Cariño,
—dijo
sonriendo, tras quitarse un auricular del smartphone— no sabía que estabas en casa. ¿Cómo es que has
venido tan pronto hoy?
“¡Imbécil!” Me dije para mis adentros,
volviéndole la espalda.
ESE POEMA
—A ver, Alberto,
léenos tu composición poética —dijo el profesor, disparando con el dedo índice
al tímido alumno, que no se esperaba aquello y para él era un mal trago.
—Separé los pétalos de
la flor —comenzó el muchacho sonrojándose— y acerqué mi nariz, cerrando los
ojos, para aspirar el denso perfume que esparcía su carnosa fragancia,
impregnando mis labios con la dulce humedad interior…
—Sinvergüenza… —cortó
el profesor, arrancando el folio de papel de las manos del asustado muchacho y
haciéndolo pedazos, ante la momentánea incomprensión del resto de la clase—.
¿Cómo te atreves con un relato pornográfico?
Estas últimas palabras
fueron coreadas por una risotada general, siendo Alberto el único que siguió
sin comprender.
EL PRECIPICIO
El precipicio tenía
una caída libre de, al menos, doscientos metros. Lo digo a ojo, porque no
llegué a caer, ya que aprendí a volar.
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