En la vida siempre hay prioridades. Por ejemplo no debemos ocupar
nuestro tiempo en cosas secundarias, mientras no tengamos resueltas nuestras necesidades
primarias. Sin tener resuelta la alimentación, el cobijo y el vestido, ¿quién
puede pensar en el arte o la literatura?
Y, sin embargo, lo hacemos.
En muchas ocasiones, cuando me planteo un tema para escribir en este
blog, me pasa ligeramente por la mollera la idea de que qué hago hablando de
temas retóricos cuando estamos en una crisis económica, social y política del
calado de la que tenemos; cuando nos abochorna la corrupción política,
empresarial y “real”, nos espanta la miseria de gentes hurgando en contenedores
de basura, nos angustia el problema del paro, sobre todo el juvenil, nos
escuece que el gobierno nos tome el pelo con eso de “nos votaste, te aguantas,
más tonto eres tú si creíste nuestras mentiras, pues estaba claro que lo eran…”
Y, sin embargo, hablamos de literatura.
Y lo hacemos con razón. Sólo vivimos una vez, no podemos gastar nuestra
vida llorando. El día es muy largo y, después de asistir a un escrache, podemos
encerrarnos en un cuarto con Miguel Delibes, y amarle. Por ello este no es el
lugar adecuado pero, aún así, voy a parar un poquito, muy poco, para hablar de
política y así tranquilizar mi conciencia. Y lo haré pintando lo que veo con
brochazos gordos, no con un discurso acertado desde una ideología determinada,
la cual, sin lugar a dudas, la tengo. Pero prefiero coincidir en grandes rasgos
con aquellos que incluso pueden tener planteamientos opuestos a los míos,
porque todos vamos en el mismo barco y, si se hunde, nos hundimos desde el
capitán hasta las ratas. Pienso que la gente es sensata y aunque parta de
visiones diferentes, en el terreno pedestre coincidiremos.
El primer brochazo lo daré sobre los que orgullosamente se denominan
apolíticos. Os engañáis, sois bobos. Nadie es apolítico en cuanto vive en una polis o sociedad en su sentido amplio.
Vuestra postura política consiste en dejar que otros hagan la política, es
decir, en lavaros las manos, y eso es participar en la condena, como hizo Pilatos. La política consiste,
ni más ni menos, que en emplear el dinero común, y esto se puede hacer en
hospitales o en subvencionar a los millonarios –el sector bancario–. Decís que
pasáis de la política, o que no la entendéis, pero luego en los bares os
quejáis de que os despiden, de que la luz sube por las nubes, etc. Y todo eso
son medidas políticas.
No es tan complicado, permitidme que os explique brevemente el juego
político a los que decís que no entendéis. Tan sólo hay dos posturas polarizadas.
Por un lado está la derecha, que quiere un Estado mínimo y un liberalismo
económico, que consiste en que el poder lo tiene el dinero. Pero como esta
ideología nunca atraería a las masas obreras, entonces las engatusa con la
religión y la patria y les hace creer que todo está fijo y nada puede cambiar. Luego
está la izquierda que pide un Estado muy grande, intervencionista en la
economía, que le quite el dinero a los que lo tienen para repartirlo. También es
importante saber que no existen dos partidos que monopolicen estas posturas,
existen más, pero entre todos –y con una ley electoral injusta, que debemos
cambiar ya– hemos asentado el bipartidismo. Además, la democracia que legitima un
gobierno, no le da carta blanca. Está totalmente justificado que el pueblo se
movilice entre períodos electorales –periodismo de investigación, jueces con
conciencia, huelgas, manifestaciones, escraches…– para corregir desvíos y
corruptelas.
Segundo brochazo gordo. La crisis en España proviene de la burbuja
inmobiliaria, que se hinchó partiendo de las decisiones del gobierno de Aznar
de liberalizar terrenos públicos y fomentar la construcción sin límite. Esto
fue además el germen de la corrupción galopante que nos embarra. Cuando “España
iba bien”, iba de culo, cuesta abaja y sin frenos. El más simple de nosotros,
en esos años “brillantes” que atrajeron tanta inmigración e incitaron a la
juventud a abandonar en masa los institutos para forrarse en la obra, haciendo
encofrados y comprando BMWs, era consciente de que todo acabaría de forma trágica.
¿Cómo iba a duplicarse el precio de un piso cada cuatro años? ¿Hasta dónde
íbamos a llegar? ¿Cómo era posible que un constructor vendiera su promoción
nada más anunciarla? ¿Cómo iba a pasar una ciudad –Ávila, por ejemplo– de
cincuenta mil habitantes a cien mil? ¿Por qué se construía para acoger a toda
esa gente que no existía?
Y ocurrió el desastre. El detonante fue la estafa financiera de las
“subprime” norteamericanas, los activos tóxicos, etc. Se cargaron a grandes
entidades bancarias mundiales y todo se fue al garete. Dejó de circular el
dinero que tan falsamente se multiplicaba y se pinchó la burbuja. Y ¿qué receta
se usó para corregirlo? Pues, empezando por Zapatero, comenzaron a seguir el
catecismo neoliberal. Dieron dinero a los bancos y nos obligaron a recortar el
estado del bienestar para devolver nosotros lo que otros se habían jugado
especulando. Así los pobres pagamos la fiesta de los ricos, ya que jamás
vivimos por encima de nuestras posibilidades. ¿Por qué no se dejó caer a los
bancos y se llevó a la cárcel a sus dirigentes? En Islandia se ha hecho así y
les ha funcionado. La respuesta es obvia, porque quien nos gobierna es el
capital, que maneja los hilos de unos monigotes llamados gobiernos nacionales,
santificadores del neoliberalismo. Sí es cierto, no tenemos una democracia real.
Y la necesitamos ya.
Tercer brochazo. Consiste en deshacer una mentira gigantesca: los
empresarios son los que crean empleo. Esto es más falso que el DNI de
Jesucristo. Si fuera verdad, con que hubiera unos cuantos empresarios
humanitarios, se solucionaba la crisis. Creaban empleo y en paz. ¿Por qué no
lo hacen? Porque no pueden, los empresarios jamás han creado empleo, sino que
se lo han repartido. Pongamos el ejemplo de una fábrica de galletas. Para que
siga funcionando es requisito necesario que venda galletas, y el mercado tiene
el tamaño que tiene. Si logra vender alguna galleta más será quitando
beneficios a la competencia, la cual tendrá que despedir un trabajador por cada
trabajador que contrate nuestro galletero humanitario. Señoras y señores, es el
mercado de consumo –nosotros, no el financiero: ¡vade retro Satanás!– quien, si tiene dinero
podrá comprar más galletas, posibilitando que los dos galleteros puedan
contratar trabajadores. Somos nosotros comprando, los que creamos empleo y no
los empresarios.
La receta neoliberal despide a los trabajadores, para abaratar costes de producción
pero, ¿de qué le sirve? ¿A quién se le va a vender algo si nadie trabaja? La
única medida efectiva es crear empleo y subir sueldos y esto nunca lo hará la
empresa privada, cainita que se hundirá antes de dar el paso de promover el
empleo sin vender lo que produzca. Esto tan sólo lo puede hacer el Estado, ese
que otros quieren minimizar. Si el Estado gasta recursos en dar empleo, en
lugar de hacerlo en rescatar barcos/bancos
hundidos por filibusteros, posibilitará que más personas puedan comprar
galletas, a nuestro galletero y a la competencia. Así habrá más personas
trabajando y esto hará que los galleteros contraten trabajadores y que estos nuevos
trabajadores ahorren al Estado subsidios de paro y compren maquinillas de
afeitar. Fin de la crisis. ¿Para cuándo?
No se han servido de estas medidas a pesar de que este gobierno prometió
que crearía empleo y que bajaría impuestos. La explicación es que eso no está
en los genes de la derecha y, además, en que llegaron los que mandan, los que
manejan el capital y les dijeron que no, que se despidiera a los maestros, a los
médicos, que bajaran los sueldos a todo el mundo, que subieran los impuestos
–“si suben los impuestos de la cultura mejor, que en la ignorancia se basa
nuestro poder” –. Y el capitalismo consiguió su objetivo: Los bancos y las
grandes empresas multiplican sus ganancias, y tienen a miríadas de hambrientos
mendigando pan y sin rechistar en caso de tener un mísero trabajo. ¿Qué no se
lo creen? ¿Es que no leen la prensa? http://avilabierta.com/PDF/textos/1/bancamultiplicabeneficios.pdf
El enemigo de la sociedad es el capitalismo, que llega a legitimar la
especulación del dinero sin base industrial. Es decir, el comprar y vender
títulos, y con la compra y venta hacer que suban de precio, recogiendo
ganancias de algo que no existe.
Último brochazo gordo y, quizá, el más polémico. La propiedad privada
no es ilimitada. No, esa es mi opinión. En caso contrario quién nos libraría de
un súper rico que se distanciara tanto de todos los demás ricos y alcanzara el
nivel económico suficiente como para comprar todas las posesiones de los otros
ricos y así obtener la propiedad de la Tierra entera. Si un rico puede
comprar una isla, ¿por qué no un pequeño país y luego uno grande? ¿Por qué no
un continente? Y si es propiedad suya, quién le va a rechistar. La gente pasaremos
a ser súbditos, nuevos siervos de la gleba, semiesclavos, esclavos. Fin de la
democracia, pues la empresa y el dinero no son demócratas.
¿Es esto un disparate? Pues en ello estamos si no ponemos límite a la
propiedad privada. Nadie discute la pequeña propiedad hoy en día –un piso, o un
par de ellos, coches, talleres…–. Un empresario puede comprar una fábrica y
emplear su capital en producir. Pero una vez ha amortizado su inversión
económica, ¿por qué la fábrica tiene que seguir siendo suya? Él, como
empresario siempre podrá dirigir esa empresa, pero yo pienso que los
trabajadores también han adquirido con el tiempo el derecho de propiedad, ya
que son tan imprescindibles como el empresario para que el negocio se mantenga
y prospere. Si el empresario se jubila, es de suponer que a lo largo de su vida
le haya sacado la suficiente rentabilidad a su inversión, como para dejar la
propiedad a los trabajadores. Porque esa propiedad ya es de los trabajadores.
¿Por qué ha de dejarlo en herencia a su hijo como si fuese un reyezuelo? El gran problema
de los capitalistas es que se creen con derecho a enriquecerse sin límite y se
ven legitimados a acumular enormes fortunas, que no quieren pagar ningún
impuesto, que para eso son propiedad privadísima suya. Y se equivocan, todos
nacimos desnudos y nadie está legitimado a acaparar las riquezas naturales,
empobreciendo a la gran masa de la población. Eso es un robo, no un derecho.
Pero, en fin, no me hagan caso, que no soy político, tan sólo son las
ideas peregrinas de un escritor. Que cada cual saque sus conclusiones, yo tan
sólo he mostrado las mías. Así que dejaré estas conversaciones para el bar y
participaré con toda mi energía en desmontar esta estafa de crisis. Votando,
pero también en el periodo intermedio de dos elecciones. Y, si es posible, apoyando una revolución, pacífica, claro. Después de esto, sin duda, me sobrará
tiempo para las cosas que importan de verdad, como es la cultura y el ocio. Como
es escribir en este blog. Para mi próximo artículo proyectaré otro relato
corto. A ver si la bilis me deja hacerlo.
Dos matizaciones: Zapatero cuando vio la que se venía encima tomó en primera instancia el catecismo de Keynes, que es intentar revitalizar la economía haciendo un esfuerzo de gasto en obra pública. Fue el "Plan E". No sé si fracasó o triunfó porque lo gastaron "todos" los ayuntamientos en lo que quisieron. Lo cual era bastante democrático. Lo que es antidemocrático es que ahora los ayuntamientos de derechas critiquen, con su partido, ese plan, cuando ellos podían haber elegido no haber gastado.
ResponderEliminarLuego está lo de las empresas: interesa que duren generaciones, cuantas más mejor, las empresas familiares también. Si al final de la vida activa de un empresario la empresa fuera a caer en manos del estado, ya se ocuparía él en, primero dejar de invertir, y segundo: descapitalizarla al final de su vida para entregar su herencia a sus hijos. Interesa que las empresas sigan y que haya sagas familiares, carpinterías, pastelerías, bodegas, talleres... Pero tampoco quiero que "pete" el Banco de Santander.
Es mi idea: es que yo soy sólo socialdemócrata.
Estoy de acuerdo con el Plan E de Zapatero, a pesar de todas las críticas que recibió y tienes razón en tu apreciación sobre su utilización por ayuntamientos de todos los colores. Siempre he pensado que lo mejor que puede hacer el Estado es poner el dinero a circular, sobre todo en empleo, que también proporcionó dicho plan. En cuanto a lo de las empresas familiares tengo más reticencias. ¿Y si el "heredero" es un cafre y dilapida el "negocio" familiar? En toda línea sucesoria siempre hay alguno. En esto pasa como en las monarquías. Que cada cual se trabaje su posición y su futuro. Me duele mucho que algunos acaparen riquezas heredadas y otros tengan que vivir de la beneficencia por su cuna humilde, mendigando el pan o el trabajo. Pero, en fin, son opiniones. Trataré no volver a hablar de política.
EliminarNada de eso, siempre estaremos hablando de política.
ResponderEliminar