Me veo en la necesidad de avisar.
En casi todos mis artículos anteriores he hablado en primera persona para
tratar diversos temas que me preocupan. En este voy a hablar también en primera
persona, pero es un relato, es ficción y cualquier parecido con la realidad no
es más que pura casualidad, provocada por la evocación de los años pasados. Estos
no son recuerdos personales, ni los personajes han existido, aunque son unos
años y un ambiente que sí he vivido. Al contrario que en mi anterior relato de
este blog, titulado “Habladurías”, en este no utilizo el diálogo directo, sino a
un narrador en primera persona, que no deja de ser un personaje literario. Todo
es fruto de la imaginación, tal vez calenturienta, pues me parece haber visto en
sueños a la rubia de la moto.
Ahí va el relato:
Cuando conocí a Marino ya tenía la moto, era una Bultaco de 125 cc. Hacía por lo menos treinta
años que no lo había vuelto a ver y la casualidad quiso que lo encontrara
bajándose de otra moto. Al quitarse el casco no lo reconocí en un principio,
por su calva, su barriga y su pelo blanco, aunque su nariz seguía siendo la
misma.
Después de los calurosos saludos, me contó que se había
divorciado hacía un par de años y, desde entonces, había vuelto a montar en
moto. La que tenía ahora era una hermosa Kawasaki. Me dijo que no se sentía
solo, que había recuperado la libertad, pero yo no le creí, ya que se había
vuelto a comprar una moto.
Eran los años setenta del siglo pasado. Al poco de mudarse a
nuestro barrio, Marino nos sorprendió llevando a la grupa de su Bultaco a una rubia impresionante que
vestía una falda mínima. Fuimos incapaces de disimular y levantar la vista
hacia sus bellos ojos, que más tarde supe que eran verdes.
Se llamaba Sacramento y era peluquera. Y le encantaban las
motos. Cuando Marino salía por la tarde del almacén de frutas en el polígono
industrial donde trabajaba, recogía a Sacra de la peluquería y venían ambos en
la moto al bar de Toni a fumar unos ducados
y tomar unas mahous. Yo no faltaba
una sola tarde, para no perderme las piernas de Sacra.
Las piernas de Sacra me tenían obsesionado, se ensanchaban
prodigiosamente por encima de las rodillas y tras mucho recorrido al aire desaparecían
bajo la pequeña falda, imprimiendo en mi mente una fotografía imborrable
durante horas.
Pero a Sacra la despidieron de la peluquería y cambió la
rutina… Mejoró.
Cada tarde, Sacra se pasaba por la puerta de Marino y tomaba
su moto, para irlo a buscar al polígono. Luego bajaban los dos al bar de Toni.
Pero, ya lo he dicho, a Sacra le gustaban las motos y antes de irse a por
Marino, daba unas cuantas vueltas a la manzana para disfrutar del aire
removiendo su rubia melena. Entonces no se usaba tanto el casco como ahora. Al
pasar, en cada vuelta, me saludaba con la mano, sonriendo, con la melena al
viento y con las piernas separadas que le achicaban aún más la falda.
Yo fui el primero en disfrutar del espectáculo, pero pronto Toni,
Joaquín, Perico y Jose me hicieron compañía, en cuanto se dieron cuenta de lo
que ocurría a diario. Aplaudíamos a Sacra en cada vuelta y ella nos saludaba.
Esa maravilla duró varias semanas, pero alguien debió decírselo a Marino. Yo
creo que fue su madre, que un día pasó por donde estábamos aplaudiendo, y le
noté en el gesto que se había mosqueado.
Marino vendió la moto y se compró un 127 y mis sueños se
rompieron de golpe.
Luego Marino se fue a hacer la mili a Burgos y allí preñó a
una muchacha, se casó y no volvió. No sé qué pasaría con Sacra, pues desde que
Marino compró el 127 no volvimos a verla.
Esta mañana, cuando nos hemos reencontrado, Marino me contó
que tiene dos hijos mayores, ya independizados, y que se divorció de la
burgalesa. Él dice que vive feliz, que no se siente solo, que ha recuperado la
libertad, pero yo no le creo, ya que se ha vuelto a comprar una moto.
Luego, cuando se fue Marino, dejando la moto sola en la acera, me
quedé mirándola durante unos segundos, cerré los ojos y vi a Sacra en la Kawasaki. Supongo que era Sacra, pues ya
no recuerdo su cara, pero sin lugar a dudas eran sus piernas.
Estupendo: a no ser que suene el teléfono o me amargue alguna noticia del periódico que pienso leer ahora, me durará, por lo menos media hora, la sonrisa que has levantado en mi cara.
ResponderEliminarViniendo de quien viene ese elogio, me ha emocionado. Gracias.
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