«Don Federico mató a su mujer,/ la hizo picadillo y la puso a la sartén». No hace mucho —la memoria me alcanza para recordar la musiquilla—, esta estrofa no era más que parte de una canción infantil, que se podía escuchar en un patio de colegio, mientras la cantaban unas niñas formando corro y haciendo juegos de palmas.
Por aquel entonces, mediados del siglo pasado, nadie tenía
conciencia del maltrato a la mujer en el hogar, perpetrado por quien decía
haberse casado por amor. Y ni siquiera estaba penado, cuando el asesinato se
producía habiendo razones «justificadas». Entiéndase esto como que la mujer no
cumpliera su función de la pata quebrada y fiel sirvienta del hogar.
La Canción del Molino, es la segunda novela de Begoña Ruiz Hernández, quien mantiene en alto el nivel de su narrativa después de la espléndida Las Montañas Azules. El argumento parte de esa musiquilla del «honrado» sastre —eso parece ser—, llamado don Federico, que quiso deshacerse de «la propia», al haberse enamorado de una costurera —la canción continuaba: Don Federico perdió su cartera/ para casarse con una costurera—. Unos niños de un pueblo, llamado Las Bajeras, adaptaron la letra a una molinera, Jandra, que un día desapareció misteriosamente. Una de las teorías decía que su marido, el bruto molinero, la echó a las ruedas del molino, haciéndola picadillo. Otras teorías contaban que Jandra huyó para reunirse con un amante o tal vez solo para escapar de su consorte.
Un militar retirado, que tiene el papel de juez de paz, se
empeñará en descubrir qué es lo que pasó con Jandra. Y nada más puedo contar,
para no desvelar el misterio que plantea la novelista y así dar la posibilidad
al lector de disfrutar con esta lectura.
¿Qué pasó con Jandra? ¿Dónde se encuentra? Su
búsqueda nos lleva a la descripción de la vida rural, centrada en los años
setenta del siglo pasado, con unos personajes tan vívidos, que creo que los he
conocido a casi todos. A esa monja, que ve que su mundo se acaba; a la pobre
niña expósita; al bruto del molinero; a ese médico, que despacha recetas en la
taberna; al tonto del catalejo; a Josefa, la tabernera; al estudiante de
medicina; etcétera.
Begoña es una estupenda descriptora del ambiente rural, ya
lo demostró en Las Montañas Azules, y una amante de las palabras. Las palabras
antiguas, en trance de desaparecer, tanto como las actuales, que forman la base
de la columna monumental que es la lengua castellana.
Igual que hizo Clarín en La Regenta, llamando Vetusta a la
ciudad que todos sabemos que es Oviedo, ha hecho Begoña con su geografía amada.
Porque sí, porque en los lugares pequeños todos se conocen y si Clarín no quería
señalar al Magistral o a doña Ana Ozores, para que nadie reconociera como sus
vecinos a estos antihéroes, Begoña no desea que nadie identifique en sus
personajes a las personas que los inspiran, por mucho que no sean reales: es
literatura.
Las
Montañas Azules partía de una historia que ocurrió: unos antropólogos
alemanes, que llegaron a la Sierra de Gredos en los años 30 del siglo XX, para
recopilar información filológica y etnográfica. En concreto a El Barco de Ávila
y su comarca. Sobre esta base, Begoña inventó unos personajes literarios a los
que llenó de vida, que son tan reales como pudieran haberlo sido los auténticos.
Así, la Vetusta del universo literario de Begoña se llama Santa María, trasunto
de El Barco de Ávila, y los lugares donde ocurren los sucesos los denomina Las
Cimeras y Las Bajeras. Si la acción de Las Montañas Azules se centra en Las
Cimeras, cuarenta años después, Jandra vivirá en Las Bajeras y allí tendrá una
interesante historia que nos narra Begoña a partir de su desaparición, mezclando
el pasado y el presente. Entiéndase el presente narrativo como los años 1974 y
1975, y el pasado como su historia desde veinte años atrás. Tiempos que mezcla
hábilmente, indicándonos con tipografías diferentes los cambios cronológicos,
para facilitarnos el situarnos en épocas distintas.
Con su historia, Begoña hará unos admirables retratos de
personajes, por lo verídicos que resultan, a pesar de que a veces puedan
parecer exageraciones. No lo son. La narración avanza como una novela policíaca
y nos dará pinceladas de los últimos momentos del dictador que sojuzgó el país
hasta esas fechas, con atisbos del cambio político que se avecina. Cambio que
ocurriría en esos días en la vecina Portugal, con la Revolución de los Claveles,
que también tiene protagonismo en la novela. La documentación de la historia de
esas fechas, tanto en hechos, como en paisajes, es meticulosa.
Bueno, espero que Begoña no se enfade por haber dado
demasiada información y que sepa perdonarme, ya que mi intención solo ha sido
poner cebos para incentivar la lectura de una novela tan interesante. Espero
traerle lectores, con la seguridad de que estos me agradecerán el consejo.
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