La fiesta de San Valentín se dedica a celebrar a los enamorados y, en un principio, la impuso la iglesia católica como contrapeso a la fiesta pagana de las lupercales. Hoy en día, es una fiesta comercial que no podemos obviar, ya que machaconamente nos la recuerdan con objeto de que gastemos dinero en regalos. Nos incitan a consumir o, en caso contrario, chantaje emocional, no demostraremos nuestro amor a la pareja.
En el contexto de las modas actuales, como el poliamor o las relaciones abiertas, no se observa el sometimiento tradicional a la fidelidad, que hasta hace poco era algo preceptivo. Aun así, la fidelidad sigue siendo muy importante para muchas parejas, pero se ha reducido a un pacto de lealtad, que ya nunca tendrá las trágicas consecuencias folletinescas de siglos pasados. O no debería.
Cuando en otros tiempos se trataba la infidelidad, se usaba una curiosa imagen: se hablaba de «poner los cuernos». Normalmente era la traición que la mujer hacía al marido y este el cornudo, desatándose la tragedia en cuanto se enteraba. Menos grave solía ser si la cornuda era ella, por la dependencia económica que soportaba. El caso es que el asunto de los cuernos dio para mucha literatura desde el Siglo de Oro.
Saliéndonos del tema moral y tomando su lado folklórico resulta curiosa la imagen de identificar la infidelidad con la cornamenta. ¿De dónde viene? ¿Por qué se utiliza este símil? Que yo sepa, los mamíferos cornudos no son más promiscuos que otras especies.
Si indagamos en la historia y en la literatura descubriremos que es algo muy antiguo. Cuestión de siglos. No voy a plantear
una tesis, pero sí quiero traer aquí un texto que, en la primera mitad del
siglo XIV, podría explicar el origen de esta asociación de la cornamenta con la
infidelidad. Y, si no es el origen, al menos demuestra su antigüedad.
Se trata del Libro de buen amor (1330 y 1343), del
Arcipreste de Hita. La historia en concreto es la de «Don Pitas Payas, pintor
de Bretaña». En ella se cuenta que un pintor, llamado Pitas Payas, recién
casado, decide iniciar un viaje a Flandes. Antes de partir, y para cuidar la «virtud»
de su mujer, decide pintarle bajo el ombligo un cordero. Piensa tardar dos
meses en regresar, pero se retrasa dos años y a la esposa cada mes se le hacía
un año. Así que, necesitada de aquello que esperaba del reciente casamiento, toma
un amante con el que se prodiga en encuentros. Cuando recibe la noticia de que
su marido está a punto de volver, ella se da cuenta de que se le ha borrado el
cordero y le solicita a su amante que le dibuje otro en el mismo lugar. Este,
muy deprisa, le pinta un carnero con una crecida cornamenta. Cuando llega el
marido, le solicita a su mujer que le muestre la seña que él le había dejado,
comprobando que donde pintó un cordero, había un carnero. Exige explicaciones y
ella le responde que en dos años ¿cómo no se iba a convertir en carnero?, que
si hubiese llegado antes lo hubiera encontrado aún cordero.
Dada la belleza y la gracia del texto, lo transcribo para
cerrar este artículo:
EXIEMPLO DE LO QUE CONTESÇIÓ A DON PITAS PAYAS, PINTOR DE
BRETAÑA
Del qu’ olvida la muger te diré la fazaña:
sy vieres que es burla, dyme otra
tan maña.
Eran don Pitas Pajas un pintor de
Bretaña;
casó con muger moça, pagávas’ de
conpaña.
Antes del mes cunplido dixo él: «Nostra dona,
»yo volo yr a Frandes, portaré
muyta dona.»—
Ella diz: «Monsener, andés en ora
bona;
»non olvidés casa vostra nin la
mía persona.»—
Dixol’ don Pitas Payas: «Doña de fermosura,
»yo volo fer en vos una bona
figura,
»porque seades gardada de toda
altra locura.»—
Ella diz’: «Monssener, fazet
vuestra mesura.»—
Pyntol’ so el onbligo un pequeño cordero.
Fuese don Pitas Pajas a ser novo
mercadero.
Tardó allá dos anos, muncho fue
tardinero,
facias’ le a la dona un mes año
entero.
Como era la moça nuevamente casada,
avie con su marido fecha poca
morada;
tomó un entendedor e pobló la
posada,
desfízos’ el cordero, que dél non
fynca nada.
Quando ella oyó que venía el pintor,
muy de prisa enbió por el
entendedor;
díxole que le pintase, como
podiesse mejor,
en aquel logar mesmo un cordero
menor.
Pyntóle con gran priessa un eguado carnero
complido de cabeça, con todo su
apero;
luego en ese día vino el
menssajero:
que ya don Pypas Pajas desta venía
çertero.
Quando fue el pintor ya de Frandes venido,
ffue de la su muger con desdén
resçebido;
desque en el palacio ya con ella
estido,
la señal que l’ feziera non la
echó en olvido.
Dixo don Pytas Pajas: «Madona, sy vos plaz’
»mostratme la figura e ¡aiam’ buen
solaz!»—
Diz’ la muger: «Monseñer, vos
mesmo la catat:
»fey y ardidamente todo lo que
vollaz.»—
Cató don Pytas Pajas el sobredicho lugar,
e vydo grand carnero con armas de
prestar.
«¿Cómo, madona, es esto o como
poder estar,
»que yo pynté corder, e trobo este
manjar?»—
Como en este fecho es siempre la muger
sotil e malsabyda, diz’: «¿Cómo,
monsseñer,
»en dos anos petid corder non se
fer carner?
»Veniésedes tenplano: trobaríades
corder.»—
[…]
El texto está tomado de la decimoctava edición del Libro
de buen amor, Espasa Calpe, Madrid, 1984.
LIBRO RECOMENDADO:
- Libro de buen amor, del Arcipreste de Hita
Muy agradecido a esa erudita ilustración y a la invitación al clásico siempre pendiente.
ResponderEliminarEste clásico lo leí en el bachillerato y lo cierto es que me resultó un poco pesado, ya que su lenguaje es muy arcaico. Lo acabo de releer y lo he disfrutado mucho, tal vez entienda ahora mejor su ironía y el encuadre histórico. Antológicas son las batallas entre don Carnal y doña Cuaresma, muy de estas fechas, o los amores de don Melón y doña Endrina, intervenidos por la Trotaconventos, precuela de la Celestina. Te lo recomiendo.
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