Y cuando llegue el día
del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Vida, de Antonio
Machado
En el bachillerato tenía un profesor excepcional. Ya he
hablado de él en alguna ocasión (¡Oh, capitán, mi capitán! (tribunaavila.com); http://lodemasescosavana.blogspot.com/2013/12/homenaje-postumo-jacinto-herrero.html).
Jacinto Herrero me abrió los ojos al mundo fascinante de la literatura
castellana y también a su historia, desde las glosas Emilianenses hasta la
Generación del 27. Nos solía presentar los autores más representativos de cada
etapa, glosando su biografía. Y lo hacía por orden cronológico, ¿de qué otra
forma? Así hablaba de su nacimiento, sus padres, su educación, su formación
literaria, sus obras primerizas, la plenitud e, indefectiblemente, concluía con
su muerte. Uno tras otro. Siempre el mismo patrón.
El último tránsito de cada autor me producía desasosiego.
Todos todos terminaban muriendo. ¿De qué les servía la gloria literaria
alcanzada si no podían disfrutarla eternamente? Con ese desenlace habían
fracasado como escritores. Su carrera había sido inútil.
Un adolescente tiene conocimiento de que la vida es finita, está claro, pero solo es un conocimiento formal, no es capaz de entenderlo en toda su dimensión. A los adolescentes —o a los niños— les parece que la vida es eterna. No recuerdan su nacimiento, pero saben que viven y tienen la sensación de que siempre lo harán. Por tanto, para ellos la muerte es una terrible desgracia que les acontece a otros y no piensan que le ha de suceder a todo el mundo. Es algo así como que, «si tuvieras suerte, no pasaría».
Cuando se llega a una edad provecta, es cuando se ve con
claridad que la muerte está ahí y que ya solo queda la incógnita del momento en
que se producirá. Hay que asumirlo, por mucho que cueste hacerlo.
La sociedad de consumo, para la que no somos más que
elementos útiles o inútiles, nos pide que ganemos dinero y que lo gastemos. Nos
ofrece coches, vacaciones y cenas románticas. «Trabaja, gasta y no pienses». Nos
incita a no tener en cuenta que moriremos, a cerrar los ojos a la evidencia. Así
nos privan de tener presente que un día todo se acabará. No nos preparan para
morir.
Tampoco lo hace la religión, que solo nos dice que si
obedecemos seremos eternos. Sin entrar a valorar si existe o no el mundo inmaterial, la
transcendencia no la puede garantizar nadie. La fe es un gigante con los pies
de barro, pues para creer tan solo hace falta tener voluntad, no razón. Así
puedo creer que Elvis Presley está vivo, solo porque me da la gana. Igual pasa
con Dios, Alá o Visnú.
El único consuelo racional que nos queda es ser conscientes
de que se nace y se muere, por tanto, lo demás no importa. Solo hay nacer y
morir, lo demás es cosa vana —mis disculpas por la cuña publicitaria improcedente—.
Quien comprende esto se deja de zarandajas, de peleas, de rencores, de ideas
dogmáticas. Nada importa, pues estamos aquí y vamos a dejar de estarlo.
Disfrutemos, mientras, todo lo que podamos.
Saber que vas a morir y asumirlo te hace libre, pues una vez
cruzada esa puerta lo único seguro es que ya no sufrirás, como no sufrías antes
de nacer. Lo inteligente, pues, es aprovechar el momento, disfrutar, tener la
satisfacción de ayudar a los demás, amar, sucumbir con moderación a los
pequeños y grandes placeres; es decir, vivir con plenitud.
Por ello, brindo con todos vosotros que estáis vivos con un
Ribera del Duero —o con una cerveza artesana—. Espero que podamos abrazarnos y
reír juntos lo antes posible. Nunca vamos a ser tan jóvenes como ahora mismo. Carpe
diem, quam minimum credula postero*, que diría Horacio.
* Abraza el día y confía mínimamente en el futuro
LIBRO RECOMENDADO:
- Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez
No hay comentarios:
Publicar un comentario