A quienes se acerquen a ver el magnífico castro
vetón de El Raso, cerca de Candeleda (Ávila), les aconsejo que concierten una
visita a las majadas de pastores que hasta casi finales del siglo XX han vivido
dedicados a una actividad laboral que les obligaba a tener una condiciones de
vida cercanas a las de nuestros antepasados de la prehistoria.
A los pies de la Sierra de Gredos, vivían en unos chozos en
majadas aisladas, aunque cercanas a otras similares y en una organización
familiar que tenía la vida dedicada por completo a la producción de queso de cabra. Según avanzaba el año, se trasladaban a unos puestos avanzados, mucho más altos, para que los animales pudieran comer. Estaban totalmente aislados, aunque entre ellos se reunían una vez a la semana,
cada vez en una majada diferente, para celebrar fiestas y bailes que daban
salida a la necesidad de relación social de los más jóvenes.
La vivienda era de dimensiones muy reducidas, con una sola
puerta y sin ventanas ni chimenea. Tan solo unas alacenas para almacenar los
enseres domésticos y unos colchones contra la pared, que eran extendidos para
dormir. El fuego, pegado a una de las paredes, era el centro del hogar. Aún
así, testigos de estas casas en funcionamiento remarcan la limpieza que tenían
en ellas.
También tenían unos pequeños huertos de los que surtirse. Pero el centro de su actividad eran las chozas queseras que se
instalaban en el curso de una corriente de agua, para mantener el queso fresco
hasta que lo llevaban para su venta.
La instalación más importante era la majada de las cabras,
circular y escalonada, techada en parte, que se orientaba al mediodía al
resguardo de los fríos del norte.
Además explotaban otros animales, como cerdos y gallinas,
siendo de gran utilizad los burros.
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