Estaba acostumbrado
a controlarlo todo. Incluso en su trabajo. Hay a quienes lo de actor porno no
les parece un trabajo, pero lo es. El actor es eso, alguien que actúa, que
finge. Un rodaje porno no trae placer a ninguno de los que participan en él, ya
que tienen que inhibir sus deseos y plegarse a posturas incómodas, con el solo
objetivo de que sean más efectivas en la pantalla. Él tenía la total seguridad
de que lo suyo era un trabajo. Para muchos, una película porno no es más que
una puesta en escena del mal gusto, pero ese es otro tema.
Aunque el director
le hiciera indicaciones, él tenía que controlar la postura, la intensidad e incluso
la iluminación, nada podía fallar, para no alargar el rodaje. A fin de cuentas
en este negocio se cobra por sesiones y una película puede estar acabada en una
sola tarde. Alargar cualquier sesión, sería perder el tiempo y el dinero.
En su vida cotidiana
también tenía que controlar todos los factores, el orden era primordial. Seguía
a rajatabla la agenda que guardaba en el teléfono y si algo no estaba apuntado
no existía, simplemente.
Porque estaba
apuntado y porque era la hora, se presentó en la consulta del dentista. Nunca
antes había ido al dentista, así que entró en el terreno de lo desconocido, de
la aventura, de lo que se escapaba a su control. No sabía qué es lo que le
esperaba, no sabía si sentiría dolor, no sabía cuánto le iba a costar aquel
atentado contra su integridad física. El caos se personificaba detrás de esa
puerta. Aún así, entró, porque lo tenía apuntado en su agenda.
—Si no puede
atenderme en estos momentos —le dijo a la enfermera—, no me quedaré, pues
dentro de una hora tengo una cita importante.
—Descuide —respondió
ella—, hoy no llevamos retraso. Antes de lo que espera estará libre.
Aquello le
tranquilizó. La cosa iba bien.
Imagen de StockSnap en Pixabay |
Sin embargo, los
sillones giratorios y todo ese instrumental que colgaba de cables le
descolocaron. La lámpara sobre su cara le ruborizó. La falda corta de la
dentista y su escote, cuando se agachó a pincharle la anestesia, fueron la
última imagen antes de que se sintiera flotando en el espacio. Más tarde se
enteraría de que la dosis había sido excesiva, pero en esos instantes,
difíciles de cronometrar, se sintió fuera de lugar. Flotaba entre ensoñaciones.
Se vio a sí mismo trabajando en lo suyo, con una partenaire ligera de ropa que provocaba su erección, la cual surgió profesionalmente, como cabía esperar. Se vio desnudándola y,
contrariado, encontró más resistencia de la habitual; serían cosas del guión,
sin duda. Además de la caliente doctora, se unió a la lucha carnal la sensual
enfermera. La sensación de estar rodando una película porno debió ser la causa
esa humedad en el pantalón, que notó cuando despertó del ofuscamiento.
—Y no vuelva nunca
más a esta consulta —le dijo la enojada enfermera, cuando lo acompañó a la
puerta—. Ni se preocupe por la factura, no le cobraremos con tal de no volver a
verlo por aquí.
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