La vida de Ismael estaba ligada a la de Boris, tanto si lo
dejaba marchar como si lo mataba. El problema era que en esos momentos no tenía claro qué era lo más conveniente, pero le urgía tomar una decisión.
Ismael estaba enfermo, consumido por la fiebre. Tenía la certeza de que la causa era la herida producida
en la pierna al caer del caballo, que se le había infectado. Si no moría de
esta, la maldita guerra acabaría por volverlo loco.
Se había adentrado con Boris en territorio enemigo, como
avanzadilla, para informar de la disposición de las tropas. Pero una loca
carrera, tratando de ocultarse de la caballería de esos canallas, provocó que
el caballo en el que iban ambos se despeñara y acabara en el fondo del barranco.
Por suerte, Ismael pudo quedarse al borde del precipicio, junto a Boris, al que
llevaba atado con una cuerda, por lo que no pudo huir a pesar del percance.
Se habían quedado solos, ocultos en un paraje arbolado.
Ismael aún dominaba la situación, por mucho que la caída le hubiera quebrado la
pierna derecha y tal vez la cadera, ya que no podía levantarse del suelo. Aún
así, le resultó fácil retener a Boris. Lo peor era el dolor. A pesar de que era
constante, conseguía mantenerlo silenciado por la rutina de soportarlo, pero se
le hizo patente cuando una mueca macabra le tensó todos los músculos de la cara.
Hacía casi una semana que no comía, ya que las provisiones
se despeñaron con el caballo y la debilidad era responsable del ensañamiento de
la fiebre. Como no arrancase hierba, no tenía otra cosa a mano. Menos mal que
las lluvias, no demasiado intensas, le permitieron saciar la sed.
Sin embargo, Boris parecía fuerte, por tanto, podría
enviarlo en busca de ayuda con una nota, pero, con ello, Ismael no tenía
ninguna seguridad de lograr que su escuadrón viniese a rescatarlo. No le cabía
duda de que Boris podría cruzar las líneas de nuevo, lo que no le ofrecía
ninguna confianza era que luego pudieran encontrarlo donde estaba.
La otra opción sería matarlo. A fin de cuentas, no se tenían
ninguna simpatía y alimentarse con su carne podría prolongarle un poco la vida,
aumentando la esperanza de que fuera encontrado en el avance de las tropas
aliadas, que ya no debían estar muy lejos. Si no decidía rápido, sería el
destino quien decidiese por él.
¿Cuánto podría durar sin probar bocado?, se preguntaba
Ismael. ¿Cuánto tiempo le daría de margen el comerse a su compañero de viaje? Desde
luego que era algo que no podría consultar con Boris.
La guerra le había endurecido tanto que no le causaba ningún
remordimiento acabar con su acompañante. Haciendo acopio de toda su energía, mató
a Boris sin piedad. Lo tenía a su alcance y le retorció el cuello. A fin de
cuentas, Boris no era más que un palomo mensajero.
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